Al mirarla, Adam sintió que una ola de calor recorría su cuerpo y recordó que hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer. Desde la desaparición de su padre, hacía poco más de un año, la vida de Adam se había consumido tratando de aclarar el nombre de su padre... su propio nombre. No había tenido tiempo, ni ánimo, para romances.
Pasaban minutos de las diez. ¿Dónde diablos estaba Isabel? Habían quedado en encontrarse a las diez de la noche. En cuanto ella entrara por la puera, la agarraría del brazo y la sacaría de allí. Aquel no era lugar para una princesa. Tenía que haber otra manera de conseguir la información que Isabel buscaba.
Volvió a mirar a la mujer que estaba en el otro lado del salón. Lo atraía como un imán. Ella lo miró, agarró la mano del borracho que estaba a su lado y tiró de él hacia Adam. Adam frunció el ceño. Se preguntaba si habría dado un paso en falso simplemente por mirar a esa mujer. Quizá el borracho era su chulo y lo habían confundido con un cliente. Se puso en pie.
Ella se acercó lo bastante de forma que él podía ver sus labios carnosos pintados de rojo, sus pómulos prominentes empolvados y unos ojos verdes que lo impresionaron. Conocía esos ojos verdes. No eran los ojos de una prostituta... eran los ojos de una princesa. Era Isabel.
Antes que pudiera valorar la situación y salir de su asombro, ella se arrimó a él y presionó su cuerpo íntimamente contra el de Adam.
-Estaba hablando con Willie de mi maravilloso marido, levanto la vista y ahí estás -dijo ella ladeando la cabeza-. Bésame, cariño, y demuéstrale a Willie cuánto te alegras de verme.
Con la mirada rogaba que siguiera el juego y Adam no pudo hacer otra cosa que satisfacerla. En cierto modo, a medida que acercaba sus labios a los de ella, sabía que estaba cometiendo un gran error. Isabel no le había dicho nada acerca de besarla cuando le habló de que tendrían que fingir que estaban casados.
Pero, incluso sabiendo que estaba cometiendo un gran error, Adam no pudo detener la ola de excitación que recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de hacer lo que había soñado durante años. Iba a besar a la princesa Isabel Stanbury.
Tenía la intención de que el beso fuera una simple caricia, un roce suave de sus labios, pero en el momento en que sus bocas entraron en contacto el deseo se apoderó de él. Con el roce de sus senos contra su pecho y el tacto de la suave piel de la espalda de Isabel, Adam se dejó llevar por el beso.
Isabel tenía la boca entreabierta y le rodeaba el cuello con los brazos. Tenía un sabor dulce y más ardiente que en cualquiera de sus fantasías. Al cabo de un momento, que Adam percicbió como una agradable eternindad, ella se separó dando un paso atrás. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos bien abiertos a causa del asombro.
-Yo diría que este hombre se alegra muchísimo de verte -dijo Willie.
Las palabras de aquel hombre rompieron el hechizo que había atrapado a Isabel.
-Adam, cariño, este es Willie Tammerick. Era amigo de mi primo Shane. Willie, este es mi marido, Adam Wilcox.
Adam asintió. No le gustaba la manera en que Willie miraba a Isabel, como si fuera un delicioso placer que estaba deseando probar. Había notado que otros hombres del bar la miraban de la misma manera.
Quería rodearla con los brazos, echarle un abrigo por encima, o hacer todo lo posible para esconder las curvas sensuales que mostraba sin pudor. ¿En qué estaba pensando cuando eligió esas ropas? ¿Y qué diablos se había hecho en el pelo? Le hervía la sangre y no estaba seguro de si era por la irresponsable que había sido ella al elegir esa ropa que llevaba o por el beso que habían compartido.
Rodeó los hombros de Isabel con el brazo y la atrajo hacia sí para dejar claro a todos los hombres del bar a quién pertenecía esa mujer.
-¿Así que eras amigo de Shane? -le preguntó Adam a Williw Tammerick.
