Su agarre se hace más firme alrededor de mi cuerpo, y cuando sus sollozos suaves resuenan en mi espalda, siento cómo mi pecho se contrae. Me doy la vuelta de inmediato y la veo. Está llorando.Retrocede un par de pasos, bajando la mirada como si quisiera esconder las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Se ve frágil, asustada, temblorosa.—Por favor, detente ya...—susurra, con la voz rota—. Te estás lastimando.—Y tú también lo haces—respondo con amargura.—Tú lo hiciste primero—replica, con el mismo tono herido.—Entonces no deberías llorar—murmuro mientras acorto la distancia que nos separa. Sin sus brazos rodeándome, siento un vacío que me devora—. Deberías estar feliz. Lo has logrado, ¿no? Si querías devolverme el mismo dolor, lo has conseguido.No responde. No, ella no está feliz. En sus ojos no hay rastro de satisfacción, porque en el fondo sigue siendo tan blanda, tan llena de bondad que ni siquiera este juego cruel la libera. Está herida, y cree que lastimándome a mí puede
|Aisling Renn| Han pasado dos días desde el incidente en la cena. He hecho todo lo posible por evitar a Alaric y a su prometida. No he tenido ánimo de salir de la mansión, aunque he mantenido contacto con Marcus, quien ha querido venir a verme, pero lo he disuadido por Alaric. Primero necesito que su enojo se disipe.Thea, por su parte, sigue actuando extraña desde la última vez que regresó echando chispas tras ver a su ahora exnovio. No sé qué le pasa ni qué planea, pero se ha mostrado tranquila conmigo en la mansión.Sin embargo, hay un silencio en particular que me inquieta: Margaret. No ha venido a enfrentarme como esperaba después de aquella cena, donde Alaric explotó de nuevo por mi culpa y a ella la hicieron a un lado. Según Kate, Margaret ha estado ocupada y feliz, concentrada en los preparativos de su boda. El lugar, su vestido, las decoraciones… se ha encargado de todo con verdadero entusiasmo.En una ocasión la encontré en la cocina, y me saludó con una sonrisa como si nad
El estado de Alonso es desolador. Quedo petrificada al verlo en esa camilla, cubierto de golpes. Un brazo está vendado junto al pecho; su hermoso rostro, marcado por moretones verdes y morados. Uno de sus ojos está hinchado y desfigurado, y le cuesta hablar por lo mal que ha quedado.El doctor dice que tiene una costilla rota y la muñeca torcida. Un poco más y lo habrían matado.—¿No viste la cara de esos tipos? —pregunta Thea, nerviosa, paseándose de un lado a otro—. ¿Algo que los identifique? Un tatuaje, el color de su cabello, cualquier cosa...—Thea, basta —le pido en voz baja, tomando la mano de Alonso con delicadeza—. Ahora no puede hablar mucho.—Pero esto tiene que ser reportado a la policía; tenemos que encontrar a los culpables —insiste, deteniéndose para mirarnos con angustia—. ¿Por favor? Solo un pequeño esfuerzo...—El doctor dijo que...—No, está bien —Alonso me interrumpe, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Puedo hablar un poco...—No te esfuerces. Apenas ayer te
|Dorothea Weber|¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, pero no tanto como para armar este show. Entonces solo queda Alaric. Claro, el gran Alaric Kaiser, siempre tan metido en todo, tan dueño del mundo. Él sí tendría motivos, después de encontrar a Alonso en la habitación de Aisling. Seguro que se revolvió en celos como un crío al que le quitan su juguete favorito. Está claro: él sería capaz. Más loco que Artem y con más gusto por el drama.Miro hacia la camilla. Alonso está ahí, inconsciente y dopado hasta el alma con analgésicos. Me da pena. Un chico tan inocente, tan… dulcecito. Y míralo ahora, jodido hasta el fondo. Si Artem tuvo algo que ver con esto, le corto las bolas, y lo digo en serio. No me importa si tengo que hacerlo yo misma con una t
Alaric Kaiser bajó del avión con la elegancia de un hombre que estaba acostumbrado a dominar el mundo. Sus zapatos de cuero negro brillaban bajo la luz artificial de la pista mientras avanzaba hacia las dos hileras de hombres trajeados que lo esperaban con deferencia.Su cabello azabache, tan oscuro como la noche, estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos, del mismo tono oscuro y penetrante, reflejaban una frialdad aterradora. Llevaba un traje hecho a medida color negro, que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. La camisa del mismo color que asomaba impecable bajo el saco contrastaba con el brillo de los gemelos de oro que adornaban sus puños.Su porte era altivo, seguro, como el de un rey que acababa de regresar a su reino. No era solo un magnate; era un hombre que había conquistado su destino, y cada detalle de su presencia lo gritaba. Desde la firmeza de sus pasos hasta la mirada que lanzaba a los autos lujosos que lo esperaban,
~4 años después~—Señorita —la voz neutral de la institutriz Kate hizo que Aisling detuviera sus dedos sobre las teclas del piano—. Es hora de prepararse. —¿Tan pronto?.—Sí, por favor, debe darse prisa. Aisling asintió y se levantó sin objeciones. Ni siquiera se molestó en saber si esa persona estaría presente en un día que, para ella, no era más que una mera formalidad.Después de unos minutos arreglándose, Aisling bajó las escaleras ya lista para su graduación. Su institutriz, una mujer de lentes transparentes, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar, vestida siempre con una falda de tubo por debajo de las rodillas y una camisa blanca impoluta, la esperaba al pie de la escalera.Ni un elogio, ni una sonrisa. Solo un leve asentimiento de cabeza antes de guiarla hacia el exterior de la gran mansión. Estaba acostumbrada a esa vida. Las palabras innecesarias no tenían cabida en el régimen bajo el que había crecido; solo debía ser impecable y demostrar ser la mejor, nada má
—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo.—Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija.—No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre.Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, s
Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy