Es más difícil de lo que esperaba; apenas ha entrado la mitad. Acomodo mi posición, doy dos estocadas más y finalmente lo siento llenándome por completo. —Kukla —sisea, apretando los dientes—. ¿Quieres partirme en dos o qué?. —Cállate —le ordeno sin detenerme—. Te lo buscaste. Empiezo a moverme s
—Ah. —Me rasco la nuca con incomodidad—. ¿No ha conseguido convencerlo de que dé la cara al menos una vez?. —No quiere —responde con un dejo de tristeza—. Es difícil hacerlo entrar en razón. Suspiro, negando con la cabeza. —Iré a hablar con él —digo, y Zelda asiente con un atisbo de esperanza. S
|Narrador omnisciente| Una familia feliz, casi perfecta. Así eran los Kaiser a ojos del mundo. Dominick Kaiser, un hombre poderoso, la personificación del éxito. A su lado, su hermosa esposa y su único hijo, Alaric, un niño cuya sonrisa angelical parecía capaz de iluminar cualquier sombra. Pero a
El niño negó rápidamente con la cabeza. Sabía que su madre estaba confinada en su habitación, sin permiso siquiera de salir al jardín. La extrañaba terriblemente, pero la idea de estar como ella le aterrorizaba. —Ven aquí, acércate —ordenó su padre. Alaric dudó un momento, pero terminó obedeciendo.
Una noche, la necesidad de consuelo se volvió insoportable. Alaric decidió arriesgarse y desobedecer. Había pasado tanto tiempo sin sentir el calor de los brazos de su madre, y aunque sabía que estaba prohibido, necesitaba verla. A pesar de todo, ella seguía siendo su refugio, o al menos lo había si
Así pasaron los años, bajo un régimen de control absoluto. Años de castigos y trabajo extenuante, de desmayos, sangrados por la nariz, noches sin descanso, gritos, golpes, azote, dolor, soledad... y control. Hasta esa tarde. Un grito desgarrador sacudió los cimientos de la mansión. Alaric corrió h
|Dorothea Weber| Hoy me caso. ¿Quién lo diría? Yo, Dorothea Weber, casándome a estas alturas de mi vida. Nunca lo imaginé, ni en mis más remotos pensamientos. Ahora mismo soy un manojo de nervios. Los estilistas que Artem contrató trabajan en los últimos detalles de mi atuendo, y secretamente des
Mi padre me mira con el ceño fruncido, pero tras unos segundos su expresión se suaviza. Suspira profundamente antes de rodearme con un abrazo. Es su forma de aceptar mi decisión, aunque ambos sabemos que no fue del todo mía. Sin embargo, aquí estoy. —¿Y Tito? —pregunto en un susurro, con un deje de