*—Cassie:
Una adolescente que vivía al máximo se encontraba con los audífonos puestos, tarareando al ritmo de la música que salía del reproductor mientras cantaba a todo pulmón.
Sobre su cama, Cassadee McKay bailaba con entusiasmo, ignorando cualquier preocupación. Cada giro y salto desentonado la hacía sentir más libre, aunque en el fondo esperaba que nadie la descubriera; la última vez había roto los resortes de su cama anterior por hacer lo mismo.
La canción terminó justo cuando unos golpes resonaron en la puerta de su habitación.
—¡Cassadee! —llamó una voz femenina desde fuera, acompañada de insistentes golpes.
Cassadee, apodada dulcemente como Cassie, se quitó los audífonos cuando volvió a escuchar su nombre y los golpes en la puerta una vez más.
—¡Voy! —respondió Cassie con fastidio, bajándose de la cama de un salto y lanzando su reproductor de música junto con los audífonos hacía la cama.
Al abrir la puerta, se encontró cara a cara con Abby, el ama de llaves de la familia. La mujer, siempre impecable y con una expresión serena, arqueó una ceja al verla.
—¿Qué pasa, Abby? —preguntó Cassie ladeando la cabeza.
—Tu padre quiere que bajes —informó Abby con dulzura, aunque su sonrisa escondía cierta preocupación.
Cassie se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.
—¿Mi padre quiere verme? —preguntó Cassie dudando y sonrió—. ¿Por fin soy su hija favorita? —cuestionó esta vez con sarcasmo.
Jefferson McKay no solía mostrar interés por su hija menor. Siempre decía que era una chica rebelde y complicada, algo que Cassie no podía negar del todo. Entre ambos había una distancia palpable, un abismo de indiferencia que ninguno parecía dispuesto a cerrar.
—Si, mando a llamarte, así que si pudieras…—comenzó a decir Abby, pero Cassie la interrumpió.
—No voy a bajar, Abby —dijo finalmente, acompañando sus palabras con una sonrisa resignada.
El ama de llaves suspiró y la miró con tristeza. Abby sabia como funcionaba todo en la casa, tenia años con ellos y era obvio que sabía la relación tóxica que tenían su padre y ella.
—Cassadee, es tu padre —le recordó Abby—. Si él no da el primer paso, haz tú el esfuerzo, ¿sí? —sugirió en un tono conciliador.
La chica soltó una risa seca, incrédula ante la idea.
—Abby, por favor. Ya sabes cómo son las cosas aquí. Lo mejor para todos es que nos ignoremos.
Abby no insistió, pero su mirada reflejaba decepción. Se limitó a asentir y se retiró, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
Cassie volvió a la cama, colocándose nuevamente los audífonos, segura de que su decisión no tardaría en traer consecuencias. Y, como esperaba, no pasaron ni cinco minutos cuando la puerta volvió a abrirse, esta vez de forma brusca.
—He mandado a llamarte —anunció la voz grave de su padre.
Jefferson McKay entró a la habitación con su presencia imponente, vestido como siempre en un traje oscuro que acentuaba su autoridad. Sus ojos verdes la miraban con severidad.
—¿Qué deseas, padre? —preguntó Cassie, esta vez adoptando un tono más comedido. Recordó brevemente las palabras de Abby: “Haz tú el esfuerzo”.
—Te pedí que bajaras a cenar —replicó Jefferson, sin perder la compostura.
—Y Abby me lo comunicó, pero si estabas tan cerca, ¿por qué no viniste tú mismo a decírmelo? —respondió Cassie con sarcasmo, una chispa de desafío en su mirada.
Su padre entrecerró los ojos, claramente irritado.
—Eres insolente.
—Soy tu hija —contestó ella, encogiéndose de hombros.
El silencio que siguió fue tenso. Finalmente, Jefferson esbozó una sonrisa gélida, más un gesto de advertencia que de humor.
—Hay alguien que quiero que conozcas. Te sugiero que bajes antes de que te arrepientas.
—¿Y si no lo hago? —inquirió Cassie, cruzándose de brazos.
Jefferson giró sobre sus talones, pero se detuvo ante su desafío.
—¿Disculpa?
—No pienso bajar si lo que me espera es otro de tus “amigos” que no pueden dejar de babear por cualquier chica menor de veinte.
