—Le dices que pagaré el cinco —dijo la madre de Emely mientras escribía una lista en la hoja de papel.
Emely tragó en seco, mordió su labio inferior e inclinó la mirada.
—El señor Francisco dijo que no nos fiaría una cosa más —replicó Emely—, es mejor que esta vez vayas tú.
La mujer soltó un gruñido.
—Sólo dile lo que dije —regañó—, le voy a pagar el cinco. La empresa ha demorado en pagarnos.
—Mami —llamó la chica—, no nos dará nada.
—¿Entonces qué vamos a hacer? —La mujer dejó de escribir en el papel—, ¿piensas aguantar el día de hambre?, ¿y qué haremos con tu hermana?, ¿pasará el día en blanco mañana?
Emely sintió que un nudo se creó en su garganta. Su mandíbula comenzó a temblar y respiró hondo para controlar las ganas de llorar.
—Le dices que lo anote a la cuenta, que yo en la mañana pasaré a hablar con él —informó la mujer mientras le pasaba el papel.
La jovencita lo tomó y pasó una rápida mirada por la lista.
—Falta la cartulina —comentó Emely—, mañana debo llevarla para la clase de artística.
—Cierto, cierto. Cartulina, ¿y qué más? —su madre tomó rápidamente el papel y comenzó a escribir—; ¿no debías llevar unos marcadores?
—El señor Francisco no vende marcadores.
—Pero su esposa sí, ve a la papelería y le dices que te los fíe, que lo anote a la cuenta.
“Que lo anote a la cuenta”, Emely odiaba esas palabras.
—Ella no fía, ma...
La mujer volvió a gruñir.
—¡Claro que sí!, ¿en dónde crees que compré la calculadora que debías llevar? —Cuestionó la mujer con voz áspera—, toma —volvió a pasarle el papel—, ya sabes: que lo ponga en la cuenta.
Emely apretó con fuerza el papel en sus manos y dio media vuelta en la sala, buscó con la mirada sus viejas sandalias negras y las encontró debajo de la mesa donde su hermana de tres años comía un puré de papa. Rápidamente las tomó y se las puso.
El reloj colgado en la desgastada pared blanca marcaba las siete y media de la noche.
Al salir de la pequeña vivienda, Emely bajó los dos escalones y se encontró con una calle bastante concurrida, en la esquina había un parque donde unos adolescentes jugaban fútbol en una cancha.
En la carretera los carros iban y venían, creando un ruidoso sonido de bocinas y motores. A veces los peatones esquivaban a la jovencita al cruzarse en su camino.
La mente de Emely recreaba una y otra vez la escena donde ella llegaría a la tienda y los viejos ebrios que pasaban la noche en el estadero comenzaban a llamarla, a gritarle piropos sucios y enfermos, la desnudarían con la mirada y ella debería soportar todo eso en silencio.
Vio en la esquina la tienda y bar, la música era bastante fuerte y las mesas se encontraban atiborradas de botellas de cerveza y los hombres reían y conversaban. Vio a un grupo de jóvenes en una mesa y dos de ellos jugaban a pulso.
Emely entendió que una jovencita de quince años, que llevaba una minifalda, no pasaría desapercibida de aquel grupo de borrachos y tampoco del tendero; ese que cada vez que la veía le proponía sexo a cambio de cancelar la larga cuenta que su madre tenía allí.
Sus pasos se volvieron lentos, inseguros. Se detuvo antes de cruzar la carretera principal. Un camión pasó a gran velocidad, haciendo que el cabello castaño claro de Emely revoloteara y algunos mechones cayeran encima de su rostro.
Rápidamente, Emely quitó los mechones de cabello de su cara y volteó a mirar hacia los lados, cerciorándose que no hubiera algún vehículo cerca. Cruzó y se acercó con mucha rapidez a la tienda.
Fue cuestión de segundos para que los hombres la vieran entrar. Los silbidos y los piropos emanaron. Algunos gritaban o carcajeaban mientras la comían con los ojos.
Para ningún hombre que pudiera ver, era evidente que Emely era muy hermosa: de piernas largas, unas hermosas curvas y una forma de andar que emanaba seducción al caminar.
El rostro de Emely se enrojeció y apretó con fuerza su mandíbula, de hecho, su respiración se contuvo sin darse cuenta.
Estando frente a la tienda, un viejo gordo, con una prominente barriga se acercó al mesón y desplegó una gran sonrisa ladeada.
—Buenas noches, señor Francisco —saludó Emely intentando no sonar nerviosa.
—Dime que ya traes mi paga —arremetió el hombre con una voz ronca.
—Hum… no —soltó la joven con nerviosismo—, pero mi mamá dijo que pagará todo el cinco —aclaró con afán—, que la empresa se ha atrasado con el pago, pero que ya le pagarán, en serio.
