—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, dejando el bolso sobre la cama—. Pensé que vendrías más tarde.—¿No querías que viniera? —replicó el hombre sin mirarla. —No he dicho eso.—Entonces, ¿por qué llegas hasta ahora? —Alaric se enderezó, girándose hacia ella. Sus ojos chispeaban de furia—. Te dije que quería encontrarte aquí cuando regresara.—Llegaste mucho antes de lo que dijiste, eso no es culpa mía —respondió, encogiéndose de hombros, mientras luchaba por mantener la calma a pesar del miedo que sentía al desafiarlo—. Estuve con mi amiga, el tiempo se fue volando. No puedo controlar eso.—Aisling... —Alaric se levantó lentamente de la cama, acercándose con una amenaza apenas contenida en su andar. Aisling no retrocedió, manteniéndose firme—. Te di un poco de libertad, pero bajo mis condiciones.—No he hecho nada malo. Llegar unos minutos tarde no me convierte en una pecadora, ¿o sí? ¿Qué es lo que realmente te molesta?.—Cambia ese tono cuando hables conmigo —le ordenó, agarrándola de
La noche oscura había caído, y Aisling debía prepararse para la cena. Se había recluido en su habitación el resto del día tras el entrenamiento con Alaric. Él no volvió después de eso, y lo agradeció profundamente; no sabría cómo enfrentarlo de nuevo.Se levantó con pereza de la cama y se dirigió a la ducha, donde permaneció sumergida en las frías aguas de la tina, dejando que no solo le calaran los huesos, sino que también despejaran su mente.Tras el baño, buscó ropa en su armario. La misma rutina de siempre: algo que cubriera las marcas. Tomó algo a la ligera, se vistió, peinó su cabello, y se sentó en la cama, esperando. Al fin y al cabo, eso era lo único que una muñeca humana como ella debía hacer.Poco después, oyó dos suaves golpes en la puerta. Sabía que era Kate, porque el déspota de Alaric ni siquiera se molestaba en llamar antes de invadir su privacidad. Abrió la puerta y encontró a Kate esperándola.—Los invitados están por llegar —le dijo—. ¿Ya está lista?.—Sí —asintió,
Su beso colmó todos sus sentidos, y ella se dejó llevar, ahogándose en su esencia, con la esperanza de que el fuego de su contacto borrara la huella del dolor y la culpa. Se le escapó un gemido y él le apretó el cuello con una mano mientras recorría su costado con la otra. El calor de su piel atravesaba la fina tela del vestido y de la ropa interior, erizándole el vello de los brazos. Le sujetó el muslo y estrujó la tela entre los dedos, al tiempo que apartaba sus labios de los de ella y descendía hacia su garganta.Ella echó la cabeza hacia atrás para darle acceso, aunque, en lo más profundo de su mente, sabía que no debería hacerlo. Sin embargo, disfrutaba del contacto de sus labios sobre su piel.—No deberíamos hacer esto aquí —murmuró ella —en el pasillo no. —Aquí y ahora —le susurró él mientras le rozaba la clavícula con los dientes y le bajaba una hombrera del vestido. La caricia le provocó un cosquilleo que la hizo arder por dentro, llenándola de una humedad intensa.—Alguien
—¿Otra… vez? —Aisling quedó atónita cuando Alaric le arrancó la ropa sin piedad, dejando su piel expuesta. Luego, con una mirada oscura, se desvistió frente a ella, sin desviar sus ojos de su cuerpo. —Uno contigo simplemente no es suficiente —la levantó sin esfuerzo y la depositó en la cama—. ¿De verdad crees que no podrás soportarlo? La última vez fueron tres; apenas estoy calentando.Aisling, aún jadeante, temblaba con el recuerdo de cómo su cuerpo había sido sometido contra la pared. No estaba segura de poder resistir una segunda vez, pero verlo ahí, con su erección dura y desafiante, la hacía desearlo aún más. Su centro latía con un hambre insaciable, pidiendo ser llenado de nuevo.—Hazlo —murmuró, con una chispa de reto en su mirada.—Date la vuelta.—¿Qué?.—Quiero verte en cuatro sobre la cama, Liebling —ordenó él, su voz ronca mientras se aferraba a la empuñadura de su longitud, aún húmeda—. Muéstrame ese tierno coño. Sé una buena niña y abre bien para mí.Aisling se mordió e
