Aisling llegó a su habitación y se dejó caer en la cama con un "plof" en el colchón, sonriendo con satisfacción. Había tenido el mejor día de su vida, uno como nunca antes había disfrutado.Abrazó a su oso de peluche y soltó un largo suspiro. Alaric la había llevado a varios lugares de entretenimiento, probaron comidas extrañas y, tras mucha insistencia, él accedió a tomarse incontables fotos en cada lugar que visitaban. Por primera vez, él le permitió hacer todo lo que deseaba.—¿Contenta? —preguntó Alaric al entrar a la habitación, sentándose en el borde de la cama. Ella lo miró con una sonrisa radiante—. Parece que te encantó nuestro día de turismo.—Mucho. Este lugar es un paraíso —respondió, incorporándose un poco—. Y con tu compañía, todo fue perfecto. ¿Te divertiste?.—Por supuesto que sí —le revolvió el cabello con ternura—. Hoy me arrastraste a todo lo que quisiste.—Porque lo prometiste.—Así es, lo hice.—Debería hacer una lista de los lugares a los que quiero ir. Nos queda
Era ya muy tarde en la noche. Aisling estaba en su cama, envuelta de pies a cabeza entre las sábanas. Apenas había cenado, solo lo hizo porque Gerd insistió, pero no tenía apetito, sabiendo que todo volvía a ser lo mismo con Alaric. Nada mejoraba.Sus ojos empezaban a cerrarse cuando, de repente, los abrió de golpe al sentir una presencia en la habitación. Reconocía ese aroma y esa energía, y le molestaba que surtieran efecto en ella justo en ese momento. La oscuridad cubría todo, no podía ver nada, pero sabía que él estaba allí. Se mantuvo de espaldas.—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó, con la voz un poco ronca por haber llorado hasta el agotamiento, no solo por Alaric, sino también por los recuerdos de su padre. En momentos así, deseaba que él estuviera vivo para consolarla.—Más bien, ¿qué haces tú despierta a esta hora, Liebling? —Aquel apodo la descolocó, erizando su piel. Siempre tenía efecto en ella, y lo último que deseaba en ese instante era escuchar ese cariñoso términ
Aisling sonrió con picardía al despertar antes que Alaric y darse cuenta de que estaba acurrucada encima de él, sus brazos envolviéndola con fuerza. Siempre era él quien madrugaba primero y se quedaba observándola mientras dormía, pero esta vez las tornas habían cambiado.Con un gesto travieso, le pellizcó suavemente la nariz, esperando alguna reacción. Alaric solo frunció el ceño, sin despertarse del todo. No conforme, comenzó a acariciarle el rostro con delicadeza, pero él seguía inmóvil. Fue hasta que le dio pequeños besos en las mejillas, acercándose a su oreja y bajando lentamente por su cuello, que Alaric se removió, soltando una leve risa.—Haces cosquillas —murmuró, todavía con los ojos cerrados.—Despierta —insistió ella entre risas, plantando más besos —. Vamos, ogro dormilón, es hora.—Liebling, basta —repitió él con una sonrisa, negándose a abrir los ojos —. No sigas haciendo eso...Aisling soltó una risita al escucharlo y se inclinó más cerca, sus labios rozando apenas l
Alaric tomó el cuenco del postre de la mesa y guió a Aisling hacia el juego de sofás en el salón de la suite. Dejó el postre sobre la mesita de centro y se giró hacia ella, cuyos ojos reflejaban confusión, sin entender qué estaba planeando él.—Levanta los brazos —ordenó, esta vez con un tono autoritario.—¿Qué? ¿Para qué?.—Haz todo lo que te ordeno sin objeciones, Liebling —dijo, deslizando el dedo bajo su mentón—. Me gusta cuando eres obediente. Ahora hazlo, sin decir una palabra, ¿entendido?.Ella obedeció con un asentimiento, sumisa ante su control. Levantó los brazos como le había ordenado, y en ese instante, él tomó el borde de su corto pijama, deslizándolo por encima de su cabeza, dejándola desnuda, salvo por el pantis que llevaba puesto. Aisling reaccionó al instante, bajando los brazos para cubrir sus pechos, ya que no llevaba sostén.—¿Por qué me desnudas aquí? —preguntó, mirando nerviosa a su alrededor, como si alguien pudiera verlos—. Vamos a la habitación...Alaric ignor
