CAPÍTULO 5

Un dolor palpable, mucha ira, indignación, deseo de venganza, pero maldad desnuda y cruda, no veo eso en sus ojos. 

Él se levanta y me cede un asiento, yo lo ocupo, los hombros medio escondidos, en espera de lo peor, los nervios tensos como las cuerdas de un violín, un silencio aterrador entre nosotros. Una mesa fue puesta con todos los tipos de golosinas, flores ornamentan el mantel delicado de lino. Nahan me observa y me sirve una taza de café, que llena bien a cierta distancia, y yo observo la taza como si en ese líquido caliente y oscuro yo pudiese vislumbrar mi futuro, pidiendo respuestas en silencio a Nahan.

—Bianca, toma tu café, no te voy a hacer ningún daño, por favor come.

Consigo, con voz trémula, preguntarle lo que quiero saber. 

—¿Me vas a liberar o decidiste…?

No puedo completar la frase, ¿será que mi corazón es tan idiota? ¿Por qué continúa creyendo que todo va a terminar bien? ¿Será la esperanza, la muleta de los locos? Prefiero creer en el ser humano. 

—No puedo liberarte, tú no vas volver para Qatar

Me levanto conmocionada y lo enfrento tratando de contener las lágrimas, comienzo a liberar el miedo, el grito que en años de pasividad insisto en contener. El rey Nahan no espere de mí la subordinación de un lindo corderito para el matadero. Yo voy a luchar, voy a gritar, él tiene que escucharme.

—Me tienes que escuchar, Nahan, ¿dónde está tu humanidad? ¿Tu alma? ¿Cómo puedes hacer esto conmigo? yo no tengo nada que ver con tus problemas, yo… yo… Déjame ir… déjame ir. 

Nahan se levanta y me toma de los brazos en un sobresalto, él me sienta sobre la mesa de café y me rodea la cintura, yo me debato, golpeando sus hombros, inútilmente intentando mover esa pared de hombre, pero continúo con mi revuelta.

—Bianca, ¡detente ahora! Para, escúchame, escúchame. —Lo que iba a ser una discusión, un combate, toma otro rumbo… mis pechos oprimidos al pecho de Nahan, mis senos enrojeciéndose, sensibles al rozar su cuerpo, ¡Dios mío! ¿Qué es eso? Él hace mis cabellos hacia atrás, y nos miramos por varios minutos, su rostro está a centímetros del mío, los ojos castaños estrechándose en un gesto predatorio, como si quisiese devorarme entera. No sé decir lo que me movió primero, pero a nuestro alrededor hay tanta espera, un aura de sensualidad cruda y pungente se yergue envolviéndonos, avasalladora e irresistible. Yo cierro los ojos y él ordena con voz ronca—. Abre los ojos y escúchame—. Y así sus labios se posan en los míos como una brisa de primavera dulce y suave. Tan suave y tan perfecta es la boca de Nahan en la mía. Entreabro los labios, sorprendida, y él desliza la lengua dentro de mi boca, probándome en movimientos lánguidos, siento el calor de su lengua y jadeamos juntos, nuestros labios unidos en sincronía. Nunca fue tan perfecto, nadie nunca me besó así, con una entrega, un gusto y vicio mezclado con tesón, deseo y delicadeza. Como si mi boca fuese algo raro, precioso. Yo mordisqueo sus labios y él libera un gemido ronco, las manos descienden de mi nuca y recorren mi costado, dejándome destemplada. Después nos besamos más, un poco y todavía queremos más, Nahan mordisquea mis labios, entre gemidos y susurros contenidos. Sus ojos derramándose de calor, abrasando mi cuerpo entero. Mi sexo se hincha, implorando algo que no puedo tener, pero que aun así quiero más que nada, pruebo un poco más de esas sensaciones, sin pensar en el mañana—. No puedes irte, no puedo dejarte ir, no me odies, no te voy a hacer ningún daño, pero quiero que entiendas que tu lugar ahora es aquí, en Manama.

—Pero mi hermana, mi familia, yo habito en Brasil, mi lugar no es aquí Nahan.

—¡Shhh, no! No me puedo liberarte, eso no va a ser posible. 

—¿Por qué no?

Porque preciso sentir nuevamente, preciso volver a ser persona, a ser un hombre, no esa cáscara llena de huesos y carne vacía. Porque tú me haces un ser menos miserable y soy un egoísta maldito que, después de perder a todos los que amaba, no desistí de vivir, seguí así, sabiendo que lo mejor era haber muerto con ellas. Yo quería tanto poder explicarle que el error de Jafar al secuestrarla trajo la alegría del destino para mis días. Yo no puedo dejarla ir porque ahora que probé su boca, percibí su olor, me volví cautivo, prisionero, sin voluntad alguna de liberarme. No puedo matarla, no quiero dejarla y no pretendo perderla. 

ndo perderla. 

—Porque no puedo. Eres mi invitada involuntaria, y así va a continuar siendo, acepta eso. 

Me desvanezco en sus brazos y huyo, corro como si escapase del diablo, ¿por qué tuvo que besarme así?

Y lo peor de todo, ¿por qué yo todavía quiero más y también me asusta? 

No sé qué pensar o decir, voy para mi cuarto y me tiro en la cama, perdida y asustada con todo el vaivén de mi vida. 

¿Y si no me deja ir jamás? ¿Qué voy a hacer con mi vida? Busco las respuestas y no las encuentro.

Pasada casi media hora, la puerta de mi cuarto se abre y Nahan entra, equilibrando una bandeja de café con ambas manos. La coloca en la mesita de noche, me mira con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y antes de dejarme sonríe nuevamente, completa:

—Come todo, más tarde hablaremos y no cierres la puerta. 

—Sí, señor.

¡Dios! Yo no merezco este tormento, ella llamándome señor con la boca, haciendo un mohín de enojo me vuelve loco, preciso salir de aquí antes de que la asuste más de lo que ya he hecho. 

Qué boca deliciosa, quiero besarla de nuevo, pero no puedo, no podemos y todavía así, quiero sentir el gusto de sus labios nuevamente, 

Solo una vez más.

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