El día estaba lluvioso y muy gris. Había olvidado revisar cómo estaría el clima el día de hoy y, por tanto, no portaba un paraguas con el cual cubrirme.
—¡Zoe, espera!
Al escuchar que gritaban mi nombre, giro mi rostro para ver quién era la persona que pedía que la esperaba.
—Daniel, ya te lo dije y no lo repetiré. Deja de seguirme.
—Escúchame una última vez, por favor.
—No me interesa Daniel, ya no quiero saber de ti. Me demostraste que no eres quien fingías ser, déjame en paz.
—Por favor.
—No.
Antes de que siguiera insistiendo, decido irme sin importar que todo mi cuerpo se mojase por la fuerte lluvia.
Corro por las calles lo más rápido que mis piernas me permitían. Estaba a solo unas cuantas cuadras de casa, aunque no pertenecía a una familia rica, nuestra familia tenía un sustento adecuado y solo éramos mi abuela y yo.
—Llegaré tarde al trabajo.
Al doblar la esquina, frené en seco al ver que un auto muy fino se detiene a unos cuantos metros.
Un hombre de traje se baja con una sombrilla, lo cual hacía que su rostro estuviera cubierto y fuera imposible ver con claridad cómo se veía. Observo que él se agacha y deja una caja debajo de un gran árbol. La manera en como dejaba aquella caja, me daba a entender que debía haber algo ahí, el cual era delicado.
Instintivamente, me escondo cuando aquel hombre siente mi presencia. No entendía por qué reaccioné de esa manera, no estaba haciendo nada malo y, aun así, mi instinto fue esconderme para protegerme.
Pasado dos minutos, decido asomarme. El auto ya había salido y se alejaba cada vez más.
Suspiro, aliviada al saber que se ha ido, sigo caminando para llegar a mi destino. Pensaba ignorar lo que ha dejado aquel hombre, sin embargo, escucho el llanto de un bebé provenir de aquella pequeña caja.
Mi cuerpo se detiene en seco al escuchar aquel ruido, por un momento creí que era solo imaginación mía. Quizás estaba desorientada, no lo sé. Pero al momento de alejarme dando un paso, escucho nuevamente aquel llanto, uno demasiado apagado.
Mi intuición me decía que revisara aquella caja y viera que era lo que allí había. A pesar de la lluvia y del frío que sentía, preferí seguir a mi instinto.
Me acerco a la caja y me arrodillo ante ella, espero un momento para ver si se escuchaba otro llanto o ver si era mi imaginación. Mis manos temblaban y no sabía si era por frío o si era por temor a estar en lo correcto, sobre que había un bebé en aquella caja.
—Por favor, que no sea lo que creo que es.
Suspiro profundo y con mis manos temblorosas abro la caja aún con mis ojos cerrados. Abro lentamente mis ojos y observo que mi intuición no había fallado.
En aquella caja, la cual estaba mojada y casi rota, tenía a un pequeño bebé desnudo. Este no lloraba ni se movía.
Rápidamente, lo tomo en mis brazos, me acerco a él para escuchar su respiración y me fijo en que no respiraba. Comienzo a darle primeros auxilios como nos habían enseñado en la escuela. Trataba de calentar su pequeño cuerpo, pero con la lluvia era difícil conseguirlo.
De inmediato me regaño por no correr con el bebé hasta el hospital más cercano. Iba a hacer eso, pero algo llama mi atención. Dentro de la caja, había un anillo. Era de color plateado, no me fijé en el grabado que tenía. Simplemente, lo agarré y lo guardé en mi mochila.
Saqué una de las blusas de repuesto que tenía en mi mochila y envolví al pequeño. Luego me puse de pie y comencé a correr como nunca.
El hospital estaba a seis cuadras de distancia. Corrí sin parar hasta que llegué.
—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
Mis gritos hacen que todo el mundo me preste atención y una de las enfermeras se acerca a mí para ayudarme.
—No respira.
Tras decir esas dos palabras, le enseño al bebé y la mujer inmediatamente me lo arrebata. Corre con él y lo deja sobre una camilla. Varias personas se acercan a ella para ayudarla.
