Capítulo 4

—Mamá, sabes que si dejo de trabajar volveremos a llenarnos de deudas —informó Emely, sin dejar de ver su plato de comida—. Ian ha sido muy bueno conmigo.

—Lo sé, y le agradezco muchísimo —aceptó la mujer—. Pero sabes que no me gusta para nada que estés trabajando, quiero un mejor futuro para ti. Mírame, ¿qué tal que no hubiera buscado otro empleo? ¿Qué tal que me hubiera quedado limpiando baños en aquella empresa? Cuando yo había hecho mi técnico, sólo porque una vez no encontré trabajo y me resigné a quedarme en ese lugar… Por eso te digo, hija, necesitas algo mejor.

A Emely le gustaba que su madre estuviera tan positiva gracias a su nuevo trabajo, pero sabía que aquella mujer era impulsiva. Ella no podía arriesgar su trabajo, no jugaría con la economía de su casa. Gracias a esa estabilidad podían pagar la guardería donde su hermana era bien cuidada mientras ellas trabajaban, gracias a eso podían comer dignamente y dormir tranquilas en las noches.

—Voy a estudiar en la universidad, claro que lo haré —informó Emely—, de hecho, con el colegio hicimos un recorrido por unas universidades y escogí una, me inscribí la semana pasada, Diana también lo hizo y otras amigas más. Pero mami, no voy a dejar de trabajar con Ian, me gusta ese trabajo, ¿en qué lugar encontraré oportunidad de estudiar y ganar tan bien? Sólo estoy demorando dos horas de mi día limpiando su apartamento y la mañana del sábado para lavar su ropa. Él está encantado conmigo, no se demora en pagarme y eso a mí me fascina. Porque hasta puedo utilizar su computador e impresora para hacer mis trabajos, dime, ¿en qué lugar voy a ganar el salario mínimo sólo por trabajar dos horas?

Su madre quedó pensativa, parecía que había razonado con aquella explicación.

—Hija, ¿y no será que ese muchacho gusta de ti? —inquirió la mujer—, porque, mira, tú lo has dicho, ¿en dónde pagan así? Prácticamente tú medio limpias y ganas bien.

—No, mami —Emely negó mientras sonreía—. Ian no me ve así. Por ahí me enteré gracias a Diana que él tiene sus… fantasmonas, no sé si las lleva al apartamento, porque nunca las he visto.

—Válgame Dios, menos mal. ¿Sabes lo terrible que sería eso? Cuando eso pase, renuncias.

—¿Ves? Mira que en casi un año no me he topado con ninguna. Ian es un hombre muy respetuoso, ¿no crees?

—Pues sí, hija, pero, aun así, ten cuidado. Sobre todo, sigue las órdenes de él cuando te dice que no llegues muy temprano en vacaciones, no sea que te topes con una… de sus fantasmonas y se te dañe el trabajo por eso.

—¿Por qué se dañaría el trabajo por eso? —se preocupó Emely.

—¿Serás tonta, niña? —la señora terminó de mascar y tragó—, si te dice que no llegues muy temprano es porque lo puedes descubrir haciendo algo impropio. Imagínate que abres la puerta de su cuarto y lo encuentras con su novia, ella cree que eres su amante porque ¿no te has visto en un espejo? Eres linda, joven, ¿crees que creería que eres su empleada? Terminarías dañando su relación y él muy enojado te despide. Tú me dices que con ayuda de ese trabajo tan flexible que tienes es que podrás estudiar en la universidad y seguir teniendo esta economía tan estable, eso dejaría de suceder si te encuentras a esos fantasmones que él esconde cuando tú no estás.

Un mes después:

Emely se encontraba muy concentrada terminando de hacer un trabajo en el computador de Ian. Esa semana terminaba su último año escolar y ese era el último trabajo que le dejaron en el colegio, así que pondría toda su dedicación en hacerlo bien y tener una nota perfecta. Se sentía sentimental por dejar el colegio, que en dos semanas tomara grado. 

No se dio cuenta que el reloj ya marcaba las siete y media de la noche. Con Ian tenía acordado que ella podía quedarse en el apartamento hasta las seis y media si necesitaba hacer algún trabajo en el computador. Pero esa tarde, como nunca, a Emely se le había olvidado poner una alarma.