—Trágalo.La orden de Alaric dejó a Aisling descolocada. Tenía todavía la erección en la boca, recibiendo los últimos disparos de su éxtasis. Sentía que se ahogaba y quería soltar una arcada.—Sé una buena chica para mí, Aisling; la recompensa espera por ti —instó con malicia, sabiendo que había dado justo en el clavo.Aisling cerró los ojos con fuerza y sacó la erección de su boca, tragando todo el líquido de un solo empujón, haciendo una mueca desagradable en el proceso. Nunca había probado un sabor así, bizcoso y salado, con un toque amargo que se le quedó en la garganta, un sabor que le resultaba difícil de describir.—Qué buena chica eres —la levantó del suelo y la subió sobre él—. ¿Estás bien, Liebling?.Aisling asintió con la cabeza, todavía aturdida y mareada por la experiencia, que había sido un poco brusca. Le dolía la comisura de los labios y la garganta, sentía un leve ardor y tenía los ojos llorosos.—Hey, mírame —le tomó el rostro entre sus manos, preocupado—. Me excedí
Con un beso en la frente y una caricia en el cabello, Alaric dejó a Aisling durmiendo en su habitación. Quedó exhausta después de lo último que hicieron, así que la ayudó a bañarse y permaneció a su lado hasta que se quedó dormida.Salió al salón, donde Gerd, su asistente, lo esperaba. Alaric se dirigió al minibar para servirse un trago, mientras su asistente observaba meticulosamente cada uno de sus movimientos. Finalmente, Alaric se sentó, soltando un suspiro de cansancio.—Señor, ¿puedo preguntarle algo? —inquirió Gerd, con cierta cautela. Sabía que no debía entrometerse en los asuntos personales de Alaric, pero había una razón para hacerlo.—Adelante. Por algo estás aquí.—Es sobre la señorita —Alaric se detuvo, frunciendo el ceño—. No quiero entrometerme, pero... ¿es consciente de lo que está haciendo y en qué situación se encuentra? La señora...—Gerd —lo interrumpió con frialdad—. Sé lo que hago y por qué lo hago.—¿Piensa mantenerlo en secreto?.—Debo hacerlo —respondió, bebie
—¿Con quién te escribías tan sonriente? —increpó Alaric, entornando los ojos hacia ella—. Vamos, quiero saber.—Es... una amiga —mintió rápidamente, intentando que su voz sonara lo más natural posible—. ¿Desde cuándo estabas ahí atrás? ¿Te gusta espiar conversaciones ajenas?.—¿Amiga, dices? —su tono era escéptico. Miró la pantalla del teléfono y comenzó a leer los mensajes—. Veamos quién es esa amiga que te hace sonreír tan radiante.—Espera —trató de quitarle el teléfono, pero Alaric, mucho más alto que ella, solo tuvo que levantar el brazo para impedirlo.—¿Por qué? ¿Ocultas algo, Liebling? —su tono, suave pero cargado de amenaza, la estremeció.—Ya no soy una niña, Alaric, esa es mi privacidad. Devuélveme el teléfono, por favor —le exigió, extendiendo la mano y frunciendo el ceño. Alaric enarcó una ceja—. Te dije que hablo con una amiga.—Quiero comprobar que eso sea cierto —replicó—. No tienes por qué ponerte ansiosa si no ocultas nada, Liebling.—Te vas por horas y me dejas sola
Gerd se quitó los lentes, se pasó una mano por la cara con frustración y maldijo en voz alta. Estaba solo en su habitación, mientras su jefe cenaba con Aisling.Estaba dispuesto a encargarse de la investigación del número que Alaric le había dado, pero los resultados cambiaron todo drásticamente. ¿Por qué lo metían en esos líos de pareja? Ahora no sabía qué hacer con lo que había descubierto sobre ese contacto.Se ajustó los lentes nuevamente y miró la pantalla de su laptop. Marcus Gleen, veinte años, graduado de la misma escuela que Aisling. Familia adinerada, negocios inmobiliarios, atlético, con redes sociales activas, siempre presente en eventos y fiestas. Había rastreado todo a partir de ese número de teléfono.—Esto es una mierda —murmuró Gerd, llevándose las manos a la cabeza.Aisling había engañado a Alaric, y si él entregaba la información sobre esa tal "Mel" a su jefe, desataría el caos. Gerd conocía demasiado bien la naturaleza posesiva de Alaric y lo furioso que se pondría