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Evelyn Quise caminar más, pero tres guardias me retuvieron con brusquedad. Antes de que pudiera reaccionar, me lanzaron al suelo, con las manos fuertemente presionando mis brazos. —Perra… ¿Crees que puedes entrar como lolita por su casa? — preguntó uno de los guardias, su tono burlesco perforando la calma que intentaba mantener. —Soy tu luna… No tienes derecho a tratarme de esa manera — le dije con dificultad, sintiendo cómo mi cuerpo se resistía a la presión de sus manos. Pero mi determinación no vacilaba. Otro de los guardias se abofeteó la cara, como si yo fuera la esclava sumisa de hace cinco años. Un hilo de sangre bajó por la comisura de mi boca por el impacto, pero no le presté atención. Sabía que no podía perder tiempo con ellos. —Necesito esa medicina y van a dármela. La vida del heredero al trono está en juego —les amenacé, con la voz cargada de urgencia. —¿De verdad piensas que vamos a creer eso? Solo eres una esclava jugando a ser luna —se burlaron, y sus risas llenaron el aire, una mueca cruel que me cortó el aliento. Mi respiración se agitó, pero me mantuve firme, sin mostrar miedo. —Respétame y llama a Serena — dije, apurada. —La vida de Kasius depende de esto. —Solo quieres hacer un alboroto para llamar la atención de nuestro alfa —dijo uno de ellos, empujándome con fuerza. El empujón me hizo tambalear, pero algo en mi interior empezó a arder. Mis ojos brillaron de color plateado brillante, mi loba despertando con furia. Ya no era solo Evelyn. Era algo más, algo mucho más fuerte. —Vuelve a empujarme y verás —les amenacé, dejando escapar un gruñido bajo, mientras sentía cómo las garras y los colmillos comenzaban a sobresalir, el control deslizándose fuera de mis manos. Para desafiarme, uno de ellos me empujó otra vez. En un instante, la loba asumió el control, y con un movimiento rápido, torcí su muñeca. No la solté hasta escuchar el chasquido de un hueso roto. Un grito de dolor salió de su boca mientras caía de rodillas, incapaz de defenderse. —¡Maldita esclava! —gritó, su cara distorsionada por el dolor. — ¡Me las vas a pagar! Me acerqué a él, dejando que mi presencia los dominara. Mis garras estaban extendidas y mis colmillos visibles, mis ojos brillantes como la luna llena. —Denme la medicina, o iré por ella yo misma —les advertí, con la voz profunda y feroz. El aire se tensó, y aunque ellos se sintieran superiores, sabían que yo no era la misma de antes. Cada uno de los guardias me miró con miedo, y aunque mi loba estaba lista para más, su desafío fue suficiente para que, finalmente, uno de ellos se apresurara a obedecer. Una profunda voz dejó a todos helados. La tensión en el aire cambió de inmediato, como si un peso invisible hubiera caído sobre nosotros. —Dale la medicina —ordenó alguien a mi espalda, su voz firme y cargada de autoridad. Magnus Nyx. Contuve el aliento no queriendo que su aroma me invadiera. Los guardias se quedaron paralizados, y, al reconocer esa voz, los solté de golpe. Mi cuerpo tembló ligeramente mientras giraba para encontrarme con él. Ahí estaba, Magnus. La presencia de su figura era inconfundible, su mirada fija en los guardias con un poder y una seguridad que no dejaban lugar a dudas. La fuerza de su voz había sido suficiente para calmar la escena, y yo me quedé quieta, respirando profundamente, tratando de recobrar mi compostura. Aún podía sentir la furia de mi loba dentro de mí, pero la presencia de Magnus me hizo recuperar el control. Los guardias, sorprendidos y, posiblemente, temerosos, comenzaron a retroceder, reconociendo su derrota. Magnus no necesitaba hacer nada más para que supieran