Aisling cerró la puerta del auto con un golpe seco, un gesto claro para los guardaespaldas que la seguían como sombras molestas: su presencia no era bien recibida. Caminó por el sendero de piedras de mármol blanco hasta la imponente puerta principal de la mansión de su amiga. Tocó el timbre dos veces antes de que la anciana Elena, abuela de Dorothea, apareciera con una cálida sonrisa en los labios.—Bienvenida, Aisling —le dijo con afecto—. Vamos, pasa, Thea te espera en su habitación.—Gracias, señora Elena —sonrió Aisling, entrando acompañada de los dos gorilas que Alaric había asignado para vigilarla.—¿Les apetece algo de beber? Los padres de Thea no están, así que yo me encargo de atenderlos —ofreció Elena con una dulzura que casi parecía angelical.Aisling reprimió una risa, desconfiando de esa calma. Sabía que esa anciana no era lo que aparentaba. Recordaba la última vez que las llevó a una fiesta; lejos de ser una inocente abuelita, parecía una mujer hecha para el negocio suc
Aisling escuchó a su amiga por un buen rato mientras le contaba, entusiasmada, sobre el famoso ruso del que se había enamorado. Pero, poco a poco, algo en el comportamiento de Dorothea comenzó a cambiar. Estaba actuando de manera extraña, lanzando miradas furtivas a su teléfono y respondiendo mensajes con una sonrisa traviesa, como si supiera algo que Aisling no. Cuando Aisling intentó marcharse, su amiga la detuvo, casi suplicándole que se quedara un poco más.El desconcierto de Aisling creció hasta que un traqueteo, que venía de la ventana, la hizo ponerse alerta. Dorothea sonrió de oreja a oreja y corrió a abrirla de par en par. Antes de que Aisling pudiera preguntar qué ocurría, Marcus apareció trepando por la ventana, aterrizando torpemente en el suelo con una queja de dolor.Aisling se quedó paralizada. Sintió cómo su rostro perdía color, su garganta se cerraba, y un nudo se formaba en su estómago.«Esto es una locura... no puede ser», pensó.—¿Qué demonios está pasando aquí? —e
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, dejando el bolso sobre la cama—. Pensé que vendrías más tarde.—¿No querías que viniera? —replicó el hombre sin mirarla. —No he dicho eso.—Entonces, ¿por qué llegas hasta ahora? —Alaric se enderezó, girándose hacia ella. Sus ojos chispeaban de furia—. Te dije que quería encontrarte aquí cuando regresara.—Llegaste mucho antes de lo que dijiste, eso no es culpa mía —respondió, encogiéndose de hombros, mientras luchaba por mantener la calma a pesar del miedo que sentía al desafiarlo—. Estuve con mi amiga, el tiempo se fue volando. No puedo controlar eso.—Aisling... —Alaric se levantó lentamente de la cama, acercándose con una amenaza apenas contenida en su andar. Aisling no retrocedió, manteniéndose firme—. Te di un poco de libertad, pero bajo mis condiciones.—No he hecho nada malo. Llegar unos minutos tarde no me convierte en una pecadora, ¿o sí? ¿Qué es lo que realmente te molesta?.—Cambia ese tono cuando hables conmigo —le ordenó, agarrándola de
La noche oscura había caído, y Aisling debía prepararse para la cena. Se había recluido en su habitación el resto del día tras el entrenamiento con Alaric. Él no volvió después de eso, y lo agradeció profundamente; no sabría cómo enfrentarlo de nuevo.Se levantó con pereza de la cama y se dirigió a la ducha, donde permaneció sumergida en las frías aguas de la tina, dejando que no solo le calaran los huesos, sino que también despejaran su mente.Tras el baño, buscó ropa en su armario. La misma rutina de siempre: algo que cubriera las marcas. Tomó algo a la ligera, se vistió, peinó su cabello, y se sentó en la cama, esperando. Al fin y al cabo, eso era lo único que una muñeca humana como ella debía hacer.Poco después, oyó dos suaves golpes en la puerta. Sabía que era Kate, porque el déspota de Alaric ni siquiera se molestaba en llamar antes de invadir su privacidad. Abrió la puerta y encontró a Kate esperándola.—Los invitados están por llegar —le dijo—. ¿Ya está lista?.—Sí —asintió,