No sabía que iba a suceder, comienzo a orar por aquel pequeño.
—Por favor, deja que viva. ¡Te lo suplico!... ¡Te lo suplico!
No dejaba de suplicar por la vida de ese niño. Cerré mis ojos con fuerza, crucé mis manos entre ellas y oraba sin parar. Hasta que escucho su llanto.
Apenas escucho que llora, caigo de rodillas y me permito llorar con libertad. Mi corazón se sentía aliviado y adolorido al mismo tiempo.
¿Cómo puede una persona abandonar a alguien de esa manera?
Me hacía esa pregunta una y otra vez, hasta que la enfermera que me ha ayudado, se acerca a mí para hablarme.
—¿Eres su madre?
Levanto mi mirada y la miro, luego dirijo mi mirada al pequeño y sentí que era el destino quien nos había hecho cruzar en esta vida.
—Sí, lo soy.
—Tu hija estará bien, ven conmigo.
Asiento, tras escuchar sus palabras, ella me ayuda a colocarme de pie y me lleva hasta la habitación donde lo llevarían.
—¿A dónde lo llevan?
—Ella va a estar bien, la llevaremos al piso de pediatría. Tranquila, tu hija estará bien. Es una luchadora.
La miro sorprendida al saber que era una niña. Estaba tan asustada que ni siquiera me fijé en el sexo del bebé.
Ella y yo seguimos a la persona que llevaba a la bebé. Ella entra en una habitación donde había otra madre con su pequeño en brazos.
Nos observa al entrar, su mirada reflejaba que desaprobaba el hecho de que yo fuera joven con una bebé recién nacida. Decido ignorarla y colocar atención a la enfermera y el doctor que estaba revisando a la bebé.
—¿Cómo se llama la bebé?
No sabía que responder, no era su verdadera madre. Pero por la forma en que todos me miraron, no tuve más opción que seguir con mi mentira y decir el primer nombre que se me ocurrió.
—Mía.
—Es un hermoso nombre.
La enfermera que estaba a mi lado me mira con una sonrisa, parecía que le había gustado mi elección. Le regreso la sonrisa como agradecimiento.
Miro de nuevo al doctor que examinaba a Mía y luego procede a hablar.
—Bueno, parece que Mía está bien. Sin embargo, me gustaría hacerle un examen. Su cuerpo está frío por la lluvia, haremos un estudio para ver qué no le cause daños respiratorios por la exposición al agua y al frío.
—De acuerdo, haga lo que tenga que hacer, doctor.
—Por supuesto.
Él asiente y me observa por un momento, luego dirige su mirada nuevamente a Mía. La enfermera había desaparecido y no me había dado cuenta hasta que regresa con un uniforme de enfermera algo grande.
—Ten, debes cambiarte de ropa. Estás empapada y podrías resfriarte.
—Gracias.
—De nada.
—Se lo devolveré, lo prometo.
—No te preocupes, puedes quedarte con él. No lo necesitaré después de todo.
—Muchas gracias.