Al ya haber acabado de imprimir el trabajo, graparlo y meterlo en la carpeta blanca, escuchó que se abrió la puerta. Su corazón se aceleró y sus manos comenzaron a temblar. A su mente llegó como un disparo la advertencia de su madre.

No podía perder su trabajo por la novia de Ian, no pondría en riesgo su economía y su universidad.

Corrió a esconderse con sus cosas en el primer lugar que encontró: el baño del cuarto de Ian. El peor lugar para esconderse. 

Al estar allí, escuchó que una risita de mujer resonó por todo el lugar. Era cierto, Ian tenía fantasmonas que llevaba a su apartamento. Pronto, la voz de la mujer se escuchó en el cuarto.

Emely tapó con sus manos su boca para no hacer ningún ruido. La voz de Ian y de la mujer se escuchaban bajo, como si tuvieran una conversación cualquiera. De pronto, todo se formó en una discusión.

—¡Sé muy bien que tienes otra! —gritó la mujer.

—¿Cuál otra?, ¿de qué estás hablando? —replicó Ian.

—¡Yo lo sé, yo vi entrar a otra mujer aquí!

—Ya te dije que mi empleada es joven, por favor, si quieres ven un día cualquiera y la encontrarás.

—¿Así que me engañas con tu empleada?

—¡Por Dios!, ¡¿cómo se te ocurre?! —se exaltó Ian—, sólo sabes hablar vacuencias.

—¿Me estás llamando bruta?

—Claro que no… Por favor, razona, ¿con quién te voy a engañar?, lo único que hago en mi día a día es trabajar, trabajar y trabajar. Los fines de semana siempre estoy contigo, ¿es o no es así?

—¿Y por qué, entonces, no me dejas revisar tu celular?

—Porque esa es mi privacidad. Tu verás si no me crees. ¡Ya estoy harto, me cansé de tus celos!

Emely apretó con más fuerza su boca al escuchar que la conversación subió mucho más de tono. Comenzó a presentir que aquello terminaría mal a escuchar que algo se rompió, algo de vidrio. La voz de Ian se escuchaba más furiosa que nunca, gritaba con mucha fuerza. La estaba corriendo de su apartamento.

Ahora mucho menos tenía posibilidad de salir de su escondite, no como terminaron las cosas. ¿Tendría que quedarse allí toda la noche? Pero… Ian en cualquier momento iba a abrir la puerta del baño y la descubriría. 

El silencio reinó y los minutos comenzaron a transcurrir, las piernas de Emely se estaban acalambrando por la mala posición en la que se encontraba agachada en aquel lugar.

Estiró las piernas al saber que no importaría si hacía ruido, Ian no estaba en el cuarto. Estaba refunfuñando porque sabía que al día siguiente le tocaría recoger todo el desastre que dejó la exnovia celosa y posesiva de Ian.

El sueño la estaba atrapando al ya haber pasado un largo tiempo allí. Terminó enviándole un mensaje a su madre, mintiéndole que dormiría en casa de Diana. Ese año que había pasado terminó haciéndose muy amiga de ella. No sabía cómo, pero ahora eran casi que inseparables, claro, Emely siempre mantenía una distancia al no contarle casi nada de su vida, Diana era una chismosa de primera, pero le agradaba mucho.

Se acomodó y respiró hondo. Estaba armando su plan. Cuando Ian se durmiera, ella saldría del apartamento. Ahora debía esperar a ver en qué momento a ese hombre le daba sueño.

Escuchó que su celular vibró, revisó y vio que era Iván, enviándole una foto del calendario. En una semana era el cumpleaños del joven, la obligó a comprarle unos zapatos deportivos que él siempre quiso, ya que, él le compró en su cumpleaños número diecisiete el vestido que ella había visto una vez que salió con él.

Dejó salir un suspiro al recordar que las cosas con él iban bastante bien: no tenía novia, parecía que él gustaba de ella al tener tan bonita relación, ¡pronto sería su novia! Estaba deseando que llegara el día que entregaran los resultados del examen de admisión en la universidad, era aspirante en la universidad en la que estudiaba Iván. Ya se imaginaba siendo novia de él y teniendo citas en aquel campus. 

La puerta se abrió, iluminando todo su interior. Emely rodó la mirada llena de mucho miedo. Ian, estaba ahí, frente a ella ¡y en interiores!