El hombre soltó una pequeña risa sarcástica.
—Bueno, entonces esperaré al cinco —dijo mientras apoyaba un codo al mesón de madera—. Dile a tu mamá que le fiaré cuando cancele la cuenta.
—Pe-pero... señor… por favor.
—¿Ya pensaste en lo que te dije?
La respiración de Emely nuevamente se contuvo y su rostro se volvió algo sombrío.
—Tú puedes ayudar a tu mamá.
Emely se volvió muda. Estaba perpleja, sus manos sudaban y temblaban.
No… quería… estar en ese lugar.
Un joven que llevaba puesta una chaqueta negra se posó a la derecha de Emely, interrumpiendo por completo la conversación entre ella y el tendero.
—Buenas noches —saludó al tendero—, una cerveza, por favor.
El hombre con un rostro serio y un tanto amargado se dirigió a buscar la cerveza.
Emely no sabía quién era aquel joven, pero, deseaba que se quedara a su lado hasta que el tendero le diera su pedido.
Por un momento subió la mirada por encima de su hombro y vio a un joven alto, de cabello negro y con piel un poco bronceada por el sol. Se veía mucho mayor que ella, debía tener alrededor de unos veinticinco años.
—¿Te estaba molestando? —preguntó el joven.
Aquello sorprendió a Emely, ¿acaso se dio cuenta de lo que estaba sucediendo? ¿No se posó a su lado por casualidad?
—Eres la amiga de Diana, ¿no? —dijo el joven.
—Ah… ¿Diana? —Emely lo miró fijamente un tanto dudosa.
—Eres la chica que llegó hace dos días a mi casa para hacer un trabajo con Diana.
Y fue ahí donde Emely lo recordó, él debía ser Ian, el hermano mayor de Diana; ella hablaba mucho de él. Lo fastidioso que era y las muchas discusiones que tenía con su madre. Llevaba dos meses viviendo en la casa y, según Diana, por su culpa el hogar se volvió un infierno.
—Sí, soy amiga de Diana —respondió Emily.
No se consideraba amiga de esa chica. Desde que Diana cambió los nombres en el examen para ganarse la nota de Emely, supo que era alguien que deseaba tener a metros. Por su culpa casi perdió la materia de economía.
—¿Ese viejo te estaba molestando? —preguntó Ian.
Emely bajó por un momento la mirada, no quería hablar de sus problemas con un desconocido.
—La cerveza —dijo el tendero poniendo la botella fría sobre el mesón frente a Ian.
El joven rodó una butaca alta de madera y se sentó en ella, prácticamente custodiando a Emely de aquel depravado que intentaba aprovecharse. Tomó un tragó de su cerveza mientras pasaba una mirada por Emely.
Aquello molestó al señor Francisco, que por momentos rebuznaba al darse cuenta que ya no podría seguir el tema si estaba aquel tipo pendiente de la chiquilla.
—Bien, dame la lista —ordenó el hombre mientras extendía la mano izquierda.
Emely le pasó con rapidez el papel, aliviada al saber que no se iría con el estómago vacío la mañana siguiente.
El hombre comenzó a poner tomates, cebollas, huevos y otras cosas más encima del mesón.
—¿En qué curso estás? —preguntó Ian.
—Décimo —respondió Emily confundida, ¿acaso no sabía que estudiaba con su hermana?
—¿Cómo te llamas?
—Emely.
—Soy Ian.
—Lo sé —informó la joven.
—¿Sí?
—Diana habla mucho de ti.
Ian soltó una pequeña risita mientras negaba con la cabeza.
—Me imagino las cosas que te ha dicho de mí —soltó con un tono decepcionado.
—Te odia.
—Como todos en esa m*****a casa —bufó Ian y después le dio un trago a su cerveza.
Emely no necesitaba que le contaran mucho para darse cuenta que Ian era la oveja negra de la casa. Todos parecían tenerle envidia, ¿y quién no? Era hijo único de un hombre millonario que recién había muerto de un ataque al corazón y le dejó toda su herencia.
La madre del joven creyó que metiéndose con un hombre soltero y viejo podría quedarse con toda su fortuna al darle un hijo; pero se decepcionó y lo dejó al enterarse que el padre de Ian solo le daría estudios y una buena crianza a su hijo, al parecer sabía la calaña de mujer que tenía. Desde ese momento la señora odió a su exesposo y a su primogénito.
Dañó su figura con el embarazo y culpó a Ian de toda su desgracia. Pero dos años después de separarse de su esposo se casó con un viejo que más o menos podría darle la vida que ella quería, le dio dos hijos, pero al tenerlos ya no podía darse todos los gustos que deseaba. Se dio cuenta que aquel hombre no tenía mucho dinero, de hecho, entre más pasaban los años, menos dinero entraba en la casa.
