Aisling esbozó una sonrisa maliciosa. Alaric siempre hacía lo que quería con ella, ¿no era esta su oportunidad de vengarse? Parecía sufrir por lo que ocurría, su rostro distorsionado por el placer. Se veía desesperado.—¿Quieres que me detenga? —le preguntó burlona, disfrutando de la situación—. Pero yo... no quiero detenerme.—Aisling —advirtió él, tenso—. Deja de jugar con eso.—Pero tú me dejaste hacerlo.—Solo observar, no tocar.—Y sigo tocándote, y te dejas. Te gusta.—No eres tan ingenua como aparentas, al parecer.—¿Por qué? Solo juzgo lo que veo —se encogió de hombros—. Tus expresiones, los sonidos que haces, cómo se contrae tu cuerpo. ¿No es obvio? Capté todo muy rápido.Alaric no podía pensar en lo correcto o incorrecto, estaba demasiado excitado, y esa pequeña curiosa y traviesa lo tenía al borde del abismo. Lo peor de todo era que ella no apartaba la mano de su erección, seguía ahí, aferrada, apretándolo. ¿En qué momento se descontrolaron las cosas y llegaron a ese punto?
No podía creerlo, de verdad había sucedido. Aisling permanecía aturdida, rodeada por una sensación extraña, mientras ambos respiraban con dificultad. Sin embargo, era plenamente consciente de lo que había hecho, lo que había presenciado y aprendido.Soltó el agarre y observó su mano, confusa al no entender qué era lo que veía. Alaric pronto lo notó.—Es mi eyaculación —le explicó con suavidad, todavía agitado—. Semen, para ser más precisos. Cuando un hombre está demasiado excitado y llega al límite del placer por el toque de una mujer, expulsa esto.—Entonces tú...—Llegué a mi límite, gracias a ti —susurró, uniendo su frente a la de ella y rozando su nariz con la suya—. Eres increíble, Liebling, fue maravilloso.—¿De verdad? ¿Te sentiste bien?.—Como nunca antes, te lo puedo asegurar —murmuró antes de besarla con ternura—. Aprendes rápido, y eso me encanta.Aisling esbozó una sonrisa nerviosa. Ahora tenía un problema, uno que se manifestaba entre sus piernas. Sentía esa zona húmeda,
Agitada, extasiada y completamente deshecha. Así yacía Aisling en la cama, con las piernas abiertas, aún expuesta a la mirada felina de Alaric. Él se levantó frente a ella tras habérsela devorado hasta agotarla, incluso después de que ella alcanzara el clímax. Por primera vez, Aisling experimentó lo que era llegar verdaderamente al límite del placer.Alaric se observó a sí mismo: seguía duro, insatisfecho. No porque ella no lo hubiera hecho bien, sino porque no era suficiente. Cuanto más la probaba, más la deseaba, más crecía su anhelo de hacerla completamente suya.Miró su centro húmedo, palpitante, rosado e hinchado, tras haber chupado y jalado de sus labios hasta que la piel delicada se tornó roja y esponjosa. Ella estaba lista, vulnerable ante él, preparada para recibirlo en cualquier momento. Podría penetrarla y sacudirse de encima ese deseo enfermizo de poseerla, pero no quería que fuera así.Una parte razonable de su mente le susurraba que esperara el momento adecuado, que ya e
Aisling regresó a su habitación envuelta en una toalla, lista para cambiarse. Alaric le había dicho que se preparara para salir a desayunar frente a la playa.Sin embargo, lo último que le importaba en ese momento era salir o hacer algo divertido. Se quedó frente al espejo, su rostro encendido de vergüenza al recordar lo que había pasado en la tina. Su cuello estaba lleno de marcas visibles y las mordidas de Alaric, que casi perforaron su piel. El ardor era intenso, pero lejos de quejarse, ese extraño placer mezclado con dolor le había gustado más de lo que quería admitir.Deslizó sus dedos por sus labios, hinchados por las veces que él los había devorado, mordido y probado tanto en la habitación como en el baño. Sentía una ligera incomodidad, pero más allá del ardor persistente, su cuerpo aún estaba sensible. Ni siquiera podía cerrar del todo los muslos sin sentir la hinchazón en su zona íntima, producto de la fricción de la boca, lengua y dedos de Alaric. Le dolía, sí, pero esa sens
