La tensión en el ambiente es palpable, casi tangible. Veo cómo la vena en el cuello de Alaric late con rabia contenida, un latido que parece a punto de romper el silencio que él intenta mantener solo porque su prometida está presente. Pero sus ojos son otra historia, en ellos se dibuja una tormenta.—Aisling —su voz cortante me atraviesa como una navaja helada—. Necesito hablar contigo en privado.—Lo lamento, pero ahora mismo no será posible —replico con frialdad, cortándole el paso antes de que intente insistir—. Thea y yo tenemos planes de salir de compras.Thea me mira sorprendida, sus ojos grandes y brillantes denotan una mezcla de asombro y aprobación. No tengo nada planeado; estoy improvisando, buscando cualquier excusa para evitar estar a solas con él. Sé que solo me llenará de excusas y mentiras, y al final de todo, el resultado será el mismo: se casará. No voy a quedarme para escuchar sus palabras vacías.—¿Ir a dónde? —sus mandíbulas se tensan, casi rechinan—. Aisling, no h
—Vete, Alaric —espeto sin vacilar, sin darle tiempo a reaccionar—. Tu prometida está allá abajo, no quiero que se entere de esto.Él voltea, aún con la marca roja de la bofetada en su rostro, como si apenas procesara lo que acaba de suceder. Sus ojos oscuros me fulminan, llenos de una ira contenida que lucha por controlarse.—¿Cómo te atreviste? —su voz se convierte en un susurro amenazante mientras da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros—. Te advertí, Aisling… te dije que no me pusieras un dedo encima, nunca más.Retrocedo, mi cuerpo tiembla bajo su sombra, pero me obligo a mantenerme firme. No puedo echarme atrás ahora, no después de haber llegado hasta aquí.—Te lo merecías —replico con voz entrecortada, tratando de mantener la calma—. Después de todo lo que has hecho, esto es lo mínimo que te mereces.Sus labios se curvan en una mueca, y de un movimiento rápido, sujeta mi mentón con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel. Su mirada penetrante se hunde en la mía
|Dorothea Weber| Cuando Alaric subió como una bala detrás de Aisling por las escaleras, como alma que llevaba el diablo, Margaret, la peliteñida, quiso levantarse de la mesa para seguirlos. Sin embargo, la detuve por instinto.—No deberías —le advertí, y ella se detuvo en seco, girando hacia mí con una mirada asesina—. Creo que ellos dos necesitan hablar a solas, Margaret.Pronuncié su nombre con insolencia y burla, disfrutando del leve temblor de sus labios. Si supiera lo que su querido futuro esposo ha estado haciendo con mi amiga, estoy segura de que ese aire de dama distinguida se desplomaría como un coco de palma bajo el peso de la gravedad.—¿Sabes lo que sucede aquí? —preguntó, volviendo a sentarse frente a mí, aunque esta vez con una expresión endurecida. La amabilidad fingida se había esfumado por completo—. Aisling es la protegida de Alaric, ¿no? ¿Por qué parece que hay algo más?—¿Quién sabe? —respondí encogiéndome de hombros con una sonrisa maliciosa—. A decir verdad, Mar
|Alaric Kaiser| "El verdadero poder no se trata de controlar a los demás, sino de ser el único capaz de decidir el destino de todos a mi alrededor."Esas palabras eran las favoritas de mi padre. Recuerdo perfectamente cómo me hizo escribirlas una y otra vez en un cuaderno desgastado, su mirada fija en mí, implacable. Tuve que repetirlas cien veces, y si cometía la más mínima equivocación en alguna letra, el castigo era severo. Volvía a empezar, una y otra vez, hasta que cada trazo quedara perfecto, hasta que mis dedos ardieran y los tendones de mi mano se sintieran como si estuvieran a punto de romperse."El verdadero poder reside en imponer mi voluntad; los que obedecen simplemente reconocen la grandeza de mi dominio."Doscientas veces más en otro cuaderno, y esta vez no solo era cuestión de escribir. Recibía azotes en mis pantorrillas por cada error, un recordatorio doloroso de que la perfección era la única opción. Cada golpe se grababa en mi piel como un sello de autoridad, un sí
