|Dorothea Weber|—¿Ya no puedes seguir, anciano? —le pregunto con una sonrisa burlona.Artem, debajo de mí, frunce el ceño y me taladra con la mirada. Sujeta mis caderas y me da la vuelta en la cama, su cuerpo grande ubicándose sobre mí.Sin poder pestañear siquiera, siento cómo entra en mí con violencia. Su erección, todavía lista para otro combate, se abre paso entre mis pliegues, los ensancha y me toma como suya, mientras mis manos se aferran a ambos lados de las sábanas de seda negra, tan suaves y con su aroma impregnado.Comienza a embestirme como una bestia. Yo le sonrío desde abajo, y eso lo irrita aún más. Amasa mis pechos, los pellizca, los aprieta con rabia, mientras sus caderas chocan con mi débil pelvis. Me está destrozando por dentro, y eso me encanta. Su fuerza, su energía, su placer, su voluntad, son todas mías.Rodeo su cintura con mis piernas y lo mantengo prisionero. Artem me mira con rabia y deseo; se inclina hasta mis labios y los funde en un beso tan rencoroso com
Me separo de los labios de Marcus lentamente, agitada, y abro la puerta completamente con las mejillas encendidas. Los padres de Marcus me lanzan una mirada cómplice antes de entrar, observando la mansión con asombro y entusiasmo.Al darme la vuelta, siento que el mundo gira vertiginosamente a mi alrededor. Él está ahí, mirándonos. Marcus, sin perder la calma, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, como si de verdad fuera mi novio.—Oh, señor Kaiser —saludan los padres de Marcus con cortesía—. Un placer conocerlo.—Lo lamento, pero… no sé qué está pasando aquí, ni quiénes son ustedes, ni por qué están en mi mansión esta noche —suelta Alaric, con frialdad.Está furioso; puedo verlo en sus ojos, en la tensión de su mandíbula. Es como si tuviera el mismo infierno ardiendo dentro.Los señores Glenn, a pesar de la evidente incomodidad, mantienen una sonrisa.—Déjame que te lo explique —digo, acercándome a ellos con una valentía que no siento—. Quería que fuera una sorpresa, por e
|Alaric Kaiser|¿Debería matarlo? Artem lo haría sin pensarlo dos veces. Para él, hacer desaparecer a un mocoso no sería más complicado que aplastar a una cucaracha. Podría arreglarlo todo para que pareciera un maldito “accidente”. Y así, adiós problema.Pienso en las mil formas de deshacerme de ese imbécil mientras entro a mi habitación, sintiendo cómo la rabia me carcome hasta los huesos. Los muebles nuevos no tienen la culpa, pero los destruyo igual. Las astillas de madera y los vidrios rotos vuelan alrededor, reflejando fragmentos de mi furia.Aplasto el espejo de la cómoda con mis puños, y el dolor ni siquiera se compara con el infierno que llevo dentro. Mi mente no para de repetir esa escena: el beso de esos dos, las manos de él en su cintura, su risa tonta, el maldito rubor en sus mejillas, sus manos tocándose, y lo radiante y hermosa que se veía para él... solo para él. Todo eso, todo lo que era mío, en manos de otro. ¡A la mierda! ¡Eso no se lo voy a permitir!.—¡Señor! —Gerd
Su agarre se hace más firme alrededor de mi cuerpo, y cuando sus sollozos suaves resuenan en mi espalda, siento cómo mi pecho se contrae. Me doy la vuelta de inmediato y la veo. Está llorando.Retrocede un par de pasos, bajando la mirada como si quisiera esconder las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Se ve frágil, asustada, temblorosa.—Por favor, detente ya...—susurra, con la voz rota—. Te estás lastimando.—Y tú también lo haces—respondo con amargura.—Tú lo hiciste primero—replica, con el mismo tono herido.—Entonces no deberías llorar—murmuro mientras acorto la distancia que nos separa. Sin sus brazos rodeándome, siento un vacío que me devora—. Deberías estar feliz. Lo has logrado, ¿no? Si querías devolverme el mismo dolor, lo has conseguido.No responde. No, ella no está feliz. En sus ojos no hay rastro de satisfacción, porque en el fondo sigue siendo tan blanda, tan llena de bondad que ni siquiera este juego cruel la libera. Está herida, y cree que lastimándome a mí puede
