18MagnusLa vi irse, y en ese instante algo en mi interior se removió. Sentí cómo Cerverus, mi lobo leal, se mostraba cada vez más gruñón. Cuanto más me alejaba de mi compañera, más notaba que Cerverus rechazaba a Serena con un aire de molestia. La observé, y ella se aferró a mi brazo, sus ojos buscando en los míos una respuesta.—¿Cerverus me está gruñendo? —preguntó Serena, parpadeando de forma coqueta.—Sí, aléjate mientras no pueda controlarlo —le dije en voz baja, apartándola suavemente de mí. La vi hacer pucheros, una mueca que mezclaba su habitual capricho con una pizca de frustración. Serena siempre había sido así, nunca satisfecha, y eso irritaba a Cerverus… y últimamente, también a mí.De pronto, una acusación rompió el tenso silencio:—Magnus, ayer esos renegados murieron de forma extraña. Creo que fue ella. Todo apunta a ella —escuché, y las palabras resonaron como un puñal en mi interior.Mi voz se volvió más gruesa, mis músculos se tensaron con el peso de la rabia conte
19MagnusHabía llegado bañado en sangre, ignoré a todos y me bañé para caer desplomado en mi cama...La luna iluminaba la cabaña, filtrándose a través de las cortinas desgarradas. Yo estaba sentado en el borde de la cama, observando a Evelyn dormir. Su respiración era tranquila ahora, pero no podía olvidar lo que había pasado.Su loba Mina había tomado el control cuando la encontré inconsciente en la frontera, su cuerpo impregnado con el olor de esos malditos. El deseo de sangre había sido inmediato, pero la necesidad de protegerla fue más fuerte.Evelyn se removió entre las sábanas, su frente fruncida en una expresión de incomodidad. No lo pensé y alargué la mano, apartando un mechón de su rostro.—Estás a salvo. —Mi voz fue un susurro, aunque sabía que ella no podía escucharlo en su estado.De repente, los ojos plateados de Evelyn se abrieron de golpe. No estaba despierta del todo, pero su mirada se clavó en él, como si sintiera su presencia incluso en sueños.—Magnus… —Su voz fue
20EvelynEstuve encerrada con las niñas en mi cuarto, sin permitir que nadie entrara salvo Annie, quien venía de vez en cuando a traernos comida. Mientras acomodaba a las pequeñas, escuché que se acercaba la voz de Annie, trayendo una bandeja llena de galletas de avena con chispas de chocolate para la merienda.—¿Siguen afuera? —pregunté, con cierta inquietud.—Siguen afuera… el alfa Nyx está tratando con ellos, pero… —Annie bajó la mirada, y en un susurro algo tembloroso me explicó.Su tono y su nerviosismo me hicieron sentir que algo muy malo estaba a punto de suceder. No pude contener la ansiedad. Me levanté, dejé a las niñas a salvo en su rincón y me acerqué a Annie, con el rostro marcado por la preocupación.—La turba exige que el alfa te rechace y te exilien de la manada —me dijo en voz baja, casi como si temiera ser escuchada.—Creo que… creo que debo alejarme. Si me exilian, me alejarán de las niñas, y ¿quién las va a proteger de esa maldita Serena? —Mi mente giraba a mil por
21MagnusUn dolor punzante me despertó, dejándome jadeando en la penumbra. Con un esfuerzo desesperado intenté levantarme de la cama, pero la debilidad me traicionó y caí al suelo, sintiéndome miserable. Arrodillado, jadeaba, suplicando oxígeno, mientras mi lobo en mi mente rugía, adolorido y enfurecido.Dentro de mi mente resonaban las palabras: “¡Eres un imbécil, idiota!” me regañaba totalmente fuera de sí.El eco de ese grito interno me dejaba sordo, como si cada palabra perforara mi ser.Entre la agonía, apenas pude pronunciar un débil: —Evelyn… Sin comprender del todo lo que sucedía, el peso de la traición se hacía insoportable. Nos rechazó… Mina se había ido, y mi lobo, como un cachorro perdido, lloriqueaba con voz quebrada: “Te odio…”Horas transcurrieron en esa penumbra de dolor y soledad, hasta que, finalmente, logré recomponerme un poco. Fue en ese silencio, cuando el dolor parecía haber cedido su manto, que escuché, casi imperceptible, el golpeteo de alg
22EvelynMe sentía cansada, pero por las niñas era mejor continuar. Ya habíamos cruzado dos límites de manadas de lobos y, si mis cálculos no fallaban, estábamos cerca de los límites de otra. Sin embargo, esta era bastante hermética y desconocida por todos, así que debíamos ser cautelosos.—¿Cuánto falta para la próxima manada? —preguntó Annie.—Al menos unos doscientos kilómetros —respondí, apoyándome en un árbol.Las niñas jugaban felices cerca de un arroyo. Nos abastecimos de agua y decidimos descansar unas horas.—¿Crees que nos estén buscando? —preguntó con algo de cautela.—No lo creo, no somos tan importantes —me encogí de hombros—. Deben estar de fiesta.Cuando estábamos por irnos, el crujir de ramas secas llamó mi atención. Una mujer mayor emergió tambaleante de entre los árboles, con la ropa hecha harapos, el cabello mugroso y el rostro cubierto de suciedad. Sus pies descalzos dejaban un rastro de sangre en la tierra.Tropezó y cayó pesadamente al suelo.—¡Ayuda...
