|Dorothea Weber|Solo salí un momento por curiosidad, pero no esperaba escuchar esas palabras de sus labios. Sabía perfectamente que soy su juguete, su distracción, pero escucharlo tan crudo, tan directo, me ardió más de lo que quiero admitir. Si su esposa ya sabe que me estoy acostando con él, entonces no hay escapatoria. Estoy atrapada, y no sé cómo salir de esto.—¿No te dije que no salieras? —la voz de Artem rompe el silencio y me sobresalta. Es fría, casi burlona—. Eres increíblemente desobediente.—Espero que te canses pronto de este juguete y lo tires —le escupo con rencor, sin mirarlo—. Creo que ya te estás tardando.Su risa, grave y baja, me eriza la piel. Luego siento cómo el colchón se hunde a mi lado. Permanezco inmóvil, tapada con la sábana, dejando que mi enojo me proteja.—¿Te molestó lo que escuchaste? —su voz se filtra suave y peligrosa mientras se escabulle bajo las sábanas—. Muéstrame tu rostro, Kukla. Quiero verte.—Déjame —gruño, apretando los ojos cerrados.—Lo q
|Dorothea Weber|—¿De verdad me dejarás ir? —pregunto, sin ocultar la emoción que se filtra en mi voz. Artem me lanza una mirada de desdén.—¿Cómo quieres que reaccione? Tengo familia, idiota.—Será libertad condicional —responde, poniéndose de pie. Me deja desnuda en la cama—. Vendrás a verme cuando te lo pida.—No soy tu puta a domicilio, Artem. —Me levanto de un tirón, cubriéndome con la sábana ajustada contra mi pecho—. Si me vas a soltar, entonces no volveremos a...No termino la frase. Sus manos me atrapan el rostro, sujetando mis mejillas con una presión intimidante. Sus ojos, oscuros y encendidos, me perforan como balas.—Ni se te ocurra —gruñe con voz grave, amenazante—. No te atrevas a decirlo. El hecho de que te vayas no significa que esto termina.—¿Esto qué? ¿Ser tu amante? —lo desafío, manteniéndole la mirada—. Te dije que no quiero serlo. No soy el plato de segunda mesa de nadie, Artem.—¿Qué quieres entonces? —me suelta de un tirón, pero sus manos no tardan en apoderars
|Aisling Renn| Mis ojos permanecen fijos en el plato, intocado desde que la cena comenzó. La noticia del embarazo me inmoviliza, tanto que me descubro conteniendo la respiración, como si liberarla pudiera delatarme.Las voces de Zelda y Elena resuenan con felicitaciones, un entusiasmo que no comparto. A mi lado, Thea tampoco dice nada. Su tenedor queda abandonado sobre la servilleta, como si el apetito se le hubiera esfumado de golpe. No me atrevo a levantar la mirada; no quiero enfrentar sus rostros sonrientes, mucho menos los ojos de Alaric. Sé que están fijos en mí.—¿No me vas a felicitar, Aisling? —La voz de Margaret me sobresalta. Me obliga a alzar la vista hacia ella, que espera con una sonrisa que me resulta insoportable—. He dicho que estoy embarazada. ¿No estás feliz?.—Eh... sí, claro. Lo siento —respondo con una sonrisa forzada—. Felicidades, Margaret. Espero que sea un niño saludable.Ella parece satisfecha con mi respuesta y, como si fuera un acto premeditado, se inclin
—¿Podemos hablar, Aisling? —pregunta la anciana con su habitual tono suave, ese que parece envolver cada palabra con una delicadeza casi maternal—. Solo un momento, por favor. —Bueno, yo... estaré cerca, Lin —dice Thea, poniéndose de pie con una sonrisa tensa mientras me ayuda a levantarme—. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. Asiento, incapaz de articular una palabra. Su mirada se mantiene en mí mientras se aleja lentamente, volviéndose de vez en cuando para asegurarse de que todo esté bien. Cuando finalmente desaparece de vista, Zelda me hace una seña para que me siente junto a ella en las sillas colocadas bajo el árbol. El aire parece más denso entre nosotras. Bajo la mirada, incapaz de sostenerla. La vergüenza me carcome; las palabras que intentan formarse en mi mente se deshacen antes de alcanzar mis labios. Temo su juicio, aunque su voz nunca ha sido otra cosa que amable. Abro la boca, dispuesta a balbucear una disculpa, cualquier cosa que rompa este silencio incómodo.