que él no toleraría ninguna insubordinación. Su mirada, como siempre, era de hierro, pero había algo más en ella… algo que me hizo sentir una extraña mezcla de calma y nerviosismo. —Alfa Nyx —dijeron al unísono, y el aire se llenó de una tensión casi palpable. En medio del caos, Daniel se escabulló silenciosamente para buscar la medicina, y yo le ofrecí un pequeño asentimiento en señal de agradecimiento, consciente de que cada segundo contaba. —¿Por qué tienen que pasar por encima de las reglas? —preguntó Serena, su voz cargada de reproche y desconcierto, mientras sus ojos se clavaban en la escena que se desarrollaba ante nosotros. Magnus, siempre firme en su autoridad, intervino con tono frío: —¿Me estás cuestionando? —inquirió, y yo me quedé en silencio, observando cómo cada uno tomaba su lugar en esta compleja red de lealtades y órdenes. Dentro de mí, un torbellino de emociones se agolpaba. Odiaba ese lazo invisible que nos unía, esa conexión que parecía empujarme a caer en sus brazos y buscar en su calor la protección que tanto anhelaba. Sin embargo, sabía que esos mismos brazos jamás estaban destinados a darme la seguridad y el consuelo que mi alma demandaba. Lo miré, dolida, como tantas veces antes, y noté que él apenas me dirigía una mirada; era como si mi sufrimiento fuera apenas un eco lejano en medio del fragor de la situación. —No te estoy cuestionando, pero la equínacea es delicada y es por eso que no se le da a cualquiera —se excusó alguien, tratando de justificar la medida. —El médico lo mandó pedir. Si él no puede, entonces, ¿quién? —cuestioné, con voz temblorosa pero firme, dejando entrever mi creciente frustración. Antes de que pudiera continuar, Serena explotó: —¡Cállate, m*****a! —gritó, dejando claro que las emociones no se amoldarían a las reglas impuestas por unos pocos— todo esto es tu culpa. Mientras estas palabras retumbaban en el ambiente, muchas miradas se posaron en mí, la Luna, observando cómo era tratada en medio de una tormenta de autoridad y desafío. La multitud se agolpaba a nuestro alrededor, ansiosa por presenciar cada instante de lo que parecía una confrontación ineludible. Magnus, imponente y autoritario, alzó la voz: —¡Basta, mi heredero no puede correr ningún peligro! —exclamó, y su poder alfa se manifestó con tal intensidad que una opresión casi física se apoderó de todos los presentes. Con voz segura afirmó— Yo mismo doy la autorización, y soy el alto rango de la manada Noctis Semper. Ella es la Luna de esta manda y merece respeto. Al oír sus palabras, todos, en especial yo lo vimos asombrados. Los miembros de la manada inclinaron la cabeza, descubriendo su cuello en señal de sumisión. Aunque no sentía la misma opresión que los demás, me uní al gesto, buscando en eso una muestra de respeto. Serena tenía lágrimas corriendo por su rostro, pero le hacía caso en un estado de conmoción al igual que todos los que se habían acercado y al razonar sus últimas palabras lo entendí. Kasius es su heredero, no es que quiera defenderme, es que a su heredero no podía pasarle nada.7EvelynYa habían pasado tres semanas desde el incidente en la farmacia, pero los murmullos aún no cesaban. Todos seguían hablando de cómo el Alfa me había defendido, algo inusual en nuestra manada. Normalmente, el Alfa no intervenía tan directamente en asuntos de su Luna, pero Magnus lo había hecho sin dudar.Yo, por mi parte, ignoraba los chismes y continuaba con mi vida. Cuidar de mis hijos y de la manada era mi prioridad, y estar sin hacer nada simplemente no era lo mío.Ese día fui al hospital para continuar con mis labores. A pesar de las miradas extrañas que me lanzaban algunos, nadie se negaba a recibir atención. Estaba acostumbrada a esas miradas y ya no me afectaban.Mientras terminaba de comer un sándwich en la sala de descanso, escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Levanté la vista y giré la cabeza para encontrarme con la señora Norris, una mujer mayor de la manada que siempre llevaba una expresión de preocupación en el rostro.—¿Sucede algo? —pregunté, poniéndo
