Capítulo 2

​​​​​​​*—Cassie:

—Maldición —gruñó Cassie, entrando con paso firme al edificio de la empresa familiar.

Miró su reloj: estaba a tiempo, pero su incomodidad era palpable. La ropa que llevaba, elegida por su madre, era la causa de su irritación. La falda negra, ajustada y pasada de moda, le llegaba justo por debajo de las rodillas, mientras que la blusa blanca de mangas largas parecía un uniforme de oficinista de otra época. Para rematar, estaba obligada a usar tacones, una tortura para alguien que prefería sandalias o zapatillas. Cassie se sentía como una jirafa en equilibrio precario.

Frente al ascensor, se miró de reojo en la superficie metálica de las puertas. Su cabello castaño recogido en un moño estaba, como de costumbre, en completo desorden. Intentó arreglárselo con frustración, pero terminó empeorándolo.

—¿Por qué tarda tanto esta cosa? —murmuró entre dientes, tamborileando los dedos contra su bolso.

Al no encontrar nada más en qué ocupar su mente, miró a su alrededor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pisó ese lugar, y la sensación de no pertenecer era tan fuerte como siempre.

El eco de unos tacones resonó en el suelo, llamando su atención.

Al girarse, vio acercarse a una pareja. La mujer caminaba con la cabeza gacha, casi como si hubiera recibido un sermón, mientras el hombre caminaba a su lado con una presencia imponente. Cassie no pudo evitar fijarse en él: alto, de cabello oscuro y desordenado, con un aire de despreocupación que le resultaba irresistible.

«¿Por qué siento que lo conozco?», pensó mientras se mordía el labio inferior, analizándolo sin disimulo. La cercanía de la pareja la obligó a darse la vuelta con rapidez, temiendo que la atraparan mirándolo como si fuera una acosadora.

Con el rabillo del ojo, volvió a mirar al hombre. De cerca, su atractivo era aún más evidente. Todo en él, desde la línea de su mandíbula hasta sus intensos ojos azules, gritaba perfección.

—Me duele el cuello —murmuró el hombre, llevándose una mano a la zona afectada.

—Cuando salgamos, le daré un masaje, señor —respondió la mujer, con un tono coquetamente servil.

Cassie rodó los ojos al escucharla, pero no pudo evitar sentir un leve pinchazo de celos irracionales.

—No importa —cortó él con impaciencia—. Cuando termine con Jefferson, me iré y tú me acompañarás.

Cassie, que había tratado de mantenerse al margen, sintió como la tensión de la conversación la atrapaba. Estaba siendo testigo de algo que parecía a la vez privado y extraño. Entonces, una palabra la sacó de sus pensamientos.

«Jefferson», se repitió en su mente.

Ese era el nombre de su padre. ¿Podría estar hablando de él? Bueno, solo había un Jefferson en la empresa y ese era su padre.

Cuando abrió la boca para preguntar, su bolso comenzó a vibrar y a sonar, llenando el pequeño espacio con una música electrónica.

—Dígame —contestó en un susurro, viendo cómo el hombre del ascensor desviaba su atención hacia ella.

Aún no te veo aquí —escuchó la voz firme de su padre al otro lado de la línea.

—Estoy en el ascensor, padre —replicó, rodando los ojos.

Más te vale —respondió él, cortando la llamada sin más.

—Imbécil —murmuró Cassie en voz baja, cubriéndose la boca al darse cuenta de que había hablado demasiado fuerte. El hombre del ascensor la miraba con una ceja arqueada. Ella soltó una risa nerviosa.

El elevador se detuvo, las puertas se abrieron, y Cassie salió apresurada, sintiendo un alivio momentáneo por alejarse de la incomodidad. Cassie se dirigió al escritorio de la secretaria de su padre, pero antes de que pudiera siquiera hablar, ya esta le estaba respondiendo.

—Te está esperando adentro —dijo la mujer, sin apartar la vista de su computadora.

Tomando una respiración profunda, Cassie cruzó las puertas de la oficina de su padre. Allí estaba él, sentado en su silla como un rey en su trono, con las manos entrelazadas y una mirada severa que no necesitaba palabras para transmitir su autoridad.

—¿Qué quieres? ¿Por qué estoy aquí? —preguntó, incapaz de ocultar su frustración.

—Espera a que llegue.

—¿Quién? —preguntó, pero en ese instante, la puerta se abrió nuevamente.

Cassie giró la cabeza y, para su sorpresa, vio entrar al guapo hombre del ascensor.

.

.

.

