Permanezco en silencio. Alaric, sin esperar respuesta, toma el collar y lo coloca alrededor de mi cuello, como si volviera a marcarme con un símbolo invisible. Soy suya. Le pertenezco. —No te lo quites —su voz es baja, casi una súplica—. Significa mucho para mí, y sé que para ti también, Liebling.
Le entrego el bolso a Kate, quien, eficiente como siempre, lo sube de inmediato a la habitación de Aisling. El ambiente en la mansión se siente diferente, quizás porque la molesta presencia de Margaret ya no está aquí para provocar y fastidiar. Hay caras nuevas entre los sirvientes. Han cambiado al
Nos sentamos en la cama. Él evita mirarme, apoya los codos en sus rodillas y entrelaza las manos, fijando la vista en el suelo. —Sobre nosotros... —comienzo, y noto cómo su cuerpo se tensa—. No estoy segura de esto. —Podemos arreglarlo —dice, con la voz cargada de desesperación. No se atreve a mir
*** Alaric ha retomado su vida rutinaria: su trabajo y yo. Cree que estamos bien, pero sé que no lo estamos. La conversación de aquel día dejó sus sentimientos al descubierto, pero no trajo claridad, solo silencio. Desde entonces, evita el tema a toda costa porque le duele, y yo he elegido callar.
Thea me ayuda con los últimos detalles mientras intento mantenerme firme. Bajamos el equipaje juntas, sin pedir ayuda. Por suerte, Kate no está; parece que le dieron el día libre. Zelda está detrás de todo, como prometió, dispuesta a facilitar mi partida. Abajo, ella me espera con una sonrisa trist
—Luego, cielo —responde Nana con una sonrisa comprensiva, guiándome hacia la puerta de embarque—. Vamos, que ya casi es hora de partir. Me dejo llevar, sin protestar más, mirando a Kate por última vez, que se pierde entre toda la gente. Al final, mis pasos me conducen con Nana hacia el control de
Se ha ido. Lo ha dejado. —Aisling… —murmura con la voz rota —. Aisling... Un déjà vu cruel lo golpea. Es la segunda vez. La segunda vez que ella lo abandona. Y, aun así, él había seguido confiando en ella, creyendo que esta vez sería diferente. Su mirada se detiene en la mesita de noche. Algo de
|Artem Zaitsev| Duele como el infierno. Al incorporarme, un gruñido se escapa de mi garganta. No he sanado del todo, pero no pienso seguir acostado en esta m*****a cama como si fuera un cadáver. Dejo escapar un suspiro frustrado cuando la enfermera que Roco dejó a mi cargo entra apresurada al ver