Una enfermera entró a la sala.
―¿Cómo está, más tranquila? ―preguntó.
―Sí, no recuerda nada, pero está calmada.
―¿Sabes quién eres y por qué estás aquí? ―interrogó a la enferma como si fuera una niña que no entiende.
―Sí, sé quién soy, pero no por qué estoy aquí, ¿qué pasó?
―Se tomó una serie de pastillas que podrían haberla matado, ahora debe quedarse aquí hasta que se recupere ―le informó la enfermera.
―No recuerdo nada, debí perder la razón.
―Sí, estaba muy descompensada, es lógico, de todas maneras, luego de las experiencias vividas.
―¿Cuándo podré irme?
―Ya le dije que debe recuperarse, va a venir un siquiatra a verla, él decidirá si puede quedarse aqu&ia
Un par de días después, Maritza fue dada de alta. En el departamento de Nelson, la esperaba Ulises, quien la apretó en un abrazo y luego la besó con profundidad, no le importó que estuviera su mamá, ni su hermano, ni la familia de ella.―Te extrañé tanto, condesa, tanto ―le dijo, emocionado, cuando la soltó―. Quería ir a verte, pero no me lo permitían, el lugar era de alta seguridad, no cualquiera entraba, querían estar seguros de que no había peligro para ti, al fin y al cabo, esa explosión fue para asesinarte a ti y el tipo que lo hizo seguía prófugo.―Sí, a lo que llegan algunas personas por ambición, pero bueno, nada que hacer, aquí estoy, vivita y coleando, como dicen en mi país.―Con que estés viva me conformo, mi bella condesa.La volvió a besar.―Tengo que saludar a
Bruno se acercó a su excompañero que entraba al aeropuerto en ese momento.―Ahora ya no sé ni cómo te llamas ―le dijo en tono de broma.―Sabes que en esta profesión no tenemos nombre.―Tú dejarás esto, sobre todo ahora que serás padre.―Sí. ¿Tú qué harás?―También me saldré. Me aburrí de ser el perro guardián de tipos sin moral. Me ha costado mucho darme cuenta de que esta no es la vida que quiero. Murió mucha gente por mi culpa y lo lamento tanto.―Te diste cuenta y cambiaste tu camino, eso es lo importante.―Sí, aunque tengo que hacer un último trabajo.―¿Cuál?―El curita, él fue quien hizo explotar el barco, yo le dije que aprovecháramos la llegada de la familia de los Russo para sacar a Zegers, que la señora Maritza habría e
Leonardo llegó a la hora indicada a la casa que compartían Ulises y Maritza, allí los esperaban los tres con Jorge, o Nelson, como lo conocía el visitante.―¿Te molesta que estén ellos presentes? ―le preguntó la mujer luego de servirle un jugo y acomodarse en la sala.―No, no, para nada.―Tú dirás, la última vez que nos vimos no parecías dispuesto a hablar.―Bueno… Yo… Lo que pasa es que este tiempo me ha servido mucho para pensar en lo sucedido y creo que te debo una explicación.―¿A mí? ¿Por qué?―Porque tú eras su esposa, su mujer.―Título que él no respetó.―Sí, lo sé, quiero que sepas que yo no sabía que él te maltrataba, de haberlo sabido… No, en realidad no habría servido de mucho. Yo sabía que
La Navidad llegó en todo su esplendor. Las luces adornaban las calles, casas y edificios de la ciudad, el centro estaba lleno de gente haciendo sus compras de última hora.―Bien, creo que ya tenemos todo ―meditó Maritza, casi para sí misma, mientras se movía por la cocina guardando todo, Ulises la seguía con la mirada, incapaz de seguirla con su cuerpo―. Leche, crema, pollo, carne… Lástima que aquí no haya pan de Pascua, espero que me resulte el que estoy haciendo. El Cola de mono, infaltable. ¡Ojalá mi nana estuviera aquí para hacer su rico Cola de mono! ¿Qué más, qué más? Sí, al parecer está todo.―Supongo que recuerdas que la doctora te dijo que debías tratar de descansar, ¿o no lo recuerdas?―Pero si me levanté tarde. Mañana es Navidad, ahora guardo esto y estamos. Me iré
La Navidad la celebraron en casa de Ulises, con Leonardo como invitado, quien, a pesar de las reticencias iniciales, logró encajar muy bien en esa extrovertida y agradable familia. Él le llevó regalos para el bebé de Maritza y de Xiomara, pese a que no la conocía, “pero”, dijo, “conozco a Nelson y él es el padre”.El Año nuevo, la fiesta fue en casa de la madre de Ulises, quien también invitó a Leonardo, le había caído muy bien y le tomó cariño, dijo que lo había sentido como a un hijo, y no le gustaría que estuviera solo en fechas tan especiales.Como sorpresa, la familia de Maritza, en pleno, viajaron a visitarlos, por lo que la cantidad de gente era mucha, sin embargo, parecía no notarse pues la casa de la mujer era tres veces más grande que la de Ulises.Poco antes de las doce de la noche, en la despedid
Maritza se sentó frente a su esposo en el elegante restaurant en el que la había citado. Sostuvo su mirada unos segundos y luego bajó la cara, ni un “hola”, mucho menos una sonrisa de parte de su esposo, la recibió.―¿Cómo estás? ―le preguntó ella en tono bajo. ―Nos vamos a ir de viaje ―le explicó él con tono autoritario―, vamos a tomar un crucero por el Mediterráneo, estaremos veinte días fuera.―¿Veinte? ¿Y tu trabajo? Jamás lo dejas.―Esta es una ocasión especial, es mi regalo de aniversario, no todos los días se cumplen diez años de feliz matrimonio.Ella sonrió entre confundida y nerviosa, ¿feliz matrimonio? Su matrimonio era cualquier cosa, menos feliz.―Ahora, después de almuerzo, quiero que vayas a comprarte ropa, quiero que seas la más lind
Dos días más tarde, Maritza y Ricardo subían al crucero prometido. El maquillaje que ella usaba ocultaba un pequeño moratón en su pómulo.―Nelson, llévala al camarote, yo iré a dar una vuelta por ahí ―le dijo Ricardo al escolta de su esposa―. Espérame lista ―le ordenó a su mujer con tono frío.―Está bien.El guardaespaldas siguió camino al lado de la mujer sin emitir palabra alguna. Abrió la puerta de la habitación y la dejó así para que ella entrara.―Descanse, mañana será un largo día, hay muchas actividades planificadas.―Dudo que duerma, mi esposo quiere entrenar la ropa que usted me compró y después de esto… ―respondió con amargura enseñando el golpe que le había dado hacía dos noches.El hombre alzó su mano
El mesero dejó la bandeja sobre el mesón de la cocina y resopló furioso, apoyado en la mesa para calmarse.―¿Pasó algo, jefe? ―preguntó Johan, otro de los empleados.―¿Siempre se topan con gente así de desagradable?―¿Cómo esa tipa? ―replicó Ignacio, un mesero que entraba en ese momento a la cocina―. No. Esa mujer es de lo peor, voy a ir yo a hacer el recambio de platos.―A mí me tocó un tipo así una vez, era un hombre, qué terrible, me hizo llorar ―intervino Xiomara.―¿Por qué no me lo dijiste?―El cliente siempre tiene la razón, ¿no? Sobre todo, estos ricachones.―¡No!―¿Y por qué no le dijo nada a ella ahora?―Porque a mí no me ofenden sus palabras, pero no por eso voy a permitir que les hagan lo mismo a ustedes, ella se aprovecha de su condici&oa