*—Chris:

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, la chica que estaba a su lado salió disparada como si algo la persiguiera. Chris apenas pudo contener una sonrisa, esperando que tropezara en cualquier momento, especialmente con esos tacones que no parecían ser su fuerte.

Chris salió del ascensor con calma, seguido de su asistente, mientras observaba cómo la joven se dirigía apresurada hacia la secretaria. La chica intercambió un par de palabras con la secretaria antes de abrir la puerta de la oficina y desaparecer al otro lado.

La chica se veía divertida, pero al mismo tiempo, Chris sabía que iba a ser un dolor de cabeza, pero mientras más tonta, mejor, ¿verdad?

Chris se despidió de su asistente con un gesto rápido y continuó su camino hacia la oficina de Jefferson McKay. Su andar era relajado, casi despreocupado, pero su mente estaba procesando lo que acababa de descubrir.

Llegó a la puerta, la abrió y, tras cerrarla detrás de él, encontró a la joven de espaldas. Al escuchar el sonido, ella giró la cabeza y sus ojos verdes, grandes y llenos de sorpresa, se clavaron en él. Chris dejó escapar una leve sonrisa, reconociendo ahora plenamente el rostro que lo había intrigado.

Avanzó hacia ella y tomó asiento a su lado, en uno de los sillones frente al escritorio. Desde esa distancia, tuvo tiempo de analizarla con más detalle. Su atuendo formal no lograba ocultar sus curvas juveniles ni esas piernas largas que, para ser sinceros, habían captado su atención desde el ascensor.

«¿Cómo es posible que una chica que apenas roza los veinte años luzca así?», pensó mientras su mirada ascendía por su figura hasta su rostro. Su cabello castaño, recogido en un moño improvisado, dejaba escapar algunos mechones rebeldes que le daban un aire casual y encantador.

—Buenos días —saludó Chris con naturalidad, y la chica le devolvió un tímido “buenos días” antes de apartar la mirada rápidamente, como si temiera que él pudiera leer sus pensamientos. Chris desvió su atención hacia Jefferson, quien observaba la interacción desde su escritorio—. ¿Cómo estás, Jeff? —preguntó Chris con confianza.

Jefferson hizo una mueca, inclinándose hacia adelante y apoyando las manos sobre la superficie del escritorio.

—He tenido días mejores… —admitió el hombre con un tono serio antes de mirar a su hija, que aún evitaba el contacto visual con Chris—. Ella es mi hija Cassadee —añadió señalándola con la cabeza—. Cassadee, él es Christopher Bryant, un buen amigo de la familia.

Cassadee se giró hacia Chris con una sonrisa tímida, extendiéndole la mano. Chris la tomó suavemente, notando la delicadeza de su piel y las uñas perfectamente cuidadas que llevaban un esmalte rosado.

«Una princesita bien protegida», pensó con cierta burla mientras la soltaba.

—Mucho gusto —dijo ella con voz suave.

—El placer es mío —respondió Chris con un tono que no pudo evitar sonar un poco coqueto.

Jefferson se aclaró la garganta, captando la atención de ambos.

—Como ya sabes, Cassadee es la menor de mis hijas y…—Jefferson se interrumpió a sí mismo y rápidamente agregó—. Bueno, sé que estas cansado por tu viaje de negocios y quizás no debí insistir en que vinieras tan pronto, pero… —comentó mientras se masajeaba el cuello, mostrando una pizca de arrepentimiento—. Tal vez debí esperar antes de citarnos, ¿verdad?

Chris esbozó una sonrisa tranquila.

—¿Esperar? Mientras antes nos conozcamos, mejor —dijo, lanzando una rápida mirada hacia Cassadee, que inmediatamente desvió los ojos con las mejillas encendidas. Chris no pudo evitar sonreír; su reacción lo confirmaba: definitivamente, se sentía atraída por él—. ¿Estás nerviosa? —le preguntó, inclinándose un poco hacia ella solo para molestarla.

—No, no lo estoy —replicó ella rápidamente, aunque su voz la delató—. Es solo que te pareces a alguien que he visto antes —murmuró Cassadee, desviando la vista.

¿Se parecía a alguien que había visto antes? ¿Acaso era idiota? Su padre lo presentó con nombre y apellido y el aspecto de Chris era típico del clan de su familia.

Las cejas de Chris se arquearon y ante su gesto, Jefferson se adelantó a explicarle a su tonta hija.

—Cassie, Chris es el hermano menor de Maximilian, el esposo de Antonella y de Robert, quien estuvo el viernes en casa —explicó Jefferson, pero podía ver que estaba irritado porque su hija actuaba como una tonta.

