La pareja recibió la mañana abrazados. Maritza abrió los ojos y miró al hombre que seguía dormido a su lado. Se preguntó qué había hecho, sin embargo, no se arrepintió, Ulises no solo había sido un gran amante, la trató con más respeto y cariño que su esposo, quien siempre la trataba como a una cualquiera.
―Buenos días, condesa ―la saludó él antes de despertar del todo.
―Buenos días.
―¿Cómo estás?
―Un poco adolorida.
―Es normal… todas quedan así ―replicó burlón.
―¡Oye!
―Es broma, ¿cómo está tu espalda?
―Me duele, pero creo que es porque estoy tiesa, necesito estirar.
―Yo te puedo ayudar a estirar ―le dijo con tono libidinoso, se colocó arriba de ella y le alzó los brazos por sobre la cabeza. ―
―¿Algo más? ¿Y mi mujer? ―preguntó Ricardo.―No aparece, la búsqueda no cesará sino hasta dos semanas, ese fue el tiempo que se dieron para encontrar los cuerpos o a pasajeros vivos, debemos esperar ―informó Nelson.―¿Te aseguraste de que estuviera en el lugar de la explosión?―Estaba con los demás viendo los fuegos artificiales.―O sea, está muerta.―Eso se supone.―Bien. No puedo decir que guardaré luto, porque no sería verdad, esa mujer me interesó mucho, pero no fue más que un amor pasajero que confundí con amor verdadero.Nelson apretó los dientes, en esos casos, el divorcio era la forma, no el asesinato.―Sé que no comulgas con mis métodos, Nelson, pero créeme que es lo mejor, todos saldremos ganando.―Yo hago el trabajo por el que me pagan, señor.―
Xiomara miraba hacia afuera. Estaba sentada en una cafetería, sola.―Hola, Xiomara, ¿cómo estás?―Nelson, hola ―respondió la joven, alzando su vista, casi sin expresión.―¿Cómo te fue?―No muy bien, creo que ir al siquiatra no me está ayudando, quedo peor cada vez que voy.―¿Por qué? ¿Te dice algo?―No, ese es el problema, la que habla todo el tiempo soy yo. Mira la hora cada cinco minutos, como si estuviera harto de escuchar problemas.―¿Te dio algún medicamento, algún tratamiento?―Nada.―¿Te mandó a sicólogo, con un terapeuta?―No.―¿Te envió con algún otro especialista?―Tampoco.―O sea, está haciendo las veces de sicólogo a precio de siquiatra. No corresponde. Algo tiene que darte, hacer, si él no está
Maritza abrió los ojos al sentir un extraño ruido que la asustó. Ulises estaba a la orilla del mar y miraba hacia el horizonte. Ella se sentó en la arena y se dio cuenta de lo que era: un enorme barco se acercaba a ellos.―¡Nos encontraron! ―gritó la mujer.―Sí. Ya vienen por nosotros ―respondió emocionado.Ella se acercó a él, él extendió su brazo para apegarla a su costado. Vieron avanzar una lancha hacía la orilla.―Nos vamos a casa, mi condesa.―¿¡Están bien!? ―preguntó a gritos un hombre antes de bajar, antes de siquiera terminar de llegar a tierra.―¡Constantino! Estamos bien ―contestó Ulises.Apenas el bote tocó fondo, el llamado Constantino bajó y corrió hasta donde se encontraba la pareja y abrazó al hombre con gran alegría.―Yo sabía q
Nelson caminaba con desespero en su habitación. Las noticias daban el anuncio del rescate del magnate griego Ulises Areleus y la esposa del empresario Ricardo Zegers. Los habían encontrado en una isla desierta en medio del océano.Xiomara tocó a su puerta, el hombre tomó aire y abrió.―¿Lo viste? ¡Los encontraron! ―gritó feliz.―Sí, lo vi.―Parece que no te alegrara.―Claro que me alegra, estoy preocupado, tantos días perdidos, espero que estén bien.―Dijeron en la televisión que estaban bien, ¿qué pasa?―Nada, nada, estoy preocupado, eso es todo, quién sabe qué cosas tuvo que pasar, yo debí haber estado ahí para ayudarla, para socorrerla.―No es tu culpa, el caos que se formó…―Yo estaba a cargo de su cuidado.―Aun así, tú ayudaste a mucha ge
Luego de las declaraciones, que duraron horas; del chequeo médico que les indicó que se encontraban en buenas condiciones físicas, y de recibir las informaciones oficiales del accidente, Maritza y Ulises podían regresar a casa.―Hermano, tu casa está lista, pero mamá insiste en que te quedes en la de ella, quiere estar segura de que te encuentras bien, quiere verte, como no la dejamos venir, siente que le estamos mintiendo y que tú estás con un pie en el inframundo ―explicó Constantino con diversión.―Yo no tengo problema en irme a su casa mientras tenga una cama, pero ¿y Maritza?―Ella se va conmigo ―dispuso Nelson que salía en ese momento de la comisaría.―¡Nelson! ―exclamó Maritza, sorprendida de verlo allí. A punto estuvo de lanzarse a sus brazos en un impulso que no llevó a cabo.―Lo siento, estaba en un interroga
Una semana pasó y Maritza no supo nada de Ulises, más que lo que salía en los noticiarios. El regreso del gran magnate era noticia en el país y muchos querían tener entrevistas con él, cosa que ninguna televisora lograba, él se escabullía sin responder ninguna pregunta. Eso, las veces que lograban verlo, porque por lo general no se le veía en la calle.―¿Lo extrañas? ―le preguntó Nelson una tarde que ella miraba una y otra vez las mismas imágenes en la televisión. ―¿Qué?―¿Extrañas a Ulises?―¿Por qué tendría que extrañarlo? Él y yo nunca nos llevamos bien.―Estuvieron dos semanas en una isla desierta, solos, bajo estrés; supongo que conversaron, aclararon las cosas… Se hicieron más que amigos.―Está viendo cosas donde no las hay.
Ulises contempló a Maritza antes de entrar a la casa, como un bobo, no pudo disimular su nerviosismo. Su madre le pegó un pequeño codazo y entraron.―Buenas noches ―saludó Anthea a sus anfitriones.―Buenas noches ―saludaron de vuelta.―Hola, Xiomara; hola, Maritza ―saludó Ulises.Xiomara le dio un abrazo, ella tampoco lo había visto después de su regreso.―Me alegro tanto, jefe, que esté bien, nos dio mucho susto.―Y yo me alegro de que tú estés bien, ¿has sabido de los demás chicos?―Todos se salvaron, aunque Ignacio está hospitalizado todavía, con una pierna rota, están evitando amputársela.―No me habían dicho eso, lo visitaré. La verdad, es que pocas noticias me han dejado ver, no puedo trabajar y casi no puedo salir, según dicen estoy con estrés postraumático. ―Neg
Un nuevo beso que se alargó hasta que él la soltó de golpe y se levantó.―Lo siento, si sigo…Ella se levantó y le tomó una mano.―Yo también quiero estar contigo.―Pero a ti no se te nota ―respondió algo divertido mirando su pantalón.―Es cierto ―admitió ella con una sonrisa.―Vamos al comedor, la mesa ya estaba puesta, así que poco es lo que tenían que hacer.Ulises se acercó a Maritza y acunó su rostro entre sus manos.―Te amo, mi condesa, te amo y estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario para estar contigo. Así sea un día o mil ―le dijo antes de darle un dulce beso.Ricardo resopló molesto, furioso en realidad. Hacía un par de días se había despertado de un coma en el que cayó tras sufrir una septicemia por la herida de la pi