La tensión en el aire se hizo palpable. Jefferson dio un paso hacia ella, y Cassie retrocedió instintivamente. Sabía que estaba cruzando la línea, pero la ira hacia su padre era más fuerte que el miedo.
—Jeff —intervino una voz femenina desde la puerta.
Ambos giraron la cabeza para encontrarse con Alice McKay, la madre de Cassie. La mujer entró con calma, irradiando una serenidad que contrastaba con la atmósfera hostil del cuarto.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Alice, mirando primero a su esposo y luego a su hija.
—Papá quiere que baje a cenar para conocer a uno de sus vejestorios —dijo Cassadee con sarcasmo.
—¿Vejestorios? —repitió Alice, ocultando una sonrisa mientras miraba a Jefferson.
—Ella no entiende el concepto de respeto —respondió Jefferson con sequedad.
Alice le lanzó una mirada significativa antes de dirigirse a su hija.
—Baja, Cassie. Por favor. Solo esta vez.
Cassie quiso objetar, pero la mirada implorante de su madre la desarmó. Finalmente, asintió.
Cuando sus padres salieron de la habitación, dándole una ultima orden de que se pusiera ropa respetable. Cassie revisó su armario en busca de algo apropiado. Su ropa habitual, compuesta de prendas ajustadas y reveladoras, no era precisamente “respetable”.
Después de un rato, encontró un vestido blanco que nunca había usado, regalo de una amiga. Se lo puso, junto con unas sandalias a juego, y arregló su cabello castaño claro dejándolo suelto y trató de ocultar con maquillaje las ojeras bajo sus verdes ojos.
Cuando llegó al salón, todas las miradas se posaron en ella. Sin embargo, sus ojos se dirigieron de inmediato al hombre sentado junto a su padre. No era ningún “vejestorio”, como había imaginado, sino un hombre joven de cabello negro e intensos ojos azules.
La tensión del momento se rompió cuando Jefferson habló:
—Cassadee, él es alguien muy importante para nuestra familia.
Cassie entrecerró los ojos, aún reacia, mientras el desconocido la observaba con una intensidad que la incomodaba.
—Ella es mi hija menor, Cassadee —anunció Jefferson, señalándola con cierto orgullo mientras miraba al hombre frente a ellos.
—Un placer, Cassadee —respondió el hombre con una sonrisa carismática, la clase de sonrisa que sabía derretir corazones y que claramente utilizaba como arma. Sus ojos azules y expresivos se clavaron en los de ella por un instante que pareció eterno—. Soy Robert Bryant.
—¿Bryant? —repitió Cassadee, frunciendo ligeramente el ceño.
Robert asintió con una calma imperturbable.
—Soy el hermano mayor de Maximilian—respondió sin vacilar, haciendo que el rostro de Cassie cambiara al instante. Claro, ahora todo tenía sentido: la razón por la que el apellido sonaba conocido y por qué aquel hombre tenía un parecido innegable con el esposo de su hermana mayor.
«Con razón se parece tanto a Maximilian», pensó, desviando la mirada rápidamente.
Sin embargo, mientras observaba de reojo, no pudo evitar notar las diferencias. Robert tenía una presencia mucho más relajada, incluso amigable, y había algo en su porte que lo hacía más atractivo. Era como si llevara un aire de rebeldía bajo la formalidad que se esperaba de él. Y Cassie no pudo evitar pensar que eso era peligrosamente sexy.
—Un placer —dijo ella finalmente, esbozando una sonrisa educada. Su tono era cordial, no porque realmente quisiera serlo, sino para demostrarle a su padre que podía comportarse como toda una dama cuando se lo proponía.
Robert inclinó ligeramente la barbilla en forma de saludo. Cassie notó entonces un detalle que no había visto antes: su cabello estaba recogido en una coleta baja y llevaba unas pequeñas argollas doradas en cada oreja. Ese pequeño toque rebelde hizo que sonriera sin querer.
—Cuando me preguntaste si estábamos en casa, pensé que vendrías con Christopher para hablar de ya sabes que —comentó su padre, retomando una conversación que claramente ya habían iniciado antes de que ella llegara.
—Mi hermano está fuera de la ciudad en estos momentos —respondió Robert con naturalidad—. Por eso vine solo.
—¿Cuándo regresa? —insistió Jefferson, frunciendo el ceño—. Cuando hablé con él ayer, no mencionó nada sobre salir de viaje.