|Aisling Renn| Los ojos de Alaric son dos proyectiles, feroces y ávidos, que me desnudan con un hambre y me devora trozo a trozo, cada rincón de mi resistencia. Doy un par de pasos atrás, tambaleante, cuando el ácido de mi estómago decide desbordarse, manchando su camisa impecable. La risa burlona de Thea resuena en mi mente, acompañando el eco pulsante de un dolor de cabeza que se aferra con fuerza.Quiero reír. Ver a Alaric, siempre tan pulcro y soberbio, con su atuendo perfecto deshecho y salpicado, me produce una extraña satisfacción. Es una victoria pequeña, sí, pero una que saboreo con gusto.—Lo siento —murmuro con una sinceridad tan frágil como una pluma al viento—. No me siento bien… me voy.Intento escabullirme, pero siento el peso de su mano en mi hombro, firme, inquebrantable, una barrera que no me permitirá huir tan fácilmente.—Aisling… —Su voz es un gruñido, sus palabras muerden el aire—. No te vas a mover de aquí hasta que yo lo diga.—¡Oye! —grita Thea detrás de él—
Dorothea despotrica a mi lado en el auto que nos lleva directo a encontrarnos con Alonso. Yo mantengo los brazos cruzados, observando por la ventanilla, fija en el vacío que se extiende afuera y en el que tengo dentro.No iba a mostrar frente a Thea cuánto me había dolido la actitud de Alaric en la mesa. Fue como una espina que se clava en el pecho. Y me asustaba; no solo iba a enfrentarme a Alaric y que él me recibiera, sino que también estaba respondiendo, y temía no ser capaz de resistirlo. Porque, así como yo conocía sus puntos débiles, él también sabía cuáles eran los míos.El auto se detuvo frente a una cafetería. El chófer que Thea había llamado se marchó, y nosotras preferimos sentarnos afuera en lugar de adentro. El ambiente era más ameno; podíamos ver los autos pasar, la gente caminando de un lado a otro con sus bolsas y los perros paseando con entusiasmo.—¿Lin? —su voz me saca de mis pensamientos—. Llevo un rato hablándote, ¿me estás escuchando?.—Ah, sí —parpadeo, confund
Margaret me sonríe de vuelta ante la confusión y la tormenta reflejadas en mis ojos. Retira sus manos de las mías y se recuesta en la silla, observándome con esa fingida simpatía que me desarma.—Supongo que Alaric no te ha contado el verdadero propósito de este matrimonio —dice, con una voz inocente que me irrita aún más—. ¿De verdad te lo ocultó todo este tiempo? Me atrevo a suponer que ni siquiera sabes desde cuándo estamos comprometidos, ¿verdad?.—No… —mi garganta se siente seca al responder—. Él no habla de su vida personal.—Oh, qué lástima —lleva una mano a su mejilla y finge pensar, como si recordara algo importante—. En fin, ya que estamos aquí solas… —se inclina hacia adelante, conspiradora—. Te lo diré. El propósito de este matrimonio no es solo el amor; queremos tener hijos lo antes posible. Alaric lo sabe, y será en cuanto nos casemos… o, ¿quién sabe? Quizá incluso antes.Aprieto mis manos bajo la mesa. Siento la garganta como si mil pedazos de vidrio se clavaran en ella
|Alaric Kaiser| —¿Dónde carajos está? —exigí, sin paciencia alguna—. ¡Habla de una vez, no tengo todo el día!.—En una cafetería, señor —contestó Tom, nervioso, con la voz temblorosa—. Está con su amiga.—¿Solas?.—No... señor.Sentí cómo la rabia me hervía por dentro, como un veneno.—¿Con quién? —mi tono se volvió una amenaza—. ¡Habla, maldita sea! ¿Con quién está?.—Es un... un hombre —tragó saliva, y hasta pude imaginar su cara de cobarde mientras se aclaraba la garganta—. Un hombre las acompaña. Están hablando y... riendo. Parece que le es muy cercano a ellas.¿Ese idiota es el que cree que puede acercarse a lo que es mío? ¿Quién se cree ese imbécil para posar sus manos o sus ojos en mi propiedad?.—¿Señor?.—Descríbelo —gruñí, rechinando los dientes.—No puedo verlo bien desde aquí. Parece… extravagante. Gestos raros, es alto, pero no alcanzo a ver su cara claramente.—¿Está cerca de Aisling? —la sola idea me revolvió el estómago.—No, está más cerca de su amiga. Pero la señori