|Alaric Kaiser| —¿Dónde carajos está? —exigí, sin paciencia alguna—. ¡Habla de una vez, no tengo todo el día!.—En una cafetería, señor —contestó Tom, nervioso, con la voz temblorosa—. Está con su amiga.—¿Solas?.—No... señor.Sentí cómo la rabia me hervía por dentro, como un veneno.—¿Con quién? —mi tono se volvió una amenaza—. ¡Habla, maldita sea! ¿Con quién está?.—Es un... un hombre —tragó saliva, y hasta pude imaginar su cara de cobarde mientras se aclaraba la garganta—. Un hombre las acompaña. Están hablando y... riendo. Parece que le es muy cercano a ellas.¿Ese idiota es el que cree que puede acercarse a lo que es mío? ¿Quién se cree ese imbécil para posar sus manos o sus ojos en mi propiedad?.—¿Señor?.—Descríbelo —gruñí, rechinando los dientes.—No puedo verlo bien desde aquí. Parece… extravagante. Gestos raros, es alto, pero no alcanzo a ver su cara claramente.—¿Está cerca de Aisling? —la sola idea me revolvió el estómago.—No, está más cerca de su amiga. Pero la señori
|Aisling Renn| Salgo disparada como alma en pena, y lo primero que agarro del suelo antes de huir es mi teléfono roto. Corro por el pasillo a toda velocidad y, sin detenerme, bajo las escaleras que llevan al jardín trasero.Ya sin aliento, me dejo caer en la banca de afuera, donde el viento helado me atraviesa los huesos. Mi respiración es un caos, las piernas me tiemblan igual que mis manos, y siento un ardor en mi centro, una necesidad abrasadora que clama por Alaric.Dejo el teléfono a un lado en la banca y me froto el rostro con ambas manos, dándome palmadas, intentando reaccionar. Estuve a un paso de caer en sus redes, a nada de rendirme ante él, de dejar que me tomara sobre esa encimera sin pensar en nada más.Alaric es como una serpiente venenosa y letal. Sus palabras son un veneno seductor, su cuerpo entero es un peligro embriagador, y esos ojos… Dios, esos malditos y hermosos ojos son mi perdición.Tomo aire profundo. Inhalo, exhalo, tratando de calmarme. Mi mente está en bl
|Dorothea Weber| ¿Por qué no responde? Me cansé de hacerle llamadas, de enviarle mensajes, de buscarlo en cada rincón de mi celular, como si con cada intento fallido mi frustración creciera. No sirve de nada cuando él, por alguna razón, simplemente decide ignorarme. Me preocupo, una sensación de ansiedad me recorre; ¿y si algo le pasó? Aunque quiero creer que todo está bien, una sombra de sospecha se cierne sobre mí, y deseo con todas mis fuerzas estar equivocada.Bajo del taxi que me lleva hasta su casa, pagándole al conductor con prisa antes de salir casi corriendo hacia la acera, cruzando el jardín de su hogar. Sé que él vive solo con su madre, así que si no lo encuentro, quizás ella pueda decirme dónde está.Toco el timbre dos veces, los nervios me comen viva mientras espero. Miro a todos lados, hacia la calle, hacia el portón, y luego regreso la vista a la puerta, inquieta. Todavía siento la incómoda sensación de que alguien me está siguiendo, ese maldito presentimiento que no m
|Aisling Renn| Regresamos a la mansión. Desde que Thea fue a buscarme a casa de Marcus, ha estado extrañamente callada. Durante el trayecto, apenas cruzamos palabra, y cada vez que le pregunto si algo anda mal, me asegura que todo está bien. La dejo tranquila, porque nunca me ha gustado presionar a nadie.Ojalá hubiera podido quedarme más tiempo en la calidez del hogar de Marcus, con su familia que me hace sentir acogida. Pero aquí estoy de vuelta, y lo que veo al entrar me recuerda lo lejos que estoy de ese ambiente. En el recibidor, Margaret está rodeada de bolsas y cajas, indicando a los sirvientes dónde colocar cada ramo de flores con una sonrisa ilusionada en el rostro.La veo revisar un catálogo de vestidos de novia, cada página iluminando su expresión con entusiasmo. Se encarga personalmente de los detalles para su boda con Alaric.Al notar nuestra presencia, levanta la vista y nos sonríe ampliamente, agitando una mano.—¿Quieren ver? —pregunta con un tono animado—. Hay vestid
