Muchos de los perdones no se piden, solo se demuestran.
Ian estuvo todo el tiempo pendiente de la recuperación de Luciano y le comentaba cómo iban los avances en las compañías Walton. Afortunadamente, todo poco a poco pudo mejorar (aparentemente).
Ian pudo mover sus influencias y con ayuda de los mejores abogados del país, pudo rescatar el apellido Walton y todo su imperio; bueno, lo que quedaba. Para el público, para las personas de afuera, Walton solo tuvo la pérdida de la señora Rebeca por sus enfermedades de vejez, pero quedó el hijo, el heredero de toda aquella descomunal fortuna.
Por dentro, los que conocían lo que había pasado, sabían que Luciano se había quedado solo, sin familia de verdad. Porque tenía a sus demás familiares, los que vivían en el extranjero y que solo habían llegado para el entierro de la señora y se fueron cuand
—Cálmate, que solo bromeaba —pidió Diana y dejó salir un poco la risa.Emely conocía mucho más a Carla que la propia Diana y sabía que había tocado una parte sensible de la chica con aquella aseguración.Al día siguiente, cuando estaban en la oficina, decidió acercarse a la oficina de su amiga y poder hablar con ella. Últimamente estaban muy distantes y casi no conversaban, a veces le daba la sensación de que Carla estaba ocultándole algo.Cuando llegó a la oficina de Carla, abrió sin tocar la puerta, ya que la encontró entreabierta. Se sorprendió de encontrar a Carla llorando.—¿Estás llorando? —inquirió—, ¿qué pasa?Su amiga se apresuró a limpiarse las lágrimas.—Ah… —no sabía qué responder, el que la encontraran
—Bueno, pues parece que esta vez sí que lo está, ¿no te has dado cuenta que anda con una barriguita extraña? Además, que tiene los síntomas y se fue a hacer una prueba de embarazo. Hoy la va a ir a recoger.—¡Ay, pero qué buena noticia! Por fin algo positivo…—Sí, pero debemos esperar a ver si es correcto.—Yo sé que sí…—Siempre dices lo mismo cuando se hace una prueba, Carla. ...—¡No, que yo seré la madrina, yo seré! —arguyó Emely.—¡No, que ella me dijo que sería yo! —insistió Carla.—¡Eso no es cierto, hace meses que me dijo que yo sería la madrina si quedaba embarazada! —bufó Emely.Diana observaba todo con una ligera sonrisa, volteó a ver a Rodolfo, aún segu&
El hijo de Diana era un niño. Todos se enteraron porque las bombas que se esparcieron por el cielo eran de color azul.Solo para saber el nombre del niño, se hizo un gran evento al que asistieron trecientos invitados, según la pareja, todos eran amigos cercanos.A Emely le encantaba ver a su amiga presumiendo su hermosa barriga y siempre que el bebé se movía, le tomaba la mano y le decía.—¿Lo sientes? Mira, se volvió a mover.Una vez Emely llegó a preguntarle que si el movimiento del bebé se podía comparar a cuando a uno se le mueve una tripa y Diana soltó una carcajada y negó con la cabeza.—Es lo mismo, pero con mucha más intensidad. O sea, es totalmente diferente, ¿entiendes?Emely debió fingir que sí lo entendía.Logró sobornar a su amiga al decirle que ella debía ser la madrina e
—Le dices que pagaré el cinco —dijo la madre de Emely mientras escribía una lista en la hoja de papel.Emely tragó en seco, mordió su labio inferior e inclinó la mirada.—El señor Francisco dijo que no nos fiaría una cosa más —replicó Emely—, es mejor que esta vez vayas tú.La mujer soltó un gruñido.—Sólo dile lo que dije —regañó—, le voy a pagar el cinco. La empresa ha demorado en pagarnos.—Mami —llamó la chica—, no nos dará nada.—¿Entonces qué vamos a hacer? —La mujer dejó de escribir en el papel—, ¿piensas aguantar el día de hambre?, ¿y qué haremos con tu hermana?, ¿pasará el día en blanco mañana?Emely sintió que un nudo se creó en su garganta. Su mandíbula comenzó a temblar y respiró hondo para controlar las ganas de llorar.—Le dices que lo anote a la cuenta, que yo en la mañana pasaré a hablar con él —informó la mujer mientras le pasaba el papel.La jovencita lo tomó y pasó una rápida mirada por la lista.—Falta la cartulina —comentó Emely—, mañana debo llevarla para la clas