8Evelyn Al regresar a la casa principal, noté que los preparativos para la Luna Lilakuu ya estaban en marcha. El aire estaba cargado de expectación, los lobos se movían de un lado a otro preparando los rituales y decorando el claro donde se celebraría la noche sagrada. Pero todo eso quedó en segundo plano cuando vi a Annie corriendo hacia mí.Su rostro estaba pálido, sus ojos reflejaban puro terror.—Luna Evelyn… no consigo a las niñas —jadeó con angustia, aferrándose a mis brazos como si temiera desplomarse.El mundo pareció detenerse.—¿Qué? —Mi voz salió temblorosa, sintiendo cómo el color se escapaba de mi rostro.Kristal y Kristen… mis pequeñas.El pánico me golpeó como un vendaval.—¡Llama a Orión y busquen a Kristal y Kristen, YA! —grité con desesperación mientras mi mente se llenaba de escenarios aterradores.Sin perder tiempo, me lancé a buscarlas por todos lados. Mi corazón latía con fuerza, un nudo de ansiedad se apretaba en mi pecho. Mis niñas eran traviesas, pe
9Evelyn Al observar bien a esos lobos, me di cuenta de que eran carroñeros, lobos solitarios que no formaban manada. Su mirada fija en mí me heló la sangre, pero no dejé que me dominara el miedo.—¿Qué quieres? —les pregunté, caminando en círculos mientras me acercaba al río. La corriente estaba más rápida, enloquecida por la reciente lluvia, y me dio la sensación de que la naturaleza misma estaba alerta.Uno de ellos dio un paso adelante, con una sonrisa perversa en su rostro.—Quiero a una esclava como tú… Mi alfa estaría encantada contigo. —dijo con desdén.—¿Alfa? —pregunté, sorprendida por sus palabras. La mención de un alfa en ese grupo de lobos renegados me desconcertó. Estos lobos no deberían tener un alfa. Algo no encajaba.—Estos lobos no deberían tener alfa. ¿Qué está pasando? —murmuré para mí misma, incapaz de entender la situación.Uno de los hombres avanzó hacia mí, un brillo malicioso en su mirada.—Cállate y desnúdate —ordenó, sin inmutarse. Di un paso atrás,
1 Evelyn Hoy comienza el mes más importante del año para nuestra especie, los hombres lobo. Incluso para nosotros, los esclavos, es un tiempo de cambio… aunque no siempre a nuestro favor. —Evelyn, vamos, apúrate o nos van a castigar si nos retrasamos —me urgió Olga, otra de las esclavas con la que compartía cuarto. Su voz era un susurro nervioso, pero el miedo en sus ojos hablaba por sí solo. Apenas tuve tiempo de cepillarme los dientes antes de salir corriendo con ella, bajando las escaleras de piedra fría que conducían al gran salón. El aire estaba cargado de tensión, como si todos aguardaran algo. O alguien. —Allí estás, esclava —escupió una voz áspera y llena de desprecio— deja todo impecable, mugrosa —dijo de forma despectiva. Mi cuerpo se tensó de inmediato. No me llamaban por mi nombre, los esclavos no tenían nombre, siempre llamados mugrosa, desgracias o malditos…. Casi cualquier nombre despectivos que ellos quieran. No hacía falta alzar la vista para saber q