—¡Emely! —gritó el joven.

La chica soltó un grito y cerró la puerta. Había visto a Ian casi desnudo.

—¡Emely, ¿qué haces ahí escondida?! —preguntó Ian al otro lado de la puerta.

—¡Lo siento, perdóname! —suplicó llena de miedo—. ¡Se me pasó el tiempo haciendo un trabajo y cuando escuché que abriste, me escondí para no darte un malentendido con tu visita! ¡Por favor, perdón, yo no quería quedarme tanto tiempo en tu apartamento!

—Sal, ¿cuánto tiempo llevas ahí?

—Pe-pero, tú estás…

Ya me vestí. Puedes salir —informó Ian—. ¡Por Dios, ¿cómo pudiste soportar tanto tiempo escondida en el baño?!

Emely abrió la puerta con mucho nerviosismo y se posó frente a Ian, que ya se había cambiado con una bermuda gris, aún seguía descamisado, pero ella ya estaba acostumbrada a verlo así los sábados por la mañana.

Ian tenía un muy buen cuerpo, de hecho, desde que lo conoció, le pareció un hombre bastante apuesto. No le sorprendía que sus novias fueran tan celosas, debían cuidar a un buen prospecto como lo era Ian: amable, cariñoso, con dinero y apuesto, prácticamente los hombres como él ya no existían.

Emely pasó la mirada por la habitación, se espantó al ver que, lo que se había roto la novia del chico era el vidrio del portarretrato del padre de Ian. Ese era el tesoro más preciado que él tenía.

Corrió hasta él y sacó el portarretrato de los vidrios rotos.

—Emely, espera, cuidado te cortas —dijo Ian.

—No puede ser… —soltó la joven— Ian, la foto de tu padre. ¿Cómo pudo hacerle eso?, ¡no!, ay, se rayó, el vidrio quitó parte del color.

—Tengo la original de esa, no te preocupes —Ian se acercó a ella y tomó el portarretrato—. Hace un año que mi padre murió.

—Lo siento mucho, Ian.

—Ella lo aventó, sabía que eso me enojaría. ¿Crees que hice bien en correrla? Creo que fui muy agresivo con ella.

—Oye, ella lanzó el portarretrato de tu padre. Merecía más que una echada de tu apartamento, si hubiera sido yo, por cómo te estaba hablando, la hubiera tomado por los pelos y así es como la sacaría de aquí. ¿Cómo se le ocurre meterse con las cosas valiosas que tienes?

Ian estaba sonriendo mientras observaba la foto. Pero, aunque sonreía, Emely sabía que estaba sumamente triste.

—¿Ese moretón te lo hizo ella? —preguntó mientras llevaba una mano a la mandíbula del joven.

—Sí… Pero, no es nada.

—Está loca, te pegó. Ian, te golpeó y feo…

—Sí, está completamente loca. No sé cómo la soporté por dos meses. Mis amigos me lo decían, que no me juntara con ella. No sabía cómo terminarle, después del mes, se volvió tan posesiva que no sabía cómo decirle que no iba en serio con ella.

Ian dejó la foto encima de una pequeña rinconera, salió de la habitación, seguido por Emely. El joven se dirigió a la sala de estar donde estaba tomándose unas cervezas.

Ella sabía que sería una noche larga, él estaba destrozado. Comenzó a escuchar música mientras bebía sentado en el sofá de color crema. Emely, mientras, recogió los pedazos de vidrio de la habitación.

No sabía qué hacer, estaba en medio de la noche, sola, en el departamento de su jefe, él estaba embriagándose y ella, descaradamente, había pensado en pedirle un aventón hasta su casa, pero sabía que ahora era imposible. No tenía dinero para tomar un taxi y su madre pensaba que ella estaba en casa de Diana. No podía llegar donde Diana porque ella estaba en una fiesta.

Se acercó a Ian y se sentó a su lado, sin saber cómo pedirle que la dejara dormir en el cuarto de invitados.

—¿Cómo te va en el colegio? —preguntó Ian, tomó un trago de su bebida.

—Muy bien, esta semana termino clases —respondió.

—¡Vaya!, ¡cómo se va el tiempo! —dijo Ian—. Cuando te conocí eras una chica de quince años, y ahora ya te vas a graduar de bachiller, ¿piensas ir a la universidad?