A la mañana siguiente, Alaric fue el primero en despertar. Aisling, aún acurrucada a su lado, dormía plácidamente. La contempló en silencio y, con delicadeza, deslizó su dedo índice por la suave curva de su nariz. Ella frunció el ceño sin abrir los ojos, inmersa todavía en sus sueños. Con una sonrisa ligera, Alaric se inclinó y le dejó un beso suave y tierno en los labios antes de retirarse lentamente para no despertarla.Se levantó y, sin prisa, fue al baño, llenando la tina y cubriendo el agua con una espesa capa de espuma. Luego volvió al cuarto, donde Aisling, molesta por la luz del sol que se filtraba a través de los ventanales, se giraba incómoda. Sin hacer ruido, la tomó en brazos, llevándola consigo.Aisling abrió los ojos de golpe, desorientada. Medio adormecida, se apoyó en el pecho de Alaric, tratando de ubicarse.—¿Por qué no me despertaste? —protestó, mientras él avanzaba hacia el baño— ¡Vaya susto!.—Ahora estás despierta —le respondió con una sonrisa traviesa— Te veías
La oscuridad era espesa en aquella habitación, tanto que el aire parecía haberse vuelto sólido, asfixiante. Un hedor a sangre fresca impregnaba el lugar, colándose por cada rincón como si se tratara de un eco silencioso de todo lo que había ocurrido entre esas paredes.Los gritos, desgarradores y crudos, llenaban la atmósfera como un coro de desesperación, vibrando en la penumbra. De tanto en tanto, un jadeo sofocado interrumpía el ritmo de la tortura, y luego, el silencio momentáneo sólo servía para acrecentar la angustia que se respiraba en el aire. Era como si la misma oscuridad se alimentara de aquellos sonidos, haciéndolos resonar con más fuerza.A un lado de la sala, una silueta se movía lenta, casi perezosamente, como un depredador saboreando su presa. Su sombra se proyectaba larga y retorcida contra las paredes manchadas, cada movimiento suyo calculado y frío. Sin prisa, sus manos alcanzaron una daga ensangrentada que yacía sobre una mesa de metal, el único mueble en esa cámar
—Maldición —Alaric murmuró entre dientes, mientras su mirada se deslizaba hacia Gerd, quien aguardaba de pie frente a él—. Dame una pastilla.Gerd se dirigió al cajón de un mueble en la oficina, sacó un pequeño frasco y le entregó una pastilla. Alaric la tomó sin decir nada, recostándose en su silla, cerrando los ojos con fuerza antes de abrirlos y soltar un largo suspiro.—¿Qué piensa hacer ahora? —preguntó su asistente, visiblemente inquieto.—Déjame pensar.Cada día su estrés empeoraba, y el dolor de cabeza se volvía una constante, implacable, que ni las pastillas lograban apaciguar. Todo por la presión de esa anciana, quien parecía inmortal y, a sus ojos, insoportable.Desde su regreso de viaje, se había sumergido de lleno en sus propios negocios en Berlín. Durante el día, él mismo supervisaba las empresas, cerraba contratos, manejaba entrevistas y atendía reuniones interminables. Por las noches, Artem se hacía cargo de sus casinos y clubes. Sin embargo, el verdadero problema no e
La furia le ardía por dentro, como lava a punto de estallar. Caminó a zancadas por los pasillos, adelantándose antes de que Alaric pudiera alcanzarla. Ya afuera, se encerró en el auto y esperó, preguntándose si él iba a salir de una vez o si planeaba quedarse follándose a la maldita ginecóloga. Ni siquiera quería verle la cara; esta vez, su rabia estaba lista para explotar.Se cruzó de brazos, todavía esperando, hasta que unos minutos después lo vio salir de la clínica. Alaric venía con el ceño fruncido, confundido y molesto, llevando una bolsa en la mano—seguramente con las pastillas anticonceptivas que esa mujer le dio.Al abrir la puerta del auto, él la cerró de un portazo, pero Aisling ni se inmutó; la que estaba realmente furiosa era ella.—¿Qué carajos te pasa? —le reclamó él, dejando la bolsa a un lado y agarrándola de la muñeca para que lo mirara—. ¿Por qué saliste así de la sala?.—¿Te acostaste con esa tipa? —soltó sin rodeos, su voz cargada de reproche—. ¡Dime la verdad!.—