Robert se encogió de hombros con una sonrisa evasiva.
—Tal vez se le olvidó.
Cassie, que había estado escuchando en silencio, se sintió ligeramente confundida. Recordaba un poco los hermanos del esposo de su hermana mayor, pero solo los había visto el día de la boda de esta. Había estado tan poco interesada que no le había visto bien las caras a estos. Así que Cassie trató de pensar en quien era Chris exactamente. Lo que no entendía era, ¿qué había de interesante en él como para que su padre insistiera tanto en el tema?
—Ya lo llamaré para hablar con él —concluyó Jefferson, claramente insatisfecho con la respuesta.
—Eso será lo mejor —admitió Robert, pero entonces su mirada se dirigió hacia Cassie, quien sintió cómo una inexplicable tensión se colaba en el ambiente. Había algo en la seriedad de su expresión que la inquietó, aunque no supo definir por qué.
En ese momento, Robert se puso de pie.
—Será mejor que me marche —dijo Robert abruptamente.
—Pensé que te quedarías a cenar y que luego podríamos hablar un poco —protestó su padre con un tono más hospitalario.
—Sí, pero recordé que tengo asuntos pendientes —replicó Robert. Aunque su tono era despreocupado, su expresión traicionaba un ligero nerviosismo.
Cassie no pudo evitar preguntarse qué estaba ocurriendo realmente.
¿Por qué el hombre parecía tan ansioso por irse? Y, más importante, ¿por qué había venido en primer lugar? Para colmo, su madre había permanecido distante durante toda la conversación, sentada en un rincón con una expresión de tristeza que solo la hacía sentir más confundida.
Cuando Robert se marchó acompañado por su padre, las sospechas de Cassie aumentaron. Algo estaba pasando, algo grande, y nadie parecía dispuesto a decirle qué era.
Justo entonces, las gemelas Brianna y Shanna entraron en el salón, radiantes como siempre. Shanna se acercó a Cassie con entusiasmo, tomándola del brazo.
—¿Viste qué guapo era? —dijo con ojos brillantes.
Cassadee se rio, incapaz de contenerse. Claro que había notado lo atractivo que era Robert. Incluso ella, que tenía un alto estándar de cinismo hacia los hombres, no podía negarlo.
—Sí, se ve muy bien —admitió, intentando sonar casual.
—¿Bien? ¡Es guapísimo! —exclamó Shanna, casi saltando de la emoción.
Las gemelas comenzaron a intercambiar opiniones sobre Robert, completamente absortas en su conversación, pero Cassie las ignoró. En lugar de eso, fijó su atención en su madre quien permanecía callada mientras tenía una expresión preocupada.
Cuando decidió levantarse para acercarse, su padre apareció de repente, bloqueando su camino con una expresión severa.
—Te quedas ahí —ordenó con un tono que no dejaba lugar a discusión.
Cassie volvió a sentarse de mala gana, fulminándolo con la mirada.
—No entiendo por qué estás tan rebelde últimamente —le espetó Jefferson, señalándola con un dedo acusador—. Ese hombre es uno de los Bryant y te comportas como una niña maleducada. Va a pensar que no te hemos enseñado modales.
—¡No hice nada! —protestó Cassie, sintiendo cómo la indignación comenzaba a hervir dentro de ella.
—Tú nunca haces nada—replicó su padre con sarcasmo—. Te quiero el lunes en mi despacho, temprano.
—¿Es una orden? —preguntó ella, levantando el mentón con desafío.
—¡Sí! —respondió Jefferson, lanzándole una mirada gélida antes de marcharse.
Cuando la puerta del estudio de su padre se cerró con fuerza, su madre se acercó, acariciándole el cabello con gesto maternal.
—No le hagas caso—murmuró Alice con una sonrisa cansada.
—¿Qué está pasando, mamá? —preguntó Cassie, intentando encontrar respuestas en los ojos de su madre.
Alice negó con la cabeza, esquivando la pregunta.
—Solo… escúchalo esta vez. Haz lo que dice tu padre, por favor —le pidió, antes de retirarse para ir detrás de su esposo. Las gemelas intercambiaron miradas con ella y se encogieron de hombros para luego ir hacia las escaleras, desapareciendo en estas.