El señor Francisco comenzó a sacar la cuenta de toda la compra, extendió la bolsa a Emely y sacó una libreta en mal estado con hojas arrugas, buscó la cuenta entre el montón de números y tachones, hasta llegar a una suma bastante extensa en la cual, al final, donde parecía que no cabía un número más, escribió una cifra que le pareció muy elevada a Emely.La jovencita notó que hacía falta la cartulina y los marcadores.—Señor Francisco —llamó la joven—, ¿no tiene marcadores y cartulina?—Sabes que yo no vendo eso.—Pe-pero, su esposa sí.El hombre dejó salir un bufido y alzó la mirada de la libreta.—Esa es mi esposa y ella no fía —aclaró de mala gana—. Eso ya te toca comprarlos.Emely acentuó con la cabeza, sus mejillas se ruborizaron en gran manera y sentía un impulso de salir corriendo de aquella tienda.—Dile a tu mamá que, si mañana no me paga, ni se aparezca por aquí, que vea cómo come en estos días —gruñó el hombre—. Lo único que hace es pedir y pedir, pero no paga.—Sí, señor —
La joven entró a la casa de Diana, arrastrándola de un brazo. Al estar en la sala decidió dejarle las cosas claras.—Deja de estar insinuándole cosas, por favor, te ves muy regalada y de paso me haces ver a mí igual —regañó—. Yo no quiero nada de tu hermano, ni siquiera me interesa y mucho menos soy su amiga, así que deja eso ya. Si tanto quieres sacarle algo, díselo, pero no me incluyas.—Ay, deja de regañarme —pidió Diana—. Qué grosera eres.—¿Es que no te das cuenta la vergüenza que me has hecho pasar?, claro, como no fuiste tú, no te importa para nada.En aquel momento entró Ian, hablaba por celular y se dirigió hasta las escaleras que comunicaban el segundo piso, subió y estuvo allí por unos minutos.Emely se sentó en un sofá blanco, sacó de su bolso una libreta cuadriculada y comenzó a pasar las hojas, mientras, Diana se dirigió a la cocina, según ella, para traer una limonada que estuvo preparando.Ian bajó las escaleras con una maleta de color negro, se detuvo al ver a Emely b
—Emely —llamó Ian de repente.La joven tragó el pedazo de carne que estaba mascando, preocupada por su expresión seria.—¿En qué horarios puedes ir a mi apartamento? —preguntó el joven.—Bueno… —Emely lo pensó dos veces antes de responder— después de clases, pero en unas dos semanas salgo de clases, así que estaré libre todo el día.—No te preocupes de ir todo el día —tranquilizó el joven—. Puedes ir unas horas al día, yo prácticamente no estoy en casa, así que sólo limpias y ya.Eso no le estaba gustando a Emely, no le beneficiaba en lo absoluto. Su rostro la delató.—Pero te pagaré el salario completo, el justo —aclaró Ian al verla con aquel semblante preocupado.—¿El… completo, el mínimo? Ian, tampoco, —soltó una risa de vergüenza— no te preocupes.—Dices que lo necesitas, ¿no?—Sí…—Irás todos los días, es lo justo —apoyó sus brazos en la mesa—. Tengo un gran desorden en mi apartamento en este momento, sabes que volví a mudarme y en dos meses… bueno… No soy la persona más organiza
—Mamá, sabes que si dejo de trabajar volveremos a llenarnos de deudas —informó Emely, sin dejar de ver su plato de comida—. Ian ha sido muy bueno conmigo.—Lo sé, y le agradezco muchísimo —aceptó la mujer—. Pero sabes que no me gusta para nada que estés trabajando, quiero un mejor futuro para ti. Mírame, ¿qué tal que no hubiera buscado otro empleo? ¿Qué tal que me hubiera quedado limpiando baños en aquella empresa? Cuando yo había hecho mi técnico, sólo porque una vez no encontré trabajo y me resigné a quedarme en ese lugar… Por eso te digo, hija, necesitas algo mejor.A Emely le gustaba que su madre estuviera tan positiva gracias a su nuevo trabajo, pero sabía que aquella mujer era impulsiva. Ella no podía arriesgar su trabajo, no jugaría con la economía de su casa. Gracias a esa estabilidad podían pagar la guardería donde su hermana era bien cuidada mientras ellas trabajaban, gracias a eso podían comer dignamente y dormir tranquilas en las noches.—Voy a estudiar en la universidad,