Por lo que Emely sabía (que era casi toda la vida de esa familia) ahora la madre de Ian lo atosigaba con que debía darle parte de la herencia que le dejó su padre, ya que ella “le había dado la vida” y solo con ese hecho ya tenía una gran deuda con ella. Emely sabía que esa mujer no se quedaría tranquila hasta quitarle el último peso que su hijo mayor tenía.
—¿Por qué vives con ellos si tratan tan mal? —eso era lo que deseaba preguntarle a Ian, pero no era capaz de decirlo.
El señor Francisco comenzó a sacar la cuenta de toda la compra, extendió la bolsa a Emely y sacó una libreta en mal estado con hojas arrugas, buscó la cuenta entre el montón de números y tachones, hasta llegar a una suma bastante extensa en la cual, al final, donde parecía que no cabía un número más, escribió una cifra que le pareció muy elevada a Emely.La jovencita notó que hacía falta la cartulina y los marcadores.—Señor Francisco —llamó la joven—, ¿no tiene marcadores y cartulina?—Sabes que yo no vendo eso.—Pe-pero, su esposa sí.El hombre dejó salir un bufido y alzó la mirada de la libreta.—Esa es mi esposa y ella no fía —aclaró de mala gana—. Eso ya te toca comprarlos.Emely acentuó con la cabeza, sus mejillas se ruborizaron en gran manera y sentía un impulso de salir corriendo de aquella tienda.—Dile a tu mamá que, si mañana no me paga, ni se aparezca por aquí, que vea cómo come en estos días —gruñó el hombre—. Lo único que hace es pedir y pedir, pero no paga.—Sí, señor —
La joven entró a la casa de Diana, arrastrándola de un brazo. Al estar en la sala decidió dejarle las cosas claras.—Deja de estar insinuándole cosas, por favor, te ves muy regalada y de paso me haces ver a mí igual —regañó—. Yo no quiero nada de tu hermano, ni siquiera me interesa y mucho menos soy su amiga, así que deja eso ya. Si tanto quieres sacarle algo, díselo, pero no me incluyas.—Ay, deja de regañarme —pidió Diana—. Qué grosera eres.—¿Es que no te das cuenta la vergüenza que me has hecho pasar?, claro, como no fuiste tú, no te importa para nada.En aquel momento entró Ian, hablaba por celular y se dirigió hasta las escaleras que comunicaban el segundo piso, subió y estuvo allí por unos minutos.Emely se sentó en un sofá blanco, sacó de su bolso una libreta cuadriculada y comenzó a pasar las hojas, mientras, Diana se dirigió a la cocina, según ella, para traer una limonada que estuvo preparando.Ian bajó las escaleras con una maleta de color negro, se detuvo al ver a Emely b
—Emely —llamó Ian de repente.La joven tragó el pedazo de carne que estaba mascando, preocupada por su expresión seria.—¿En qué horarios puedes ir a mi apartamento? —preguntó el joven.—Bueno… —Emely lo pensó dos veces antes de responder— después de clases, pero en unas dos semanas salgo de clases, así que estaré libre todo el día.—No te preocupes de ir todo el día —tranquilizó el joven—. Puedes ir unas horas al día, yo prácticamente no estoy en casa, así que sólo limpias y ya.Eso no le estaba gustando a Emely, no le beneficiaba en lo absoluto. Su rostro la delató.—Pero te pagaré el salario completo, el justo —aclaró Ian al verla con aquel semblante preocupado.—¿El… completo, el mínimo? Ian, tampoco, —soltó una risa de vergüenza— no te preocupes.—Dices que lo necesitas, ¿no?—Sí…—Irás todos los días, es lo justo —apoyó sus brazos en la mesa—. Tengo un gran desorden en mi apartamento en este momento, sabes que volví a mudarme y en dos meses… bueno… No soy la persona más organiza
—Mamá, sabes que si dejo de trabajar volveremos a llenarnos de deudas —informó Emely, sin dejar de ver su plato de comida—. Ian ha sido muy bueno conmigo.—Lo sé, y le agradezco muchísimo —aceptó la mujer—. Pero sabes que no me gusta para nada que estés trabajando, quiero un mejor futuro para ti. Mírame, ¿qué tal que no hubiera buscado otro empleo? ¿Qué tal que me hubiera quedado limpiando baños en aquella empresa? Cuando yo había hecho mi técnico, sólo porque una vez no encontré trabajo y me resigné a quedarme en ese lugar… Por eso te digo, hija, necesitas algo mejor.A Emely le gustaba que su madre estuviera tan positiva gracias a su nuevo trabajo, pero sabía que aquella mujer era impulsiva. Ella no podía arriesgar su trabajo, no jugaría con la economía de su casa. Gracias a esa estabilidad podían pagar la guardería donde su hermana era bien cuidada mientras ellas trabajaban, gracias a eso podían comer dignamente y dormir tranquilas en las noches.—Voy a estudiar en la universidad,
