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Evelyn Hoy comienza el mes más importante del año para nuestra especie, los hombres lobo. Incluso para nosotros, los esclavos, es un tiempo de cambio… aunque no siempre a nuestro favor. —Evelyn, vamos, apúrate o nos van a castigar si nos retrasamos —me urgió Olga, otra de las esclavas con la que compartía cuarto. Su voz era un susurro nervioso, pero el miedo en sus ojos hablaba por sí solo. Apenas tuve tiempo de cepillarme los dientes antes de salir corriendo con ella, bajando las escaleras de piedra fría que conducían al gran salón. El aire estaba cargado de tensión, como si todos aguardaran algo. O alguien. —Allí estás, esclava —escupió una voz áspera y llena de desprecio— deja todo impecable, mugrosa —dijo de forma despectiva. Mi cuerpo se tensó de inmediato. No me llamaban por mi nombre, los esclavos no tenían nombre, siempre llamados mugrosa, desgracias o malditos…. Casi cualquier nombre despectivos que ellos quieran. No hacía falta alzar la vista para saber quién me hablaba. La reconocería en cualquier parte… esa mujer que me odia con cada fibra de su ser. Su presencia siempre traía dolor. Castigos. Humillación. Apreté los puños, escondiéndolos tras mi espalda. Recordé otra vida, una en la que fui una niña feliz, con padres amorosos y un hogar cálido. Pero la felicidad se desvaneció el día que ellos murieron, y mi infierno comenzó. Tragué en seco y bajé la cabeza. —Muévete a limpiar todo muy bien, solo hay cuatro esclavas hoy y mucho trabajo que hacer —dijo de forma despectiva Esther, la líder que regía todos los esclavos de la manada y luego se fue no muy lejos inspeccionando lo que hacían los otros. El cansancio pesaba sobre mis hombros como una losa. Quería irme, desaparecer de esta manada y tal vez, solo tal vez, encontrar la felicidad en algún otro lugar. Pero sabía que eso era solo un sueño. Suspiré y continué limpiando, asegurándome de que todo estuviera impecable para la ceremonia de apareamiento de Luna Llena. No era una luna llena común. Ocurría una vez al año, y la llamábamos Lilakuu. El Lilakuu es un evento sagrado donde los lobos solteros encontraban a sus compañeros y aseguraban el futuro de la manada con nuevos cachorros cuando la luna se tornaba de un intenso tono purpura. Esta noche, la luna brillaría de un profundo tono púrpura, un presagio de la bendición de la Diosa de la Luna. Se decía que los cachorros concebidos bajo su luz serían más fuertes, más rápidos… los herederos perfectos para la manada. Para todas las lobas, esta era una noche crucial. Incluida yo. Hoy cumplía dieciocho años. Hoy a la medianoche iba a poder escuchar a mi loba, y por ende encontrar a mi verdadero compañero. Pero mi papel era distinto al de los demás, no importaba que fuera mi cumpleaños. No importaba que fuera una esclava. Lo único que importaba era servir a la manada. Arrodillada en el suelo, frotaba el piso con un trapo cuando, de repente, alguien pasó a mi lado y tropezó con fuerza el cubo de agua sucia. El líquido se derramó por todas partes. —¡Maldita asquerosa! ¡Mira lo que hiciste! —gruñó de nuevo esa voz llena de desprecio. Esther había regresado corriendo cuando vio que Sofía tropezaba con el cubo de agua sucia con el que limpiaba. Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal impactó contra mi espalda. El dolor explotó por toda mi columna, expandiéndose como fuego a través de mis músculos. Pero no solté un solo quejido. No podía. Sabía que si lo hacía… las cosas solo se pondrían peor. Un tirón violento en mi cabello me arrancó de mi ensimismamiento, obligándome a tambalearme mientras trataba de seguir el ritmo de quien me arrastraba. Pero fue inútil. —Lo siento, señorita, lo siento —me disculpé, sin atreverme a levantar la cabeza. —¡Le manchaste el vestido, perra asquerosa! —se quejó Esther llena de veneno. Intenté hablar, explicar que no había sido mi culpa, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, un nuevo tirón me obligó a mirar hacia arriba. —¿Qué estás haciendo? —dijo una voz firme