Me dejo caer sobre la cama, exhausta. Cierro los ojos con fuerza, intentando frenar la sensación de vértigo que persiste incluso estando acostada. Es un malestar insoportable. Quiero volver al baño, pero mis fuerzas no me lo permiten. Sin darme cuenta, me quedo profundamente dormida. Cuando despier
Dorothea asiente, saludándolos con cortesía. —Y a ustedes, permítanme presentarles a Dorothea, mi mejor amiga —añado con orgullo. Todos intercambian saludos cordiales, aunque la conversación queda en lo básico. —Después te cuento los detalles —le susurro al oído, tocando suavemente su brazo para t
Ella se queda en silencio un momento, asintiendo despacio. Luego, como si hubiera recordado algo importantísimo, se incorpora de golpe y saca un pequeño paquete de su bolso. —¿Quieres? —me pregunta, sosteniendo frente a mí lo que parece ser... ¿un paquete de cecina cubierta de algo brillante?. —¿Q
El procedimiento no toma mucho tiempo, pero cada segundo parece una eternidad. Dejo el test sobre el lavabo y me siento en el borde de la bañera, mirando el pequeño dispositivo como si fuera una bomba a punto de explotar. —¿Ya? —grita Thea desde el otro lado de la puerta—. ¿Qué dice?. —¡Aún no lo
|Dorothea Weber| Volver a casa con el secreto del embarazo de Aisling atorado en mi garganta es lo peor del mundo, pero encontrar a mi tío Tito en la sala de estar, justo donde solía esperar antes, lo mejora todo. Está sentado junto a mi padre, conversando sobre algo que no alcanzo a escuchar. Un
—¿De qué hablas? —indaga mi padre. —Lothar fue quien nos rescató durante aquel ataque, suegro. Estoy seguro de que lo sabe ya —contesta Artem, girándose hacia él—. Intenté localizarlo para darle las gracias, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. —Ah, sobre eso —admite mi padre, desvian
—Mira —le muestro mi anillo, extendiendo la mano con una sonrisa—. Es nuestra alianza. Espero alguna reacción, pero él se limita a observarlo sin emitir palabra. —¿No vas a felicitarme? —le pregunto con una mezcla de nerviosismo y expectativa. Por un momento, creo que no dirá nada más y se marcha
—¿Y bien, joven Artem? —mi abuela interviene, con esa mezcla de dulzura y amenaza que solo una matriarca puede dominar —. ¿La cena no está a su altura? Lo noto… inquieto. Artem levanta la vista, algo nervioso. —No, no es eso… —se aclara la garganta —. Es solo que ahora mismo el pescado no me apete