|Aisling Renn| El sol de la mañana se filtra por la ventana. Abro los ojos y parpadeo, moviéndome hacia un lado para tantear la cama, esperando encontrar a Thea todavía dormida, quizá con la misma ropa de anoche en lugar de pijama. Para mi sorpresa, estoy sola.Me incorporo en la cama justo cuando Kate entra por la puerta. Estaba a punto de despertarme, pero ya no es necesario.—¿Y Thea? ¿Se levantó temprano? —pregunto, aún somnolienta—. Seguro debe estar con resaca.—No, señorita. Ella no volvió anoche.La miro, desconcertada.—¿No? —me pongo de pie, intentando procesar—. Qué raro. ¿Se habrá quedado en casa de alguien? O…Dejo la frase en el aire al tomar mi celular. Al desbloquearlo, un mensaje suyo aparece en la pantalla. Suspiro aliviada al leerlo:"Lin, estaré en casa de mis padres por un par de días. Lamento no llegar anoche. Deja que calme a mi madre y volveré."—Me preocupé por nada —murmuro, dejando el móvil a un lado mientras busco ropa en el clóset—. Thea está en su casa.
Un olor extraño, áspero y desconocido invade el aire. El frío cala en mi piel, haciendo que los vellos se ericen como púas. Tengo la garganta seca, irritada, como si cada respiro arrastrara brasas. Mi nariz arde; la sensación es tan intensa que parece fuego contenido en mis fosas nasales.Mis párpados pesan, ásperos y secos, como si al intentar abrirlos rozara con fragmentos de vidrio incrustados en las cuencas. Finalmente, los obligo a abrirse, y me topo con un techo que no reconozco. No estoy en mi habitación.Mis ojos recorren el espacio con pesadez, y el pánico me congela. No puedo moverme; mi cuerpo está tan inmóvil como si estuviera paralizado. La habitación es una caja de paredes grisáceas y sucias. No hay muebles, salvo una mesa vieja arrinconada con objetos indistinguibles apilados encima.A mi izquierda, una puerta de madera se alza imponente; parece conducir al baño. Sobre mi cabeza, una lámpara cuelga, proyectando una luz débil que apenas disipa las sombras. El frío es con
|Dorothea Weber| El día ha sido un infierno. Encerrada entre estas paredes, mi único derecho ha sido permanecer en esta vieja cama, soportando el frío que se filtra como un verdugo. La humillación se suma cuando debo usar la campanilla que Artem me dejó para llamar a alguien que desate las cadenas y me permita ir al baño.El encargado de esa tarea es el hombre de la cicatriz, cuya mirada, cada vez que entra, me perfora como un cuchillo. Siempre me observa con esa expresión sombría, como si estuviera juzgándome por estar aquí, como si fuera mi culpa.La noche ha caído, y sé que Artem vendrá. Le dije que no lo hiciera, pero en el fondo, quiero que aparezca. Este encierro y la sensación de estar atada me están volviendo loca. La muñeca me arde y mi cabeza late como un tambor al borde de estallar. Aunque he comido, mi cuerpo sigue débil, como si la energía se escapara por cada respiración.Estaba a punto de rendirme al sueño, esperando que el malestar se apaciguara con el descanso, cuand
Sus ojos recorren el lugar, las personas y, finalmente, se detienen en mí. Hay un brillo peculiar en su mirada, y la comisura de sus labios se eleva en una sonrisa cálida.Camina directamente hacia mí mientras las puertas se cierran tras ella. Su perfume, una delicada esencia de camelias, invade mis sentidos, envolviéndome en una reconfortante familiaridad. Ahora sus manos enguantadas descansan suavemente sobre mis hombros. Me acaricia con una ternura, y su sonrisa se amplía, irradiando un aire maternal.—Tú debes de ser Aisling, ¿no? —su voz es un susurro suave, rasposo y, sin embargo, lleno de calidez—. Te pareces mucho a tu padre.—Sí... señora —respondo titubeante, sin saber exactamente qué más añadir.—Oh, debes estar sorprendida. Lo siento, vine de sorpresa—dice con una leve risa mientras sus ojos examinan el entorno—. Este lugar ha cambiado mucho.—Señora, bienvenida —interviene Kate, acercándose con delicadeza—. El señor Alaric y la dama Margaret no se encuentran en este momen
