|Dorothea Weber| Cuando Alaric subió como una bala detrás de Aisling por las escaleras, como alma que llevaba el diablo, Margaret, la peliteñida, quiso levantarse de la mesa para seguirlos. Sin embargo, la detuve por instinto.—No deberías —le advertí, y ella se detuvo en seco, girando hacia mí con una mirada asesina—. Creo que ellos dos necesitan hablar a solas, Margaret.Pronuncié su nombre con insolencia y burla, disfrutando del leve temblor de sus labios. Si supiera lo que su querido futuro esposo ha estado haciendo con mi amiga, estoy segura de que ese aire de dama distinguida se desplomaría como un coco de palma bajo el peso de la gravedad.—¿Sabes lo que sucede aquí? —preguntó, volviendo a sentarse frente a mí, aunque esta vez con una expresión endurecida. La amabilidad fingida se había esfumado por completo—. Aisling es la protegida de Alaric, ¿no? ¿Por qué parece que hay algo más?—¿Quién sabe? —respondí encogiéndome de hombros con una sonrisa maliciosa—. A decir verdad, Mar
|Alaric Kaiser| "El verdadero poder no se trata de controlar a los demás, sino de ser el único capaz de decidir el destino de todos a mi alrededor."Esas palabras eran las favoritas de mi padre. Recuerdo perfectamente cómo me hizo escribirlas una y otra vez en un cuaderno desgastado, su mirada fija en mí, implacable. Tuve que repetirlas cien veces, y si cometía la más mínima equivocación en alguna letra, el castigo era severo. Volvía a empezar, una y otra vez, hasta que cada trazo quedara perfecto, hasta que mis dedos ardieran y los tendones de mi mano se sintieran como si estuvieran a punto de romperse."El verdadero poder reside en imponer mi voluntad; los que obedecen simplemente reconocen la grandeza de mi dominio."Doscientas veces más en otro cuaderno, y esta vez no solo era cuestión de escribir. Recibía azotes en mis pantorrillas por cada error, un recordatorio doloroso de que la perfección era la única opción. Cada golpe se grababa en mi piel como un sello de autoridad, un sí
|Aisling Renn| Los ojos de Alaric son dos proyectiles, feroces y ávidos, que me desnudan con un hambre y me devora trozo a trozo, cada rincón de mi resistencia. Doy un par de pasos atrás, tambaleante, cuando el ácido de mi estómago decide desbordarse, manchando su camisa impecable. La risa burlona de Thea resuena en mi mente, acompañando el eco pulsante de un dolor de cabeza que se aferra con fuerza.Quiero reír. Ver a Alaric, siempre tan pulcro y soberbio, con su atuendo perfecto deshecho y salpicado, me produce una extraña satisfacción. Es una victoria pequeña, sí, pero una que saboreo con gusto.—Lo siento —murmuro con una sinceridad tan frágil como una pluma al viento—. No me siento bien… me voy.Intento escabullirme, pero siento el peso de su mano en mi hombro, firme, inquebrantable, una barrera que no me permitirá huir tan fácilmente.—Aisling… —Su voz es un gruñido, sus palabras muerden el aire—. No te vas a mover de aquí hasta que yo lo diga.—¡Oye! —grita Thea detrás de él—
Dorothea despotrica a mi lado en el auto que nos lleva directo a encontrarnos con Alonso. Yo mantengo los brazos cruzados, observando por la ventanilla, fija en el vacío que se extiende afuera y en el que tengo dentro.No iba a mostrar frente a Thea cuánto me había dolido la actitud de Alaric en la mesa. Fue como una espina que se clava en el pecho. Y me asustaba; no solo iba a enfrentarme a Alaric y que él me recibiera, sino que también estaba respondiendo, y temía no ser capaz de resistirlo. Porque, así como yo conocía sus puntos débiles, él también sabía cuáles eran los míos.El auto se detuvo frente a una cafetería. El chófer que Thea había llamado se marchó, y nosotras preferimos sentarnos afuera en lugar de adentro. El ambiente era más ameno; podíamos ver los autos pasar, la gente caminando de un lado a otro con sus bolsas y los perros paseando con entusiasmo.—¿Lin? —su voz me saca de mis pensamientos—. Llevo un rato hablándote, ¿me estás escuchando?.—Ah, sí —parpadeo, confund
