Alfa Rechazado: Luna, vuelve con mis cachorros
Alfa Rechazado: Luna, vuelve con mis cachorros
Por: Dehy Rodríguez
1. Puedes castigarla mañana

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Evelyn

Hoy comienza el mes más importante del año para nuestra especie, los hombres lobo. Incluso para nosotros, los esclavos, es un tiempo de cambio… aunque no siempre a nuestro favor.

—Evelyn, vamos, apúrate o nos van a castigar si nos retrasamos —me urgió Olga, otra de las esclavas con la que compartía cuarto.

Su voz era un susurro nervioso, pero el miedo en sus ojos hablaba por sí solo. Apenas tuve tiempo de cepillarme los dientes antes de salir corriendo con ella, bajando las escaleras de piedra fría que conducían al gran salón.

El aire estaba cargado de tensión, como si todos aguardaran algo. O alguien.

—Allí estás, esclava —escupió una voz áspera y llena de desprecio— deja todo impecable, mugrosa —dijo de forma despectiva.

Mi cuerpo se tensó de inmediato.

No me llamaban por mi nombre, los esclavos no tenían nombre, siempre llamados mugrosa, desgracias o malditos…. Casi cualquier nombre despectivos que ellos quieran.

No hacía falta alzar la vista para saber quién me hablaba. La reconocería en cualquier parte… esa mujer que me odia con cada fibra de su ser. Su presencia siempre traía dolor. Castigos. Humillación.

Apreté los puños, escondiéndolos tras mi espalda. Recordé otra vida, una en la que fui una niña feliz, con padres amorosos y un hogar cálido. Pero la felicidad se desvaneció el día que ellos murieron, y mi infierno comenzó.

Tragué en seco y bajé la cabeza.

—Muévete a limpiar todo muy bien, solo hay cuatro esclavas hoy y mucho trabajo que hacer —dijo de forma despectiva Esther, la líder que regía todos los esclavos de la manada y luego se fue no muy lejos inspeccionando lo que hacían los otros.

El cansancio pesaba sobre mis hombros como una losa. Quería irme, desaparecer de esta manada y tal vez, solo tal vez, encontrar la felicidad en algún otro lugar. Pero sabía que eso era solo un sueño.

Suspiré y continué limpiando, asegurándome de que todo estuviera impecable para la ceremonia de apareamiento de Luna Llena. No era una luna llena común. Ocurría una vez al año, y la llamábamos Lilakuu.

El Lilakuu es un evento sagrado donde los lobos solteros encontraban a sus compañeros y aseguraban el futuro de la manada con nuevos cachorros cuando la luna se tornaba de un intenso tono purpura.

Esta noche, la luna brillaría de un profundo tono púrpura, un presagio de la bendición de la Diosa de la Luna. Se decía que los cachorros concebidos bajo su luz serían más fuertes, más rápidos… los herederos perfectos para la manada.

Para todas las lobas, esta era una noche crucial. Incluida yo.

Hoy cumplía dieciocho años.

Hoy a la medianoche iba a poder escuchar a mi loba, y por ende encontrar a mi verdadero compañero. Pero mi papel era distinto al de los demás, no importaba que fuera mi cumpleaños. No importaba que fuera una esclava. Lo único que importaba era servir a la manada.

Arrodillada en el suelo, frotaba el piso con un trapo cuando, de repente, alguien pasó a mi lado y tropezó con fuerza el cubo de agua sucia.

El líquido se derramó por todas partes.

—¡Maldita asquerosa! ¡Mira lo que hiciste! —gruñó de nuevo esa voz llena de desprecio. Esther había regresado corriendo cuando vio que Sofía tropezaba con el cubo de agua sucia con el que limpiaba.

Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal impactó contra mi espalda.

El dolor explotó por toda mi columna, expandiéndose como fuego a través de mis músculos. Pero no solté un solo quejido. No podía.

Sabía que si lo hacía… las cosas solo se pondrían peor.

Un tirón violento en mi cabello me arrancó de mi ensimismamiento, obligándome a tambalearme mientras trataba de seguir el ritmo de quien me arrastraba. Pero fue inútil.

—Lo siento, señorita, lo siento —me disculpé, sin atreverme a levantar la cabeza.

—¡Le manchaste el vestido, perra asquerosa! —se quejó Esther llena de veneno.

Intenté hablar, explicar que no había sido mi culpa, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, un nuevo tirón me obligó a mirar hacia arriba.

—¿Qué estás haciendo? —dijo una voz firme desde lo alto de la escalera.

El aire en la habitación se volvió pesado. Todas las miradas se dirigieron hacia él.

Era el alfa.