desde lo alto de la escalera. El aire en la habitación se volvió pesado. Todas las miradas se dirigieron hacia él. Era el alfa. Pocas veces lo veía, y cuando lo hacía, siempre era de lejos. Las esclavas no teníamos permitido acercarnos a él y, siendo sinceros, nadie en mi posición lo deseaba. Mantenerse fuera de su vista era lo más seguro. Porque, aunque el alfa Nyx no era un asesino sin sentido, sí era alguien que se sabía poderoso. Dueño de todo. De la manada. De nuestras vidas. —Esa esclava me manchó el vestido —mintió la chica, su tono impregnado de dramatismo. Mi estómago se revolvió cuando reconocí su rostro. Sofía. La princesa de la manada. Ella no era ni fría ni caliente con los esclavos, pero era la hermana del alfa y sabía que no me iba a librar de ese castigo. —Debe pagar por esto, alfa Nyx —agrega Esther— hay que castigarla —dijo con falsa condescendencia. Esther disfrutaba castigar a los esclavos, era su pasatiempo. El alfa bajó la mirada hasta mí. Sentí el peso de sus ojos fríos y calculadores recorriéndome de pies a cabeza y no me atreví a mover un músculo. —Déjala que termine de organizar todo —respondió con una voz tranquila pero imponente—. Puedes castigarla mañana. Mañana. Una sola palabra, pero suficiente para helarme la sangre. Aproveché la oportunidad y me solté del agarre de Sofía, escabulléndome lejos de sus garras. Me arrodillé nuevamente en el suelo, con la vista baja, y empecé a limpiar el desastre, tratando de ignorar los latidos frenéticos de mi corazón. Porque, aunque me había salvado por hoy… sabía que el mañana sería mucho peor. Esta noche podía cambiarlo todo. "Tal vez no tenga que huir", me animé a pensar mientras terminaba de organizar las mesas para la ceremonia. "Si mi compañero me encuentra, tal vez pueda dejar de ser una esclava…" Era una pequeña esperanza, frágil, pero intensa. La celebración ya había comenzado. La gente bebía y hablaba en pequeños grupos, el aroma de la comida impregnaba el aire, y las risas llenaban el bosque mientras todos esperaban el inicio oficial de la ceremonia de apareamiento. Yo me mantuve al margen, intentando no llamar la atención. No quería arruinar mi única oportunidad de ser libre. Luego de la medianoche mi emoción burbujeó en mi pecho, ya quería sentir a mi loba, quería hablar con ella. Un lobo interior es como tu hermano, tu otra mitad. Sentí a mi loba dentro de mi mente y mi felicidad genuina explotó en mi mente. «Hola» saludé, pero solo me recibió el silencio. «¿Estás allí? ¡Hola!» le grité en mi mente. Nada… estaba muda y comencé a entrar en pánico. Pero la suerte nunca había estado de mi lado. —Oye, tú… —una voz áspera y arrastrada me sacó de mis pensamientos. Un hombre alto, con los ojos vidriosos por el alcohol, se tambaleó hasta quedar justo frente a mí. Sus fosas nasales se dilataron mientras me olfateaba con extrañeza. Frunció el ceño. Aun no comenzaba del todo la ceremonia y este hombre lobo ya estaba borracho. Se alejó un par de pasos y luego trastabilló. De pronto, su expresión cambió por completo, como si hubiera descubierto algo repugnante. —Esa loba… —balbuceó en voz alta, señalándome con un dedo tembloroso—. ¡Esa loba es muda y no tiene olor! El silencio cayó de golpe sobre la multitud. Sentí mi sangre helarse. Los murmullos comenzaron de inmediato, una ola oscura que me envolvía y me estrangulaba. —¿Una loba muda? ¡Eso es imposible! —exclamó alguien con asco. —Debe estar defectuosa… —¿Cómo puede ser parte de la manada si su loba ni siquiera puede hablar? —¡Tal vez ni siquiera tiene una! —Es muda y sin olor… —¡Una loba muda! ¡Qué desperdicio! Las risas burlonas se mezclaron con susurros venenosos, sus miradas llenas de desprecio perforándome como dagas afiladas. —Pobre criatura patética… —Nadie la va a reclamar, está condenada. —Debería agradecer que la dejan vivir aquí… Mis mejillas ardían de vergüenza, mis manos temblaban y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. La esperanza que había florecido en mi corazón momentos atrás se marchitó en un instante, pisoteada por sus palabras