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Evelyn La angustia en mi pecho aumentó mientras el doctor me miraba, y algo en su actitud me incomodaba, como si quisiera juzgarme, como si mi presencia no fuera bien recibida. Pero cuando sus ojos finalmente se fijaron en Kasius, su rostro cambió. Su mirada se suavizó, y por un breve momento, me sentí como si él viera lo que yo veía, como si sintiera lo que yo sentía por mi hijo. —¿Qué tiene mi hijo? —pregunté, las palabras saliendo apresuradamente, como si de ellas dependiera su vida. La respuesta que esperaba nunca llegó en forma de consuelo, sino como una sentencia fría y directa. —Kasius tiene un virus que está deteriorando su sistema nervioso y sus pulmones con bastante rapidez —dijo el médico, sin rodeos. Cada palabra fue como un golpe directo en mi pecho—. Tiene que inyectar equinácea con suma urgencia o el joven alfa puede morir. La noticia me paralizó, y por un segundo, no pude moverme. Mi hijo... puede morir... Mi mente comenzó a girar a mil por hora, buscando soluciones, buscando respuestas, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera salvarlo. No dudé ni un segundo. —Mande a buscar la inyección —ordené. Mi voz salió firme, con un tono que no admitía objeciones, aunque mi corazón latía acelerado, asustado por lo que pudiera pasar—. No importa, el dinero no es problema —añadí, aunque sabía que no era eso lo que realmente me preocupaba en ese momento. Lo único que importaba era salvar a Kasius. El doctor asintió, un poco sorprendido por mi respuesta, pero al parecer entendió la gravedad de la situación. Sentí cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de mí, pero me aferré a la esperanza. No podía permitir que mi hijo, el futuro alfa, cayera en manos de esta enfermedad. Poco menos de diez minutos después, la cara del doctor se había tornado sombría. La ansiedad en mi pecho comenzó a apoderarse de mí, y pude ver cómo sus ojos, antes tan seguros, ahora reflejaban algo que no quería reconocer. —¿Qué sucede? —pregunté, mi voz tensa. No entendía. ¿Qué estaba pasando? —. ¿No hay? ¿Hay que comprar más? El médico suspiró profundamente antes de hablar, su rostro marcado por una expresión complicada. “La familia de Serena, los Orfeos, son los dueños de la farmacéutica de la manada” pensé lentamente, como si las palabras le costaran salir. “Y ellos son los segundos más ricos de la región, solo superados por Magnus Nyx” Fruncí el ceño, confusa, pero antes de que pudiera formular más preguntas, el doctor continuó, su voz grave y seria. —El dependiente dice que no tiene permitido distribuirlo sin permiso de los de arriba —explicó, su expresión complicada mostrando la frustración que claramente sentía al no poder hacer nada. —¿Qué? —me quedé estupefacta, sin poder creer lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ser que algo tan vital estuviera fuera de mi alcance por cuestiones de permiso? Mi mente daba vueltas, cada vez más confundida y preocupada, mientras mi corazón latía con fuerza. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que no pudiera obtener la única medicina que podría salvar a mi hijo debido a una m*****a burocracia? El aire denso de la sala de emergencia me asfixiaba. El médico solo me miró con una expresión vacía, sin respuestas, sin soluciones. Había venido aquí buscando ayuda, pero lo único que recibí fue su indiferencia. —Lo siento, Evelyn. No tengo esa medicina en existencia —dijo sin molestarse en levantar la vista de los papeles frente a él. Mi corazón latió con fuerza. No podía perder más tiempo. Salí apresurada, ignorando las miradas de los que murmuraban a mis espaldas. Corrí por los pasillos de la manada hasta la farmacia, pero antes de llegar, un guardia me bloqueó el paso. —¿A dónde crees que vas? —preguntó con una voz cargada de superioridad. —Necesito una medicina —dije con urgencia, tratando de rodearlo, pero él extendió el brazo, impidiéndome avanzar. —El líder ya envió a buscarla. No puedes tomar nada sin autorización —su tono era seco, despectivo. Mis manos temblaban de rabia contenida. No era la primera vez que me topaba con esto. Nadie me respetaba. No importaba cuánto me esforzara, cuánto me sacrificara. Día tras día, daba lo mejor de mí por esta manada: sin vacaciones, sin remuneración, sin un maldito “gracias”. Pero cuando yo necesitaba algo, cuando era mi turno de pedir, me encontraba con un muro infranqueable. —Daniel Lifford —dije con dureza, fijando mi mirada en su rostro. El guardia me observó con un atisbo de incomodidad—. Asistí el parto de tu esposa