El hombre era una especie de comadreja, tenía los ojos bastante juntos, la nariz larga y una barba gris y desaliñada.
-Sí, Shane y yo... estábamos así -dijo juntando los dejos índices-. Pobre Shane, la guardia real lo mató de un disparo como si fuera un maldito perro.
Adam dudaba de que un hombre inteligente como Shane Moore fuera un buen amigo de Willie quien parecía no ser más que un borracho bocazas.
-Me temo que Shane se metió en un asunto complicado -dijo Isabel. -Willie sonrió y un diente roto quedó al descubierto.
-Ahora sí que estará en un sitio complicado a unos metros bajo tierra -su sonrisa se desvaneció al ver que nadie apreciaba su broma-. Vamos a echarlo de menos. Siempre invitaba a un par de rondas.
Miró a Adam. Sin duda estaba esperando a que Adam invitara a una ronda. En cambio, Adam se fijó en un hombre alto y corpulento que llevaba los brazos llenos de tatuajes y no dejaba de mirar a Isabel.
La miraba de aquel hombre irradiaba deseo y Adam se fijó en Isabel, viéndola como una mujer y no como una princesa a quien debía proteger. Una mujer con un cuerpo estupendo y una boca preciosa que nublaba el pensamiento de cualquier hombre. Una mujer que podía causar una pelea en un bar solo con pestañear.
El hombre caminó hacia ellos. Adam se puso tenso al prever que podía haber problemas. Abrazó a Isabel con más fuerza y al ver que el hombre pasaba de largo y se dirigía hacia las meses de billar que había en el fondo del bar, suspiró aliviado. Lo último que quería Adam era una pelea. Lo que quería era sacar a Isabel de allí y evitar tener que pelear por defender su honor.
-Tengo que hablar contigo -le dijo a Isabel. -ella asintió y sonrió a Willie.
-Después hablamos, Willie. Mi hombre quiere pasar un rato conmigo.
¿Su hombre? ¿Dónde diablos había aprendido la princesa a hablar así? Cuando Willie se marchó Isabel sacó una llave del bolso que llevaba.
-Nuestra habitación está en el tercer piso -dijo ella y señaló hacia la puerta trasera del bar-. Todavía no he subido. Déjame que recoja mi bolsa. -se separó de Adam y se dirigió al camarero-. Bart, encanto, ¿puedes darme mi bolsa?
-Por supuesto, muñeca -el camarero sonrió y le guiñó un ojo, después sacó una bolsa de tela y la dejó sobre la barra.
Adam observó cómo flirteaban el uno con el otro y se sintió molesto. Desde el momento en que entró en el bar estaba descentrado. No, no fue desde que entró en el bar, sino desde que vio a Isabel vestida tan sexy y, cuando la besó, perdió definitivamente el juicio.
Se sentía completamente fuera de control y no le gustaba nada. Tenía que recuperar el control. Siguió a Isabel por unas escaleras que conducían hasta las habitaciones y trató de no fijarse en lo ceñida que era la falda ni en cómo se contoneaba su trasero con cada paso que daba.
También intentó ignorar la ola de calor que recorría su cuerpo. No podía hacer aquello. Y ella tampoco debía hacerlo. Aquel sitio era demasiado peligroso, y la ropa que había elegido Isabel y el papel que había decidido representar eran como encender una cerilla en una lata de queroseno. En ese momento, él se sentía como si fuera esa lata de queroseno.
Isabel era consiciente de que Adam estaba justo detrás de ella cuando subían las escaleras. Al entrar en el bar y verlo sentado en el taburete, se quedó sin respiración. En todo el tiempo que conocía a Adam y que habia trabajado con él, nunca lo había visto sin uniforme.
Con los vaqueros negros y la camiseta apretada que resaltaba la musculatura de su torso tenía el mismo aspecto de hombre peligroso que el resto de los clientes del bar. La barba incipiente que oscurecía su mentón le daba un toque aún más peligroso.