|Aisling Renn| No respondo. Lo que acaba de confesar no hace más que exponer lo egoísta y mezquino que puede llegar a ser. Sabía que tenía un deber, un compromiso inquebrantable, y aun así, eligió arrastrarme con él. Ignoró mis sentimientos, ignoró a su prometida, ignoró todo. ¿De verdad cree que puedo aceptar esto? Nada cambiará el hecho de que va a casarse. Nada cambiará que tendrá un hijo con ella.—¿Por qué no dices nada? —pregunta, su voz quebrándose bajo el peso del silencio. Sus ojos buscan los míos en la penumbra que filtran las cortinas—. Ya te lo dije, Aisling, no es por amor.—¿Y qué?.La sorpresa en su rostro es casi ofensiva.—¿Qué?.—¿Eso lo hace mejor? ¿O peor? —Me aparto de él, sacudiendo sus manos como si me quemaran—. Alaric, no lo entiendes. No quieres entenderlo. Me mentiste, me engañaste desde el principio, y esto... esto lo empeora todo. Sabías lo que tenías que hacer, sabías que formar una familia era tu deber, pero decidiste involucrarme de todas formas. Decid
|Margaret Adams|Estoy sentada en la mesa de una cafetería, escondida tras unos grandes lentes de sol y un sombrero que vela mi rostro. Frente a mí, está otra mujer con un atuendo tan impecable como el mío. Aunque intentamos pasar desapercibidas, nuestras ropas, propias de la alta sociedad, nos convierten en figuras que destacan para cualquiera que nos observe.—¿Tienes todo listo? —le pregunto, llevando la taza de café a mis labios—. Estoy impaciente. Ya no soporto a esa mocosa respirando el mismo aire que yo.La mujer frente a mí dibuja una sonrisa helada y se inclina apenas hacia adelante.—Todo listo —responde, su tono cortante y preciso como el filo de una navaja—. Créeme, no eres la única que está desesperada.—Ah, claro. Casi olvido que también tienes que lidiar con alguien queriéndote bajar al marido —comento con una ironía ácida, y ella ríe. Una risa baja, sarcástica. —Y lo peor es que también es una mocosa —añado, mordaz—. Por eso nos entendemos tan bien.Chiara deja escapa
|Alaric Kaiser| —Hoy parece estar de excelente humor, señor —dice Gerd al cruzar la puerta de mi oficina—. ¿Le ha sucedido algo bueno?.—Algo muy bueno —respondo sin apartar la vista de los documentos sobre mi escritorio. Llevo días sin poder enfocarme—. Necesito que hagas algo por mí, Gerd.—Dígame.—Consigue una residencia fuera de la ciudad. Que tenga todas las comodidades. Debe ser un lugar seguro y discreto. Lo quiero listo para mañana.—Perdone, señor, pero ¿qué planea hacer con esa propiedad? —pregunta, claramente desconcertado.—¿De verdad quieres saber? —alzo la mirada, fulminándolo—. Si te lo digo, no tardarás en mirarme con desaprobación, y no estoy de humor para juicios morales.—Jamás osaría juzgarlo.Suspiro, pesadamente.—Es para Aisling —admito con franqueza—. La llevaré a vivir allí.—¿Cómo dice? ¿Y por qué haría algo así?.—Nos hemos reconciliado —mi voz baja, pero la confesión acelera mi pulso—. No puedo tenerla en la mansión. No por ahora. Allí no podría estar con
|Aisling Renn| Me pregunto si Alaric siempre fue así o si yo desperté ese monstruo en él. Oculta tras las cortinas, el eco de lo que acabo de presenciar me deja un nudo ácido en el estómago, un malestar que no puedo sacudirme.Sus palabras no llegaron a mí con claridad, pero el lenguaje de su rostro lo decía todo: una mezcla visceral de furia, angustia y algo más, algo que podría ser preocupación. Nunca lo había visto perder el control de esa manera. Y aun así, temo que ese no sea su límite, que haya un abismo más oscuro en el que podría hundirse.La llamada que recibió me dejó en vilo. Había algo en su mirada, en la rapidez con la que salió, que me sacudió. ¿Habría ocurrido algo en la mansión? ¿Con Zelda? ¿O acaso con su prometida?.Me aparto de la ventana con un estremecimiento. Mis manos no obedecen, tiemblan, y ese temblor se extiende por todo mi cuerpo. Mi corazón late con fuerza, no de amor, sino de puro miedo. Ese temor antiguo, enterrado, regresa con más fuerza que nunca. Ala