hace seis meses. ¿Lo recuerdas? El médico estaba de viaje, y el bebé tenía cuatro vueltas de cordón umbilical. ¿Sabes lo que eso significa? —di un paso al frente, con el corazón desbocado—. Que habría muerto. Que tu hijo habría muerto. Pero los salvé. El hombre se tambaleó, respirando hondo. Por un instante, vi la culpa cruzar su rostro. —Evelyn… —su voz bajó apenas a un murmullo—. No puedo. Mi trabajo está en riesgo. Solté un resoplido, frustrada. Pero no con él. No con su miedo. Conmigo misma. Porque por más que luchara, por más que me desangrara por esta manada, seguía siendo invisible. —¿Parezco débil? —pregunté, sintiendo la rabia abrirse paso entre mis costillas—. ¿Parezco menos que Serena? Daniel no respondió. No necesitaba hacerlo. Su silencio lo decía todo. Apreté los dientes y cerré los puños con fuerza. Ya no más. No seguiría agachando la cabeza, no seguiría esperando un respeto que jamás llegaría por voluntad propia. Me enderecé y lo miré fijamente. —Dile a la presidenta que no necesito su permiso —mi voz era fría, determinada—. Y si alguien intenta detenerme… que se prepare. Me giré y caminé con paso firme, sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, que ya no iba a permitir que me pisotearan.6EvelynQuise caminar más, pero tres guardias me retuvieron con brusquedad. Antes de que pudiera reaccionar, me lanzaron al suelo, con las manos fuertemente presionando mis brazos. —Perra… ¿Crees que puedes entrar como lolita por su casa? — preguntó uno de los guardias, su tono burlesco perforando la calma que intentaba mantener.—Soy tu luna… No tienes derecho a tratarme de esa manera — le dije con dificultad, sintiendo cómo mi cuerpo se resistía a la presión de sus manos. Pero mi determinación no vacilaba.Otro de los guardias se abofeteó la cara, como si yo fuera la esclava sumisa de hace cinco años. Un hilo de sangre bajó por la comisura de mi boca por el impacto, pero no le presté atención. Sabía que no podía perder tiempo con ellos.—Necesito esa medicina y van a dármela. La vida del heredero al trono está en juego —les amenacé, con la voz cargada de urgencia.—¿De verdad piensas que vamos a creer eso? Solo eres una esclava jugando a ser luna —se burlaron, y sus risas ll
7EvelynYa habían pasado tres semanas desde el incidente en la farmacia, pero los murmullos aún no cesaban. Todos seguían hablando de cómo el Alfa me había defendido, algo inusual en nuestra manada. Normalmente, el Alfa no intervenía tan directamente en asuntos de su Luna, pero Magnus lo había hecho sin dudar.Yo, por mi parte, ignoraba los chismes y continuaba con mi vida. Cuidar de mis hijos y de la manada era mi prioridad, y estar sin hacer nada simplemente no era lo mío.Ese día fui al hospital para continuar con mis labores. A pesar de las miradas extrañas que me lanzaban algunos, nadie se negaba a recibir atención. Estaba acostumbrada a esas miradas y ya no me afectaban.Mientras terminaba de comer un sándwich en la sala de descanso, escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Levanté la vista y giré la cabeza para encontrarme con la señora Norris, una mujer mayor de la manada que siempre llevaba una expresión de preocupación en el rostro.—¿Sucede algo? —pregunté, poniéndo
8Evelyn Al regresar a la casa principal, noté que los preparativos para la Luna Lilakuu ya estaban en marcha. El aire estaba cargado de expectación, los lobos se movían de un lado a otro preparando los rituales y decorando el claro donde se celebraría la noche sagrada. Pero todo eso quedó en segundo plano cuando vi a Annie corriendo hacia mí.Su rostro estaba pálido, sus ojos reflejaban puro terror.—Luna Evelyn… no consigo a las niñas —jadeó con angustia, aferrándose a mis brazos como si temiera desplomarse.El mundo pareció detenerse.—¿Qué? —Mi voz salió temblorosa, sintiendo cómo el color se escapaba de mi rostro.Kristal y Kristen… mis pequeñas.El pánico me golpeó como un vendaval.—¡Llama a Orión y busquen a Kristal y Kristen, YA! —grité con desesperación mientras mi mente se llenaba de escenarios aterradores.Sin perder tiempo, me lancé a buscarlas por todos lados. Mi corazón latía con fuerza, un nudo de ansiedad se apretaba en mi pecho. Mis niñas eran traviesas, pe
