Con un beso en la frente y una caricia en el cabello, Alaric dejó a Aisling durmiendo en su habitación. Quedó exhausta después de lo último que hicieron, así que la ayudó a bañarse y permaneció a su lado hasta que se quedó dormida.Salió al salón, donde Gerd, su asistente, lo esperaba. Alaric se dirigió al minibar para servirse un trago, mientras su asistente observaba meticulosamente cada uno de sus movimientos. Finalmente, Alaric se sentó, soltando un suspiro de cansancio.—Señor, ¿puedo preguntarle algo? —inquirió Gerd, con cierta cautela. Sabía que no debía entrometerse en los asuntos personales de Alaric, pero había una razón para hacerlo.—Adelante. Por algo estás aquí.—Es sobre la señorita —Alaric se detuvo, frunciendo el ceño—. No quiero entrometerme, pero... ¿es consciente de lo que está haciendo y en qué situación se encuentra? La señora...—Gerd —lo interrumpió con frialdad—. Sé lo que hago y por qué lo hago.—¿Piensa mantenerlo en secreto?.—Debo hacerlo —respondió, bebie
—¿Con quién te escribías tan sonriente? —increpó Alaric, entornando los ojos hacia ella—. Vamos, quiero saber.—Es... una amiga —mintió rápidamente, intentando que su voz sonara lo más natural posible—. ¿Desde cuándo estabas ahí atrás? ¿Te gusta espiar conversaciones ajenas?.—¿Amiga, dices? —su tono era escéptico. Miró la pantalla del teléfono y comenzó a leer los mensajes—. Veamos quién es esa amiga que te hace sonreír tan radiante.—Espera —trató de quitarle el teléfono, pero Alaric, mucho más alto que ella, solo tuvo que levantar el brazo para impedirlo.—¿Por qué? ¿Ocultas algo, Liebling? —su tono, suave pero cargado de amenaza, la estremeció.—Ya no soy una niña, Alaric, esa es mi privacidad. Devuélveme el teléfono, por favor —le exigió, extendiendo la mano y frunciendo el ceño. Alaric enarcó una ceja—. Te dije que hablo con una amiga.—Quiero comprobar que eso sea cierto —replicó—. No tienes por qué ponerte ansiosa si no ocultas nada, Liebling.—Te vas por horas y me dejas sola
Gerd se quitó los lentes, se pasó una mano por la cara con frustración y maldijo en voz alta. Estaba solo en su habitación, mientras su jefe cenaba con Aisling.Estaba dispuesto a encargarse de la investigación del número que Alaric le había dado, pero los resultados cambiaron todo drásticamente. ¿Por qué lo metían en esos líos de pareja? Ahora no sabía qué hacer con lo que había descubierto sobre ese contacto.Se ajustó los lentes nuevamente y miró la pantalla de su laptop. Marcus Gleen, veinte años, graduado de la misma escuela que Aisling. Familia adinerada, negocios inmobiliarios, atlético, con redes sociales activas, siempre presente en eventos y fiestas. Había rastreado todo a partir de ese número de teléfono.—Esto es una mierda —murmuró Gerd, llevándose las manos a la cabeza.Aisling había engañado a Alaric, y si él entregaba la información sobre esa tal "Mel" a su jefe, desataría el caos. Gerd conocía demasiado bien la naturaleza posesiva de Alaric y lo furioso que se pondría
A la mañana siguiente, Aisling hizo un intento fallido de levantarse de la cama, todavía somnolienta y con un terrible dolor de cabeza. Pero no pudo hacerlo debido a un fuerte agarre alrededor de su estómago. Abrió los ojos ampliamente, parpadeando ante la luz de la mañana.Quiso volver a moverse, pero el mismo agarre se lo impidió. Se dio la vuelta y ahí estaba él, rodeándola con ambos brazos, con su pecho pegado a su espalda. Estaba atrapada; ni siquiera podía moverse un milímetro lejos de Alaric.Se miró a sí misma entre las sábanas; estaba en bragas. Se sonrojó porque no recordaba mucho de la noche anterior, solo la cena, y luego fueron a un bar. Bebió y bebió, y luego...—¿Despierta? —la voz ronca de Alaric en su oreja la sacudió—. Deja de moverte tanto.—Oye... —murmuró con pena—. ¿Hicimos algo anoche?.—Si te refieres a sexo, no pasó nada. De ser así, no podrías mover ni un dedo, créeme.—Eres un tonto —musitó, ruborizada.—¿No recuerdas nada de lo que hiciste? —preguntó en su