|Aisling Renn| Han pasado dos días desde el incidente en la cena. He hecho todo lo posible por evitar a Alaric y a su prometida. No he tenido ánimo de salir de la mansión, aunque he mantenido contacto con Marcus, quien ha querido venir a verme, pero lo he disuadido por Alaric. Primero necesito que su enojo se disipe.Thea, por su parte, sigue actuando extraña desde la última vez que regresó echando chispas tras ver a su ahora exnovio. No sé qué le pasa ni qué planea, pero se ha mostrado tranquila conmigo en la mansión.Sin embargo, hay un silencio en particular que me inquieta: Margaret. No ha venido a enfrentarme como esperaba después de aquella cena, donde Alaric explotó de nuevo por mi culpa y a ella la hicieron a un lado. Según Kate, Margaret ha estado ocupada y feliz, concentrada en los preparativos de su boda. El lugar, su vestido, las decoraciones… se ha encargado de todo con verdadero entusiasmo.En una ocasión la encontré en la cocina, y me saludó con una sonrisa como si nad
El estado de Alonso es desolador. Quedo petrificada al verlo en esa camilla, cubierto de golpes. Un brazo está vendado junto al pecho; su hermoso rostro, marcado por moretones verdes y morados. Uno de sus ojos está hinchado y desfigurado, y le cuesta hablar por lo mal que ha quedado.El doctor dice que tiene una costilla rota y la muñeca torcida. Un poco más y lo habrían matado.—¿No viste la cara de esos tipos? —pregunta Thea, nerviosa, paseándose de un lado a otro—. ¿Algo que los identifique? Un tatuaje, el color de su cabello, cualquier cosa...—Thea, basta —le pido en voz baja, tomando la mano de Alonso con delicadeza—. Ahora no puede hablar mucho.—Pero esto tiene que ser reportado a la policía; tenemos que encontrar a los culpables —insiste, deteniéndose para mirarnos con angustia—. ¿Por favor? Solo un pequeño esfuerzo...—El doctor dijo que...—No, está bien —Alonso me interrumpe, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Puedo hablar un poco...—No te esfuerces. Apenas ayer te
|Dorothea Weber|¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, pero no tanto como para armar este show. Entonces solo queda Alaric. Claro, el gran Alaric Kaiser, siempre tan metido en todo, tan dueño del mundo. Él sí tendría motivos, después de encontrar a Alonso en la habitación de Aisling. Seguro que se revolvió en celos como un crío al que le quitan su juguete favorito. Está claro: él sería capaz. Más loco que Artem y con más gusto por el drama.Miro hacia la camilla. Alonso está ahí, inconsciente y dopado hasta el alma con analgésicos. Me da pena. Un chico tan inocente, tan… dulcecito. Y míralo ahora, jodido hasta el fondo. Si Artem tuvo algo que ver con esto, le corto las bolas, y lo digo en serio. No me importa si tengo que hacerlo yo misma con una t
Alaric Kaiser bajó del avión con la elegancia de un hombre que estaba acostumbrado a dominar el mundo. Sus zapatos de cuero negro brillaban bajo la luz artificial de la pista mientras avanzaba hacia las dos hileras de hombres trajeados que lo esperaban con deferencia.Su cabello azabache, tan oscuro como la noche, estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos, del mismo tono oscuro y penetrante, reflejaban una frialdad aterradora. Llevaba un traje hecho a medida color negro, que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. La camisa del mismo color que asomaba impecable bajo el saco contrastaba con el brillo de los gemelos de oro que adornaban sus puños.Su porte era altivo, seguro, como el de un rey que acababa de regresar a su reino. No era solo un magnate; era un hombre que había conquistado su destino, y cada detalle de su presencia lo gritaba. Desde la firmeza de sus pasos hasta la mirada que lanzaba a los autos lujosos que lo esperaban,