40. En el mar

A la mañana siguiente, Aisling hizo un intento fallido de levantarse de la cama, todavía somnolienta y con un terrible dolor de cabeza. Pero no pudo hacerlo debido a un fuerte agarre alrededor de su estómago. Abrió los ojos ampliamente, parpadeando ante la luz de la mañana.

Quiso volver a moverse, pero el mismo agarre se lo impidió. Se dio la vuelta y ahí estaba él, rodeándola con ambos brazos, con su pecho pegado a su espalda. Estaba atrapada; ni siquiera podía moverse un milímetro lejos de Alaric.

Se miró a sí misma entre las sábanas; estaba en bragas. Se sonrojó porque no recordaba mucho de la noche anterior, solo la cena, y luego fueron a un bar. Bebió y bebió, y luego...

—¿Despierta? —la voz ronca de Alaric en su oreja la sacudió—. Deja de moverte tanto.

—Oye... —murmuró con pena—. ¿Hicimos algo anoche?.

—Si te refieres a sexo, no pasó nada. De ser así, no podrías mover ni un dedo, créeme.

—Eres un tonto —musitó, ruborizada.

—¿No recuerdas nada de lo que hiciste? —preguntó en su
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