9Evelyn Al observar bien a esos lobos, me di cuenta de que eran carroñeros, lobos solitarios que no formaban manada. Su mirada fija en mí me heló la sangre, pero no dejé que me dominara el miedo.—¿Qué quieres? —les pregunté, caminando en círculos mientras me acercaba al río. La corriente estaba más rápida, enloquecida por la reciente lluvia, y me dio la sensación de que la naturaleza misma estaba alerta.Uno de ellos dio un paso adelante, con una sonrisa perversa en su rostro.—Quiero a una esclava como tú… Mi alfa estaría encantada contigo. —dijo con desdén.—¿Alfa? —pregunté, sorprendida por sus palabras. La mención de un alfa en ese grupo de lobos renegados me desconcertó. Estos lobos no deberían tener un alfa. Algo no encajaba.—Estos lobos no deberían tener alfa. ¿Qué está pasando? —murmuré para mí misma, incapaz de entender la situación.Uno de los hombres avanzó hacia mí, un brillo malicioso en su mirada.—Cállate y desnúdate —ordenó, sin inmutarse. Di un paso atrás,
1 Evelyn Hoy comienza el mes más importante del año para nuestra especie, los hombres lobo. Incluso para nosotros, los esclavos, es un tiempo de cambio… aunque no siempre a nuestro favor. —Evelyn, vamos, apúrate o nos van a castigar si nos retrasamos —me urgió Olga, otra de las esclavas con la que compartía cuarto. Su voz era un susurro nervioso, pero el miedo en sus ojos hablaba por sí solo. Apenas tuve tiempo de cepillarme los dientes antes de salir corriendo con ella, bajando las escaleras de piedra fría que conducían al gran salón. El aire estaba cargado de tensión, como si todos aguardaran algo. O alguien. —Allí estás, esclava —escupió una voz áspera y llena de desprecio— deja todo impecable, mugrosa —dijo de forma despectiva. Mi cuerpo se tensó de inmediato. No me llamaban por mi nombre, los esclavos no tenían nombre, siempre llamados mugrosa, desgracias o malditos…. Casi cualquier nombre despectivos que ellos quieran. No hacía falta alzar la vista para saber q
2EvelynLas risas sofocadas y las miradas burlonas estaban ahí, como siempre. La gente quería seguir divirtiéndose a costa de la loba muda de la manada. Pero la ceremonia ya había comenzado, y se suponía que todos los lobos machos debían mantenerse al margen mientras las lobas se desnudaban y caminaban hacia lo profundo del bosque para buscar a sus posibles compañeros.Me sentía más sola que nunca. Hace diecisiete años, una familia de delta me encontró al lado del camino. Los primeros cuatro años fueron buenos... hasta que tuvieron que ir a la guerra y caí en la miseria.Todos me veían como una niña maldita y comenzaron a llamarme así. Cuando el antiguo alfa y la Luna murieron en un accidente, las cosas simplemente empeoraron.—¿Por qué mejor no te mueres? —me decían algunos aldeanos. —Eres una niña maldita, vete. No me toques —me espetó una compañera en el colegio.Siempre tuve que esconderme, vivir en los rincones como una rata... siempre en la oscuridad.Si los omegas eran e
3Evelyn5 años despuésUn dolor sordo en mi estómago me hizo doblarme en dos en medio de la sala de estar. Los papeles que tenía en la mano cayeron al suelo.—¡Mierda! —murmuré entre dientes, sin poder evitarlo.Sofía, que estaba a mi lado, me miró con preocupación.—Creo que mi hermano está con Serena —susurró en voz baja.Desde que me convertí forzosamente en la Luna, todo había cambiado entre Sofía, la princesa de la manada, y yo, una simple esclava. El consejo de ancianos exigió que cumpliera mi papel, aunque nunca hubo una ceremonia. Pero el Alfa ya me había marcado aquella noche de luna llena.Respiré hondo, tratando de ahogar el dolor. Nunca es tan fuerte, así que sé que no es sexo… pero igual duele, y mi corazón se resiente.—Estoy bien. Lleva los papeles a la oficina y habla con el Beta para que organicen la ayuda en la frontera —dije con una sonrisa forzada.Sin esperar respuesta, giré sobre mis talones y me dirigí al despacho de Magnus. El supuesto todopoderoso.
4 Magnus Lo vi irse, y por un momento, tuve el impulso de levantarme y salir tras ella. Pero no lo hice. Serena se acercó de nuevo, y aunque mi cuerpo me pedía apartarla, no pude. La sentí en mi regazo, cálida y familiar, como una constante en mi vida. Pero algo en mí no estaba bien. Algo me hacía retenerme. "Eres un idiota", refunfuñó Cerverus, mi lobo, su voz áspera y cargada de desaprobación. "Cállate", le respondí, apretando los dientes, sintiendo cómo su queja se esparcía por mi mente. "Serena es nuestro amor, siempre lo ha sido", le recordé, aunque sabía que mis palabras no eran suficientes para calmarlo. "Solo el tuyo", contestó de mala gana, retirándose a un rincón en el fondo de mi mente, como si no quisiera saber nada más. Pero su presencia seguía allí, incómoda, incompleta. —Estás distraído —ronroneó Serena, sus palabras suaves mientras se acomodaba sobre mí. Sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, buscando la cercanía que solíamos tener. Pero al intentar besarme