Cassie lo miró por un momento, como si intentara procesar lo obvio, y luego asintió, finalmente dándose cuenta de la realidad.

«Era increíblemente absurdo», pensó Chris, porque él apenas la había visto una vez, y fue durante la boda de Maximilian. Después de aquel evento, no volvió a cruzarse con ella. Sin embargo, estaban relacionados, ya que Max era el esposo de su hermana mayor. La situación lo desconcertaba: ¿cómo era posible que no lo hubiera reconocido desde el principio?

Antes de que pudiera decir algo más, Jefferson se levantó de su silla.

—Bien, los dejo solos para que puedan hablar —anunció, dirigiéndose hacia la puerta sin esperar respuesta alguna.

Cassadee lo observó salir con cierta confusión antes de volverse hacia Chris, quien sabía perfectamente lo que venía: ella no tenía ni idea de por qué estaba allí, ni del papel que jugaría en el plan de su padre. Y Chris estaba más que dispuesto a explicárselo… aunque quizá no de la forma en que Jefferson lo hubiera imaginado.

—¿Hablar? Hay algo que no me cuadra aquí, señor Bryant —dijo Cassadee, mirándolo fijamente con el ceño fruncido.

— Llámame Chris —Él sonrió de lado, con un tono ligero—. Decirme “señor” me hace sentir viejo, y, además, señor Bryant es mi padre.

Cassadee ni siquiera parpadeó ante su corrección.

—¿Por qué diablos tú y yo tendríamos que hablar? —preguntó con una mezcla de impaciencia y desafío, ignorando deliberadamente su sugerencia—. Aunque quizás nos hemos visto, es la primera vez que te veo directamente y no te conozco, por lo que tampoco quiero hablar contigo —expresó con su tono escuchándose enfadado—. Lo único que quiero es irme a casa, quitarme estas horquillas del pelo y este estúpido traje. Así que, ¡habla ya! —demandó, cruzando los brazos con gesto hastiado.

Chris levantó las cejas, sorprendido, pero también entretenido. Así que la niña no quería rodeos, ¿eh? Bueno, si eso era lo que ella pedía…

—Perfecto, tampoco me gusta andarme con rodeos —dijo con voz firme, fijando su mirada en ella, lo suficiente para hacerla pestañear—. Vas a casarte conmigo, te guste o no, Cassadee.

El rostro de Cassadee se transformó por completo. Sus labios se separaron en un gesto de incredulidad y sus ojos se agrandaron como platos.

—¿Qué…? —murmuró con voz débil, antes de reaccionar por completo—. ¡¿Quién diablos te crees que eres para ordenarme algo así?! —exclamó, levantando una mano para enfatizar sus palabras—. Por si no lo has notado, soy demasiado joven para siquiera considerar casarme. ¡Hace apenas unos meses que terminé la escuela secundaria! ¿Y crees que voy a perder mi tiempo casándome con un viejo…? —Cassie se detuvo, pero ya era demasiado tarde para retractarse—…Marrano, asqueroso, pervertido como tú que probablemente lo tenga caído. Ni siquiera sé quién eres en verdad —le lanzó Cassie—. Y si crees que porque seas el hermano de Maximilian eso te da algún derecho, pues te equivocas, yo no interactúo con mi familia, y mucho menos con mi hermana Antonella.

Chris la miró en silencio, pero sus cejas estaban tan arqueadas que casi parecían llegarle al cabello. ¿Viejo? ¿Marrano? ¿Asqueroso? ¡Eso era pasarse de la raya! Aunque lo de pervertido… bueno, no podía negar esa parte, pero ¿que lo tenía caído?

Su sonrisa se ladeó. Así que la chica estaba insinuando cosas que ni siquiera había comprobado.

«En serio que esta niña me va a dar dolores de cabeza», pensó, divertido a pesar de todo, pero si algo tenía claro, era que él sabía cómo lidiar con chicas testarudas.

Decidió entrar en su juego, sólo para molestarla.

—Si crees que lo tengo caído, ¿por qué no lo compruebas tú misma? —soltó con voz baja, levantándose de su asiento y plantándose frente a ella con las manos en las caderas.

Vio cómo los ojos de Cassadee, por puro reflejo, bajaban hacia su pelvis antes de que ella se diera cuenta y apartara la mirada rápidamente.

—Además… —añadió Chris, sonriendo burlón—, las señoritas educadas como tú no deberían decir esas cosas.

—Pues empieza por entender que no lo soy —Cass desvió la mirada con un leve rubor en las mejillas.

—¿No eres qué? ¿Señorita? —preguntó él, disfrutando de su reacción.

