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Ananké. La fuerza del destino
Ananké. La fuerza del destino
Por: Travis Turner
1. Qué diablos acaba de pasar?

Toma mi mano y besa mis nudillos suavemente. Siento un cosquilleo en la entrepierna. Después de todo, hace mucho que no tengo sexo. Su mirada profunda me taladra por completo. El cosquilleo se extiende a mi estómago. Cómo quisiera que soltara mi mano, que besa como si nunca hubiera visto una, y me besara de una buena vez. Añoro su beso duro, profundo, fuerte. El canto de los pájaros ameniza nuestro encuentro que no pasa de suaves y tiernos besos en la mano. Comienzo a molestarme. En este momento tengo la urgencia de que me tome sin miramientos y me haga gritar tan fuerte que me quede ronca una semana. Lo único que sube de intensidad es el canto de los pajaritos. Hacía mucho que no los escuchaba, siempre me levanto antes que ellos.

Siempre me levanto antes que ellos!

Carajo!

Mi alarma no sonó a la hora. Acostumbrada a despertar con ella, no me levanté como siempre.

Generalmente duermo temprano pero justo anoche me desvelé porque a mi cerebro se le ocurrió preguntarse si realmente quiero salir este fin de semana. No estoy segura de hacerlo. Va a ir Edgardo y la verdad no me apetece verlo. Siempre tan insistente que me harta.

Aunque ya dije que quizá sí vaya. Hace mucho que no salgo con mis amigos. Y ya tengo muchas ganas de hacerlo. Simplemente a veces la mente se encarga de hacerte dudar justo a las dos de la madrugada.

Me incorporo en la cama con los ojos muy abiertos y escucho el canto de los pájaros en mi ventana, me permito unos segundos más de disfrute con el concierto hasta que me doy cuenta de lo tarde que es.

Me levanto de prisa y miro para todos lados tratando de despertar del todo. Odio desvelarme.

Miro el reloj. Las 7:52. Que tarde es. Aviento las cobijas tratando de desenredar mis pies, cosa que no logro y caigo de cola al suelo enredada en las sábanas.

Pataleo con desesperación tratando de levantarme. No me dará tiempo de bañarme. Debí hacerlo anoche pero odio dormir con el pelo húmedo. Mamá siempre dice, es mejor bañarse en la noche, si se te hace tarde, pues al menos ya no tienes que hacer eso.

Sacudo la cabeza para sacarme esos pensamientos. Lo menos que necesito ahora es a mi madre diciéndome “ te lo dije”. Casi puedo verla moviendo la cabeza negativamente y apuntándome con el dedo.

Busco en mi closet lo que esté menos arrugado y con eso me visto. Lo sé, el orden no es lo mío, ni la previsión, está bien visto.

Afortunadamente en mi trabajo no es rigurosa la ropa formal así que tomo mis tenis favoritos y me los coloco mientras corro hacia la cocina.

Tomo una rebanada de pan que sostengo con mis dientes mientras sirvo un termo de café frío. Al menos sobró anoche, pienso mientras lo sirvo, pero, oh sorpresa, solo alcanza a llenarse a la mitad. Tenía que ser. Lo tapo bien, no quiero tener un accidente con él, tomo mi bolso, las llaves y salgo corriendo. Espero alcanzar el bus o no lo lograré.

***

Me despierto antes de que suene la alarma. No sé porque sigo poniéndola. Siempre me despierto antes. Pero a diferencia de todos los días, hoy tengo un sentimiento extraño. Algo hace que me quede acostado viendo el techo. Tomo el celular para ver la hora. Aún faltan unos minutos para que suene y trato de decidir si me levanto o espero a que de la hora. Mientras observo el techo comienzo a tocarme. Ya ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez. No pienso en una chica en particular, mis movimientos son mecánicos simplemente para provocar el estímulo. Los movimientos se van haciendo cada vez más intensos y frenéticos. Descargo con todas mis fuerzas mientras el chorro se extiende por toda la sabana.

