|Alaric Kaiser| Vuelvo a la mansión después de otro día perdido. Todo fue una distracción sin sentido, y Gerd prácticamente tuvo que tomar las riendas de todo en las reuniones. No podía enfocarme en nada; su imagen, sus palabras, todo de ella estaba tallado en mi cabeza, incapaz de dejarme en paz.Quizá me precipité aquella vez en el baño. Pero, ¿qué se supone que haga? Los celos me devoran cada vez que ella pretende que alguien más tome mi lugar. No puedo soportar la idea de que otro la mire, de que otro se atreva siquiera a pensar en tocar lo que es mío.Sé a dónde fue hoy, a qué sitio se escurrió. Pero entró sola. Sola, en una casa que desconozco. No importa. Pronto sabré quién se atreve a recibirla a escondidas, y tendré en mis manos la información que necesito para ajustar cuentas.Nada más llegar, noto las flores, las bolsas y esas ridículas cajas esparcidas en el recibidor. Camino de largo, frunciendo el ceño. Margaret y sus fastidiosos preparativos de boda. Ahora menos que nu
Sigo los pasos de sangre que me llevan hacia ella, desesperado, sosteniendo la toalla alrededor de mi cintura mientras el agua gotea de mi cabello y resbala por mi cuerpo. Pero no llego a tiempo; ella se encierra en su habitación, y puedo escuchar su llanto del otro lado mientras su amiga Dorothea reacciona alarmada.—¡Aisling! —golpeo la puerta—. ¡Aisling, por favor, escúchame!.Silencio. Solo llanto y más llanto. Apoyo la frente en la puerta, rogándole una y otra vez que me escuche, explicándole que no es lo que piensa, que nada ha pasado. Pero no obtengo respuesta, solo el sonido ahogado de sus sollozos, que intenta inútilmente contener.Me doy por vencido. Ella no abrirá, no me dará la cara ni me permitirá explicarle; es más, ni siquiera me creería aunque lo intentara.Regreso a la habitación de invitados, donde Margaret termina de vestirse. La tomo del codo con un agarre brusco que la sobresalta y sacudo.—¿Estás satisfecha? —escupo con veneno—. ¿Era esto lo que querías?.—¿De qu
Sus ojos me reflejan un dolor tan profundo que, por un instante, casi me pesa verlo. La mano que intentaba tocarme queda suspendida en el aire antes de caer, lentamente, con una resignación que hiere más de lo que debería.Paso junto a él, evitando cualquier palabra, cada paso limitado por el dolor de mis heridas. Pero, de pronto, siento que el suelo desaparece bajo mis pies. Estoy en el aire, sostenida por unos brazos que me elevan con una fuerza que, aunque me incomoda, me resulta extrañamente familiar.No protesto ni lucho. No tiene caso. Sé que Alaric hará lo que quiera, como siempre, sin importarle la distancia que intento imponer. Así que me dejo llevar, guardando en silencio las palabras que solo servirían para avivar las brasas de un fuego que ya debería estar apagado. Dejo que su olor se impregne en mí, ese aroma inconfundible que me atormenta y al que, a pesar de todo, mi piel responde. Me enfurece sentirlo, sentir algo por él todavía.Al llegar a la habitación, me deposita
—Eres una desvergonzada —me escupe Margaret, como si tuviera el derecho de meter su hocico en todo esto—. ¿Traes a un tipo a la mansión y lo metes en tu habitación?.—Por eso a los sapos metidos los encuentran con la boca llena de moscas, por metiches —le responde Thea, a mi lado, con veneno—. ¿No tienes algo mejor que hacer, como poner esos estúpidos ramos en agua? ¿O es que vas a mandar a Lin a la habitación de invitados a hacer lo que no puedes? Solo estás lanzando patadas de ahogada.—¿¡Cómo te atreves!? —se ofende Margaret y entra a la habitación—. ¡No voy a aguantar ni un insulto más de tu parte, mocosa!.—Entonces, lárgate, porque esto no te incumbe. Nadie te ha pedido tu opinión.—¡Dorothea! —la reprende Alaric.Y aunque no apoyo la actitud de Thea, en este momento tiene razón. Margaret no tiene vela en este entierro ni el derecho de abrir la boca después de todo lo que me hizo.—Saca a tu mujer de aquí —escupo con desprecio hacia Alaric—. Y tú también, que no necesito sus ser