crueles. Intenté hacerme pequeña, desaparecer entre las sombras, pero era demasiado tarde. Todos me estaban mirando. Todos me estaban juzgando. Y lo peor de todo… Tal vez tenían razón.2EvelynLas risas sofocadas y las miradas burlonas estaban ahí, como siempre. La gente quería seguir divirtiéndose a costa de la loba muda de la manada. Pero la ceremonia ya había comenzado, y se suponía que todos los lobos machos debían mantenerse al margen mientras las lobas se desnudaban y caminaban hacia lo profundo del bosque para buscar a sus posibles compañeros.Me sentía más sola que nunca. Hace diecisiete años, una familia de delta me encontró al lado del camino. Los primeros cuatro años fueron buenos... hasta que tuvieron que ir a la guerra y caí en la miseria.Todos me veían como una niña maldita y comenzaron a llamarme así. Cuando el antiguo alfa y la Luna murieron en un accidente, las cosas simplemente empeoraron.—¿Por qué mejor no te mueres? —me decían algunos aldeanos. —Eres una niña maldita, vete. No me toques —me espetó una compañera en el colegio.Siempre tuve que esconderme, vivir en los rincones como una rata... siempre en la oscuridad.Si los omegas eran e
3Evelyn5 años despuésUn dolor sordo en mi estómago me hizo doblarme en dos en medio de la sala de estar. Los papeles que tenía en la mano cayeron al suelo.—¡Mierda! —murmuré entre dientes, sin poder evitarlo.Sofía, que estaba a mi lado, me miró con preocupación.—Creo que mi hermano está con Serena —susurró en voz baja.Desde que me convertí forzosamente en la Luna, todo había cambiado entre Sofía, la princesa de la manada, y yo, una simple esclava. El consejo de ancianos exigió que cumpliera mi papel, aunque nunca hubo una ceremonia. Pero el Alfa ya me había marcado aquella noche de luna llena.Respiré hondo, tratando de ahogar el dolor. Nunca es tan fuerte, así que sé que no es sexo… pero igual duele, y mi corazón se resiente.—Estoy bien. Lleva los papeles a la oficina y habla con el Beta para que organicen la ayuda en la frontera —dije con una sonrisa forzada.Sin esperar respuesta, giré sobre mis talones y me dirigí al despacho de Magnus. El supuesto todopoderoso.
4 Magnus Lo vi irse, y por un momento, tuve el impulso de levantarme y salir tras ella. Pero no lo hice. Serena se acercó de nuevo, y aunque mi cuerpo me pedía apartarla, no pude. La sentí en mi regazo, cálida y familiar, como una constante en mi vida. Pero algo en mí no estaba bien. Algo me hacía retenerme. "Eres un idiota", refunfuñó Cerverus, mi lobo, su voz áspera y cargada de desaprobación. "Cállate", le respondí, apretando los dientes, sintiendo cómo su queja se esparcía por mi mente. "Serena es nuestro amor, siempre lo ha sido", le recordé, aunque sabía que mis palabras no eran suficientes para calmarlo. "Solo el tuyo", contestó de mala gana, retirándose a un rincón en el fondo de mi mente, como si no quisiera saber nada más. Pero su presencia seguía allí, incómoda, incompleta. —Estás distraído —ronroneó Serena, sus palabras suaves mientras se acomodaba sobre mí. Sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, buscando la cercanía que solíamos tener. Pero al intentar besarme
5EvelynLa angustia en mi pecho aumentó mientras el doctor me miraba, y algo en su actitud me incomodaba, como si quisiera juzgarme, como si mi presencia no fuera bien recibida. Pero cuando sus ojos finalmente se fijaron en Kasius, su rostro cambió. Su mirada se suavizó, y por un breve momento, me sentí como si él viera lo que yo veía, como si sintiera lo que yo sentía por mi hijo.—¿Qué tiene mi hijo? —pregunté, las palabras saliendo apresuradamente, como si de ellas dependiera su vida. La respuesta que esperaba nunca llegó en forma de consuelo, sino como una sentencia fría y directa.—Kasius tiene un virus que está deteriorando su sistema nervioso y sus pulmones con bastante rapidez —dijo el médico, sin rodeos. Cada palabra fue como un golpe directo en mi pecho—. Tiene que inyectar equinácea con suma urgencia o el joven alfa puede morir.La noticia me paralizó, y por un segundo, no pude moverme. Mi hijo... puede morir... Mi mente comenzó a girar a mil por hora, buscando solucio
