Mi nombre es Mia Jones, tengo 19 años y vivo en Italia con mi amiga Lucy. Aunque ambas somos estadounidenses, por cosas del destino terminamos aquí y ahora trabajamos en un restaurante muy reconocido en Italia.
- ¡Mia! - salto de mi cama como un resorte al escuchar los gritos de mi amiga. Cuando llego donde está, la veo sonriente.
- Hola, amiga - Lucy sonríe y juro que la quiero matar por el susto que me dio.
- Lucy, ¿cuál es tu m*****a manía de gritar como loca?
- Lo siento, Mia, pero te tengo un plan.
- A ver, ¿cuál será?
- Arréglate, nos vamos de rumba a una discoteca muy buena que me recomendaron.
- Lucy, no quiero ir, mis ánimos están en el piso - ella hace un puchero y se acerca.
- Vamos, Mia, te lo suplico, no quiero ir sola, porfis - me causa risa verla rogando, así que me río.
- Está bien, pero solo un rato - Lucy grita emocionada.
- Amiga, ¿ya estás lista? - pregunta Lucy.
- Sí, Lucy - salgo del cuarto y veo a Lucy con un vestido bastante revelador.
- Vaya, tú sí que vas por todo - digo con una sonrisa pícara.
- Tú sabes, Mia - ambas nos reímos y salimos de la casa.
El lugar está para reventar. Lucy y yo estamos tomando vodka mientras bailamos en la pista hasta que siento a alguien pegarse a mí.
- Hola, hermosa - volteo y veo a un hombre alto de pelo castaño.
- Hola - digo algo dudosa.
- ¿Cómo te llamas? - mejor le digo otro nombre.
- Mariana.
- Mucho gusto, Mariana, mi nombre es Mario - me da un beso en la mejilla y veo a mi amiga hablando también con un hombre.
Después de varias copas más, ya me encuentro algo borracha, pero la estoy pasando de maravilla con Lucy, Mario y el amigo de Mario que se llama Daniel.
- Bien, la fiesta terminó - Mario saca de su pantalón un arma y suelta un disparo al aire, haciendo que todo se vuelva un caos. Varios hombres entran y comienzan a tomar a las mujeres. Escucho gritar a mi amiga.
- ¡¡Ayuda, Mia!! - Daniel se la lleva en su hombro, así que corro hacia donde está, pero soy detenida por unos brazos.
- Quita, preciosa - era Mario.
- Suéltame, imbécil - me muevo, pero es inútil hasta que él coloca un pañuelo en mi nariz y poco a poco me quedo dormida.
Despierto por un fuerte dolor de cabeza, abro mis ojos y veo que estoy en un cuarto oscuro, atada con una cadena en el pie.
- No, no ¡ayuda! - grito y grito; sin embargo, nadie me escucha. Después de una hora, un hombre alto entra.
- Párate, báñate y colócate esto - me entrega una lencería que no tapa nada.
- Solo sal con eso, el jefe quiere ver la mercancía - ¿mercancía? Por dios, ¿en dónde estoy metida?
Me doy una ducha y salgo mirando con horror la lencería.
El hombre vuelve a entrar y con su mirada recorre mi cuerpo casi desnudo.
- Mejor vamos antes de que te folle como la puta que eres - toma con fuerza mi brazo y me lleva a una habitación donde hay varias mujeres con ropa interior, todas asustadas.
Dios, ¿en dónde me metí?
Paolo Lombardi
Estoy sentado en mi despacho esperando la nueva mercancía. Me dijeron que me darían buen dinero por esas mujeres, así que les pedí a mis hombres que consiguieran las mejores que encontraran.
- Señor, ya llegó la mercancía.
- Diles que se arreglen y que las lleven al cuarto de selección - asentí y salí.
En ese momento entró Elena, una prostituta con la que me acuesto de vez en cuando.
- Hola, ¿necesitas mis servicios? - En realidad, sí la necesitaba; estaba estresado.
- Quítate la ropa y ponte a cuatro...
Salí, me puse mi chaleco y bajé a la habitación de revisión. Como siempre, escuchaba sollozos de mujeres. No saben cuánto odio eso.
- Pónganlas en fila - ordené.
Las arreglaron de inmediato. Comencé a caminar y a revisarlas una por una. Mis hombres tienen buen gusto, todas son voluptuosas con buen trasero y pechos, pero todas son lloronas.
Seguí caminando, pero al llegar a una mujer me quedé parado frente a ella al ver que no lloraba ni hacía nada. Lo peor es que era capaz de mirarme a los ojos. Observé su rostro; era muy hermosa, parecía un ángel. Sus ojos color cielo me hipnotizaron y al recorrer su cuerpo vi que era maravilloso.