—¿Qué te sucede? —Aisling lo enfrentó, con los ojos entrecerrados. Aunque su expresión la desconcertaba, no estaba dispuesta a soportar su mal humor una vez más—. Es normal que hablemos de esto, ¿no? De independizarme. Ya soy mayor de edad.Alaric apretó la mandíbula. No podía permitirse perder el control, no ahora, después de haber ganado un poco de su confianza. Tenía que cambiar de enfoque.—Aisling —susurró mientras colocaba un mechón de su cabello detrás de la oreja—. ¿Por qué surge esto de repente? ¿Por qué quieres ser independiente?.—¿Cómo que por qué? —resopló—. Porque ya soy mayor, debo irme en cualquier momento.—No, no te irás —su tono frío apareció de inmediato, haciendo que Aisling frunciera el ceño—. Eres una niña, Aisling.—No lo soy. Tengo diecinueve.—¿Quién te ha llenado la cabeza con esas ideas? —su pregunta la paralizó por un momento—. ¿Esa amiga tuya? No deberías ni siquiera estar pensando en esto.—¿Y por qué no? Deja de tratarme como si fuera una ignorante, Ala
Aisling llegó a su habitación y se dejó caer en la cama con un "plof" en el colchón, sonriendo con satisfacción. Había tenido el mejor día de su vida, uno como nunca antes había disfrutado.Abrazó a su oso de peluche y soltó un largo suspiro. Alaric la había llevado a varios lugares de entretenimiento, probaron comidas extrañas y, tras mucha insistencia, él accedió a tomarse incontables fotos en cada lugar que visitaban. Por primera vez, él le permitió hacer todo lo que deseaba.—¿Contenta? —preguntó Alaric al entrar a la habitación, sentándose en el borde de la cama. Ella lo miró con una sonrisa radiante—. Parece que te encantó nuestro día de turismo.—Mucho. Este lugar es un paraíso —respondió, incorporándose un poco—. Y con tu compañía, todo fue perfecto. ¿Te divertiste?.—Por supuesto que sí —le revolvió el cabello con ternura—. Hoy me arrastraste a todo lo que quisiste.—Porque lo prometiste.—Así es, lo hice.—Debería hacer una lista de los lugares a los que quiero ir. Nos queda
Era ya muy tarde en la noche. Aisling estaba en su cama, envuelta de pies a cabeza entre las sábanas. Apenas había cenado, solo lo hizo porque Gerd insistió, pero no tenía apetito, sabiendo que todo volvía a ser lo mismo con Alaric. Nada mejoraba.Sus ojos empezaban a cerrarse cuando, de repente, los abrió de golpe al sentir una presencia en la habitación. Reconocía ese aroma y esa energía, y le molestaba que surtieran efecto en ella justo en ese momento. La oscuridad cubría todo, no podía ver nada, pero sabía que él estaba allí. Se mantuvo de espaldas.—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó, con la voz un poco ronca por haber llorado hasta el agotamiento, no solo por Alaric, sino también por los recuerdos de su padre. En momentos así, deseaba que él estuviera vivo para consolarla.—Más bien, ¿qué haces tú despierta a esta hora, Liebling? —Aquel apodo la descolocó, erizando su piel. Siempre tenía efecto en ella, y lo último que deseaba en ese instante era escuchar ese cariñoso términ
Aisling sonrió con picardía al despertar antes que Alaric y darse cuenta de que estaba acurrucada encima de él, sus brazos envolviéndola con fuerza. Siempre era él quien madrugaba primero y se quedaba observándola mientras dormía, pero esta vez las tornas habían cambiado.Con un gesto travieso, le pellizcó suavemente la nariz, esperando alguna reacción. Alaric solo frunció el ceño, sin despertarse del todo. No conforme, comenzó a acariciarle el rostro con delicadeza, pero él seguía inmóvil. Fue hasta que le dio pequeños besos en las mejillas, acercándose a su oreja y bajando lentamente por su cuello, que Alaric se removió, soltando una leve risa.—Haces cosquillas —murmuró, todavía con los ojos cerrados.—Despierta —insistió ella entre risas, plantando más besos —. Vamos, ogro dormilón, es hora.—Liebling, basta —repitió él con una sonrisa, negándose a abrir los ojos —. No sigas haciendo eso...Aisling soltó una risita al escucharlo y se inclinó más cerca, sus labios rozando apenas l