Margaret me sonríe de vuelta ante la confusión y la tormenta reflejadas en mis ojos. Retira sus manos de las mías y se recuesta en la silla, observándome con esa fingida simpatía que me desarma.—Supongo que Alaric no te ha contado el verdadero propósito de este matrimonio —dice, con una voz inocente que me irrita aún más—. ¿De verdad te lo ocultó todo este tiempo? Me atrevo a suponer que ni siquiera sabes desde cuándo estamos comprometidos, ¿verdad?.—No… —mi garganta se siente seca al responder—. Él no habla de su vida personal.—Oh, qué lástima —lleva una mano a su mejilla y finge pensar, como si recordara algo importante—. En fin, ya que estamos aquí solas… —se inclina hacia adelante, conspiradora—. Te lo diré. El propósito de este matrimonio no es solo el amor; queremos tener hijos lo antes posible. Alaric lo sabe, y será en cuanto nos casemos… o, ¿quién sabe? Quizá incluso antes.Aprieto mis manos bajo la mesa. Siento la garganta como si mil pedazos de vidrio se clavaran en ella
|Alaric Kaiser| —¿Dónde carajos está? —exigí, sin paciencia alguna—. ¡Habla de una vez, no tengo todo el día!.—En una cafetería, señor —contestó Tom, nervioso, con la voz temblorosa—. Está con su amiga.—¿Solas?.—No... señor.Sentí cómo la rabia me hervía por dentro, como un veneno.—¿Con quién? —mi tono se volvió una amenaza—. ¡Habla, maldita sea! ¿Con quién está?.—Es un... un hombre —tragó saliva, y hasta pude imaginar su cara de cobarde mientras se aclaraba la garganta—. Un hombre las acompaña. Están hablando y... riendo. Parece que le es muy cercano a ellas.¿Ese idiota es el que cree que puede acercarse a lo que es mío? ¿Quién se cree ese imbécil para posar sus manos o sus ojos en mi propiedad?.—¿Señor?.—Descríbelo —gruñí, rechinando los dientes.—No puedo verlo bien desde aquí. Parece… extravagante. Gestos raros, es alto, pero no alcanzo a ver su cara claramente.—¿Está cerca de Aisling? —la sola idea me revolvió el estómago.—No, está más cerca de su amiga. Pero la señori
|Aisling Renn| Salgo disparada como alma en pena, y lo primero que agarro del suelo antes de huir es mi teléfono roto. Corro por el pasillo a toda velocidad y, sin detenerme, bajo las escaleras que llevan al jardín trasero.Ya sin aliento, me dejo caer en la banca de afuera, donde el viento helado me atraviesa los huesos. Mi respiración es un caos, las piernas me tiemblan igual que mis manos, y siento un ardor en mi centro, una necesidad abrasadora que clama por Alaric.Dejo el teléfono a un lado en la banca y me froto el rostro con ambas manos, dándome palmadas, intentando reaccionar. Estuve a un paso de caer en sus redes, a nada de rendirme ante él, de dejar que me tomara sobre esa encimera sin pensar en nada más.Alaric es como una serpiente venenosa y letal. Sus palabras son un veneno seductor, su cuerpo entero es un peligro embriagador, y esos ojos… Dios, esos malditos y hermosos ojos son mi perdición.Tomo aire profundo. Inhalo, exhalo, tratando de calmarme. Mi mente está en bl
|Dorothea Weber| ¿Por qué no responde? Me cansé de hacerle llamadas, de enviarle mensajes, de buscarlo en cada rincón de mi celular, como si con cada intento fallido mi frustración creciera. No sirve de nada cuando él, por alguna razón, simplemente decide ignorarme. Me preocupo, una sensación de ansiedad me recorre; ¿y si algo le pasó? Aunque quiero creer que todo está bien, una sombra de sospecha se cierne sobre mí, y deseo con todas mis fuerzas estar equivocada.Bajo del taxi que me lleva hasta su casa, pagándole al conductor con prisa antes de salir casi corriendo hacia la acera, cruzando el jardín de su hogar. Sé que él vive solo con su madre, así que si no lo encuentro, quizás ella pueda decirme dónde está.Toco el timbre dos veces, los nervios me comen viva mientras espero. Miro a todos lados, hacia la calle, hacia el portón, y luego regreso la vista a la puerta, inquieta. Todavía siento la incómoda sensación de que alguien me está siguiendo, ese maldito presentimiento que no m