El estado de Alonso es desolador. Quedo petrificada al verlo en esa camilla, cubierto de golpes. Un brazo está vendado junto al pecho; su hermoso rostro, marcado por moretones verdes y morados. Uno de sus ojos está hinchado y desfigurado, y le cuesta hablar por lo mal que ha quedado.El doctor dice que tiene una costilla rota y la muñeca torcida. Un poco más y lo habrían matado.—¿No viste la cara de esos tipos? —pregunta Thea, nerviosa, paseándose de un lado a otro—. ¿Algo que los identifique? Un tatuaje, el color de su cabello, cualquier cosa...—Thea, basta —le pido en voz baja, tomando la mano de Alonso con delicadeza—. Ahora no puede hablar mucho.—Pero esto tiene que ser reportado a la policía; tenemos que encontrar a los culpables —insiste, deteniéndose para mirarnos con angustia—. ¿Por favor? Solo un pequeño esfuerzo...—El doctor dijo que...—No, está bien —Alonso me interrumpe, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Puedo hablar un poco...—No te esfuerces. Apenas ayer te
|Dorothea Weber|¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, pero no tanto como para armar este show. Entonces solo queda Alaric. Claro, el gran Alaric Kaiser, siempre tan metido en todo, tan dueño del mundo. Él sí tendría motivos, después de encontrar a Alonso en la habitación de Aisling. Seguro que se revolvió en celos como un crío al que le quitan su juguete favorito. Está claro: él sería capaz. Más loco que Artem y con más gusto por el drama.Miro hacia la camilla. Alonso está ahí, inconsciente y dopado hasta el alma con analgésicos. Me da pena. Un chico tan inocente, tan… dulcecito. Y míralo ahora, jodido hasta el fondo. Si Artem tuvo algo que ver con esto, le corto las bolas, y lo digo en serio. No me importa si tengo que hacerlo yo misma con una t
Zeus cierra la puerta de un golpe seco, su sombra recortándose en la penumbra de la habitación. Los otros dos no pierden tiempo: manos en los cinturones, hebillas que tintinean, miradas como cuchillas que me recorren de arriba abajo. Yo los observo desde la cama, con las piernas cruzadas, las manos apoyadas en el colchón, y una sonrisa tan falsa como mi interés en sus intenciones.Uno es pelinegro, el otro castaño. Ambos me miran como si fueran lobos y yo, una presa dispuesta. Pero ¿saben qué? Estoy aquí por puro capricho. Después de tanto lidiar con patanes egocéntricos, me lo merezco. O eso me repito para justificar esta locura.El primero se baja los pantalones, y no puedo evitar alzar una ceja. ¿En serio? No sé si reírme o llorar. Artem me ha malacostumbrado: ni siquiera necesito cerrar los ojos para recordar lo que era tenerlo dentro. ¿Con esto quieren impresionarme? Contengo un suspiro y me las ingenio para fingir entusiasmo. Pero la realidad es que mis bragas siguen tan secas c
|Aisling Renn| El sol de la mañana se filtra por la ventana. Abro los ojos y parpadeo, moviéndome hacia un lado para tantear la cama, esperando encontrar a Thea todavía dormida, quizá con la misma ropa de anoche en lugar de pijama. Para mi sorpresa, estoy sola.Me incorporo en la cama justo cuando Kate entra por la puerta. Estaba a punto de despertarme, pero ya no es necesario.—¿Y Thea? ¿Se levantó temprano? —pregunto, aún somnolienta—. Seguro debe estar con resaca.—No, señorita. Ella no volvió anoche.La miro, desconcertada.—¿No? —me pongo de pie, intentando procesar—. Qué raro. ¿Se habrá quedado en casa de alguien? O…Dejo la frase en el aire al tomar mi celular. Al desbloquearlo, un mensaje suyo aparece en la pantalla. Suspiro aliviada al leerlo:"Lin, estaré en casa de mis padres por un par de días. Lamento no llegar anoche. Deja que calme a mi madre y volveré."—Me preocupé por nada —murmuro, dejando el móvil a un lado mientras busco ropa en el clóset—. Thea está en su casa.