|Dorothea Weber|Ese tipo está completamente loco. Apenas puse un pie fuera de la mansión, el mismo auto de la última vez apareció frente a mí como un espectro al acecho. Sentí un frío en la columna; y por un instante pensé que era algún secuestrador. Pero no, era el tipo de la cicatriz.Me subí al auto, y el trayecto se extendió por largos minutos hasta que finalmente llegamos. Y ahora aquí estoy otra vez, en la misma residencia donde casi mato a ese maldito.El hombre de la cicatriz me observa de pies a cabeza, meticuloso, asegurándose de que no lleve armas. Todos aún tienen presente el día en que casi le vuelo la cabeza a su jefe, y ahora no se arriesgan.Una vez satisfecho, me hace entrar. Cruzo la entrada y, sin saber muy bien cómo, un calor me recorre el cuerpo y aterriza en el área de mis muslos. Estoy realmente aquí para follarme a ese tipo. Casado o no, eso me importa un carajo ahora. Él fue quien me buscó, quien insistió en tenerme. Si realmente amara a su esposa, no estaría
|Dorothea Weber|—¿Ya no puedes seguir, anciano? —le pregunto con una sonrisa burlona.Artem, debajo de mí, frunce el ceño y me taladra con la mirada. Sujeta mis caderas y me da la vuelta en la cama, su cuerpo grande ubicándose sobre mí.Sin poder pestañear siquiera, siento cómo entra en mí con violencia. Su erección, todavía lista para otro combate, se abre paso entre mis pliegues, los ensancha y me toma como suya, mientras mis manos se aferran a ambos lados de las sábanas de seda negra, tan suaves y con su aroma impregnado.Comienza a embestirme como una bestia. Yo le sonrío desde abajo, y eso lo irrita aún más. Amasa mis pechos, los pellizca, los aprieta con rabia, mientras sus caderas chocan con mi débil pelvis. Me está destrozando por dentro, y eso me encanta. Su fuerza, su energía, su placer, su voluntad, son todas mías.Rodeo su cintura con mis piernas y lo mantengo prisionero. Artem me mira con rabia y deseo; se inclina hasta mis labios y los funde en un beso tan rencoroso com
Me separo de los labios de Marcus lentamente, agitada, y abro la puerta completamente con las mejillas encendidas. Los padres de Marcus me lanzan una mirada cómplice antes de entrar, observando la mansión con asombro y entusiasmo.Al darme la vuelta, siento que el mundo gira vertiginosamente a mi alrededor. Él está ahí, mirándonos. Marcus, sin perder la calma, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, como si de verdad fuera mi novio.—Oh, señor Kaiser —saludan los padres de Marcus con cortesía—. Un placer conocerlo.—Lo lamento, pero… no sé qué está pasando aquí, ni quiénes son ustedes, ni por qué están en mi mansión esta noche —suelta Alaric, con frialdad.Está furioso; puedo verlo en sus ojos, en la tensión de su mandíbula. Es como si tuviera el mismo infierno ardiendo dentro.Los señores Glenn, a pesar de la evidente incomodidad, mantienen una sonrisa.—Déjame que te lo explique —digo, acercándome a ellos con una valentía que no siento—. Quería que fuera una sorpresa, por e
|Alaric Kaiser|¿Debería matarlo? Artem lo haría sin pensarlo dos veces. Para él, hacer desaparecer a un mocoso no sería más complicado que aplastar a una cucaracha. Podría arreglarlo todo para que pareciera un maldito “accidente”. Y así, adiós problema.Pienso en las mil formas de deshacerme de ese imbécil mientras entro a mi habitación, sintiendo cómo la rabia me carcome hasta los huesos. Los muebles nuevos no tienen la culpa, pero los destruyo igual. Las astillas de madera y los vidrios rotos vuelan alrededor, reflejando fragmentos de mi furia.Aplasto el espejo de la cómoda con mis puños, y el dolor ni siquiera se compara con el infierno que llevo dentro. Mi mente no para de repetir esa escena: el beso de esos dos, las manos de él en su cintura, su risa tonta, el maldito rubor en sus mejillas, sus manos tocándose, y lo radiante y hermosa que se veía para él... solo para él. Todo eso, todo lo que era mío, en manos de otro. ¡A la mierda! ¡Eso no se lo voy a permitir!.—¡Señor! —Gerd