—¡Claro que soy señorita! —exclamó ella, evidentemente confundida y molesta—. Me refería a que no soy educada. Bueno… —se corrigió rápidamente—, sí lo soy, pero no uso mi educación con idiotas como tú.

Chris soltó una carcajada sonora.

—Ah, ya entiendo. Debiste explicarlo antes.

Cassadee entrecerró los ojos, claramente frustrada.

—Eres un imbécil, ¿sabes? —murmuró la chica con una expresión cansada—. No me agradas.

—Eso no me quita el sueño —dijo él, aun riendo—. Pero lo que sí me preocupa es que sigas perdiendo el tiempo —comentó Chris frunciendo el ceño—. Vas a casarte conmigo, y mientras más rápido lo aceptes, más fácil será para ambos.

Cassadee soltó una carcajada.

—No voy a casarme contigo —la chica lo miró directamente, cruzándose de brazos como si con eso pudiera terminar la conversación.

Chris, en lugar de molestarse, sonrió con una mezcla de diversión y desafío. Dio un paso hacia adelante y se inclinó hacia ella, apoyando las manos en los brazos del sillón en el que estaba sentada. La vio encogerse ligeramente, atrapada por su presencia.

—¿Estás nerviosa? —susurró con tono bajo, casi ronco.

—Imbécil —murmuró Cassadee, desviando la mirada mientras sus mejillas se teñían de rojo otra vez—. Cabrón de sangre fría…

—Por ahora, sí —admitió Chris, inclinándose aún más hacia ella—, pero te prometo que cuando estemos en el dormitorio te mostraré lo que es un hombre de sangre caliente.

Cassadee lo fulminó con la mirada, sus labios temblando con una réplica que no lograba formular.

—Pervertido… —murmuró finalmente.

Chris observó sus labios rosados con atención, tentado. No iba a besarla, no todavía, pero la cercanía era suficiente para hacerla tambalear.

—Quédate tranquila —dijo, con una sonrisa maliciosa—. Te aseguro que te haré desear mucho más que solo mis palabras.

Cassadee abrió y cerró la boca varias veces, incapaz de articular palabra. Finalmente, la cerró de golpe, fulminando a Chris con la mirada, pero sin emitir sonido. Él, en cambio, sonrió divertido. Cassadee era un reto, y, además, una chica terriblemente entretenida. Iba a disfrutar cada paso de lo que estaba por venir. Nadie imaginaba cuánto.

La puerta se abrió repentinamente, obligando a Chris a apartarse de Cassadee. Era Jefferson, quien entró con una bandeja en las manos. Chris volvió a sentarse en su lugar, relajado.

—He traído un poco de café. No está muy bueno —admitió Jefferson mientras colocaba la bandeja sobre la mesa y le extendía una taza a Chris—. Ya sabes cómo están las cosas…

—¿Las cosas? —preguntó Cassadee, entornando los ojos mientras miraba a su padre.

Chris llevó la taza a sus labios, probando un sorbo. El sabor era amargo, terroso, pero no dijo nada. Era evidente que el café no era de buena calidad, probablemente el más barato que podían permitirse. Su mirada se desvió hacia Cassadee. Ella claramente no tenía idea de la situación económica de su familia. Esa ignorancia explicaba su actitud despreocupada y rebelde.

—No importa —respondió Chris, inclinando ligeramente la cabeza hacia Jefferson—. Gracias de todos modos.

Bebió otro trago, decidido a no ser descortés con el hombre. Sin embargo, Cassadee, siempre provocadora, lo imitó burlonamente, llevándose su propia taza a los labios y frunciendo el ceño como si fuera a escupir el contenido. Chris la miró de reojo y vio cómo ella apartaba la mirada rápidamente, intentando disimular. Qué infantil era, aunque una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Entonces, ¿qué han decidido? —preguntó Jefferson, mirando directamente a su hija, pero al no obtener respuesta, giró su atención hacia Chris—. ¿Qué ha dicho Cassadee?

Chris la observó por un momento, deleitándose con la tensión en el aire, antes de dejar la taza sobre la bandeja sobre el escritorio.

—Ha dicho que sí —mintió con una sonrisa cínica, disfrutando el espectáculo que estaba a punto de desatarse. Cuando vio la expresión incrédula de Cassadee, agregó—. Es una chica muy simpática, señor McKay. Debería sentirse orgulloso.

—¡Eso no es verdad! —exclamó Cassadee mirando a su padre con los ojos abiertos como platos—. ¡Papá, no puedes obligarme a casarme con este tipo! ¡Es un pervertido! ¿Cómo puedes siquiera pensar en casarme siendo tan joven?