Cassie se quedó sola en el salón, sintiendo cómo las piezas del rompecabezas giraban en su mente sin encontrar un lugar al que pertenecer. Había algo más detrás de todo esto, algo que su familia no quería decirle. Y, de alguna manera, estaba segura de que Robert Bryant era parte de ello.
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*—Chris:
Habían pasado varios minutos desde que aterrizó el avión y Christopher Bryant caminaba junto a su asistente hacia el vehículo privado que ya lo esperaba.
El día había sido extenuante, y su cuerpo lo sentía. La espalda le dolía, y el cansancio acumulado tras un fin de semana revisando informes y proyectos pesaba como una losa. Debería haber estado descansando, disfrutando de un poco de paz, pero el trabajo siempre tenía la última palabra. Soltó un suspiro de resignación al recordar que, en lugar de ir directo a su cama y perderse entre las sábanas, tenía que asistir a una reunión urgente con un hombre que, en su opinión, era un completo imbécil.
Cuando llegaron al auto, el chofer abrió la puerta trasera con eficiencia. Chris se deslizó al interior, seguido de su asistente, Tiffany, quien se sentó a su lado con una Tablet en las manos. Apenas se acomodó en el asiento, recostó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos por unos segundos mientras sentía cómo el auto arrancaba suavemente.
Si hubiese sido cualquier otro asunto, habría cancelado sin pensarlo dos veces y habría puesto rumbo directo a su apartamento, pero con Jefferson McKay, un socio clave en los negocios familiares, no podía darse ese lujo.
—Señor —la voz de Tiffany interrumpió sus pensamientos, obligándolo a abrir los ojos.
Giró la cabeza hacia ella, arqueando una ceja. Esperaba que no le soltara otra bomba como una reunión inesperada o un cambio de horario. No tenía ni la paciencia ni las fuerzas para más.
—¿Qué pasa? —preguntó, con un tono más seco de lo que pretendía.
La mujer le mostró una sonrisa educada antes de responder:
—Podemos llamar al señor McKay y reprogramar la reunión, si lo desea.
Por un instante, la idea fue tentadora, pero Chris negó con la cabeza casi de inmediato.
—No importa. Mientras más temprano salga de esto, mejor —expresó con firmeza, consciente de que la reunión con el señor McKay era crucial. Aquella negociación era la llave para que sus planes finalmente comenzaran a despegar.
—¿Está seguro? —insistió Tiffany, con una mezcla de preocupación y cautela en la voz.
Chris soltó un resoplido, acompañado de una sonrisa irónica. Claro que estaba seguro. Nunca en su vida había tenido tanta claridad sobre lo que debía hacer. Esto no era opcional; era un paso indispensable, y no había margen para fallas.
—Ya lo he dicho —murmuró, con los ojos cerrados nuevamente.
El auto volvió a sumirse en un cómodo silencio, pero su asistente no tardó en romperlo otra vez:
—¿Está bien? No parece estarlo, señor.
Chris entreabrió los ojos y dirigió una mirada escéptica hacia ella. Aquel comentario lo tomó por sorpresa, aunque no del todo. Sabía que su aspecto no era el mejor en ese momento. Los días sin dormir bien, las reuniones interminables y el estrés acumulado habían dejado su huella. Bajó la mirada hacia el dispositivo electrónico que ella sostenía y, sin querer, sus ojos se desviaron hacia el escote que asomaba tras los botones abiertos de su blusa.
Una media sonrisa se dibujó en sus labios. Si no estuviera tan agotado, probablemente la situación habría escalado de otra forma.
—Solo tengo sueño —respondió con sinceridad, reprimiendo un bostezo.
—¿Por qué no intenta descansar un poco, señor? —sugirió la mujer, inclinándose ligeramente hacia él—. Podría tomar una pequeña siesta. Aquí.
Chris levantó la mirada hacia su rostro con curiosidad, notando cómo se señalaba el regazo. Un gesto demasiado evidente. Arqueó las cejas, divertido, y dejó escapar una suave risa.
—¿Estás segura de que no te molesta? —preguntó con tono juguetón, aunque ya sabía la respuesta.
Tiffany negó con la cabeza rápidamente.
—Para nada, señor. Necesita descansar.
Sin más preámbulos, Chris se acomodó y recostó la cabeza en el regazo de su asistente. Cerró los ojos, dejando que el constante ronroneo del motor y la comodidad del asiento lo envolvieran en un capullo de tranquilidad. Apenas un instante antes de sucumbir al sueño, su mente divagó hacia lo que le deparaba el futuro.