—Claro que sí, dentro de poco me darán los resultados del examen, soy aspirante.

—¡Wao!, ¡qué bien! —soltó Ian—. Siempre supe que tendrías un buen futuro, tengo mucha fe en ti, Emely.

Ella le sonrió y agradeció. Se acomodó en el mueble, sintiéndose ahora con más confianza.

—¿Por qué te quedaste tanto tiempo en el apartamento?, hoy es jueves, prácticamente ya no dan clases los últimos días en el colegio y tú tienes el año ganado.

—El único lugar donde puedo hacer mis trabajos es aquí. Es la última nota de todo el año, es importante.

—Las últimas notas no son importantes, claro, si eres buena estudiante —explicó Ian—. Y sé muy bien que tú eres la mejor de tu clase, de seguro te graduarás con honores.

—Para mí es importante, es la última nota de toda mi vida como estudiante de bachiller —aclaró Emely.

—¡Sabía que eras una nerd! —se burló Ian— Le tienes cariño a las notas, por favor —soltó una carcajada.

—No te burles —gruñó Emely.

—Dime, ¿qué hace una chica que se va a graduar haciendo un trabajo final? Tienes el año ganado con honores. De seguro en este momento todos tus compañeros deben estar disfrutando, celebrando que se van a graduar.

—No soy de fiestas —confesó Emely—. No me doy mucho en esos lugares.

—¿Y cómo harás en la universidad?

—¿Por qué?

—En la universidad es donde te sentirás obligada a ir a las fiestas —confesó Ian—. Con mi grupo de amigos, cada vez que se finalizaba un semestre, celebrábamos con una fiesta donde se nos olvidaba hasta cómo nos llamábamos.

—Qué bien.

—¿Qué bien? —Ian volvió a carcajear—, Emely, estás muy joven, ¿cuánto es que tienes?, ¿no es para esta fecha que cumples años?

—Ya cumplí.

—Claro que no, todavía faltan unos días, ¿es la otra semana?

—Ian, cumplí la semana pasada diecisiete años —explicó Emely.

—¡Rayos, volví a olvidarme de tu cumpleaños! —soltó el joven—. De verdad lo siento, confundo tu cumpleaños con el de Iván, no sé por qué.

—Nuestros cumpleaños están cerca, es por eso.

Siguieron conversando y poco a poco, Emely decidió unirse a él con las bebidas. Era la primera vez que tomaba cerveza y le gustó el sabor, era dulce, al menos, esa que Ian estaba bebiendo.

—Está muy buena —dijo ella al acabarse la primera—. Ya veo el por qué a la gente le gusta tomar.

—¿Esto? —preguntó Ian—, esto es para pasar el rato, Emely, no pienso embriagarme con esto. ¿Quieres beber de verdad?

—Pues… —Emely lo pensó—, ¿por qué no? Nunca lo he hecho. Y acabé de cumplir años y me voy a graduar, debería celebrar, ¿verdad?

Ian le sonrió emocionado. Se dirigió a la cocina y después volvió con una botella de licor y dos vasos de vidrio. Los puso frente a ellos, en la pequeña mesa de cristal.

—Es raro que vaya a embriagarme contigo —chistó Ian.

—¿Porque soy tu empleada? —indagó ella.

Ian borró su sonrisa y volteó a verla.

—No, —replicó él bastante serio— es porque eres la mejor amiga de mis hermanos, quienes son prácticamente mis enemigos —volvió a sonreír—. El que seas mi empleada es irrelevante, Emely. No te veo como menos por eso, ¿sí?

—Entiendo, gracias —dijo ella—. Has sido muy amable conmigo, Ian.

—Cierto, hace un año que nos conocimos —Ian comenzó a echar licor en los vasos—. Hay muchas cosas por las que debemos celebrar, ¿no crees?

—Tienes razón —aceptó Emely tomando uno de los vasos.

—Pensaba que esta noche iba a ser una m****a —confesó Ian—. Pero si tengo tantas cosas que celebrar contigo, será una de las mejores noches.

Los dos bebieron hasta el fondo sus vasos y Emely arrugó en gran manera su rostro.

—¡Es muy fuerte! —gritó.

Ian soltó una carcajada.

—Pero es bueno, ¿no? —le dijo a la chica.