|Alaric Kaiser| Vuelvo a la mansión después de otro día perdido. Todo fue una distracción sin sentido, y Gerd prácticamente tuvo que tomar las riendas de todo en las reuniones. No podía enfocarme en nada; su imagen, sus palabras, todo de ella estaba tallado en mi cabeza, incapaz de dejarme en paz.Quizá me precipité aquella vez en el baño. Pero, ¿qué se supone que haga? Los celos me devoran cada vez que ella pretende que alguien más tome mi lugar. No puedo soportar la idea de que otro la mire, de que otro se atreva siquiera a pensar en tocar lo que es mío.Sé a dónde fue hoy, a qué sitio se escurrió. Pero entró sola. Sola, en una casa que desconozco. No importa. Pronto sabré quién se atreve a recibirla a escondidas, y tendré en mis manos la información que necesito para ajustar cuentas.Nada más llegar, noto las flores, las bolsas y esas ridículas cajas esparcidas en el recibidor. Camino de largo, frunciendo el ceño. Margaret y sus fastidiosos preparativos de boda. Ahora menos que nu
Sigo los pasos de sangre que me llevan hacia ella, desesperado, sosteniendo la toalla alrededor de mi cintura mientras el agua gotea de mi cabello y resbala por mi cuerpo. Pero no llego a tiempo; ella se encierra en su habitación, y puedo escuchar su llanto del otro lado mientras su amiga Dorothea reacciona alarmada.—¡Aisling! —golpeo la puerta—. ¡Aisling, por favor, escúchame!.Silencio. Solo llanto y más llanto. Apoyo la frente en la puerta, rogándole una y otra vez que me escuche, explicándole que no es lo que piensa, que nada ha pasado. Pero no obtengo respuesta, solo el sonido ahogado de sus sollozos, que intenta inútilmente contener.Me doy por vencido. Ella no abrirá, no me dará la cara ni me permitirá explicarle; es más, ni siquiera me creería aunque lo intentara.Regreso a la habitación de invitados, donde Margaret termina de vestirse. La tomo del codo con un agarre brusco que la sobresalta y sacudo.—¿Estás satisfecha? —escupo con veneno—. ¿Era esto lo que querías?.—¿De qu
Sus ojos me reflejan un dolor tan profundo que, por un instante, casi me pesa verlo. La mano que intentaba tocarme queda suspendida en el aire antes de caer, lentamente, con una resignación que hiere más de lo que debería.Paso junto a él, evitando cualquier palabra, cada paso limitado por el dolor de mis heridas. Pero, de pronto, siento que el suelo desaparece bajo mis pies. Estoy en el aire, sostenida por unos brazos que me elevan con una fuerza que, aunque me incomoda, me resulta extrañamente familiar.No protesto ni lucho. No tiene caso. Sé que Alaric hará lo que quiera, como siempre, sin importarle la distancia que intento imponer. Así que me dejo llevar, guardando en silencio las palabras que solo servirían para avivar las brasas de un fuego que ya debería estar apagado. Dejo que su olor se impregne en mí, ese aroma inconfundible que me atormenta y al que, a pesar de todo, mi piel responde. Me enfurece sentirlo, sentir algo por él todavía.Al llegar a la habitación, me deposita
—Eres una desvergonzada —me escupe Margaret, como si tuviera el derecho de meter su hocico en todo esto—. ¿Traes a un tipo a la mansión y lo metes en tu habitación?.—Por eso a los sapos metidos los encuentran con la boca llena de moscas, por metiches —le responde Thea, a mi lado, con veneno—. ¿No tienes algo mejor que hacer, como poner esos estúpidos ramos en agua? ¿O es que vas a mandar a Lin a la habitación de invitados a hacer lo que no puedes? Solo estás lanzando patadas de ahogada.—¿¡Cómo te atreves!? —se ofende Margaret y entra a la habitación—. ¡No voy a aguantar ni un insulto más de tu parte, mocosa!.—Entonces, lárgate, porque esto no te incumbe. Nadie te ha pedido tu opinión.—¡Dorothea! —la reprende Alaric.Y aunque no apoyo la actitud de Thea, en este momento tiene razón. Margaret no tiene vela en este entierro ni el derecho de abrir la boca después de todo lo que me hizo.—Saca a tu mujer de aquí —escupo con desprecio hacia Alaric—. Y tú también, que no necesito sus ser