Hoy vendrá. No dormí en toda la noche pensando en su regreso. La emoción se me notaba tanto que incluso Dorothea empezó a sospechar de mi comportamiento. Pero no me importó; estaba feliz, por fin Alaric se quedaría conmigo en Berlín, y no tendría que volver a irse.Me arreglo frente al espejo mientras Thea, despreocupada, chatea en su teléfono. Decidió quedarse a esperar a Alaric conmigo, aunque solo por aburrimiento, no porque le importe en realidad su presencia.Me preguntó por qué últimamente uso ropa tan cubierta. Le respondí con excusas: que me siento más cómoda o que tengo frío. Las marcas ya están desapareciendo, pero aún no me atrevo a usar nada revelador; ella es muy observadora y no pasaría por alto esos detalles.Termino de acomodar mi cabello y acaricio suavemente el colgante que cuelga de mi cuello. No me lo he quitado ni una sola vez desde que Alaric me lo dio. Es mi tesoro más preciado, aunque Thea diga que está pasado de moda. Ella es tan diferente a mí, más vibrante y
Paso junto a Thea como una bala. Se levanta de un salto del sofá al escucharme jadear.—¿Lin? —me mira, confundida, y comienza a seguirme escaleras arriba—. Aisling, ¿qué pasa? ¿A dónde vas? ¿Y Alaric?No respondo. Solo oír su nombre me provoca una mezcla de rabia y dolor. Cruzo el corredor rápidamente y entro a mi habitación. Thea me sigue, y cuando me alcanza, toma mis hombros y me voltea. Al ver mis ojos enrojecidos y las lágrimas acumuladas, su rostro refleja sorpresa.—¿Qué...? ¿Por qué estás…?.Y en ese instante, me rompo en mil pedazos. Estallo, dejando escapar un llanto sonoro y desgarrador. Las lágrimas caen sin control, como cascadas ardientes. Intento contener los jadeos para que nadie más escuche, pero no puedo.—Lin, me estás asustando, ¿qué te sucede? —Thea murmura, angustiada, ayudándome a sentarme en la cama mientras acaricia mi rostro húmedo—. ¿Por qué lloras así? ¿Qué ocurrió allá afuera?.Quiero hablar, necesito decírselo, pero las palabras quedan atrapadas. Las lág
|Aisling Renn| Algo me pica en la barbilla. Muevo la cabeza y hundo la mejilla en la almohada, pero mis ojos arden por la luz de la habitación. Abro lentamente los párpados, aún pesados, y lo primero que veo es una maraña de cabello. Thea está tumbada sobre mí, con su cara hundida en mi cuello, sus brazos rodeándome y una de sus piernas encima.No puedo moverme. Miro hacia la ventana: ya es de mañana. Dormí demasiado, me duele la cabeza, la garganta está seca y siento como si tuviera arena en los ojos.—Thea —susurro—. Oye, muévete.Ella se remueve, pero no se despierta.Estuvo conmigo toda la noche. Incluso discutió con sus padres por teléfono para quedarse unos días más. Me trajo la cena personalmente para que no tuviera que bajar y toparme con Alaric o su prometida. Se puso mi ropa y se quedó dormida después de asegurarse de que yo también lo hiciera.«La calidez de Thea me hace sentir mucho mejor».—Me estás ahogando, Thea —repito en un murmullo, moviéndome un poco—. ¿No piensas
La tensión en el ambiente es palpable, casi tangible. Veo cómo la vena en el cuello de Alaric late con rabia contenida, un latido que parece a punto de romper el silencio que él intenta mantener solo porque su prometida está presente. Pero sus ojos son otra historia, en ellos se dibuja una tormenta.—Aisling —su voz cortante me atraviesa como una navaja helada—. Necesito hablar contigo en privado.—Lo lamento, pero ahora mismo no será posible —replico con frialdad, cortándole el paso antes de que intente insistir—. Thea y yo tenemos planes de salir de compras.Thea me mira sorprendida, sus ojos grandes y brillantes denotan una mezcla de asombro y aprobación. No tengo nada planeado; estoy improvisando, buscando cualquier excusa para evitar estar a solas con él. Sé que solo me llenará de excusas y mentiras, y al final de todo, el resultado será el mismo: se casará. No voy a quedarme para escuchar sus palabras vacías.—¿Ir a dónde? —sus mandíbulas se tensan, casi rechinan—. Aisling, no h
