22EvelynMe sentía cansada, pero por las niñas era mejor continuar. Ya habíamos cruzado dos límites de manadas de lobos y, si mis cálculos no fallaban, estábamos cerca de los límites de otra. Sin embargo, esta era bastante hermética y desconocida por todos, así que debíamos ser cautelosos.—¿Cuánto falta para la próxima manada? —preguntó Annie.—Al menos unos doscientos kilómetros —respondí, apoyándome en un árbol.Las niñas jugaban felices cerca de un arroyo. Nos abastecimos de agua y decidimos descansar unas horas.—¿Crees que nos estén buscando? —preguntó con algo de cautela.—No lo creo, no somos tan importantes —me encogí de hombros—. Deben estar de fiesta.Cuando estábamos por irnos, el crujir de ramas secas llamó mi atención. Una mujer mayor emergió tambaleante de entre los árboles, con la ropa hecha harapos, el cabello mugroso y el rostro cubierto de suciedad. Sus pies descalzos dejaban un rastro de sangre en la tierra.Tropezó y cayó pesadamente al suelo.—¡Ayuda...
23Annie Pude sentir, desde el primer instante, que entre los hombres que nos rodeaban había uno de alto rango. Su porte, la firmeza en su mirada y la autoridad en cada uno de sus gestos dejaban claro que no era un simple seguidor. Con el corazón acelerado, me arrodillé en el suelo y, casi sin titubear, dije: —Lamentamos mucho invadir la propiedad de otra manada, señor —me apresuré a disculparme.A mi lado, la anciana que me acompañaba, con voz temblorosa pero decidida, explicó: —Nos seguían lobos renegados —dijo asustada.El caos se palpaba en el ambiente. Las niñas, con los ojos llenos de confusión y miedo, se aferraban a la esperanza de encontrar a su madre. Al unísono, entre sollozos, exclamaron: —¡Salven a mi mami!Una voz se alzó entre los hombres.—¿Hay una luna? —preguntaron.—¿Se quedó luchando con casi media docena de lobos?Kristal y Kristen, afligidas, comenzaron a llorar desconsoladas. En medio del tumulto, el hombre pelirrojo de porte firme ordenó:—Trent,
24EvelynMe desperté desorientada, con la visión de un techo inmaculadamente blanco. Intenté moverme, pero cada centímetro de mi cuerpo dolía intensamente, y mi loba descansaba y la vi durmiendo plácidamente en mi mente, exhausta. Apenas pude comprender lo sucedido cuando oí una voz baja, casi un susurro, decir:—Despertó la loba.No pude ver a quién provenía esa voz, pero su cercanía me heló la sangre. Con gran esfuerzo abrí los ojos, asustada, y me senté pese al dolor punzante que recorría mi cuerpo. Al hacerlo, noté que al menos tres pares de ojos me observaban con atención, como si cada uno quisiera descifrar mi estado.—No huele a renegada —comentó alguien, con tono curioso y algo inocente, una loba adolescente.—Eso es porque hace apenas unos días dejé mi manada —respondí, con voz ronca, cargada de cansancio y resignación.El recuerdo de esa decisión me llenó de nostalgia y pesar. De repente, un ataque de tos me sacudió, y antes de que pudiera detenerlo, alguien se me acercó y
25Evelyn Me sentía bastante conmocionada por lo que había dicho esa mujer. El ambiente aún estaba impregnado de la tensión de todo lo ocurrido, y el médico, con tono firme, anunció: —Creo que la paciente debe descansar —dijo el médico, viendo mi rostro ojeroso. La mujer, sin soltar mi mano, respondió con voz serena: —Por supuesto, sí… vendré después —dijo Mara.Antes de que quisiera o pudiera irse, apreté sus manos, sin querer soltarla. Con una mezcla de duda y esperanza la miré.—¿Te puedes… quedar? —le pregunté dudosa, tal vez tenga cosas que hacer.Ella me sonrió con una mirada acuosa y, suavemente, contestó: —Claro que sí, mi ángel —sonrió más brillantemente.Inmediatamente, un suspiro de alivio escapó de mis labios y le devolví la sonrisa. En mi interior, anhelaba respuestas; y solo ella, con su calidez y comprensión, podía dármelas. —Hermanita, nos vemos después. Iré a ver a mis sobrinas —me guiñó un ojo antes de alejarse.Atónita, casi sin poder creerlo.
