60. Espiando

Este grandísimo hijo de su madre cree que tiene el derecho de venir a mi casa a mangonearme con mi padre. Nunca, en la vida, he pretendido ser la niña perfecta de papi y mami, y mucho menos voy a permitir que una bestia igualada y desconocida como Artem Zaitsev se meta en mi vida sin antes haberlo puesto en su lugar.

Bajo las escaleras nuevamente y lo encaro de frente.

—¿Decepción? —repito, burlona. Mis palabras salen envenenadas, pero mantengo la voz suave y cínica—. Mi querido Artem, no soy tu damisela en apuros ni la niñita obediente que te imaginas. Nunca fui "indulgente" ni “buena hija” según tus estúpidos estándares, y te aseguro que no pienso empezar ahora.

Mis ojos se clavan en los suyos, y veo cómo su sonrisa se desvanece, solo un poco. Buen comienzo.

—Mira, no sé qué rollo traes con lo que hago en mi vida privada, pero tal vez deberías ocuparte de la tuya, ¿no? Porque te aseguro que los chicos que “meto” en mi habitación se divierten mucho más que los que estarían metidos e
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