Carajo. Odio que se mojen las sábanas, pero hoy, hoy siento algo raro. Me quedo recostado con la respiración entrecortada esperando que se terminen los espasmos.

Emito un largo y profundo suspiro. No había hecho esto en varios meses y llevo más de dos años sin estar con una mujer. Aunque no añoro una relación y todo lo que implica, a veces, a veces necesito darme una pasada para sobrellevar los días.

Me quedo recostado sintiendo mi mano y mi cuerpo pegajosos. No lo soporto más. Me levanto enrollando las sábanas manchadas y me dirijo al baño para limpiarme. Arrojo las sábanas al bote y entro a la ducha.

Odio el desorden. Procuro mantener todos mis objetos ordenados y listos. Decía mi padre: Siempre debes estar preparado. Siempre. Y siempre lo estoy.

Doy un sorbo a mi café mientras leo con tranquilidad. Aún me quedan varios minutos antes de salir al trabajo.

Lavo la taza y ordeno las cosas que utilicé. Me siento raro. Como si debiera hacer algo pero no sé qué. No es un mal presentimiento pero siento una opresión extraña. Si fuera mi padre, hoy no saldría de casa. Afortunadamente yo no creo en esas cosas. Tomo mi maletín, mis llaves y salgo dando un último vistazo a mi pulcro hogar.

***

Espero con impaciencia el bus. Justo hoy que voy retrasada. Finalmente, a lo lejos se ve que se acerca uno tirando un enorme chorro de humo.

Cuando el chofer se detiene, coloco un pie sobre la primera escalera y el bus se pone en marcha. Así empieza el tormento.

Una vez pagado el pasaje me adentro en un submundo lleno de colores, apretujones y olores. Antes de que se me ocurra mostrar mi descontento, leo un letrero que dice “cualquier anomalía en esta unidad, por favor repórtelo con mi mamá y mi papá.” Hago una mueca de ironía y me recorro tratando de llegar a los últimos puestos.

El camino transcurre entre acelerones y frenazos. La velocidad sube por tramos a la vez que se escuchan bocinazos hasta que se detiene en una transitada avenida para subir más pasaje. Pasan varios minutos y el chofer no reanuda la marcha. Comienzo a mirar a todos lados para relajarme, pues empiezo a desesperarme, cuando leo “si tiene prisa, madrugue, no culpe al piloto”, exactamente lo que me faltaba para completar mi mañana.

Me coloco los audífonos y decido no molestarme más. Realmente no es culpa del conductor. De cierta manera, tiene razón. Yo fui la que se levantó tarde. Me entretengo leyendo los letreros que ponen y mi música favorita. Es peor andar a pie, sí, eso dice mi mamá. Finalmente, me relajo por completo, no tiene ningún caso estresarme por algo inevitable.

Error.

Por poco se me pasa mi salida y cuando toco el timbre, el conductor no escucha pues lleva la música a todo volumen. Cuando finalmente lo hace, se detiene de malos modos y cuando apenas he puesto un pie en la banqueta, reanuda la marcha llevándose el resto de mi cuerpo.

Me dejo caer para no ir como mosca pegada al bus. Pero caigo sobre mi mochila y mi termo de café frío se destapa y se derrama todo. Tratando de ser optimista, agradezco que no me haya caído encima y no haberme lastimado. Me levanto sin pena ni gloria y decido que me merezco un buen café caliente y una rica dona de desayuno.

Escurro mi mochila lo más que se puede y me dirijo a la cafetería de la esquina con la mochila aún escurriendo un poco. El lugar donde trabajo está muy cerca. No llegaré más allá de cinco minutos tarde. Sería peor llegar sin nada para desayunar.

Un joven de aspecto muy atractivo me abre la puerta sin mirarme.

La única ventaja de que este tipo de hombres jamás se fijen en las mujeres como yo, es que los puedo observar sin ser observada. Este, al menos, fue caballeroso, ya no se ve eso. Al menos no entre personas de niveles tan distintos. Lo que aprovecho para mirarlo de lleno, “la vista es natural” dice mi madre.

