Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió silenciosamente, revelando a Héctor. Entró sin hacer ruido, su expresión seria y calculada. Se acercó a Alejandro, sus ojos escaneando rápidamente la figura dormida de Luciana.—¿Está dormida? —preguntó Héctor en voz baja.Alejandro asintió, sus ojos aún fijos en el rostro sereno de Luciana. Parecía tan en paz, tan ajena a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Una parte de él deseaba poder protegerla de todo, pero sabía que ya no había vuelta atrás.—Sí —respondió con un susurro—, está dormida.Héctor asintió, cruzando los brazos sobre su pecho.—Es un buen plan —dijo, su tono frío como siempre—. Dormirá lo suficiente para que podamos hacer lo que necesitamos. No se enterará de nada.Alejandro soltó un largo suspiro, pasando una mano por su cabello, intentando calmarse. Aunque sabía que Héctor tenía razón, la culpa seguía clavándose en su interior.—Espero que esto sea lo correcto —murmuró Alejandro, su voz llena de dud
—¿Estás seguro? —preguntó Alejandro, su voz quebrada por la ansiedad—. No quiero que le pase nada.Héctor asintió, serio, pero tratando de tranquilizarlo.—La observaremos, pero creo que solo necesita tiempo para que el efecto desaparezca por completo. Sin embargo, sugiero que la llevemos a un médico si no despierta en las próximas horas.Alejandro respiró profundo, tratando de calmarse. Se sentó al borde de la cama, tomando la mano de Luciana entre las suyas.—Perdóname, Luciana… —susurró de nuevo, más para sí mismo que para ella.Héctor lo observó un momento antes de hablar de nuevo.—Alejandro, todo esto que estamos enfrentando es demasiado. Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, y te dije que era buena idea. Querías protegerla, pero no podemos seguir con esto sin planear bien cada paso. No podemos permitirnos errores.Alejandro asintió, sus pensamientos divididos entre el miedo por Luciana y la presión por lo que estaba ocurriendo en la empresa.—Tienes razón… —dijo, su voz más
Héctor se acercó con rapidez, observando la pantalla mientras Alejandro comenzaba a escribir líneas de código. A medida que lo hacía, Alejandro no podía evitar recordar la creciente sensación de vulnerabilidad que había tenido durante las últimas semanas, cuando las amenazas se volvieron cada vez más claras. Luciana, su vida, sus recuerdos... Todo estaba en riesgo.—Este archivo en particular... —murmuró Héctor, señalando un documento en la pantalla—. Este es el más delicado. Sabes que la información sobre Luciana podría ser la clave para que nos descubran. Si esos videos caen en las manos equivocadas, será peor que un desastre.Alejandro se tensó al escuchar las palabras de Héctor, pero no apartó la vista de la pantalla. Sabía que no había otra opción. Luciana debía estar protegida a toda costa, y eso implicaba que sus fotos y videos, aunque fueran privados, necesitaban ser blindados.—Eso es lo primero que protegeré. Luego, las fotos de la reunión en la que discutimos la estrategia
Después de revisar una última vez su reflejo, Isabella sacó un pequeño dispositivo que le permitiría interferir con las cámaras de seguridad de la empresa. Su objetivo era claro: hacerse pasar por una mujer desesperada en busca de empleo como secretaria o recepcionista y, mientras tanto, infiltrarse lo suficiente para instalar las cámaras sin que nadie lo notara. Si lograba acceder al sistema de seguridad, podría apagarlas temporalmente o incluso redirigir las grabaciones, garantizando que nadie sospechara de sus movimientos.—Estás lista —se dijo a sí misma con determinación, revisando su cartera donde llevaba no solo el dispositivo para las cámaras, sino también el sedante que Héctor le había dado, por si necesitaba neutralizar a alguien. Dos gotas serían suficientes.Arrancó el motor, y la camioneta rugió suavemente. Isabella respiró hondo una vez más, calmando cualquier resto de nerviosismo. Condujo hacia su primer objetivo, la empresa de César Robles, con la frialdad y precisión