Pocas veces lo veía, y cuando lo hacía, siempre era de lejos. Las esclavas no teníamos permitido acercarnos a él y, siendo sinceros, nadie en mi posición lo deseaba. Mantenerse fuera de su vista era lo más seguro.

Porque, aunque el alfa Nyx no era un asesino sin sentido, sí era alguien que se sabía poderoso. Dueño de todo. De la manada. De nuestras vidas.

—Esa esclava me manchó el vestido —mintió la chica, su tono impregnado de dramatismo.

Mi estómago se revolvió cuando reconocí su rostro.

Sofía.

La princesa de la manada.

Ella no era ni fría ni caliente con los esclavos, pero era la hermana del alfa y sabía que no me iba a librar de ese castigo.

—Debe pagar por esto, alfa Nyx —agrega Esther— hay que castigarla —dijo con falsa condescendencia.

Esther disfrutaba castigar a los esclavos, era su pasatiempo.

El alfa bajó la mirada hasta mí. Sentí el peso de sus ojos fríos y calculadores recorriéndome de pies a cabeza y no me atreví a mover un músculo.

—Déjala que termine de organizar todo —respondió con una voz tranquila pero imponente—. Puedes castigarla mañana.

Mañana.

Una sola palabra, pero suficiente para helarme la sangre.

Aproveché la oportunidad y me solté del agarre de Sofía, escabulléndome lejos de sus garras. Me arrodillé nuevamente en el suelo, con la vista baja, y empecé a limpiar el desastre, tratando de ignorar los latidos frenéticos de mi corazón.

Porque, aunque me había salvado por hoy… sabía que el mañana sería mucho peor.

Esta noche podía cambiarlo todo.

"Tal vez no tenga que huir", me animé a pensar mientras terminaba de organizar las mesas para la ceremonia. "Si mi compañero me encuentra, tal vez pueda dejar de ser una esclava…"

Era una pequeña esperanza, frágil, pero intensa.

La celebración ya había comenzado. La gente bebía y hablaba en pequeños grupos, el aroma de la comida impregnaba el aire, y las risas llenaban el bosque mientras todos esperaban el inicio oficial de la ceremonia de apareamiento. Yo me mantuve al margen, intentando no llamar la atención. No quería arruinar mi única oportunidad de ser libre.

Luego de la medianoche mi emoción burbujeó en mi pecho, ya quería sentir a mi loba, quería hablar con ella.

Un lobo interior es como tu hermano, tu otra mitad.

Sentí a mi loba dentro de mi mente y mi felicidad genuina explotó en mi mente.

«Hola» saludé, pero solo me recibió el silencio.

«¿Estás allí? ¡Hola!» le grité en mi mente. Nada… estaba muda y comencé a entrar en pánico.

Pero la suerte nunca había estado de mi lado.

—Oye, tú… —una voz áspera y arrastrada me sacó de mis pensamientos.

Un hombre alto, con los ojos vidriosos por el alcohol, se tambaleó hasta quedar justo frente a mí. Sus fosas nasales se dilataron mientras me olfateaba con extrañeza.

Frunció el ceño.

Aun no comenzaba del todo la ceremonia y este hombre lobo ya estaba borracho.

Se alejó un par de pasos y luego trastabilló. De pronto, su expresión cambió por completo, como si hubiera descubierto algo repugnante.

—Esa loba… —balbuceó en voz alta, señalándome con un dedo tembloroso—. ¡Esa loba es muda y no tiene olor!

El silencio cayó de golpe sobre la multitud.

Sentí mi sangre helarse.

Los murmullos comenzaron de inmediato, una ola oscura que me envolvía y me estrangulaba.

—¿Una loba muda? ¡Eso es imposible! —exclamó alguien con asco.

—Debe estar defectuosa…

—¿Cómo puede ser parte de la manada si su loba ni siquiera puede hablar?

—¡Tal vez ni siquiera tiene una!

—Es muda y sin olor…

—¡Una loba muda! ¡Qué desperdicio!

Las risas burlonas se mezclaron con susurros venenosos, sus miradas llenas de desprecio perforándome como dagas afiladas.

—Pobre criatura patética…

—Nadie la va a reclamar, está condenada.

—Debería agradecer que la dejan vivir aquí…

Mis mejillas ardían de vergüenza, mis manos temblaban y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. La esperanza que había florecido en mi corazón momentos atrás se marchitó en un instante, pisoteada por sus palabras crueles.

Intenté hacerme pequeña, desaparecer entre las sombras, pero era demasiado tarde.

Todos me estaban mirando.

Todos me estaban juzgando.

Y lo peor de todo…

Tal vez tenían razón.

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