|Dorothea Weber|Solo salí un momento por curiosidad, pero no esperaba escuchar esas palabras de sus labios. Sabía perfectamente que soy su juguete, su distracción, pero escucharlo tan crudo, tan directo, me ardió más de lo que quiero admitir. Si su esposa ya sabe que me estoy acostando con él, entonces no hay escapatoria. Estoy atrapada, y no sé cómo salir de esto.—¿No te dije que no salieras? —la voz de Artem rompe el silencio y me sobresalta. Es fría, casi burlona—. Eres increíblemente desobediente.—Espero que te canses pronto de este juguete y lo tires —le escupo con rencor, sin mirarlo—. Creo que ya te estás tardando.Su risa, grave y baja, me eriza la piel. Luego siento cómo el colchón se hunde a mi lado. Permanezco inmóvil, tapada con la sábana, dejando que mi enojo me proteja.—¿Te molestó lo que escuchaste? —su voz se filtra suave y peligrosa mientras se escabulle bajo las sábanas—. Muéstrame tu rostro, Kukla. Quiero verte.—Déjame —gruño, apretando los ojos cerrados.—Lo q
|Dorothea Weber|—¿De verdad me dejarás ir? —pregunto, sin ocultar la emoción que se filtra en mi voz. Artem me lanza una mirada de desdén.—¿Cómo quieres que reaccione? Tengo familia, idiota.—Será libertad condicional —responde, poniéndose de pie. Me deja desnuda en la cama—. Vendrás a verme cuando te lo pida.—No soy tu puta a domicilio, Artem. —Me levanto de un tirón, cubriéndome con la sábana ajustada contra mi pecho—. Si me vas a soltar, entonces no volveremos a...No termino la frase. Sus manos me atrapan el rostro, sujetando mis mejillas con una presión intimidante. Sus ojos, oscuros y encendidos, me perforan como balas.—Ni se te ocurra —gruñe con voz grave, amenazante—. No te atrevas a decirlo. El hecho de que te vayas no significa que esto termina.—¿Esto qué? ¿Ser tu amante? —lo desafío, manteniéndole la mirada—. Te dije que no quiero serlo. No soy el plato de segunda mesa de nadie, Artem.—¿Qué quieres entonces? —me suelta de un tirón, pero sus manos no tardan en apoderars
|Aisling Renn| Mis ojos permanecen fijos en el plato, intocado desde que la cena comenzó. La noticia del embarazo me inmoviliza, tanto que me descubro conteniendo la respiración, como si liberarla pudiera delatarme.Las voces de Zelda y Elena resuenan con felicitaciones, un entusiasmo que no comparto. A mi lado, Thea tampoco dice nada. Su tenedor queda abandonado sobre la servilleta, como si el apetito se le hubiera esfumado de golpe. No me atrevo a levantar la mirada; no quiero enfrentar sus rostros sonrientes, mucho menos los ojos de Alaric. Sé que están fijos en mí.—¿No me vas a felicitar, Aisling? —La voz de Margaret me sobresalta. Me obliga a alzar la vista hacia ella, que espera con una sonrisa que me resulta insoportable—. He dicho que estoy embarazada. ¿No estás feliz?.—Eh... sí, claro. Lo siento —respondo con una sonrisa forzada—. Felicidades, Margaret. Espero que sea un niño saludable.Ella parece satisfecha con mi respuesta y, como si fuera un acto premeditado, se inclin
—¿Podemos hablar, Aisling? —pregunta la anciana con su habitual tono suave, ese que parece envolver cada palabra con una delicadeza casi maternal—. Solo un momento, por favor. —Bueno, yo... estaré cerca, Lin —dice Thea, poniéndose de pie con una sonrisa tensa mientras me ayuda a levantarme—. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. Asiento, incapaz de articular una palabra. Su mirada se mantiene en mí mientras se aleja lentamente, volviéndose de vez en cuando para asegurarse de que todo esté bien. Cuando finalmente desaparece de vista, Zelda me hace una seña para que me siente junto a ella en las sillas colocadas bajo el árbol. El aire parece más denso entre nosotras. Bajo la mirada, incapaz de sostenerla. La vergüenza me carcome; las palabras que intentan formarse en mi mente se deshacen antes de alcanzar mis labios. Temo su juicio, aunque su voz nunca ha sido otra cosa que amable. Abro la boca, dispuesta a balbucear una disculpa, cualquier cosa que rompa este silencio incómodo.