Y aquel beso. El calor se extendió por su cuerpo al recordar cómo la había besado Adam. ¿Cuántas veces había soñado con besarlo? Sus fantasías no había hecho más que comenzar a convertirse en realidad.
Nada de lo que había sentido en la vida la había preparado para el intenso placer que sintió cuando Adam la besó. Con aquel beso, él le pedía algo más que los labios, le había cortado la respiración y le había alcanzado el corazón.
Adam no dijo una palabra mientras subían por las escaleras, pero ella notaba que estaba enojado. En el pasado, había trabajado bastantes veces con Adam como para reconocer cuándo estaba enfadado. Pero esa vez, no estaba segura de cuál era la causa de su enfado. Hasta el momento, el plan que habían ideado funcionabada a la perfección.
Cuando llegaron a la tercera planta, Isabel apenas podía respirar. No sabía si era por el cansancio de subir las escaleras o por pensar una y otra vez en el beso que habían compartido. Encontró la habitación y abrió la puerta. No pudo evitar dar un suspiro de asombro. El sitio era un cuchitril. Entraron y Adam cerró la puerta. -¿Qué esperabas? ¿El Ritz? -le preguntó. -Al menos parece que está bastante limpio -contestó ella. Era cierto, la habitación era pequeña y solo tenía una cama doble, una mesilla de noche con quemaduras de cigarro y una silla. La única luz que había era la de una lámpara con la pantalla torcida. La alfombra estaba limpia y la habitación olía a detergente con olor a pino. Isabel entró en el baño. Era pequeño y no tenía bañera, solo un minúsculo plato de ducha, pero también estaba limpio. Se volvió y miró a Adam quien tenía el ceño fruncido. -No está tan mal -dijo ella-. Podía ser peor.
Se incorporó y miró el reloj. Eran casi las dos. A pesar de que era de noche, una luz se filtraba por las cortinas de la ventana. Era la luz del fluorescente que anunciaba el nombre del establecimiento. Miró a Isabel. Estaba profundamente dormida sobre la cama. Tenía la sábana a la altura de la cintura y Adam podía contemplar sus pechos redondeados cubiertos por un camisón de seda lila.Sbía que no debía mirar, pero no podía evitarlo. Mientras dormía, sus rasgos adquirían cierta vulnerabilidad que tenían cuando estaba despierta. Las pestañas cubrían las sombras oscuras que tenía bajos los ojos y su boca estaba entreabierta, como si esperara el beso de su amado. Su piel era apetecible. Frunció el ceño y miró a otro lado. Antes de irse a dormir todo había sido un poco extraño. Adam no había pensado en todo lo que el plan implicaba. Sin duda no pensado en que quizá tuviera que dormir con Isabel. Él se había ido al baño para ponerse unos pantolon
-¿Estás segura de que es prudente que vayamos? Seguramente irán algunos de los detectives reales. No queremos que nos descubran -ella sonrió y lo miró. -No creo que tengamos que preocuparnos porque nos reconozcan. Yo no me parezco en nada a cómo soy, y tú con esa barba tampoco. -lo que no podía decirle era que siempre lo había encontrado terriblemente guapo, pero que la sombra de la barba incipiente en sus mejillas y la ropa que llevaba y que resaltaba los músculos de su cuerpo, hacían que se le cortara la respiración-. Es importante que veamos quién va al funeral, Adam. Puede que esté allí el cerebro de todo el plan de secuestro -dijo ella, trató de no perder la atención. -Lo dudo -contestó Adam, y bebió un poco de café-. Quien se que éstá detrás de este plan es demasiado inteligente como para aparecer y mostrar en público su relación con un camarada fallecido. -Isabel suspiró desanimada. -Es probable que tengas razón. Yo espero... Quiero d
Adam sabía que Isabel lloraba por algo más que por haber perdido a Pam Sommbersby. Él la había observado durantes los dos últimos meses, la había ayudado a buscar al Rey y estaba maravillado por su objetividad, y por la fuerza de voluntad que poseía.Sin embargo, Adam no se había olvidado de que el hombre que buscaban no era solo el Rey de su país, sino también el padre de Isabel. Adam conocía el dolor y el sufrimiento que se siente cuando se pierde a su padre.Las lágrimas de Isabel provenían de lo más profundo de su corazón y él no podía hacer nada más que abrazarla hasta que pasara la tormenta. Al principio trató de fijarse en los alrededores. El callejón era estrecho y olía a basura. Observó los edificios y los garajes, sabía que en uno de ellos se encontraba el coche de Pam Sommersby.