6EvelynQuise caminar más, pero tres guardias me retuvieron con brusquedad. Antes de que pudiera reaccionar, me lanzaron al suelo, con las manos fuertemente presionando mis brazos. —Perra… ¿Crees que puedes entrar como lolita por su casa? — preguntó uno de los guardias, su tono burlesco perforando la calma que intentaba mantener.—Soy tu luna… No tienes derecho a tratarme de esa manera — le dije con dificultad, sintiendo cómo mi cuerpo se resistía a la presión de sus manos. Pero mi determinación no vacilaba.Otro de los guardias se abofeteó la cara, como si yo fuera la esclava sumisa de hace cinco años. Un hilo de sangre bajó por la comisura de mi boca por el impacto, pero no le presté atención. Sabía que no podía perder tiempo con ellos.—Necesito esa medicina y van a dármela. La vida del heredero al trono está en juego —les amenacé, con la voz cargada de urgencia.—¿De verdad piensas que vamos a creer eso? Solo eres una esclava jugando a ser luna —se burlaron, y sus risas ll
7EvelynYa habían pasado tres semanas desde el incidente en la farmacia, pero los murmullos aún no cesaban. Todos seguían hablando de cómo el Alfa me había defendido, algo inusual en nuestra manada. Normalmente, el Alfa no intervenía tan directamente en asuntos de su Luna, pero Magnus lo había hecho sin dudar.Yo, por mi parte, ignoraba los chismes y continuaba con mi vida. Cuidar de mis hijos y de la manada era mi prioridad, y estar sin hacer nada simplemente no era lo mío.Ese día fui al hospital para continuar con mis labores. A pesar de las miradas extrañas que me lanzaban algunos, nadie se negaba a recibir atención. Estaba acostumbrada a esas miradas y ya no me afectaban.Mientras terminaba de comer un sándwich en la sala de descanso, escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Levanté la vista y giré la cabeza para encontrarme con la señora Norris, una mujer mayor de la manada que siempre llevaba una expresión de preocupación en el rostro.—¿Sucede algo? —pregunté, poniéndo
8Evelyn Al regresar a la casa principal, noté que los preparativos para la Luna Lilakuu ya estaban en marcha. El aire estaba cargado de expectación, los lobos se movían de un lado a otro preparando los rituales y decorando el claro donde se celebraría la noche sagrada. Pero todo eso quedó en segundo plano cuando vi a Annie corriendo hacia mí.Su rostro estaba pálido, sus ojos reflejaban puro terror.—Luna Evelyn… no consigo a las niñas —jadeó con angustia, aferrándose a mis brazos como si temiera desplomarse.El mundo pareció detenerse.—¿Qué? —Mi voz salió temblorosa, sintiendo cómo el color se escapaba de mi rostro.Kristal y Kristen… mis pequeñas.El pánico me golpeó como un vendaval.—¡Llama a Orión y busquen a Kristal y Kristen, YA! —grité con desesperación mientras mi mente se llenaba de escenarios aterradores.Sin perder tiempo, me lancé a buscarlas por todos lados. Mi corazón latía con fuerza, un nudo de ansiedad se apretaba en mi pecho. Mis niñas eran traviesas, pe
9Evelyn Al observar bien a esos lobos, me di cuenta de que eran carroñeros, lobos solitarios que no formaban manada. Su mirada fija en mí me heló la sangre, pero no dejé que me dominara el miedo.—¿Qué quieres? —les pregunté, caminando en círculos mientras me acercaba al río. La corriente estaba más rápida, enloquecida por la reciente lluvia, y me dio la sensación de que la naturaleza misma estaba alerta.Uno de ellos dio un paso adelante, con una sonrisa perversa en su rostro.—Quiero a una esclava como tú… Mi alfa estaría encantada contigo. —dijo con desdén.—¿Alfa? —pregunté, sorprendida por sus palabras. La mención de un alfa en ese grupo de lobos renegados me desconcertó. Estos lobos no deberían tener un alfa. Algo no encajaba.—Estos lobos no deberían tener alfa. ¿Qué está pasando? —murmuré para mí misma, incapaz de entender la situación.Uno de los hombres avanzó hacia mí, un brillo malicioso en su mirada.—Cállate y desnúdate —ordenó, sin inmutarse. Di un paso atrás,