César Robles seguía hablando, pero Isabella ya no prestaba tanta atención. La misión estaba en marcha, y lo que se avecinaba sería mucho más peligroso de lo que él podría imaginar.Isabella sonrió suavemente cuando César Robles tomó su currículum de nuevo, evaluando sus posibilidades con una mirada casi calculadora.—Puedes escanear y quedarte con mi hoja de vida, si hay alguna posibilidad de que quede seleccionada —dijo Isabella con una expresión de falsa inocencia, inclinándose ligeramente hacia él, lo suficiente para mantener su atención.César la observó detenidamente, desde su cabello hasta la punta de sus zapatos, con una mezcla de admiración y curiosidad en su mirada.—Eso mismo iba a preguntarte —respondió él, relajando los hombros—. Si te parece bien, sacaré una copia para revisarla más tarde. Tendré que analizar algunos detalles, pero te avisaré en unos días si eres aceptada o no.—Por supuesto —contestó Isabella, mientras le extendía nuevamente su hoja de vida—. Y… ¿sería m
Se tomó su tiempo para asegurarse de que no quedara rastro de su presencia. Recorría rápidamente el sistema, eliminando cualquier pista que pudiera delatarla, mientras se mantenía alerta, consciente de la necesidad de irse sin ser vista.Cuando estuvo segura de que había cumplido su tarea, dio una última mirada a los monitores, apagándolos uno por uno. Luego, caminó con cautela por algunos pasillos cercanos, asegurándose de que no quedara grabada en ningún otro lugar. Se movió con sigilo, tan hábil como una sombra, sabiendo exactamente qué hacer para borrar todo lo que podría vincularla a ese lugar.Antes de salir, dio un último vistazo a los dos hombres dormidos y, con una sonrisa satisfactoria, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.Isabella salió de la oficina de César Robles con una calma exterior que ocultaba el ritmo acelerado de su corazón. Cada paso que daba la alejaba más de su objetivo, y aunque parecía tranquila, su mente estaba alerta, calculando sus próx
Cuando llegó a la entrada de la empresa de Víctor Espinoza, una sensación de tensión se apoderó de ella. Esta no era una misión de infiltrarse en la vida personal de alguien, sino de crear una red de espionaje que se conectara perfectamente con lo que ya había hecho en la empresa de César Robles. Sin embargo, no podía permitir que ninguno de los empleados se diera cuenta de que algo no encajaba.Estacionó con cautela en el aparcamiento y salió del vehículo con paso firme, segura de su papel. A medida que se acercaba a la entrada, los ojos de algunos empleados se posaron en ella. La miraban, pero no de la manera en que lo hacían los hombres en la empresa de César. Aquí, la observaban con una mezcla de curiosidad y respeto. "Perfecto," pensó, "esto va a ser más fácil de lo que imaginaba."Dentro, se dirigió al mostrador, donde una secretaria la observó por un momento.—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la mujer, con una sonrisa cortés.Isabella se presentó con una voz suave y tranquila.
—¡Señorita! ¿Está bien? —dijo alarmado, acercándose rápidamente a ella.Isabella, con una mano en la frente como si tratara de calmar su mareo, respondió con voz suave, casi quebrada.—No... no me siento bien. —Hizo una pausa, como si se estuviera desorientando aún más—. No recuerdo... mi nombre... siento que todo da vueltas...El hombre, visiblemente preocupado, se inclinó hacia ella y le preguntó con suavidad.—¿Cómo te llamas? ¿Te ayudo a llevarte al médico?Isabella, fingiendo confusión, murmuró con voz baja, pero clara.—No lo recuerdo... me siento... muy mal... —su rostro mostró una expresión de aflicción, mientras luchaba por mantener su actuación.El hombre, con un gesto de preocupación genuina, la levantó un poco para estabilizarla. Le pasó un brazo por la espalda y la sostuvo con suavidad.—Tranquila, tranquila, señorita. —La sostuvo cerca de él—. Lo siento mucho, es una pena que el alcohol solo esté en la oficina de seguridad, donde están todas las cámaras...Isabella, escu