Esta vez, los planes que tenía cuidadosamente preparados no solo eran ambiciosos, sino también inevitables. Estaba decidido a llevarlos a cabo, sin importar los obstáculos.
*—Cassie:—Maldición —gruñó Cassie, entrando con paso firme al edificio de la empresa familiar.Miró su reloj: estaba a tiempo, pero su incomodidad era palpable. La ropa que llevaba, elegida por su madre, era la causa de su irritación. La falda negra, ajustada y pasada de moda, le llegaba justo por debajo de las rodillas, mientras que la blusa blanca de mangas largas parecía un uniforme de oficinista de otra época. Para rematar, estaba obligada a usar tacones, una tortura para alguien que prefería sandalias o zapatillas. Cassie se sentía como una jirafa en equilibrio precario.Frente al ascensor, se miró de reojo en la superficie metálica de las puertas. Su cabello castaño recogido en un moño estaba, como de costumbre, en completo desorden. Intentó arreglárselo con frustración, pero terminó empeorándolo.—¿Por qué tarda tanto esta cosa? —murmuró entre dientes, tamborileando los dedos contra su bolso.Al no encontrar nada más en qué ocupar su mente, miró a su alrededor. Había pas
*—Cassie:Unos días después, Cassie estaba en el centro comercial con sus mejores amigas. Les había contado todo por teléfono, y ellas, las únicas que realmente comprendían su dolor, eran con las que podía hablar sin sentirse juzgada.Su familia, especialmente su padre, había sido tan injusto con ella. Recordaba claramente lo que sucedió cuando fue a verlo a su oficina. Había sido el más cruel de todos. Sabía que había sido una hija difícil, pero eso no justificaba que él la empujara a un matrimonio con un desconocido, mucho menos con alguien tan arrogante y detestable como Christopher Bryant.Se sentía devastada. Había aprendido a tolerar las constantes peleas con su padre, sus malos humores y su odio palpable, pero nunca pensó que él llegaría tan lejos solo para castigarla. En su mente solo rondaba una pregunta: ¿Por qué ella? ¿Por qué no elegía a alguna de las gemelas? Brianna o Shanna, sus hermanas mayores, serían felices casándose con ese tipo.«Bueno, no es que tampoco est
Se vistió con un vestido que había comprado en una tienda aquella tarde. Le llegaba más arriba de las rodillas y llevaba la espalda al aire. Cuando su padre lo viese, iba a desaprobarlo, aunque estaba segura de que Chris lo convencería, ya que era un pervertido y cuando estuviesen a solas, porque sabía que su familia la dejaría sola con Chris, este se aprovecharía para molestarla y tocarla.Se dio una mirada rápida en el espejo, comprobando su pelo suelto y su maquillaje antes de salir de su habitación. Bajó las escaleras hacia la sala, era un fastidio tener que cenar con su familia y con Chris, pero si no lo hacía tendría que escuchar los sermones de sus padres y no estaba de humor para tratar con ellos.Una vez estando en la sala, vio que Chris ya había llegado, estaba sentado solo en un sofá y hablaba con su padre, que tenía un vaso en la mano, supuso que sería brandi, su padre no bebía otra cosa que esa asquerosidad. Siguió mirando por la sala. Las gemelas y su madre estaban sentad
Cassadee miró con fastidio a Chris. Era un chicle en un zapato. Además de ser un pervertido, se burlaba de ella a cada rato que podía. Tenía ganas de golpearlo, pero se contuvo todo lo que pudo. Lo menos que quería era tener que escuchar la voz de su padre hablándole m****a. Quería estar tranquila hoy, iba a soportar a Chris por unas horas. Podía con esto.Miró como Chris dejaba la copa en el suelo y luego se acercaba a ella, inclinándose un poco. Cassie se echó hacia atrás mientras lo miraba con las cejas arqueadas. ¿Que estaba pensando aquel imbécil hacer?Cassie se sobresaltó cuando sintió una de sus manos en su mejilla. En serio qué estaba tratando Chris de hacer, ¿acaso iba a besarla? Cassie fijo su mirada en los labios de Chris, tenía debilidad por las sexys bocas y está definitivamente era una boca sexy. Tenía el labio inferior un poco más relleno que el superior y m****a, tenía que admitir que tenía ganas de tirar de él con sus dientes.Chris bajo la cabeza, acercando su boca a