-Realmente no sé que ha pasado -dijo Adam. El dolor inundaba su corazón. Siempre había considerado a su padre como un héroe y Adam no estaba seguro de qué era peor, pensar que se había marchado para siempre o creer que de verdad era un traidor-. Pero te diré una cosa... solo hay dos posibilidades. O mi padre está vivo y es un traidor, o está muerto. -se aclaró la garganta y forzó una sonrisa-. Espero que tú tengas un final más feliz cuando encontremos a tu padre.-Oh, Adam. Lo siento mucho -sus ojos brillaban con empatía. Isabel se puso en pie y se sentó en su regazo. Suspiró y le rodeó el cuellos con los brazos.Apoyó la cabeza en su hombro y lo abrazó con fuerza. Era como si creyera que sujetándolo podría evitar que cayera en el oscuro abismo de sus sentimientos. Y para sorpresa de Adam... funicionó.&nbs
¿Cómo está Dominique? -preguntó Isabel para cambiar de tema. Dominique, la hermana de Isabel, estaba embarazada de seis meses y eso hacía muy feliz a toda la familia real.-Está bien -Josephine dio un suspiro-, Isabel, no he olvidado que no has contestado a mi pregunta. ¿Dónde estás?-No preguntes -contestó mientras oyó que Adam cerraba el grifo de la ducha-. Mamá, no puedo quedarme sentada esperando a que los demás encuentren a papá.-¿No estás haciendo ninguna tontería, verdad?Isabel miró a Adam. Salía vestido con un pantalon corto y de él emanaba un aroma de limpia masculinidad.-Por supuesto que no -contestó Isabel, y no se sorprendió al notar que tenía la boca seca.Nunca había visto un pecho tan fuerte salpiccado por la cantidad justa de ve
-Supongo -contestó él cada vez más enojado. Para él, no había manera de que ella no desentonara. La mujeres entraban y salían de la taberna, pero ninguna era tan guapa, sexy y atractiva como Isabel-. Empiezo a pensar que todo esto es un péridida de tiempo -dijo él.-Eso no es cierto -ella se echó hacia delante para acercarse a él-. Nos hemos enterado de lo de los Patriots, y antes no sabíamos de ellos.-Todavía no sabemos nadaacerca de ellos -susurró Adam-. Ben no ha encontrado ninguna información sobre ellos y ni siquiera sabemos si tienen algo que ver con el secuestro de tu padre -su tono era duro y ella se estremeció al ver el rencor que había en sus palabras. Al momento, él se arrepintió. Pasó una mano por sus cabellos para tranquilizarse y dijo-: Lo siento. No quería hablarte así. Maldita sea, estoy empezando a fr
Isabel notó que se le secaba la boca. Ella sí sabía lo que le gustaría hacer. Quería agarrarlo de la mano y volverlo a meter en la cama. Quería que la besara y que acariciara su cuerpo hasta que ella gimiera de deseo, y que después la poseyera.-¿Qué? -preguntó al fin.-Quiero salir de aquí. -ella lo miró confundida.-¿Qué quieres decir?-Necesito respirar un poco de aire que no sea el de esta habitación o el de esa apestosa taberna. ¿Por qué no nos vestimos, desayunamos y nos vamos al campo? Solo por un par de horas. ¿Qué te parece?De pronto, el ambiente se llenó de tensión.-De acuerdo -convino ella.Mientras se dechaba decidió que ir al campo era una buena idea. Seguramente, el tiempo que pasara fuera de aquella habitación y