Capítulo 6
A Francisco se le puso el ojo claro al ver a Sabrina.

Estaba enfundada en un largo vestido negro ajustado a la cintura, con una abertura lateral dejando ver sus largas y esbeltas piernas al caminar. Su cabello rizado sueldo al natural y sublimemente maquillada resaltando sus ojos y labios. Lucía encantadora.

—¿Sabrina? —se dijo Francisco al verla entrar.

Hernán la tenía al frente y, de inmediato, recordó lo sucedido la noche anterior. Sintió temor y reculó, alejándose. Pero Sabrina ni lo determinó, se fue directo a donde estaba Francisco., se le puso al frente y sin más demandó.

—Devuélveme mi collar de jade.

El hombre, aún entre asombrado y embobado ante la bella chica que ahora era su ex, atinó a preguntar —¿Qué collar de jade?

Ella soltó una risotada sarcástica, ya tenía en mente que él no recordaría ese momento, ya que esa noche, al dárselo, él ni siquiera lo vio, lo puso en la mesa y ahí lo dejó.

—El día de nuestro matrimonio, te regalé un collar de jade, ¿dónde lo tienes? —le siseó.

Francisco recordó que era cierto.

Cuando la salvó, llevaba puesto ese collar de jade y el mismo tenía grabado el nombre de ella.

Francisco, pegándose al respaldo de la silla, miró el hermoso rostro de la mujer y cuestionó:

—¿Solo viniste por el collar de jade?

Sabrina, con los brazos cruzados le dijo:

—No pensarás que vine buscando reconciliación. ¿O sí? —la chica tenía esa mirada insondable que él no conocía y que le molestaba.

—Es mejor que no lo intentes.

Esas palabras la lastimaron… Pero a hoy solo quiere cortar todo lazo con él.

¿De nuevo juntos? ¡Ni en su próxima vida!

Volvió a lo que vino, no quería perder tiempo. Le extendió la mano abierta:

—¡Devuélveme mi collar de Jade!

Francisco le esquivó la mirada para responder:

—Lo tiré a la basura hace mucho.

—¿Qué lo tiraste? —ella estaba petrificada.

¡¿Cómo pudo hacerlo?

Francisco levantó la taza de café de la mesa y con calma tomó un sorbo.

—¿Tú regalas y yo tenía que aceptarlo a fuerza?

Sabrina, con la mirada encendida golpeó la mesa—: ¿Dónde lo tiraste?

El hombre, indiferente se encogió de hombros—: ¡Ni me acuerdo ya!

La chica apretó sus puños con fuerza y ​​lo miró con ira, queriendo matarlo.

Francisco vio esas ganas de matarlo en ella y sintió curiosidad. Era la primera vez que la veía furiosa. Se sostuvieron la mirada el uno al otro, desafiantes, pero ella sonrió maliciosamente:

—Bueno, si en diez días no has conseguido el collar, retiraré la solicitud de divorcio.

Durante el periodo de calma, si uno de los dos no está de acuerdo con el divorcio, puede ir directamente a la Oficina de Asuntos Civiles y retirar la solicitud del divorcio.

Francisco quedó sorprendido y su expresión se oscureció.

Ya sabía que no iba a divorciarse tan fácilmente.

La excusa del collar de jade seguro ya lo tenía planeado desde hace mucho tiempo.

¡Que mujer tan intrigante!

Sabrina con sus brazos cruzados sonrió —¡Mientras no acepte divorciarme, tendrás que mantener a tu amorcito como una vulgar amante, ya que no podrás mostrarla en sociedad!

Con lo enamorado que está de su amante, no querrá que ella derrenga el divorcio.

Francisco le clavó su gélida mirada, se levantó y caminó hasta ella.

Sabrina no pudo evitar ver lo bien que le sentaba aquel traje entallado al cuerpo del atractivo y musculoso hombre. Se agitó, a pesar suyo.

—Voy a divorciarme de todas maneras, eso no lo podrás evitar.

Sabrina levantó las manos recogiéndose el cabello y señalándolo le dijo:

—¡Devuélveme mi collar de jade pronto!, si no lo haces, tu compañía sufrirá las consecuencias!... Y es la única oportunidad que te doy…

Le miró retadora y dándose la vuelta se marchó.

Al terminar las palabras, Sabrina lo miró con advertencia, se dio media vuelta y se retiró de inmediato.

Cundo Sabrina Salió de la oficina de Francisco, frente a ella una mujer se le quedó mirando, y se preguntó:

—¿Esa es Sabrina? —se quedó petrificada al verla bien. Pero lo que vio la enfureció.

—¿Qué haces aquí?

Sabrina levantó sus cejas al ver a Belén Tiburcio, la hija mayor de los Tiburcio, una de las admiradoras de Francisco. Desde que se casaron, ella siempre le buscó problemas.

Sabrina, en su tiempo de esposa la soportaba y se aguantaba hasta sus excesos, solo por complacerlo a él, pero ahora ya no tenía por qué aguantárselas, así que le respondió:

—¡No tengo por qué darte explicaciones!
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