Jefferson se mantuvo inmóvil, con la mirada fija en su hija. Chris, disfrutando del caos, se cruzó de piernas, relajándose en su asiento como si estuviera viendo una película.

—Cassadee… —intentó llamarla su padre con voz baja, pero ella lo interrumpió.

—¡No puedes pretender esto! Sé que no he sido la mejor hija y tal vez he cometido errores, pero… ¡Esto es un castigo! —gritó, con lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos para luego dejar la taza junto a la de Chris—. ¡¿Cómo puedes hacerme esto?! —gritó lanzando las manos al aire.

Jefferson apretó los labios, exhaló profundamente y alzó la voz.

—¡Silencio! —ordenó, su tono cortante como un cuchillo. Cassadee se detuvo en seco, mirándolo espantada—. ¡Es una orden!

—¿Me estás ordenando que me case con él? —preguntó ella en un susurro, incrédula—. ¿Qué clase de padre eres?

—Uno cansado de tus constantes desafíos —le soltó Jefferson a Cassadee, con un tono seco y cortante. Chris observó cómo la chica lo miraba, con el dolor reflejado en sus ojos, como si esas palabras la hubieran herido más de lo que esperaba.

Jefferson suspiró profundamente y se pasó una mano por el rostro, intentando calmarse. Una sonrisa amarga apareció en sus labios antes de continuar:

—Esto es por tu bien, Cassadee —dijo, dejando escapar una carcajada que carecía de humor—. Míralo de esta forma: si no te casas con Christopher, puedes ir despidiéndote de todas tus comodidades. No voy a seguir manteniendo a una hija que hace lo que quiere y vive desafiándome. Si no aceptas, tendrás que buscarte la vida por ti misma. Quizás podrías trabajar… no sé, como bailarina. Siempre fuiste buena para bailar, ¿no?

—¿Me estás amenazando? —preguntó Cassadee con la voz rota, mirándolo fijamente.

—Llámalo como quieras —dijo Jefferson con un suspiro resignado.

Cassadee se levantó de golpe. Sus manos estaban cerradas en puños, los nudillos blancos de la fuerza con la que apretaba. Chris pudo ver cómo sus uñas se clavaban en las palmas, seguramente lastimándose.

—¡¿Cómo puedes hacerme esto a mí?! —gritó, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¡Soy tu hija! ¿Acaso no te importo?

Jefferson la miró con frialdad, una expresión sin emociones que decía más de lo que cualquier palabra podría transmitir. Cassadee abrió la boca, boquiabierta, como si no pudiera procesar lo que veía. Estaba destrozada.

Chris sintió una punzada de incomodidad al verla así. Por un instante, quiso levantarse, consolarla, decirle algo para calmarla, pero se contuvo. Esto es algo que tiene que enfrentar sola, se dijo a sí mismo.

Cassadee se giró hacia él, buscándolo con la mirada, pero lo único que encontró fue la expresión impasible de Chris. Entonces, con un movimiento decidido, se dirigió hacia la puerta.

—Cassadee… —murmuró su padre.

Cassadee no lo escuchó. Abrió la puerta con un golpe seco y salió de la oficina, cerrándola de un portazo que hizo temblar el marco. Chris sonrió mientras la veía irse. Cuando volvió la mirada hacia Jefferson, el hombre se masajeaba la frente, agotado.

—Tu hija tiene carácter —comentó Chris con tono despreocupado.

—Ya lo habrás notado —respondió Jefferson con una mirada cansada, como diciendo: ¿Apenas te das cuenta? —. Aun así, va a ser difícil convencerla —señalo el hombre.

—Déjame eso a mí —dijo Chris, poniéndose de pie con tranquilidad. Ajustó los puños de su camisa y se estiró ligeramente, sintiendo el peso de un largo día de negociaciones.

Jefferson sonrió de forma aprobatoria, un gesto que indicaba que confiaba en que Chris cumpliría con lo prometido. Chris le devolvió la sonrisa y, sin más, se dio la vuelta para dar por terminada la reunión.

—Bueno, ha sido un placer, pero es hora de irme —comentó con una ligera mueca de cansancio. Después de un largo viaje de negocios, lo único que quería era descansar.

Camino hacia la puerta, su mente ya enfocada en lo que vendría. No importaba cuánto se resistiera Cassadee, él sabía que sería solo cuestión de tiempo para que ella aceptara lo que el destino le tenía preparado.

Al salir, cerró la puerta con suavidad y respiró hondo.

La guerra apenas comenzaba.

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