—Sí, ¡quiero otro!

—Oye, despacio, no sea que te termines volviendo loca.

Los dos soltaron una carcajada. Así siguieron celebrando. Ian pidió varias pizzas, más cerveza y una picada de carne.

Las horas comenzaron a transcurrir y la noche se volvió más oscura. Emely, que ya se sentía mareada, comenzó a hablarle a Ian de toda su vida, sus amores y desamores, algunas frustraciones que había tenido y otras cosas más que eran bastante absurdas.

—Yo no sé bailar —confesó—, ¿puedes creer que en toda mi vida sólo he tenido un solo novio? Y eso fue a los trece años. Mi madre creía que yo iba a ser sumamente rebelde, pero entré a cursar séptimo grado y todo cambió, ¡puf!, me dediqué cien por ciento a mis estudios. Nunca he vivido la vida.

Emely tomó un tragó y volvió a arrugar el rostro.

—Creo que ya estás un poco fuera de tus cabales —se burló Ian—, mejor come algo de carne, para ver si se te pasa.

La joven estiró su mano, tomó un tenedor y comenzó a jugar con él, tratando de elegir un trozo. Volteó a mirar a Ian.

—Juguemos a verdad o reto —convidó ella bastante sonriente.

—Me parece bien —aceptó el joven.

—Bien, yo comienzo —Emely se acomodó en el mueble, bastante cerca de Ian—. ¿Verdad o reto?

—Verdad.

—¿Qué pensaste la primera vez que me viste?

—¿Esa vez en la tienda?

—Sí, cuando me viste el rostro.

—Que eras muy hermosa.

Emely carcajeó avergonzada.

—¡¿En serio?! —interrogó.

—Sí, y que necesitabas ayuda —dijo Ian—. ¿Verdad o reto?

—Verdad.

—¿Qué pensaste esa vez que te pregunté por tu cumpleaños?

—¿Ahorita?

—No, hace un año.

—Uh… no me acuerdo bien —Emely quedó un poco pensativa. Sonrió—. Ah… que gustabas de mí.

—No estabas equivocada —confesó Ian—. Desde que te vi me gustaste, tienes una personalidad tan madura para tu edad, Emely. Me confundes, sé que eres mucho más joven que yo, en ese tiempo estabas muy joven, pero yo te vi como una mujer —llevó una mano hasta el rostro de Emely—. Quería estar cerca de ti, que no te alejaras nunca. Te veías tan indefensa esa noche, suplicando ayuda. Sabía que necesitabas a alguien que te protegiera y ese alguien no existía.

—Ian —soltó Emely, totalmente impactada.

—Emely, todo este tiempo he estado enamorado de ti en secreto —Ian acercó más su rostro a ella—. He intentado dejar de verte de esta manera, pero se me hace imposible. Y más cuando sé que tienes la personalidad que siempre he buscado en una mujer: eres fuerte, seria, inteligente. Además, eres tan hermosa.

La otra mano de Ian se posó en la pierna desnuda de Emely.

—Cuando usas estas faldas, me vuelves loco —susurró—. Tienes unas piernas muy hermosas.

—Ian —Emely estaba sin aliento—. No es correcto que tú y yo estemos en esta situación.

—¿Por qué? —inquirió él, tornando su mirada triste—, ¿acaso no te gusto?

—Pues… de gustarme, sí —confesó Emely—. Me pareces un hombre casi perfecto, sé que todas las mujeres te desean, pe-pero, tú eres mi jefe, por favor, yo soy tu sirvienta —Emely parpadeó dos veces—. Me siento mareada. Rayos, no debí tomar tanto. No quiero hacer una locura contigo.

—¿Y por qué no? —inquirió Ian—, Emely, yo me he controlado todo este tiempo. Me he castigado por verte con tanto deseo. ¿Por qué no puedo tocarte ahora?

—Ian, porque… —Emely tragó en seco.

—Yo sé que tú también quieres —susurró Ian mientras subía más su mano y la llevaba por debajo de la minifalda de Emely—. Me gustas tanto.

La respiración de Emely se volvió agitaba cuando Ian llevó su mano hasta su entrepierna y comenzó a acariciarla. Nunca un hombre le había hecho tal cosa. Fue como una explosión de adrenalina que recorrió todo su cuerpo, la encendió por completo.