23Annie Pude sentir, desde el primer instante, que entre los hombres que nos rodeaban había uno de alto rango. Su porte, la firmeza en su mirada y la autoridad en cada uno de sus gestos dejaban claro que no era un simple seguidor. Con el corazón acelerado, me arrodillé en el suelo y, casi sin titubear, dije: —Lamentamos mucho invadir la propiedad de otra manada, señor —me apresuré a disculparme.A mi lado, la anciana que me acompañaba, con voz temblorosa pero decidida, explicó: —Nos seguían lobos renegados —dijo asustada.El caos se palpaba en el ambiente. Las niñas, con los ojos llenos de confusión y miedo, se aferraban a la esperanza de encontrar a su madre. Al unísono, entre sollozos, exclamaron: —¡Salven a mi mami!Una voz se alzó entre los hombres.—¿Hay una luna? —preguntaron.—¿Se quedó luchando con casi media docena de lobos?Kristal y Kristen, afligidas, comenzaron a llorar desconsoladas. En medio del tumulto, el hombre pelirrojo de porte firme ordenó:—Trent,
24EvelynMe desperté desorientada, con la visión de un techo inmaculadamente blanco. Intenté moverme, pero cada centímetro de mi cuerpo dolía intensamente, y mi loba descansaba y la vi durmiendo plácidamente en mi mente, exhausta. Apenas pude comprender lo sucedido cuando oí una voz baja, casi un susurro, decir:—Despertó la loba.No pude ver a quién provenía esa voz, pero su cercanía me heló la sangre. Con gran esfuerzo abrí los ojos, asustada, y me senté pese al dolor punzante que recorría mi cuerpo. Al hacerlo, noté que al menos tres pares de ojos me observaban con atención, como si cada uno quisiera descifrar mi estado.—No huele a renegada —comentó alguien, con tono curioso y algo inocente, una loba adolescente.—Eso es porque hace apenas unos días dejé mi manada —respondí, con voz ronca, cargada de cansancio y resignación.El recuerdo de esa decisión me llenó de nostalgia y pesar. De repente, un ataque de tos me sacudió, y antes de que pudiera detenerlo, alguien se me acercó y
25Evelyn Me sentía bastante conmocionada por lo que había dicho esa mujer. El ambiente aún estaba impregnado de la tensión de todo lo ocurrido, y el médico, con tono firme, anunció: —Creo que la paciente debe descansar —dijo el médico, viendo mi rostro ojeroso. La mujer, sin soltar mi mano, respondió con voz serena: —Por supuesto, sí… vendré después —dijo Mara.Antes de que quisiera o pudiera irse, apreté sus manos, sin querer soltarla. Con una mezcla de duda y esperanza la miré.—¿Te puedes… quedar? —le pregunté dudosa, tal vez tenga cosas que hacer.Ella me sonrió con una mirada acuosa y, suavemente, contestó: —Claro que sí, mi ángel —sonrió más brillantemente.Inmediatamente, un suspiro de alivio escapó de mis labios y le devolví la sonrisa. En mi interior, anhelaba respuestas; y solo ella, con su calidez y comprensión, podía dármelas. —Hermanita, nos vemos después. Iré a ver a mis sobrinas —me guiñó un ojo antes de alejarse.Atónita, casi sin poder creerlo.