En este hombre de tez morena, resalta su piel bronceada que refleja una combinación armoniosa de tonos cálidos acentuando sus rasgos faciales. Su cabello oscuro y su mirada enérgica contribuyen a crear una presencia magnética que no pasa desapercibida.

Agradezco sin esperar respuesta, pues además de no verme, no me escuchará, usa unos grandes audífonos que parecen ser más caros de lo que yo gano en una semana.

- De nada -

Sus palabras me desconciertan al inicio pero más me desconcierta ver que el hombre me mira y, me sonríe.

Bueno, aparece una ligera curva en sus labios que quiero creer es un atisbo de sonrisa.

Sonrío francamente sorprendida y sigo mi camino. Ha sido un gesto lindo. Nada más.

Mientras espero en la fila, remuevo mi bolsa pegajosa y mojada buscando mi cartera. El bolso está empapado por el café que se me derramó. Llega mi turno y no puedo encontrar la cartera por lo que dejo pasar al chico atractivo detrás de mi para que pida su orden mientras encuentro mi cartera.

Recargo mi bolso en el mostrador y revuelvo ya con desesperación. Solo falta que la haya perdido, pienso.

- Qué vas a pedir? - escucho que alguien dice pero supongo que no es a mi así que sigo con mi búsqueda.

Suelto un grito de alegría cuando finalmente encuentro mi cartera. La saco triunfante y la abro para encontrar un billete arrugado, empapado y pegajoso.

- Qué vas a pedir? - giro para incorporarme a la fila y me encuentro con el rostro del hombre atractivo, hablándome, a mi.

- Un mocaccino con extra chocolate - digo sonriendo con la voz demasiado alta mientras sacudo el billete mojado.

Y como para que no se me olvide que nací un martes, una gruesa gota de restos de mi café se posa en la mejilla del hombre atractivo.

Su rostro amable cambia fugazmente a una mueca de desagrado.

Lo miro con los ojos desorbitados y uso mi mano para limpiarlo. El la toma por la muñeca para quitarla de su rostro y siento un escalofrío recorrer toda mi espina dorsal.

De pronto siento que todo me da vueltas y me mareo. Cierro los ojos cuando ráfagas de imágenes que no entiendo pasan frente a mis ojos cerrados.

“Un rostro comienza a tomar forma, es el chico atractivo de hace un momento. Me tiende la mano con una sonrisa y, no veo mi cara, pero siento la mueca de mi boca. Le doy la mano por educación pero siento que me cae mal, muy mal. “

Abro los ojos cuando las imágenes se disipan y el hombre atractivo me mira extrañamente. Sin atisbos de sonrisas ni amabilidad. Toma sus cosas y sale de ahí sin decir palabra.

Miro a mi alrededor apenada pensando en las miradas de la gente pero todos actúan normal, es como si, es como si nada hubiera pasado.

- Señorita - una mano me extiende el café que pedí. Lo tomo absorta en lo que acaba de pasar y salgo de ahí después de recibir mi cambio.

Camino las dos cuadras que faltan para mi trabajo y entro al gran edificio de oficinas corporativas donde laboro como personal de limpieza.

- Que diablos acaba de pasar? Quién es ese hombre? -

***

Ya sabía yo que era un día extraño. Desde el momento que desperté sentí que algo iba a pasar pero no le di importancia. Error! Siempre escúchate, decía mi padre. No importa que no creas, siempre escúchate.

Ni siquiera debía pasar a la cafetería. Odio desayunar fuera de casa, pero cuando paso por ahí siento una necesidad urgente de entrar, algo extraño, simplemente tengo que entrar. Estaciono el auto justo enfrente y bajo, me coloco mis audífonos sin música y le abro la puerta a una chica. Es un gesto natural en mi, ser educado y caballeroso en cada oportunidad. Siento su mirada sobre mí pero no la miro.