Ian observó muy fijamente la expresión de Emely. Le encantó verla excitada. Se abalanzó a ella y besó sus labios con mucha pasión. Emely cayó de espaldas en el mueble, quedando Ian encima de ella, besándola, hasta el rincón más pequeño de su rostro, su cuello, su busto y hasta mucho más abajo.

Ian se sentía descontrolado, no podía contenerse más, necesitaba poseerla, necesitaba sentirla suya.

Prácticamente arrancó la ropa de cuerpo de Emely. Al verla semidesnuda, se abalanzó a ella para besarla, pasó su lengua por su pecho, vientre y se concentró en su entrepierna. Llevó sus manos por todo su cuerpo, sintiendo el tacto de su piel.

Emely estaba gimiendo, se veía muy caliente. Para Ian verla así era como un sueño cumplido. Esa chica, esa que tanto había evitado verla para no obsesionarse con ella, estaba ahí, casi desnuda frente a él, implorándole que la hiciera suya.

—Dime que quieres estar conmigo —susurró al oído de la joven—. Dime que serás sólo mía.

—Ian, hazme tuya —respondió Emely en un susurro—. Por favor, quítame la virginidad.

Ian contuvo la respiración mientras veía fijamente a Emely.

—Nunca un hombre te ha tocado —le dijo mientras pasaba sus dedos por los labios de Emely.

—No, tú serás el primero —respondió ella.

Comenzó a besarla, nuevamente con mucha pasión. Hizo que Emely abriera las piernas, para poder rozar su miembro erecto con su vagina. La cargó en sus brazos, haciendo que la joven soltara una risita al verse en el aire, se amarró con fuerza a Ian y comenzó a besarlo, mientras él la conducía hasta el dormitorio principal.

Ian la dejó caer delicadamente sobre la cama, mientras la seguía besando. Se comenzó a bajar la bermuda junto con el bóxer.

Los ojos de Emely se posaron en el miembro de Ian, estaba erecto y se veía grande y grueso. Era la primera vez que veía uno en persona, pero ya tenía mucha idea por algunos videos que había visto al lado de Diana. Comenzaba a asustarse por lo que iba a hacer: iba a perder la virginidad.

Ian le ayudó a quitarse la poca ropa que aún le quedaba cubriendo su desnudez. Después, volvió a besarla, mientras pasaba su miembro por la vagina de Emely, estaba bastante dilatada, algo que le fascinaba, ella lo deseaba.

—Ian, despacio, por favor —pidió ella con nerviosismo.

—Tranquila, no te haré daño —le susurró en su oído.

Comenzó a penetrarla lentamente, Emely soltó un pequeño chillido y sus mejillas se ruborizaron. Ian la veía fijamente, aquel rostro lo excitaba mucho más.

Acarició las piernas de la joven con sus manos, después las apretó con fuerzas mientras se controlaba para penetrarla con lentitud. Ella seguía haciendo aquel gesto de dolor que a él lo estaba volviendo loco.

Y cuando ya estuvo totalmente dentro de ella, acercó su rostro a ella para volver a comer sus labios a besos, después su cuello y bajar lentamente hasta su busto mientras dejaba que su miembro saliera de la vagina de la chica. Besó su busto mientras volvía a penetrarla, esta vez con un poco más de rapidez.

Emely lo abrazó y después llevó sus manos hasta su cabello para acariciarlo y jalarlo.

—Despacio, Ian, por favor —suplicó la chica—. Me duele. Pero sígueme haciendo tuya.

Ian alzó la mirada, se acercó hasta su cuello y la besó hasta contraerle la sangre en aquella parte de su piel y agarró sus caderas para atraerla mucho más a él. No lograba contenerse, necesitaba penetrarla de verdad, poder sentir su apretada vagina contraerse en su pene.

Tomó las piernas de la joven y las subió hasta sus hombros, después, se inclinó un poco hasta ella. Emely soltó varios jadeos y cerró los ojos con fuerza.

Se introdujo por completo en Emely y aumentó su velocidad. Emely soltó un grito, llevó sus manos hasta su boca, pero Ian se las quitó e hizo que las subiera por encima de su cello para que lo abrazara.

—Vamos grita todo lo que quieras —susurró en un gruñido—. Suplica si quieres.

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