3. Una buena Luna

3

Evelyn

5 años después

Un dolor sordo en mi estómago me hizo doblarme en dos en medio de la sala de estar. Los papeles que tenía en la mano cayeron al suelo.

—¡Mierda! —murmuré entre dientes, sin poder evitarlo.

Sofía, que estaba a mi lado, me miró con preocupación.

—Creo que mi hermano está con Serena —susurró en voz baja.

Desde que me convertí forzosamente en la Luna, todo había cambiado entre Sofía, la princesa de la manada, y yo, una simple esclava. El consejo de ancianos exigió que cumpliera mi papel, aunque nunca hubo una ceremonia. Pero el Alfa ya me había marcado aquella noche de luna llena.

Respiré hondo, tratando de ahogar el dolor. Nunca es tan fuerte, así que sé que no es sexo… pero igual duele, y mi corazón se resiente.

—Estoy bien. Lleva los papeles a la oficina y habla con el Beta para que organicen la ayuda en la frontera —dije con una sonrisa forzada.

Sin esperar respuesta, giré sobre mis talones y me dirigí al despacho de Magnus. El supuesto todopoderoso.

El dolor y el enojo se enroscaban en mi pecho, como una serpiente lista para atacar. Abrí la puerta sin tocar… y los vi. Allí estaban, acaramelados.

—¡Fuera! —le espeté a Serena.

Ella soltó un ruido de incredulidad y me miró con desprecio.

—¿Quién te crees que eres?

La furia ardió en mi interior, pero mi voz salió firme.

—La Luna de esta manada. Su verdadera compañera —señalé al idiota que tenía enfrente.

Mi loba pateó en mi mente, en total acuerdo.

Podía ser una Luna muda, pero seguía siendo fuerte y determinada. Pasé de ser una esclava a convertirme en la Luna de la manada, y aunque nadie estuviera de acuerdo, ninguno se atrevió a desafiar la decisión del consejo de ancianos.

Él soltó un suspiro pesado, como si mi pregunta fuera una molestia innecesaria. Finalmente, levantó la mirada, sus ojos oscuros fríos e impenetrables.

—¿De verdad sigues con esto? —murmuró con fastidio, dejando los papeles sobre el escritorio—. No te hagas la víctima, Evelyn. Sabías exactamente en qué posición estabas desde el principio.

Su indiferencia me atravesó como una daga.

—Entonces… ¿Por qué me marcaste? —intenté retener el dolor en mi pecho, pero sabía que se había reflejado en mi tono, creo que hacia mucho al mantenerme erguida mientras Serena me veía con burla y Magnus con indiferencia.

—Sabes porque, estaba borracho y la Luna llena me jugó una mala pasada —le recuerda lo que le dijo esa mañana después de la ceremonia—. No significas nada para mí —continuó con crueldad—. Solo llevas un título que te dieron los ancianos por lástima. Pero si te hace sentir mejor, sigue creyendo que eres mi Luna.

Se inclinó hacia atrás en su silla con una sonrisa burlona.

—Pero no esperes que yo haga lo mismo.

—Recházame —dije lo suficientemente alto para que él lo escuchara.

Lo vi tensarse, y sus ojos brillaron con un instinto asesino, sus puños se apretaron hasta poner blanco sus nudillos, pero no me moví de mi lugar.

Si tanto me odia ¿Por qué no me rechaza?

No quiso moverse, y los ojos de Serena brillaron con malicia. Sabía que ella deseaba mi título, pero en la familia Nyx solo podían entrar las verdaderas compañeras de los alfas. Ellos no podían sentir las feromonas de otras mujeres o lobas, solo las de su compañera predestinada por la Diosa. Pero Magnus Nyx parecía ignorar esa regla a conveniencia.

Entonces, alguien nos interrumpió. Al voltear, vi que era Richard, mi sirviente más leal. Lo había sacado de la esclavitud y ahora tenía un salario digno. Para mí, era como un padre. Sin embargo, su expresión nerviosa encendió mis alarmas.

—¿Qué sucede? —pregunté con ansiedad.

—Es el joven Kasius… —Richard miró con recelo al alfa, pero yo lo tomé de la mano y lo aparté.

—¿Qué pasa con mi hijo? —fruncí el ceño, exigiendo una respuesta.

—Está enfermo, Luna Evelyn. No sabemos qué tiene.

No esperé más. Salí corriendo, dejando atrás a los infieles sin siquiera mirarlos. No me hacía ilusiones: sabía que a Magnus no le interesaban sus hijos. Para él, eran un recordatorio del error que cometió hace cinco años.

Yo quería irme aquella noche. Tenía todo planeado para abandonar la manada… pero todo cambió.

—Por aquí, Luna —me guió Richard, sacándome de mis pensamientos.

Apuré el paso, levantando la falda de mi vestido. Era ropa que yo misma confeccionaba. Siempre había querido abrir mi propio taller de moda, pero Magnus lo consideró una tontería y desistí. Así que ahora solo cosía para mí y para los niños. Cualquier diseño que vieran en esos aparatos, yo lo recreaba con mis manos.

Ser esclava tantos años me enseñó muchas cosas. Sabía coser, tenía conocimientos básicos de medicina, administraba la casa mejor que nadie porque conocía cada rincón… Y lo hacía sin quejas. Era una buena Luna.

Pero los elogios se los llevaba otra.

Sacudí esos pensamientos de mi mente y me enfoqué en Kasius.

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