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7. Conociendo a un mitad vampiro

—Mucho gusto, Jafet. Me llamo Iris —digo, resolviendo mentalmente el problema que me había surgido.

Extiendo mi mano y siento cómo mi piel se calienta al tocar la suya. No está helada como la de todos los vampiros, sino cálida y suave. Siento una energía fuerte en él, especialmente en sus ojos. Al ver mi expresión asombrada, él desvía la mirada.

—Bueno, ¿quieres ir a un restaurante de pizza? —me pregunta, logrando que deje de mirarlo. Asiento y él hace lo mismo.

—¿Cómo conduces? —pregunto para romper el incómodo silencio.

—¿De verdad eres la mejor de tu clase? —responde con una sonrisa burlona, mirándome de reojo—. Claro que tengo licencia.

Lo miro sorprendida, pero tiene razón, a los 16 años ya se puede tener una licencia, aunque sea de aprendizaje. Reflexiono sobre lo que ha dicho y surge otra pregunta en mi mente. Carraspeo un poco, acomodándome en el asiento.

—¿Tienes más de 500 años? —susurro, temiendo que se moleste, pero en lugar de eso, se ríe.

—Iris, tengo 17 años —responde, y siento cómo mis ojos casi se salen de sus órbitas.

—Es pecado mentir —le advierto, pero él solo hace una mueca—. Eres un mentiroso —declaro, haciendo una señal de la cruz con mis manos. Él ríe nuevamente—. ¿Solo sabes reír? —murmuro—. ¿Cómo vas a tener 17 años? —pregunto, viendo cómo suspira, cansado de mi curiosidad.

—Te lo digo cuando lleguemos al restaurante, ¿sí? —inquiere, recibiendo un refunfuño de mi parte—. Te lo diré, te lo prometo.

—Más te vale —respondo—. Podemos ir a un restaurante con arcades —propongo, y él asiente, preguntando dónde queda. Le doy las direcciones por el resto del camino.

Caminamos hacia la mesa del restaurante de pizza. El lugar tiene máquinas de juegos de los años 80, una reliquia hoy en día, y mis favoritas para jugar. Al otro lado, se puede ver lo que antes era una bolera.

—No sé qué le ves a este sitio, tantas súplicas para esto —el vampiro observa las máquinas con curiosidad.

Me acerco a la máquina que ha captado su atención. "Centipede" se lee en la pantalla.

—Centipede, nunca he jugado ese. Dicen que se juega por turnos. ¿Cómo se dice eso? —me pregunto a mí misma, poniendo un dedo bajo mi barbilla.

—Es un juego alternado, niña —responde el jefe del restaurante, pasando con una caja llena de piezas.

—Eso, juego alternado —digo, chasqueando los dedos. Realmente no sé cómo se juega—. No sabía eso... —susurro.

—Quiero jugarlo —comenta Jafet, tocando todos los botones.

—Oye, tranquilo, podrías romperlo —alejo sus manos de los delicados botones—. Tienen más de mil años de antigüedad.

—¿Cómo funciona? —me pregunta, mirándome decidido y luego a la máquina.

Sonrío al ver su interés, pero mi estómago ruge, recordándome mi hambre. Los ojos de Jafet se apartan de la máquina y me miran.

—Primero comemos, me dices cómo supiste todo lo que viste en la escuela y luego jugamos —sugiero, sonriendo ampliamente—. ¿Una pizza de pimiento, jalapeño y pepperoni te parece bien? —pregunto, y él asiente con una sonrisa cálida.

Nos sentamos y hacemos nuestra orden. Me encanta este restaurante por su decoración de los años 80 y su atmósfera familiar. Miro a Jafet, esperando que empiece a hablar, pero él sigue maravillado por el lugar.

—¿De verdad, antes de la guerra, las personas jugaban en estas cosas? —pregunta Jafet, observando a un chico jugando con su pareja.

—Sí... —susurro, tomando un cuchillo de la mesa—. Oye. —Él gira la cabeza hacia mí y lo señalo con el cuchillo—. Habla si no quieres que te saque las palabras de la boca.

—Está bien —responde Jafet, tragando, y baja mi mano. Este se prepara para hablar, tosiendo varias veces y luego me mira—. Pude ver toda tu obra gracias a mis ojos.

—No me digas —respondo con sarcasmo. Él pone los ojos en blanco.

—Están más desarrollados que los de otros vampiros, es mi habilidad —responde, aunque siento que me oculta algo más.

—¿Entonces viste...? —pregunto, sentándome sobre mis piernas, intrigada.

—Todo, luego de que hiciste trizas mi camisa —responde. Lo miro asustada—. Tengo que admitir que eres asombrosa —me echo hacia atrás, desconfiada, pero él sonríe y se lleva un dedo a los labios, pidiéndome silencio, y luego señala sus ojos—. Ambos ocultaremos nuestro secreto.

Lo miro asombrada. ¿Somos iguales? Me centro en sus ojos que se dilatan un poco. Sí, tienen energía, pero no igual a la mía. Su iris gris proyecta un cielo nublado que puede causar una tormenta. Él centra su mirada en mis ojos, esperando que pase algo, pero solo río y niego.

—Aquí están sus palitos con queso, jóvenes —dice la mesera, patinando hacia nosotros con nuestro aperitivo, desconectando nuestras miradas.