Un olor extraño, áspero y desconocido invade el aire. El frío cala en mi piel, haciendo que los vellos se ericen como púas. Tengo la garganta seca, irritada, como si cada respiro arrastrara brasas. Mi nariz arde; la sensación es tan intensa que parece fuego contenido en mis fosas nasales.Mis párpados pesan, ásperos y secos, como si al intentar abrirlos rozara con fragmentos de vidrio incrustados en las cuencas. Finalmente, los obligo a abrirse, y me topo con un techo que no reconozco. No estoy en mi habitación.Mis ojos recorren el espacio con pesadez, y el pánico me congela. No puedo moverme; mi cuerpo está tan inmóvil como si estuviera paralizado. La habitación es una caja de paredes grisáceas y sucias. No hay muebles, salvo una mesa vieja arrinconada con objetos indistinguibles apilados encima.A mi izquierda, una puerta de madera se alza imponente; parece conducir al baño. Sobre mi cabeza, una lámpara cuelga, proyectando una luz débil que apenas disipa las sombras. El frío es con
|Dorothea Weber| El día ha sido un infierno. Encerrada entre estas paredes, mi único derecho ha sido permanecer en esta vieja cama, soportando el frío que se filtra como un verdugo. La humillación se suma cuando debo usar la campanilla que Artem me dejó para llamar a alguien que desate las cadenas y me permita ir al baño.El encargado de esa tarea es el hombre de la cicatriz, cuya mirada, cada vez que entra, me perfora como un cuchillo. Siempre me observa con esa expresión sombría, como si estuviera juzgándome por estar aquí, como si fuera mi culpa.La noche ha caído, y sé que Artem vendrá. Le dije que no lo hiciera, pero en el fondo, quiero que aparezca. Este encierro y la sensación de estar atada me están volviendo loca. La muñeca me arde y mi cabeza late como un tambor al borde de estallar. Aunque he comido, mi cuerpo sigue débil, como si la energía se escapara por cada respiración.Estaba a punto de rendirme al sueño, esperando que el malestar se apaciguara con el descanso, cuand
Sus ojos recorren el lugar, las personas y, finalmente, se detienen en mí. Hay un brillo peculiar en su mirada, y la comisura de sus labios se eleva en una sonrisa cálida.Camina directamente hacia mí mientras las puertas se cierran tras ella. Su perfume, una delicada esencia de camelias, invade mis sentidos, envolviéndome en una reconfortante familiaridad. Ahora sus manos enguantadas descansan suavemente sobre mis hombros. Me acaricia con una ternura, y su sonrisa se amplía, irradiando un aire maternal.—Tú debes de ser Aisling, ¿no? —su voz es un susurro suave, rasposo y, sin embargo, lleno de calidez—. Te pareces mucho a tu padre.—Sí... señora —respondo titubeante, sin saber exactamente qué más añadir.—Oh, debes estar sorprendida. Lo siento, vine de sorpresa—dice con una leve risa mientras sus ojos examinan el entorno—. Este lugar ha cambiado mucho.—Señora, bienvenida —interviene Kate, acercándose con delicadeza—. El señor Alaric y la dama Margaret no se encuentran en este momen
|Dorothea Weber|Solo salí un momento por curiosidad, pero no esperaba escuchar esas palabras de sus labios. Sabía perfectamente que soy su juguete, su distracción, pero escucharlo tan crudo, tan directo, me ardió más de lo que quiero admitir. Si su esposa ya sabe que me estoy acostando con él, entonces no hay escapatoria. Estoy atrapada, y no sé cómo salir de esto.—¿No te dije que no salieras? —la voz de Artem rompe el silencio y me sobresalta. Es fría, casi burlona—. Eres increíblemente desobediente.—Espero que te canses pronto de este juguete y lo tires —le escupo con rencor, sin mirarlo—. Creo que ya te estás tardando.Su risa, grave y baja, me eriza la piel. Luego siento cómo el colchón se hunde a mi lado. Permanezco inmóvil, tapada con la sábana, dejando que mi enojo me proteja.—¿Te molestó lo que escuchaste? —su voz se filtra suave y peligrosa mientras se escabulle bajo las sábanas—. Muéstrame tu rostro, Kukla. Quiero verte.—Déjame —gruño, apretando los ojos cerrados.—Lo q