Me alejé de ella y me acerqué a Daniel.
- Ella se queda - le señalé a la chica, dejando a Daniel en shock.
- Pero señor... - lo interrumpí.
- Es una orden. Que nadie la toque. Ahora es mía...
Mia Johnson Cuando ese hombre se quedó observándome, sentí cómo todo mi cuerpo se electrizaba. Su mirada me penetraba por completo, pero no dejé que me viera asustada. Al contrario, mostré valentía y me sentí orgullosa por eso. El hombre se retiró y vi cómo uno de sus hombres me tomaba del brazo. - Acompáñeme. - ¿A dónde me llevan? - dije intentando zafarme. - Ya lo verás, ahora coopera. - Me metieron en un auto sin dejarme tapar a cada rato. Observé las miradas de esos hombres, pero ninguno hizo nada. Después de 15 minutos, llegamos a una casa enorme custodiada por varios hombres con armas. - Vamos, el jefe espera. - Me bajaron y caminé como pude bajo la mirada de todos esos hombres hasta que entré al despacho y el hombre, al verme, sus ojos se pusieron rojos. - ¿¡No la taparon!? - Sacó su saco y me lo colocó encima, cosa que agradecí. - De ahora en adelante, nadie la puede tocar o mirar de una manera incorrecta porque ella es mía, de mi propiedad. - Abrí mis ojos como platos a
Paolo Lombardi Corro hacia la ventana esperando ver lo peor, pero no fue así. Veo cómo se levanta con algo de dificultad, mientras comienza a correr, aunque parece haberse lastimado un pie, pero sigue corriendo. - ¡Ve por ella! - le doy la orden a Matías y este asiente. A los 20 minutos, entra Matías sosteniendo a Mia. Todo mi cuerpo está tenso y lo único que quiero es darle una buena lección. Matías se acerca y me dice: - Ten cuidado, está lastimada. - Yo no la mandé a saltar de una ventana - me acerco a ella y la tomo fuerte del brazo, ella suelta un grito de dolor. - ¿¡QUÉ MIERDAS PASA POR TU CABEZA!? - le doy un empujón y cae al suelo. - ¡DIME! - le doy una patada y veo cómo el aire se le escapa. - Paolo, cálmate, está lastimada - habla Matías preocupado. - ¡NO TE METAS! - tengo mucha furia, la pequeña me las pagará. La tomo del brazo y la arrastro mientras escucho sus gritos de dolor. - Basta, me lastimas - dice ella con un hilo de voz. - ME VALE M****A, TÚ TE LO BUSCAS
Mia Johnson Me levanto temprano sintiendo mi cuerpo más fuerte, con los medicamentos y las cremas que Paolo me dio, ya me siento mejor, así que aprovecho que él no está para levantarme y darme una ducha. Al salir, me pongo la ropa interior y un poco de crema para después colocarme algo cómodo. Veo hacia la ventana con barrotes y veo que ya empezó a nevar, cosa que me gusta mucho. Escucho cómo abren la puerta y, al reconocer quién es, no me intento mover. — Qué hermosa estás — Paolo coloca una bandeja con comida al lado mío. — Tienes que comer — veo de reojo cómo él me mira. — No tengo hambre — él da una profunda inhalación. — Mira, Mia, estoy tratando de ser paciente contigo, así que más te vale que empieces a comer si no quieres que te la meta a las malas — lo miro a los ojos y después tomo el jugo de naranja, viendo en su cara una sonrisa. — Así me gusta — intento comerme todo el maldito desayuno y cuando termino, él me da un beso. — Me encanta cuando haces caso, princesa, ti
**Mía Johnson** Despierto sintiendo unos brazos rodear mi cintura, así que con mucho cuidado intento voltearme, pero cuando lo hago siento un dolor traspasar todo mi cuerpo, haciendo que suelte un jadeo de dolor. La persona que tengo al lado se levanta de golpe. - ¿Dios mía, estás bien? - era la voz de Paolo. - Me duele - intento tocarme, pero él sostiene mi mano. - No toques, espera, ya te traigo algo para el dolor - sale al baño y a los 5 segundos llega con unas pastillas en sus manos, que sin preguntar me las tomo. Él coloca una almohada detrás para que esté más cómoda y la verdad me sorprende tanta amabilidad. - ¿A qué se debe tanta hospitalidad la tuya? - digo con algo de dificultad. La cara de Paolo se pone pálida y por primera vez veo a este hombre que aparenta ser tan fuerte algo decaído. - Lo siento - cuando dice eso, un nudo se instala en mi garganta y siento como mi cuerpo