6. El heredero

6

Evelyn

Quise caminar más, pero tres guardias me retuvieron con brusquedad. Antes de que pudiera reaccionar, me lanzaron al suelo, con las manos fuertemente presionando mis brazos.

—Perra… ¿Crees que puedes entrar como lolita por su casa? — preguntó uno de los guardias, su tono burlesco perforando la calma que intentaba mantener.

—Soy tu luna… No tienes derecho a tratarme de esa manera — le dije con dificultad, sintiendo cómo mi cuerpo se resistía a la presión de sus manos. Pero mi determinación no vacilaba.

Otro de los guardias se abofeteó la cara, como si yo fuera la esclava sumisa de hace cinco años. Un hilo de sangre bajó por la comisura de mi boca por el impacto, pero no le presté atención. Sabía que no podía perder tiempo con ellos.

—Necesito esa medicina y van a dármela. La vida del heredero al trono está en juego —les amenacé, con la voz cargada de urgencia.

—¿De verdad piensas que vamos a creer eso? Solo eres una esclava jugando a ser luna —se burlaron, y sus risas llenaron el aire, una mueca cruel que me cortó el aliento.

Mi respiración se agitó, pero me mantuve firme, sin mostrar miedo.

—Respétame y llama a Serena — dije, apurada. —La vida de Kasius depende de esto.

—Solo quieres hacer un alboroto para llamar la atención de nuestro alfa —dijo uno de ellos, empujándome con fuerza.

El empujón me hizo tambalear, pero algo en mi interior empezó a arder. Mis ojos brillaron de color plateado brillante, mi loba despertando con furia. Ya no era solo Evelyn. Era algo más, algo mucho más fuerte.

—Vuelve a empujarme y verás —les amenacé, dejando escapar un gruñido bajo, mientras sentía cómo las garras y los colmillos comenzaban a sobresalir, el control deslizándose fuera de mis manos.

Para desafiarme, uno de ellos me empujó otra vez. En un instante, la loba asumió el control, y con un movimiento rápido, torcí su muñeca. No la solté hasta escuchar el chasquido de un hueso roto. Un grito de dolor salió de su boca mientras caía de rodillas, incapaz de defenderse.

—¡Maldita esclava! —gritó, su cara distorsionada por el dolor. — ¡Me las vas a pagar!

Me acerqué a él, dejando que mi presencia los dominara. Mis garras estaban extendidas y mis colmillos visibles, mis ojos brillantes como la luna llena.

—Denme la medicina, o iré por ella yo misma —les advertí, con la voz profunda y feroz. El aire se tensó, y aunque ellos se sintieran superiores, sabían que yo no era la misma de antes.

Cada uno de los guardias me miró con miedo, y aunque mi loba estaba lista para más, su desafío fue suficiente para que, finalmente, uno de ellos se apresurara a obedecer.

Una profunda voz dejó a todos helados. La tensión en el aire cambió de inmediato, como si un peso invisible hubiera caído sobre nosotros.

—Dale la medicina —ordenó alguien a mi espalda, su voz firme y cargada de autoridad.

Magnus Nyx.

Contuve el aliento no queriendo que su aroma me invadiera.

Los guardias se quedaron paralizados, y, al reconocer esa voz, los solté de golpe. Mi cuerpo tembló ligeramente mientras giraba para encontrarme con él. Ahí estaba, Magnus. La presencia de su figura era inconfundible, su mirada fija en los guardias con un poder y una seguridad que no dejaban lugar a dudas.

La fuerza de su voz había sido suficiente para calmar la escena, y yo me quedé quieta, respirando profundamente, tratando de recobrar mi compostura. Aún podía sentir la furia de mi loba dentro de mí, pero la presencia de Magnus me hizo recuperar el control.

Los guardias, sorprendidos y, posiblemente, temerosos, comenzaron a retroceder, reconociendo su derrota. Magnus no necesitaba hacer nada más para que supieran que él no toleraría ninguna insubordinación. Su mirada, como siempre, era de hierro, pero había algo más en ella… algo que me hizo sentir una extraña mezcla de calma y nerviosismo.

—Alfa Nyx —dijeron al unísono, y el aire se llenó de una tensión casi palpable. En medio del caos, Daniel se escabulló silenciosamente para buscar la medicina, y yo le ofrecí un pequeño asentimiento en señal de agradecimiento, consciente de que cada segundo contaba.

—¿Por qué tienen que pasar por encima de las reglas? —preguntó Serena, su voz cargada de reproche y desconcierto, mientras sus ojos se clavaban en la escena que se desarrollaba ante nosotros.

Magnus, siempre firme en su autoridad, intervino con tono frío:

—¿Me estás cuestionando? —inquirió, y yo me quedé en silencio, observando cómo cada uno tomaba su lugar en esta compleja red de lealtades y órdenes.

Dentro de mí, un torbellino de emociones se agolpaba. Odiaba ese lazo invisible que nos unía, esa conexión que parecía empujarme a caer en sus brazos y buscar en su calor la protección que tanto anhelaba. Sin embargo, sabía que esos mismos brazos jamás estaban destinados a darme la seguridad y el consuelo que mi alma demandaba.

Lo miré, dolida, como tantas veces antes, y noté que él apenas me dirigía una mirada; era como si mi sufrimiento fuera apenas un eco lejano en medio del fragor de la situación.

—No te estoy cuestionando, pero la equínacea es delicada y es por eso que no se le da a cualquiera —se excusó alguien, tratando de justificar la medida.

—El médico lo mandó pedir. Si él no puede, entonces, ¿quién? —cuestioné, con voz temblorosa pero firme, dejando entrever mi creciente frustración.

Antes de que pudiera continuar, Serena explotó:

—¡Cállate, m*****a! —gritó, dejando claro que las emociones no se amoldarían a las reglas impuestas por unos pocos— todo esto es tu culpa.

Mientras estas palabras retumbaban en el ambiente, muchas miradas se posaron en mí, la Luna, observando cómo era tratada en medio de una tormenta de autoridad y desafío. La multitud se agolpaba a nuestro alrededor, ansiosa por presenciar cada instante de lo que parecía una confrontación ineludible.

Magnus, imponente y autoritario, alzó la voz:

—¡Basta, mi heredero no puede correr ningún peligro! —exclamó, y su poder alfa se manifestó con tal intensidad que una opresión casi física se apoderó de todos los presentes. Con voz segura afirmó— Yo mismo doy la autorización, y soy el alto rango de la manada Noctis Semper. Ella es la Luna de esta manda y merece respeto.

Al oír sus palabras, todos, en especial yo lo vimos asombrados. Los miembros de la manada inclinaron la cabeza, descubriendo su cuello en señal de sumisión. Aunque no sentía la misma opresión que los demás, me uní al gesto, buscando en eso una muestra de respeto.

Serena tenía lágrimas corriendo por su rostro, pero le hacía caso en un estado de conmoción al igual que todos los que se habían acercado y al razonar sus últimas palabras lo entendí.

Kasius es su heredero, no es que quiera defenderme, es que a su heredero no podía pasarle nada.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP