38. Mentiras

—¿Con quién te escribías tan sonriente? —increpó Alaric, entornando los ojos hacia ella—. Vamos, quiero saber.

—Es... una amiga —mintió rápidamente, intentando que su voz sonara lo más natural posible—. ¿Desde cuándo estabas ahí atrás? ¿Te gusta espiar conversaciones ajenas?.

—¿Amiga, dices? —su tono era escéptico. Miró la pantalla del teléfono y comenzó a leer los mensajes—. Veamos quién es esa amiga que te hace sonreír tan radiante.

—Espera —trató de quitarle el teléfono, pero Alaric, mucho más alto que ella, solo tuvo que levantar el brazo para impedirlo.

—¿Por qué? ¿Ocultas algo, Liebling? —su tono, suave pero cargado de amenaza, la estremeció.

—Ya no soy una niña, Alaric, esa es mi privacidad. Devuélveme el teléfono, por favor —le exigió, extendiendo la mano y frunciendo el ceño. Alaric enarcó una ceja—. Te dije que hablo con una amiga.

—Quiero comprobar que eso sea cierto —replicó—. No tienes por qué ponerte ansiosa si no ocultas nada, Liebling.

—Te vas por horas y me dejas sola
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