se pone tenso con ganas de decir lo que siento. - ¿Lo sientes? - digo en un susurro con los dien
Veo cómo Matías me mira incómodo cuando le hice la pregunta de quién era Rose. - ¿Me dirás quién es o te quedarás callado? - digo algo fastidiada. - Mira, Mia, no estoy autorizado para hablar del tema. Y si quieres evitar un problema con Paolo, es mejor que no le preguntes. - Ok. - Doy un paso firme hasta la casa. - ¿Adónde vas? - Toma mi brazo, pero yo me suelto. - Voy a la casa. Se me quitaron las ganas de salir. - Oye, Mia, no te enojes conmigo. - Me volteo y sigo mi camino sin importarme los llamados de Matías. Entro a la habitación algo confundida porque no sé quién es Rose y qué tan importante es para Paolo. - Hola, mi ángel. - Este me intenta dar un beso, pero yo lo esquivo. - ¿Por qué haces eso? - Tomo aire y lo encaro. - ¿Quién es Rose? - Veo cómo la cara de Paolo se desfigura formando una expresión seria. - ¿Nos escuchaste? - dice algo molesto. - Puede que sí. Ahora responde. - Mira, Mia, aquí el que da las órdenes soy yo. Tú simplemente eres un maldito juguete,
Estoy sentada en mi habitación, esperando a que llegue Paolo para llevarme a la famosa cita con la psicóloga. Llevo puesto un pantalón y un crop top, junto con una chaqueta para el frío. -Mi niña, el señor Lombardi la espera abajo - habla Matilda, la nana. -Gracias, nana, - tomo mi bolso y bajo las escaleras hasta encontrarme a Paolo viendo unos papeles. -¿Vamos? - Este me mira, pero no dice nada, solo se da la vuelta y camina hacia la entrada. Estoy sentada en una silla gigante y al frente de mí está la psicóloga Diana, esperando a que cuente algo. -¿No quieres hablar, Mia? -Es algo complicado, doctora. Yo sufrí de estrés fuerte cuando era más joven y a raíz de eso vinieron mis problemas con la comida. Mis padres murieron y yo quedé completamente sola, eso me marcó mucho. -¿Y ahora qué hizo que volvieran tus problemas?- Quería decirle a la doctora que el causante de todo era Paolo, que él me tenía secuestrada y que había abusado de mí, pero antes de entrar me amenazó, así que t
Despierto con un fuerte dolor de cabeza, lo que me hace abrir los ojos. Veo a mi alrededor y sé que estoy en mi cuarto, o bueno, en el que comparto con Paolo. Toco mi cabeza y siento algo en la parte de atrás, pero no sé qué es. - Oye, no te toques - entra Paolo con una bandeja de comida. - ¿Qué me pasó? - este me mira y veo en su cara culpabilidad. - Te caíste - solo dice eso. - Pero ¿cómo? - se sienta y me pasa una sopa de pollo. - Tropezaste en la oficina y te diste con la punta de una mesa - no puedo creer lo torpe que soy. - Vaya, qué torpe soy - observo a Paolo y no sé por qué lo veo más atractivo de lo normal. Su pelo está alborotado y su camisa de botones está medio abierta, dejando ver su perfecto cuerpo. - ¿Qué tantas miras? - A ti - dios, cómo se me suelta eso, mis mejillas se ponen coloradas y veo cómo este sonríe. - ¿Qué tanto ves? - dice con su tono sexy y varonil. Dios, ¿qué me pasa? - Lo sexy que eres - oh, mi dios, ¿por qué estoy diciendo esto? Algo me debier
Mia Johnson Veo el recibo de la floristería y el borrador del mensaje que debía llevar la tarjeta. Las flores iban dirigidas a Rose y eran de parte de Paolo. Siento un profundo dolor ya que él no se comporta así conmigo. - ¿No me vas a responder? - le digo algo seria a Paolo. - Es solo una amiga a la que le tengo cariño - lo miro no muy convencida. - Además, esas flores no llegaron a su destinataria, Rose está secuestrada por un hombre que le quiere hacer la vida imposible - siento una ola de celos pero también pesar por ella porque está privada de su libertad al igual que yo, aunque no sé qué tan mal sea para ella. - Ojalá la encuentren pronto - es lo único que logro decir. - La voy a buscar, juro no parar hasta encontrarla - creo que ya fue suficiente escuchando su m*****a cursilería. - Me voy - doy la vuelta pero él me detiene. - Oye, no te pongas así - dice acariciando mi mejilla. - Si tanto te importa ella, ¿para qué me tienes aquí? ¿No es mejor que vayas y luches por ell