Unos días después…Cassadee estaba tirada encima de la cama, era un día de esos en los que uno estaba aburrido y no encontraba nada que hacer. Había husmeado en las redes sociales, hablado con algunos conocidos y, aun así, se sentía aburrida. Quizás debería leer algún libro. Aunque talvez podía irse de compras. Necesitaba ropa nueva.Se quitó los shorts y la franela que tenía puesta, cambiándolos por unos jeans ajustados y una blusa blanca. Se calzó los pies con unas botas negras y salió de su habitación a hurtadillas. Una vez fuera de la casa, se encontró con el chofer de su padre. Él era su amigo, siempre la ayudaba a escaparse de la casa.El hombre la dejó en el centro comercial y Cassie se dio la vida comprando cosas nuevas. Ya cuando llevaba más de 5 bolsas llena de ropa en los brazos, decidió pararse a comer algo. Además de que sus brazos estaban algo cansados por el peso de las bolsas.Entró en un café y se acercó a una mesa. Tomó asiento y dejó las bolsas en el suelo. Una camar
Tenía que ir a la casa de sus suegros a cenar aquella noche. Cassadee se vistió bien para la ocasión, la verdad era que le hubiese gustado vestirse para dar mala impresión, como siempre hacía, pero por alguna razón decidió ser decente. Además, no conocía a los padres de Chris y no sabía si eran malas personas como su hijo, así que había optado por unos jeans negros, una blusa de color blanco y unos zapatos negros planos. Algo simple, pero se sentía cómoda.Ahora estaba sobre su cama husmeando en las redes sociales mientras esperaba a que Chris viniese a buscarla. Un toque en la puerta le hizo dejar su móvil. Cuando fue a abrir, se encontró con su madre.—Chris esta abajo—dijo su madre quien la miró con las cejas arqueadas, estaba segura que era por su vestimenta, era muy raro verla con pantalones largos.Cassie asintió y se volvió hacia la cama, tomó su móvil el cual entró en un bolsillo de sus pantalones para luego salir de la habitación y seguir a su madre a la planta baja. Cuando ba
La velada en casa de los Bryant fue cansina. Cassie se sentía muy cansada. Tratar de Chris era cansino y no podía ni imaginarse como seria si se casaba con él. Sentía su cuerpo ardiendo de deseo y solo había sido toqueteada un poco por él. ¿Qué pasaría cuando completaran el set?Tragó nerviosa. Estaba tan acalorada.Cassie soltó un suspiro mientras entraba en casa. Mientras se acercaba a subir las escaleras, su madre la interceptó. Parecía como si la mujer observara cada movimiento de ella, ¿acaso los estaba observando por la ventana o algo así?—¿Cómo te fue con los Bryant?—preguntó su madre con aspecto interesado.Ella se encogió de hombros. No podía decirle todo lo que había pasado en casa de los Bryant, eso era cosas personales de esas personas.—Bien—dijo Cassie. La velada no había estado tan mal, excepto por la intromisión de aquella mujer, pero después de todo, la señora Bryant no era una mala mujer.Su madre arqueó las cejas.—¿Te ves un poco acalorada? ¿Acaso paso algo?¿Qué i
Al día siguiente, era un martes sin nada que hacer. Los proyectos de su empresa estaban movilizándose y él no tenía ya que meter sus narices en ello, sus empleados se estaban encargando. Necesitaba salir de su oficina un rato, el tapiz de las paredes le estaba resultando cansino. Amaba trabajar, pero a veces esto se volvía tedioso. Necesitaba diversión, molestar a alguien. Sonrió. Ya tenía en mente a quien iba a molestar esa tarde con su presencia....Se miró en el espejo de su baño mientras se tocaba los labios. Había besado a muchos chicos, pero solo habían sido besos fríos, con Chris había sido diferente, sus labios habían sido suaves y deliciosos. Cuando se habían besado en el centro comercial, solo había sido jugando y no había sentido nada, pero ayer, se relamió los labios, había sigo genial, tener su lengua dentro de su boca. Deseaba eso otra vez.—No, no puedo desearlo—dijo en voz alta mientras le daba la espalda al espejo y comenzaba a pasarse la toalla por el cuerpo.Su ca