56. Las disculpas llegan tarde

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Eva

La miré con todo el odio que sentía en mi interior. Si bien no podía matarla sin un debido juicio, sí podía hacerla sufrir un poco.

La incredulidad en el rostro de Serena era digna de ser inmortalizada. El entendimiento de que Magnus la había abandonado se instaló en su pecho como un puñal, y la misma certeza se reflejó en los ojos de todos los presentes.

Mis guerreros me observaban con preocupación, pero la manada… La manada me miraba como si me notaran por primera vez, después de años y años de condena de su parte. Les devolví la mirada fría y hueca que ellos mismos ayudaron a moldear.

—Lo… siento. No debí… —balbuceó Serena.

—Las disculpas llegan tarde —la corté de inmediato—. Mis hijas están marcadas por ese incendio, y alguien debe pagar.

—No hubo víctimas fatales —intervino Nicolás, el tío de Serena.

Lentamente, giré la cabeza hacia él y le dediqué una mirada gélida.

—Nadie pidió su opinión, señor Riverwood.

—No puedes hacer esto —refutó Olga Riverwood.

Mi ceja se alzó con
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