- Gracias - me dice y su voz me genera un escalofrío. Cuando ella agradece, siento algo extraño, como un resorte que me obliga a levantar la mirada y, sonreír. Le contesto y su sonrisa franca me estruja el corazón. Cuando está en la fila frente a mi aprovecho para mirarla. Busca frenéticamente en un horrible bolso que parece, mojado?

No es una chica vistosamente atractiva, sus ropas baratas y mal combinadas no le favorecen pero su pelo escandalosamente negro y alborotado tiene algo que me hace mirarla. No entiendo. Algo en esta chica me llama la atención. No sé qué es. Ella es muy peculiar. Definitivamente no una chica de mi círculo social.

Al parecer busca su cartera, le pregunto que va a pedir pero no me responde, absorta en su búsqueda. Repito la pregunta justo cuando saca un billete mojado que sacude frente a mi cara.

No puedo dejar de mirarla. Al verla de cerca observo sus rasgos hermosos hasta que una gota del líquido de su billete cae en mi mejilla. Tenía que ser!

Ella trata de limpiarme nerviosa y apenada. La tomo por la muñeca para que se detenga y siento una inquietud que provoca que se me erizen los vellos de todo el cuerpo mientras un recuerdo se va formando en mi cabeza.

“Le tiendo una mano sonriente a Analí y ella hace una mueca. Ni siquiera hace el intento por ocultarla. Se coloca un cabello rubio detrás de la oreja y después toma mi mano desganada. Alzo una ceja sonriendo francamente y aprieto más su mano. “

Todo se borra tan rápido como comenzó. Cuando suelto su muñeca, todo regresa a la normalidad. Miro a la chica por un segundo sin entender qué acaba de pasar y salgo de ahí.

- Qué diablos acaba de pasar? - observo desde mi auto la entrada del café. Quiero ver a donde va esa mujer.

La sigo con la mirada y veo que entra al edificio donde yo trabajo. Pero no entra por la puerta principal sino por la entrada de los empleados de servicio.

Me dirijo al estacionamiento y subo a mi oficina con un millón de preguntas. Ese recuerdo me dejó muy desconcertado. Cierro la puerta y me desplomo en mi silla tratando de entender algo.

Me levanto frustrado. Odio estar así. Hace mucho que no recordaba a Analí. Miro hacia afuera por la gran ventana de mi oficina. El cielo azul, despejado y brillante no me da la tranquilidad que necesito.

Miro por el reflejo a Emiliano que se asoma a mi puerta con una sonrisa. Me invitó a salir este viernes a un antro nuevo, creo, una reunión de amigos pero realmente no quiero ir. Espero que no lo mencione. De aquí al viernes puedo ver cómo escabullirme del compromiso.

- Hola. Hay junta en diez minutos. Nos vemos allá. -

Volteo solo para ver el espacio vacío. Así es él. Siempre moviéndose y tratando de que todos nos movamos con él.

Es el jefe de marketing y, contrario a lo que podría pensarse, es un soberano nerd. Pero un nerd al que le gusta salir de fiesta. Raro, verdad? Nadie le gana en estrategias de marketing y tampoco en récord de fiestas y mujeres.

Emiliano regresa y me dice

- No te olvides que el viernes salimos, eh -

Justo lo que no quería que mencionara. Pero si antes no quería ir, ahora mucho menos.

- En realidad, creo que no iré. - lo miro fijamente para que vea que hablo en serio.

Entrecierra los ojos y entra a la oficina.

- Amigo, no te hagas esto, por favor. Ha pasado mucho tiempo. Cuánto más debe pasar? Ya es tiempo, hermano. Olvídala. -

- A las ocho paso por ti. No aceptaré un no por respuesta. -

Dos años y 21 días. 752 días exactamente, en los que pareciera que no he podido superar su partida. Y ahora menos si hace tan solo unos minutos que la he vuelto a ver, al menos en mis recuerdos.

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