—Pueden beber. Relájense un poco —digo, levantando mi vaso con una sonrisa ladeada—. No sean tímidos. Hoy estoy de buen humor. Al principio, se miran entre ellos, dudosos, como si esperaran que fuera una trampa. Pero finalmente ceden, sirviéndose tragos con rapidez. La tensión comienza a disiparse
Toman también a Margaret, quien se revuelve como un animal. Llora, suplica, lanza golpes y arañazos desesperados, aferrándose a cada prenda como si con eso pudiera salvarse. Pero la resistencia solo alimenta el morbo. Hambrientos y sedientos, le arrancan la ropa en jirones hasta dejarla desnuda. L
|Alaric Kaiser| Llego a la mansión y encuentro a mi abuela en la sala de estar, esperando. Elena ya no está con ella. Algo debe haber descubierto para querer hablar conmigo. Seguro es sobre Margaret. Su desaparición le resulta extraña, y la incertidumbre ya le pesa demasiado. —Abuela —le doy un b
—Ya lo verás. No le digo nada ahora porque podría detenerme. Solo espero que, cuando vea a Margaret, no se conduela de ella. Esa serpiente no merece compasión después de lo que hizo. Miro a mi abuela; sigue pálida. Lo que le he confesado sobre Margaret le ha afectado profundamente. Le tomó mucho c
—Abre —ordena Artem a un guardia que vigila la entrada. La puerta se abre, revelando una celda diminuta, casi una jaula. El ambiente es sofocante, la mezcla de oscuridad, humedad y sufrimiento me revuelve el estómago. Margaret está en una esquina, encogida, abrazando sus piernas. Solloza despacio,
Artem toma su rumbo hacia el hospital, mientras yo regreso a la mansión. Todo parece seguir su curso normal, como si nada hubiera sucedido. Como si no hubiera presenciado la violencia y el sufrimiento, como si no hubiera enterrado a una mujer viva. Es como si nada de esto hubiera pasado. Y no pasó.
—¿Nana? —parpadeo varias veces, luchando por distinguir la realidad de un sueño—. ¿Eres tú?. Ella asiente, y aunque quiero quitarme la mascarilla de oxígeno e incorporarme, un dolor desgarrador me atraviesa el costado, arrancándome un jadeo. Nana, con la ternura que recuerdo, me obliga a recostarme
Paso saliva. Mi corazón empieza a latir más rápido de lo normal. —Kukla —se acerca y se sienta en la camilla—. ¿Cómo estás? ¿Me extrañaste?. —No —respondo, seca. —Qué linda. Yo, mucho más —besa mi mejilla vendada sin pedir permiso—. Mira lo que traje. Un regalo. Bajo la mirada hacia las orquíde