Nos sentamos en la cama. Él evita mirarme, apoya los codos en sus rodillas y entrelaza las manos, fijando la vista en el suelo. —Sobre nosotros... —comienzo, y noto cómo su cuerpo se tensa—. No estoy segura de esto. —Podemos arreglarlo —dice, con la voz cargada de desesperación. No se atreve a mir
*** Alaric ha retomado su vida rutinaria: su trabajo y yo. Cree que estamos bien, pero sé que no lo estamos. La conversación de aquel día dejó sus sentimientos al descubierto, pero no trajo claridad, solo silencio. Desde entonces, evita el tema a toda costa porque le duele, y yo he elegido callar.
Thea me ayuda con los últimos detalles mientras intento mantenerme firme. Bajamos el equipaje juntas, sin pedir ayuda. Por suerte, Kate no está; parece que le dieron el día libre. Zelda está detrás de todo, como prometió, dispuesta a facilitar mi partida. Abajo, ella me espera con una sonrisa trist
—Luego, cielo —responde Nana con una sonrisa comprensiva, guiándome hacia la puerta de embarque—. Vamos, que ya casi es hora de partir. Me dejo llevar, sin protestar más, mirando a Kate por última vez, que se pierde entre toda la gente. Al final, mis pasos me conducen con Nana hacia el control de
Se ha ido. Lo ha dejado. —Aisling… —murmura con la voz rota —. Aisling... Un déjà vu cruel lo golpea. Es la segunda vez. La segunda vez que ella lo abandona. Y, aun así, él había seguido confiando en ella, creyendo que esta vez sería diferente. Su mirada se detiene en la mesita de noche. Algo de
|Artem Zaitsev| Duele como el infierno. Al incorporarme, un gruñido se escapa de mi garganta. No he sanado del todo, pero no pienso seguir acostado en esta m*****a cama como si fuera un cadáver. Dejo escapar un suspiro frustrado cuando la enfermera que Roco dejó a mi cargo entra apresurada al ver
—¿Señor? —Roco finalmente aparece frente a mí, su expresión de preocupación evidente—. ¿Qué hace fuera de la cama?. —No me jodas —gruño, sin disimular mi irritación—. Estoy harto de estar ahí postrado. —Pero... —¿Y los preparativos? —lo interrumpo, directo al punto. Roco frunce el ceño, pero no s
—Se lo merece —gruño, cruzándome de brazos también—. Él codició al mío primero. La memoria de aquellos días en el hospital vuelve como una ráfaga: Alonso, rondándome como una mosca molesta, alabando lo guapo que era Artem y haciendo comentarios sobre "el bulto" en su pantalón. Incluso tuvo el desca