—Ya lo verás. No le digo nada ahora porque podría detenerme. Solo espero que, cuando vea a Margaret, no se conduela de ella. Esa serpiente no merece compasión después de lo que hizo. Miro a mi abuela; sigue pálida. Lo que le he confesado sobre Margaret le ha afectado profundamente. Le tomó mucho c
—Abre —ordena Artem a un guardia que vigila la entrada. La puerta se abre, revelando una celda diminuta, casi una jaula. El ambiente es sofocante, la mezcla de oscuridad, humedad y sufrimiento me revuelve el estómago. Margaret está en una esquina, encogida, abrazando sus piernas. Solloza despacio,
Artem toma su rumbo hacia el hospital, mientras yo regreso a la mansión. Todo parece seguir su curso normal, como si nada hubiera sucedido. Como si no hubiera presenciado la violencia y el sufrimiento, como si no hubiera enterrado a una mujer viva. Es como si nada de esto hubiera pasado. Y no pasó.
—¿Nana? —parpadeo varias veces, luchando por distinguir la realidad de un sueño—. ¿Eres tú?. Ella asiente, y aunque quiero quitarme la mascarilla de oxígeno e incorporarme, un dolor desgarrador me atraviesa el costado, arrancándome un jadeo. Nana, con la ternura que recuerdo, me obliga a recostarme
Paso saliva. Mi corazón empieza a latir más rápido de lo normal. —Kukla —se acerca y se sienta en la camilla—. ¿Cómo estás? ¿Me extrañaste?. —No —respondo, seca. —Qué linda. Yo, mucho más —besa mi mejilla vendada sin pedir permiso—. Mira lo que traje. Un regalo. Bajo la mirada hacia las orquíde
—No he pedido la opinión de nadie. Voy a replicar, pero algo llama mi atención: el anillo de bodas que siempre llevaba ya no está en su dedo. Levanto la mirada, y sus ojos ya estaban fijos en mí. Azules, intensos, tan fríos como el acero. —¿Ya te has divorciado? —pregunto en voz baja. Él sonríe.—N
¿Follarme a mi tío? ¡Qué asco!. Empujo a Artem con fuerza, y el beso se rompe con un chasquido. Sus ojos, encendidos de furia, dejan claro que quiere volver a intentarlo, pero no le doy oportunidad. —¡Es mi tío! —grito antes de que se acerque—. ¿Por quién me tomas, bastardo? ¡Quítate de encima!.
Me zafo como puedo, sujetando sus muñecas con fuerza y empujándola hacia la cama. Queda allí, con el cabello desordenado, la respiración entrecortada y una furia que la desborda. Parece una completa loca. —¿Qué demonios crees que haces? —le espeto, furioso—. ¿No te basta con todo lo que has provoc