El día pasó volando. Aisling y Alaric disfrutaron juntos en el jacuzzi, contemplando el paisaje marino mientras ella, casi a regañadientes, lo convencía de tomarse varias fotos juntos. Saborearon comidas exquisitas, y el tiempo se esfumó como si fuera un suspiro.Al caer el sol, Aisling se preparaba en la habitación que compartía con Alaric. Él le había sugerido que usara sus pijamas habituales de seda, así que eligió una corta de satén negro, con solo un par de pantis debajo. Se aplicó un poco de crema en brazos y piernas, y dejó su cabello suelto, como solía hacerlo casi siempre.Se sentó en la enorme cama king-size, esperando a Alaric, quien había desaparecido hacía un rato. ¿Qué estaba planeando? ¿No iban a tener su primera noche? Los nervios y la ansiedad comenzaron a apoderarse de ella.De repente, dos golpes suaves en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Se levantó de un salto para abrir. No podía ser Alaric, ya que él entraría por su cuenta. Al abrir, se encontró con el m
Aisling quedó tendida sobre la cama, agitada y temblorosa. El orgasmo que acababa de experimentar había sido increíble; la dureza con la que Alaric la había llevado al abismo del placer la estremecía. Sabía que dentro de él había un hombre cariñoso, pero también uno rudo y salvaje, y ella los deseaba a ambos.Se levantó lentamente, con las entrañas cálidas y la mente nublada. Alaric la había llevado al límite de la consciencia, con la negrura acechando en la periferia de su visión y la euforia recorriéndole las venas como un torrente imparable.Él permanecía de rodillas sobre la cama, observándola mientras se incorporaba. Ahora era su turno de hacerle sentir lo mismo. Quería brindarle el mismo placer que acababa de experimentar, poner en práctica lo que había aprendido y seducirlo. Le pasó la mano por la pierna, sintiendo la suavidad de la tela del pantalón bajo sus dedos. Él la observaba con las aletas de la nariz ligeramente dilatadas, siguiéndola con la mirada. Continuó el recorr
Sus respiraciones se mezclaban en el aire, entrelazándose con cada embestida. Cuando él se movía, sus labios rozaban los de ella en cada vaivén, mientras una punzada de dolor profundo se transformaba en una palpitación intensa, como una magulladura en lo más hondo de su ser. Aisling eligió concentrarse en la sensación de llenura, intentando ignorar la incomodidad.—¿Te gusta? —preguntó ella en un susurro.Alaric empujó con más fuerza, hundiéndose más en su interior.—Es el puto cielo —gruñó él, con la voz grave.El dolor empezó a desvanecerse, dando paso a una sensación de entumecimiento placentero, permitiendo que Aisling se enfocara en los detalles de su rostro: en los ángulos duros, en la forma en que sus ojos parecían beber de los suyos, como si ella fuera su única fuente de vida.Aunque la molestia seguía presente, un rayo de placer se desenroscaba en su interior. Sentir a Alaric dentro de ella, saber que era la única capaz de hacer que él bajara su guardia, la llenaba de un pode
Aisling no podía moverse. Sus articulaciones ardían de dolor, y su entrepierna aún más. La luz que se filtraba por el tragaluz y los ventanales le resultaba insoportable, así que se esforzó por incorporarse en la cama, aunque su cuerpo apenas le respondía.Alaric yacía a su lado, con un brazo descansando sobre su abdomen, impidiéndole salir por completo. Sabía que no podría hacerlo sola; sus piernas, adormecidas y débiles, la traicionarían al primer intento.—Alaric —le susurró, dándole un suave empujón en el hombro—. Despierta.La vergüenza la invadía. Tener que pedirle ayuda para llegar al baño después de lo que había pasado era humillante, sobre todo porque él era el culpable de su estado. Anoche apenas le dio tregua. Después de la primera vez, siguió con la segunda, luego la tercera, hasta que estuvo al borde de perder el conocimiento por la intensidad. Para ser su primera vez, había sido abrumador. Y ahora estaba pagando el precio.—Alaric, por favor —insistió, moviéndolo con más