2EvelynLas risas sofocadas y las miradas burlonas estaban ahí, como siempre. La gente quería seguir divirtiéndose a costa de la loba muda de la manada. Pero la ceremonia ya había comenzado, y se suponía que todos los lobos machos debían mantenerse al margen mientras las lobas se desnudaban y caminaban hacia lo profundo del bosque para buscar a sus posibles compañeros.Me sentía más sola que nunca. Hace diecisiete años, una familia de delta me encontró al lado del camino. Los primeros cuatro años fueron buenos... hasta que tuvieron que ir a la guerra y caí en la miseria.Todos me veían como una niña maldita y comenzaron a llamarme así. Cuando el antiguo alfa y la Luna murieron en un accidente, las cosas simplemente empeoraron.—¿Por qué mejor no te mueres? —me decían algunos aldeanos. —Eres una niña maldita, vete. No me toques —me espetó una compañera en el colegio.Siempre tuve que esconderme, vivir en los rincones como una rata... siempre en la oscuridad.Si los omegas eran e
3Evelyn5 años despuésUn dolor sordo en mi estómago me hizo doblarme en dos en medio de la sala de estar. Los papeles que tenía en la mano cayeron al suelo.—¡Mierda! —murmuré entre dientes, sin poder evitarlo.Sofía, que estaba a mi lado, me miró con preocupación.—Creo que mi hermano está con Serena —susurró en voz baja.Desde que me convertí forzosamente en la Luna, todo había cambiado entre Sofía, la princesa de la manada, y yo, una simple esclava. El consejo de ancianos exigió que cumpliera mi papel, aunque nunca hubo una ceremonia. Pero el Alfa ya me había marcado aquella noche de luna llena.Respiré hondo, tratando de ahogar el dolor. Nunca es tan fuerte, así que sé que no es sexo… pero igual duele, y mi corazón se resiente.—Estoy bien. Lleva los papeles a la oficina y habla con el Beta para que organicen la ayuda en la frontera —dije con una sonrisa forzada.Sin esperar respuesta, giré sobre mis talones y me dirigí al despacho de Magnus. El supuesto todopoderoso.
4 Magnus Lo vi irse, y por un momento, tuve el impulso de levantarme y salir tras ella. Pero no lo hice. Serena se acercó de nuevo, y aunque mi cuerpo me pedía apartarla, no pude. La sentí en mi regazo, cálida y familiar, como una constante en mi vida. Pero algo en mí no estaba bien. Algo me hacía retenerme. "Eres un idiota", refunfuñó Cerverus, mi lobo, su voz áspera y cargada de desaprobación. "Cállate", le respondí, apretando los dientes, sintiendo cómo su queja se esparcía por mi mente. "Serena es nuestro amor, siempre lo ha sido", le recordé, aunque sabía que mis palabras no eran suficientes para calmarlo. "Solo el tuyo", contestó de mala gana, retirándose a un rincón en el fondo de mi mente, como si no quisiera saber nada más. Pero su presencia seguía allí, incómoda, incompleta. —Estás distraído —ronroneó Serena, sus palabras suaves mientras se acomodaba sobre mí. Sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, buscando la cercanía que solíamos tener. Pero al intentar besarme
5EvelynLa angustia en mi pecho aumentó mientras el doctor me miraba, y algo en su actitud me incomodaba, como si quisiera juzgarme, como si mi presencia no fuera bien recibida. Pero cuando sus ojos finalmente se fijaron en Kasius, su rostro cambió. Su mirada se suavizó, y por un breve momento, me sentí como si él viera lo que yo veía, como si sintiera lo que yo sentía por mi hijo.—¿Qué tiene mi hijo? —pregunté, las palabras saliendo apresuradamente, como si de ellas dependiera su vida. La respuesta que esperaba nunca llegó en forma de consuelo, sino como una sentencia fría y directa.—Kasius tiene un virus que está deteriorando su sistema nervioso y sus pulmones con bastante rapidez —dijo el médico, sin rodeos. Cada palabra fue como un golpe directo en mi pecho—. Tiene que inyectar equinácea con suma urgencia o el joven alfa puede morir.La noticia me paralizó, y por un segundo, no pude moverme. Mi hijo... puede morir... Mi mente comenzó a girar a mil por hora, buscando solucio