Su beso colmó todos sus sentidos, y ella se dejó llevar, ahogándose en su esencia, con la esperanza de que el fuego de su contacto borrara la huella del dolor y la culpa. Se le escapó un gemido y él le apretó el cuello con una mano mientras recorría su costado con la otra. El calor de su piel atravesaba la fina tela del vestido y de la ropa interior, erizándole el vello de los brazos. Le sujetó el muslo y estrujó la tela entre los dedos, al tiempo que apartaba sus labios de los de ella y descendía hacia su garganta.Ella echó la cabeza hacia atrás para darle acceso, aunque, en lo más profundo de su mente, sabía que no debería hacerlo. Sin embargo, disfrutaba del contacto de sus labios sobre su piel.—No deberíamos hacer esto aquí —murmuró ella —en el pasillo no. —Aquí y ahora —le susurró él mientras le rozaba la clavícula con los dientes y le bajaba una hombrera del vestido. La caricia le provocó un cosquilleo que la hizo arder por dentro, llenándola de una humedad intensa.—Alguien
—¿Otra… vez? —Aisling quedó atónita cuando Alaric le arrancó la ropa sin piedad, dejando su piel expuesta. Luego, con una mirada oscura, se desvistió frente a ella, sin desviar sus ojos de su cuerpo. —Uno contigo simplemente no es suficiente —la levantó sin esfuerzo y la depositó en la cama—. ¿De verdad crees que no podrás soportarlo? La última vez fueron tres; apenas estoy calentando.Aisling, aún jadeante, temblaba con el recuerdo de cómo su cuerpo había sido sometido contra la pared. No estaba segura de poder resistir una segunda vez, pero verlo ahí, con su erección dura y desafiante, la hacía desearlo aún más. Su centro latía con un hambre insaciable, pidiendo ser llenado de nuevo.—Hazlo —murmuró, con una chispa de reto en su mirada.—Date la vuelta.—¿Qué?.—Quiero verte en cuatro sobre la cama, Liebling —ordenó él, su voz ronca mientras se aferraba a la empuñadura de su longitud, aún húmeda—. Muéstrame ese tierno coño. Sé una buena niña y abre bien para mí.Aisling se mordió e
A la mañana siguiente, Alaric fue el primero en despertar. Aisling, aún acurrucada a su lado, dormía plácidamente. La contempló en silencio y, con delicadeza, deslizó su dedo índice por la suave curva de su nariz. Ella frunció el ceño sin abrir los ojos, inmersa todavía en sus sueños. Con una sonrisa ligera, Alaric se inclinó y le dejó un beso suave y tierno en los labios antes de retirarse lentamente para no despertarla.Se levantó y, sin prisa, fue al baño, llenando la tina y cubriendo el agua con una espesa capa de espuma. Luego volvió al cuarto, donde Aisling, molesta por la luz del sol que se filtraba a través de los ventanales, se giraba incómoda. Sin hacer ruido, la tomó en brazos, llevándola consigo.Aisling abrió los ojos de golpe, desorientada. Medio adormecida, se apoyó en el pecho de Alaric, tratando de ubicarse.—¿Por qué no me despertaste? —protestó, mientras él avanzaba hacia el baño— ¡Vaya susto!.—Ahora estás despierta —le respondió con una sonrisa traviesa— Te veías
La oscuridad era espesa en aquella habitación, tanto que el aire parecía haberse vuelto sólido, asfixiante. Un hedor a sangre fresca impregnaba el lugar, colándose por cada rincón como si se tratara de un eco silencioso de todo lo que había ocurrido entre esas paredes.Los gritos, desgarradores y crudos, llenaban la atmósfera como un coro de desesperación, vibrando en la penumbra. De tanto en tanto, un jadeo sofocado interrumpía el ritmo de la tortura, y luego, el silencio momentáneo sólo servía para acrecentar la angustia que se respiraba en el aire. Era como si la misma oscuridad se alimentara de aquellos sonidos, haciéndolos resonar con más fuerza.A un lado de la sala, una silueta se movía lenta, casi perezosamente, como un depredador saboreando su presa. Su sombra se proyectaba larga y retorcida contra las paredes manchadas, cada movimiento suyo calculado y frío. Sin prisa, sus manos alcanzaron una daga ensangrentada que yacía sobre una mesa de metal, el único mueble en esa cámar