26MagnusEstaba en constante dolor. Sin importar que siempre estaba allí, a veces se hacía insoportable de aguantar. El médico me daba medicina, pero no era suficiente. No podía respirar sin sentir el vacío en el pecho. Quería que ella regresara.—Alfa —llamó Orión, preocupado, mientras el médico me inyectaba algo en el brazo—.—Estoy bien —murmuré con voz ronca, aunque los dos sabíamos que era mentira.—La manada está muy contenta con la ida de la luna y quieren que usted dé una fiesta y un discurso.Mi mandíbula se tensó. Un rugido bajo vibró en mi pecho.—No haré esa mierda. Yo no la saqué. No me dejó limpiar su nombre —gruñí, lanzándole una mirada asesina a mi beta.Orión no apartó la vista, aunque su expresión se endureció.—Alfa, me preocupa su salud. ¿No es mejor aceptar el rechazo?Mis colmillos asomaron al empujar la silla hacia atrás con un golpe seco. Me levanté, sintiendo la furia latir en mis venas.—Eres un buen beta, Orión. De hecho, excelente… pero todo tiene un límit
27EvelynMe dejé caer en una banca cercana, sintiendo cómo el cansancio pesaba en mis huesos. El aire fresco me ayudaba a calmar el torbellino de emociones dentro de mí.Mara se había ofrecido a traer a las niñas, así que solo tuve que esperar.No pasó mucho tiempo antes de que escuchara sus risas cristalinas.Levanté la vista y las vi corriendo hacia mí, con los ojos brillando de emoción. Llevaban vestidos nuevos, seguramente regalo de Mara, y en sus pequeñas manos apretaban con fuerza unos peluches.—¡Mamá! —gritó una de ellas con alegría, lanzándose a mis brazos.La otra no tardó en imitarla, y pronto ambas estaban abrazándome, con sus caritas iluminadas por sonrisas radiantes.Apreté los labios para contener la oleada de sentimientos que me recorrió.Las envolví en un abrazo firme, sintiendo el calor y la pureza de su amor.—¿Se han divertido? —pregunté con una sonrisa, acariciando sus cabellos.—¡Sí! —respondieron al unísono, moviendo los peluches como si ellos también asintiera
28 Evelyn—¿Tienes hambre? —preguntó Mara con una sonrisa—. Ya la comida debe estar lista. Te mandé preparar muchos platillos nutritivos.Antes de que pudiera responder, dos hombres entraron al comedor. Uno de ellos era Frederic, el pelirrojo que ya conocía. Pero el otro… tenía el cabello tan rubio como el mío, ojos verdes brillantes y una sonrisa tan grande que iluminaba toda la habitación.—¿Esta es mi hermana mayor? —preguntó, visiblemente encantado—. Me llamo Cedric. ¡Hermanita!Yo me quedé helada.—Hola, soy… Eva —dije, repitiendo el nombre que Mara me había dicho que usara.Cedric se me acercó y antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un fuerte abrazo.Me quedé rígida, sin mover los brazos, sorprendida por el contacto tan repentino. Pero, así como vino, se separó de mí con la misma alegría desbordante.—Tu padre ya viene en camino. Estaba en una manada ayudando con un incendio que quemó casi la mitad del territorio, pero cuando supo de tu regreso, dijo que llega
29MagnusBajé con dificultad las escaleras. La mesa ya estaba servida, Orión y Hunter desayunaban, pero se detuvieron al verme. Solo habían pasado unos días desde que Evelyn se fue, y la casa se sentía vacía. Ni siquiera Cerverus está aquí para regañarme, y eso me hace sentir más solo que nunca.—Alfa, siéntese y desayune —dijo Hunter, poniéndose de pie mientras secaba sus manos con un trozo de tela que había sacado de sus jeans.—Está bien —le hice una seña, y ella se sentó a regañadientes.—¿Qué tienes de los renegados? —le pregunté a Orión.—Nada, no hay muchas huellas que seguir.—¿Y la búsqueda de Evelyn? —Pregunté de nuevo.—Perdimos su rastro cerca de una cascada —intervino Hunter.—¿Les dijiste a los guardias que, si la encuentran, no pueden hacerle daño? —pregunté, ansioso.—Se les ordenó específicamente que no le hicieran daño a ninguna de las desertoras —respondió Hunter.En cuanto probé la comida, el poco humor que había logrado recuperar se fue al traste.—¿No sabe bien,