—Oye, donde hay miel siempre hay abejas... o moscas —bromea con una sonrisa burlona—. Mira a Lilith, tiene un montón de pretendientes, pero solo son eso: pretendientes. —¿Y no te molesta? —le pregunto como si acabara de descubrir que tiene superpoderes. —Claro que me pongo celoso a veces, pero no
—No lo sé —dice Robert al final, suspirando—. Es una decisión que se debe de tomar entre todos. Conociendo a Camelia...dudo mucho que quiera. Es una anciana independiente. —De eso me encargo yo —digo con firmeza—. Si puedes convencer a Lilith, yo me ocuparé de Camelia. Será pan comido. —¿Estás se
La giro bruscamente y la empujo contra la puerta. Mi boca no se aparta de la suya, hambriento, invadiéndola como si no existiera un mañana. Mis dientes atrapan la curva de su hombro desnudo, dejando marcas mientras mis manos trabajan rápido en el cinturón. Lo desabrocho y bajo el pantalón lo justo p
|Aisling Renn| Hoy es el día de nuestro regreso a Berlín. Pensé que sería un día demasiado triste, pues tendría que despedirme de mi nueva familia, pero Alaric me ha dado el mejor regalo de todos: permitir que se vayan con nosotros para comenzar una nueva vida en la ciudad. La casa queda intacta,
Allí, en la zona de arribos, varios autos negros nos esperan. Al frente, con su inconfundible figura recta, está Gerd, quien al vernos alza una mano para saludarnos. —¡Bienvenidos de vuelta! —exclama con entusiasmo mientras se acerca. —Gerd, ¡qué gusto verte! —respondo, estrechándolo en un abrazo.
Me dejo caer sobre la cama, exhausta. Cierro los ojos con fuerza, intentando frenar la sensación de vértigo que persiste incluso estando acostada. Es un malestar insoportable. Quiero volver al baño, pero mis fuerzas no me lo permiten. Sin darme cuenta, me quedo profundamente dormida. Cuando despier
Dorothea asiente, saludándolos con cortesía. —Y a ustedes, permítanme presentarles a Dorothea, mi mejor amiga —añado con orgullo. Todos intercambian saludos cordiales, aunque la conversación queda en lo básico. —Después te cuento los detalles —le susurro al oído, tocando suavemente su brazo para t
Ella se queda en silencio un momento, asintiendo despacio. Luego, como si hubiera recordado algo importantísimo, se incorpora de golpe y saca un pequeño paquete de su bolso. —¿Quieres? —me pregunta, sosteniendo frente a mí lo que parece ser... ¿un paquete de cecina cubierta de algo brillante?. —¿Q