—Vete, Alaric —espeto sin vacilar, sin darle tiempo a reaccionar—. Tu prometida está allá abajo, no quiero que se entere de esto.Él voltea, aún con la marca roja de la bofetada en su rostro, como si apenas procesara lo que acaba de suceder. Sus ojos oscuros me fulminan, llenos de una ira contenida que lucha por controlarse.—¿Cómo te atreviste? —su voz se convierte en un susurro amenazante mientras da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros—. Te advertí, Aisling… te dije que no me pusieras un dedo encima, nunca más.Retrocedo, mi cuerpo tiembla bajo su sombra, pero me obligo a mantenerme firme. No puedo echarme atrás ahora, no después de haber llegado hasta aquí.—Te lo merecías —replico con voz entrecortada, tratando de mantener la calma—. Después de todo lo que has hecho, esto es lo mínimo que te mereces.Sus labios se curvan en una mueca, y de un movimiento rápido, sujeta mi mentón con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel. Su mirada penetrante se hunde en la mía
|Dorothea Weber| Cuando Alaric subió como una bala detrás de Aisling por las escaleras, como alma que llevaba el diablo, Margaret, la peliteñida, quiso levantarse de la mesa para seguirlos. Sin embargo, la detuve por instinto.—No deberías —le advertí, y ella se detuvo en seco, girando hacia mí con una mirada asesina—. Creo que ellos dos necesitan hablar a solas, Margaret.Pronuncié su nombre con insolencia y burla, disfrutando del leve temblor de sus labios. Si supiera lo que su querido futuro esposo ha estado haciendo con mi amiga, estoy segura de que ese aire de dama distinguida se desplomaría como un coco de palma bajo el peso de la gravedad.—¿Sabes lo que sucede aquí? —preguntó, volviendo a sentarse frente a mí, aunque esta vez con una expresión endurecida. La amabilidad fingida se había esfumado por completo—. Aisling es la protegida de Alaric, ¿no? ¿Por qué parece que hay algo más?—¿Quién sabe? —respondí encogiéndome de hombros con una sonrisa maliciosa—. A decir verdad, Mar
|Alaric Kaiser| "El verdadero poder no se trata de controlar a los demás, sino de ser el único capaz de decidir el destino de todos a mi alrededor."Esas palabras eran las favoritas de mi padre. Recuerdo perfectamente cómo me hizo escribirlas una y otra vez en un cuaderno desgastado, su mirada fija en mí, implacable. Tuve que repetirlas cien veces, y si cometía la más mínima equivocación en alguna letra, el castigo era severo. Volvía a empezar, una y otra vez, hasta que cada trazo quedara perfecto, hasta que mis dedos ardieran y los tendones de mi mano se sintieran como si estuvieran a punto de romperse."El verdadero poder reside en imponer mi voluntad; los que obedecen simplemente reconocen la grandeza de mi dominio."Doscientas veces más en otro cuaderno, y esta vez no solo era cuestión de escribir. Recibía azotes en mis pantorrillas por cada error, un recordatorio doloroso de que la perfección era la única opción. Cada golpe se grababa en mi piel como un sello de autoridad, un sí
|Aisling Renn| Los ojos de Alaric son dos proyectiles, feroces y ávidos, que me desnudan con un hambre y me devora trozo a trozo, cada rincón de mi resistencia. Doy un par de pasos atrás, tambaleante, cuando el ácido de mi estómago decide desbordarse, manchando su camisa impecable. La risa burlona de Thea resuena en mi mente, acompañando el eco pulsante de un dolor de cabeza que se aferra con fuerza.Quiero reír. Ver a Alaric, siempre tan pulcro y soberbio, con su atuendo perfecto deshecho y salpicado, me produce una extraña satisfacción. Es una victoria pequeña, sí, pero una que saboreo con gusto.—Lo siento —murmuro con una sinceridad tan frágil como una pluma al viento—. No me siento bien… me voy.Intento escabullirme, pero siento el peso de su mano en mi hombro, firme, inquebrantable, una barrera que no me permitirá huir tan fácilmente.—Aisling… —Su voz es un gruñido, sus palabras muerden el aire—. No te vas a mover de aquí hasta que yo lo diga.—¡Oye! —grita Thea detrás de él—