—Gracias —respondemos ambos, tomando uno para comer.

—¿Sabes que Max será el próximo alfa del norte? —pregunta Jafet, comiendo un palito. Niego con la cabeza—. Creo que su título está en la cuerda floja, al igual que Killa. No darse cuenta de una camisa de vampiro en su propia escuela... —Hago una mueca ante su comentario, ya no me preocupa ese mundo, estoy fuera de él—. A menos que encuentren a la verdadera culpable —dice, mirándome seriamente—. De por sí, está mal hablar con un vampiro. Imagínate tener una camisa de uno y hacer todo un juego en la escuela, haciendo que todos los lobos de alto rango se activen —él sonríe un poco.

—En realidad no te entiendo —digo, y él me mira sin comprender—. Creí que me estabas amenazando.

—Nunca lo haría, somos cómplices. Promesa de vampiro —responde, haciendo una cruz en su pecho, lo que lo hace ver tierno.

—Gracias... —susurro y empiezo a comer el resto de los palitos de queso. Observo cómo come con normalidad—. No tienes que comer si no puedes —comento, justo cuando la mesera llega con nuestra pizza extragrande y la pone en la mesa.

—Tengo hambre, debo comer —responde, tomando un pedazo de pizza y comiéndolo como un humano normal. Me mira con ternura—. Soy un híbrido, por eso tengo 17 años y también puedo comer como los humanos —confiesa. Creo que, si no tuviera los músculos de la mandíbula, se me caería al suelo—. Mi padre es vampiro y mi madre humana.

—Entonces tu madre ahora es vampira —comento, retomando mi compostura.

Pero él niega, dejándome boquiabierta nuevamente. Se ríe por mi comportamiento, se levanta un poco de su asiento, se acerca y cierra mi boca con delicadeza.

—Soy el menor de sus hijos —me notifica, su aliento fresco chocando contra mi rostro.

—¡¿Qué?! —exclamo, sorprendida por la cercanía y la noticia. Me echo hacia un lado y caigo—. Ay, ay, ay —me quejo, sobándome los glúteos.

Jafet se ríe sonoramente. Se levanta y me ayuda a levantarme con la ayuda de la mesera. Ella se asegura de que estoy bien y se retira. Jafet se sienta, aguantando la risa.

—Te dije que era mejor decírtelo en un lugar más privado —comenta, mirando a su alrededor para ver si alguien lo había escuchado.

—No lo puedo creer, ¿y tu madre sigue viva? —pregunto, y él asiente—. ¿Cuántos hermanos tienes? —vuelvo a preguntar en un susurro.

Jafet se acerca y levanta su mano. Lo miro sin entender, pero le doy una palmada, entendiendo que quiere chocar las cinco. Él se muere de risa al instante, logrando que me sienta más confundida.

—Tonta, conmigo somos cinco hijos —me dice riendo. Me agarro de la mesa para no caerme—. Come, se va a enfriar la pizza. Voy a ordenar la galleta —asiento al ver que se levanta de su silla.

Mientras como, en estado zombi, me pregunto cómo puede tener cinco medios vampiros. La mayoría de las mujeres que dan a luz a medios vampiros mueren en el acto. Nunca había oído de casos como este.

—Cinco hijos medios vampiros... —comento, tomando un poco de soda en estado de shock.

—Y tuvo gemelos —dice Jafet cerca de mi oído, logrando que escupa la soda.

Lo escucho reír nuevamente. Pone el postre en la mesa y se acerca a la máquina que quería jugar. Cierro mis ojos y me pellizco las mejillas para dejar de pensar en lo que me ha dicho.

Observo cómo saca unas monedas de sus pantalones, se acerca a las máquinas e inserta una en la ranura. Miro hacia el jefe, preocupada, pero él me asiente, parece que le dio las monedas que antes se usaban para jugar y le explicó cómo hacerlo.

Como mi postre y me acerco a él para jugar. Pasamos varias horas tratando de romper el récord de la máquina. Pero en realidad, tenemos que controlar más nuestros movimientos y lo que ven nuestros ojos.

—Ya me duelen los dedos de tanto... —se queja Jafet, presionando botones rápidamente, pero pierde—. ¡Rayos! —grita, desesperado, haciendo que me ría—. Vámonos antes de que rompa esta máquina.

Me toma de la mano y me hala hacia la salida del restaurante. Me detengo en nuestra mesa para terminar la soda. El mitad vampiro me hala más fuerte, rugiendo bajito.

—Gracias por su gran contribución —dicen los empleados con una gran sonrisa. Jafet ha gastado gran parte de su dinero en la máquina—. ¡Esperamos que vuelvan pronto!

—Claro, me encanta este lugar —respondo alegremente, ganándome un gruñido de parte de Jafet.

—Como no eres tú la que ha pagado todo —comenta Jafet, halándome hacia la salida, y me río.

Tengo que admitir que el mundo exterior se esfumó estando con el mitad vampiro. Hacía años que no me reía tanto. Todo lo que pasó hoy hizo desaparecer los recuerdos que estaban saliendo a flote. Puedo ser yo misma con él. Aprieto su mano, agradecida hacia el mitad vampiro.

Paola Gonzalez

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