Sus embestidas se volvieron más firmes y ella jadeaba y se retorcía. Sus piernas comenzaron a temblar y tuvo que bajarlas de los hombros de Ian. Él hizo que se pusiera boca abajo e hizo que subiera un poco sus caderas. Desde allí, tenía una vista completa de todo su cuerpo delgado; y esos glúteos con los que tanto había fantaseado y que fueron la fantasía de varias de sus noches solitarias.Puso sus manos en sus glúteos y los apretó con fuerza, después le dio una nalgada e invistió su vagina. Ella soltó otro grito.—¡Ian, me encanta, me duele, pero me encanta! —Exclamó Emely—. Es una de mis fantasías, deseaba algo como esto…Ian la tomó del cabello y mordió una de sus orejas. Sacó su pene lentamente y lo introdujo con fuerza.—¿Te refieres a esto? —le susurró en su oído.—¡Sí, sí! —respondió ella entre un jadeo. Pronto la vagina de Emely se acomodó al grosor del miembro de Ian y ella no sintió tanto dolor. Siguieron comiéndose a besos, Ian le enseñó a la joven a moverse, para poder
Era la primera vez que Emely detestaba que fuera sábado por la mañana y estar frente a la puerta del apartamento de Ian abriéndola.En la sala estaba Ian esperándola en el mueble de color crema, aun vestido con su pijama y con un rostro serio.—¿Por qué no respondiste mis llamadas? —preguntó.La joven sintió su rostro palidecer y tragó en seco. Caminó hasta la mesa de cristal y dejó las llaves sobre ella.—¿Por qué no viniste a trabajar en la tarde? —Inquirió Ian con tono de regaño—, ¿por qué no me avisaste que no llegarías?—Yo… estaba ocupada con… el… tema del grado —respondió.—Te llamé cuatro veces y no devolviste mis llamadas.—Lo siento.—Te quedé esperando toda la tarde —dijo Ian sonando mucho más serio.—Lo siento, yo… Ian, es muy extraño que me llames y…—Por esa misma razón debiste llamarme, ¿no crees? —La miró fijamente—, ¿es que no querías hablar conmigo?, ¿es eso? —se levantó del mueble—, ¿me estás evitando?Ian miró fijamente a Emely a los ojos, algo que la intimidó en g
Los días siguieron transcurriendo como de costumbre. Pero, Ian llegaba bastante temprano al apartamento y la lograba encontrar antes de salir. Él le pedía que se quedara a cenar con él y lo hacían mientras veían alguna película.Ian estaba muy cariñoso con ella. Se sentía con la confianza suficiente con ella y la besaba, acariciaba y, cuando ella menos pensaba, comenzaba a comerla a besos, hasta arrastrarla a la cama para hacerla gemir hasta que se saciaba.Claro, Emely le encantaba todo esto. Se sentía como una mujer mayor, alguien totalmente diferente y que estaba aprendiendo cosas que nadie imaginaría que ella fuera capaz de hacer. Era la mezcla de una joven tímida e inocente de día y una mala y pervertida de noche.Se sentía más entusiasmada por ir al apartamento de Ian y tomaba cualquier excusa para quedarse a esperarlo. Su orgullo hacía que se mintiera con la más tonta excusa, y, de hecho, se las decía a Ian. Él la contemplaba con una sonrisita y le seguía el juego. El sábado I
Para las personas que tenían dinero, parecía que todo era muy fácil. Para lo que Emely era un problema, para Ian solía ser una pequeñez que podía solucionar; como pedirle sus datos personales para poder pagar la inscripción en una universidad costosísima.Para ella, el problema no consistía en pagar la inscripción sino en cómo pagaría la matrícula.—Entonces, debes llevar la carpeta con los papeles mañana, para que termines de inscribirte —decía Ian mientras leía el paso a paso—. ¿Quieres que te acompañe? Podría darte un recorrido por el campus; tengo tiempo que no voy por allí.Emely no le prestaba atención porque su mente únicamente pensaba en cómo pagaría la matrícula.—Emy, Emy —llamaba Ian mientras la veía fijamente.Ella salió de sus pensamientos y parpadeó dos veces.—¿Qué te sucede? —Indagó Ian—. ¿No te emociona el que ya tengas asegurada la universidad?—Ian… yo no puedo estudiar allí —sacudió la cabeza—. Es… imposible.La sonrisa de Ian se descompuso y arrugó su entrecejo.—