El personal se queda examinan a Mía, mientras yo me cambiaba mi ropa húmeda.Al regresar a la habitación en la que nos pusieron, la otra madre que estaba cuidando de su hijo pequeño, seguís mirándome con odio y no entendía cuál era su problema, después de todo, no la conocía.—¿Cómo te llamas?—Zoe.—Zoe, la bebé, va a estar bien. Debemos esperar los resultados de los exámenes que se le están tomando y podrás llevártela a casa. ¿Está bien?—Sí, gracias enfermera...—Dime Clarisa, búscame si necesitas ayuda.—Muchas gracias, señora Clarisa.—Volveré luego.Asiento con la cabeza en lugar de responderle. La enfermera Clarisa, transmitía seguridad y amor maternal. Se veía que era una mujer dulce y compasiva.Aparentaba ser joven, pero por la manera en cómo me trataba, parecía que debía tener unos treinta y cinco a cuarenta años.Después de que todos salieran de la habitación, me acerco a la pequeña a quien he nombrado Mía. Ella dormía tranquilamente, la habían envuelto en mantas térmicas
—Hola. ¿Quién habla?—Hola jefe, habla Zoe.—Zoe, ¿dónde estás? Tu turno empezó hace rato.—Lo siento mucho, señor José. Me ha surgido un accidente y me encuentro en el hospital en este momento. Siento mucho no cumplir con mi turno el día de hoy, puede descontarlo de mi sueldo. Lo siento.—¿El hospital? ¿Muchacha estás bien?—Sí, señor José. Lamento no ir al trabajo.—No te preocupes, nunca sueles llegar tarde y menos faltar. Como es la primera vez, te lo pasaré. Infórmame cuando te den de alta. Puedes tomarte el resto de la semana libre, no lo descontaré de tu pago, quédate tranquila.—Muchas gracias, señor José. Muchas gracias.—Muy bien, colgaré.—Sí.Sonrío al saber que tenía un buen jefe. El señor José es un hombre de cuarenta y un años, nunca tuvo hijos y esposa. Tiene un restaurante de comida italiana pequeño cerca a mi casa.Desde que cumplí quince años he estado trabajando para él. Actualmente, tengo diecisiete, en cuatro meses cumplo la mayoría de edad y terminaré la escuela
Estaba vez consigo ir sin problemas hasta la cafetería. La furia crecía en mí una y otra vez, todo el que pasaba por mi lado, me evitaba.¿Cómo pude ser tan tonta y dejar que el miedo se apoderará de mí?Tuve que respirar varias veces para conseguir calmarme, pero no lo consigo. Estaba tan enojada que no me di cuenta de que había golpeado la mesa y levantado gritando lo idiota que era él.El haber gritado hace que muchos me miren como un bicho raro. Me vuelvo a sentar y termino de comer mi sándwich y mi jugo.La furia que sentía se va de inmediato cuando observo a mi abuela ingresar a la clínica. Detengo mi caminar para acercarme a ella.—¿Estás bien?—Sí, abuela. No te preocupes.—¿Por qué traes esa ropa?—No tenía un paraguas conmigo, tuve que correr bajo el agua. La enfermera me ha dado su uniforme para no enfermarme.—¿Por qué estás aquí? Si estás bien, vamos a casa.—No podemos irnos.—¿Por qué no?—Mía está aquí.—¿Quién es Mía?—No podemos hablar aquí, lo haremos en casa. Prome
—Comprendo. Me alegra informar que no hay nada malo que pueda poner en riesgo la vida de Mía, aunque encontramos que sufre de asma, parece que es hereditario. Tendrán que vigilar que no tenga un ataque, le recetaré algo por si sufre de algún ataque. Aún es pequeña, el hecho de que no tenga más de dos semanas de haber nacido, demuestra lo fuerte que es. Así que no hay de qué preocuparse.Sonrío al saber que ella estaba bien y agradezco por ello.—Muchas gracias, doctor.—No hay de qué, señorita.—Clarisa, ya puedes darle el alta a la bebé. Debo irme, no dude en venir por si sucede algo.—Muchas gracias.El doctor se va dejándonos solas de nuevo, me dejo caer en el suelo y lloro al saber que ella estaba bien.—Gracias, Dios mío, gracias...—Zoe.—Tenía miedo, abuela, creí que ella moriría.—Mi niña.Mi abuela me abraza como cuando lo hacía de niña para que me tranquilice. Una vez que consigo calmarme, miro a la señora Clarisa a la espera de que diga algo y luego miro a Mía que dormía en
Me había enamorado de un conjunto color rosa pastel. Traía su blusita, pantaloncito, medias, guantes y un gorrito, todo en rosa pastel con algunos detalles en blanco. Una de las vendedoras nos permite vestir a la bebé en uno de los vestidores, se veía hermosa con ese conjunto. Beso, su cabecita y sonrío. —Mía, soy Zoe, tu nueva mamá. Te prometo que te cuidaré y haré que te conviertas en una niña muy fuerte. No sabía si era normal el sentir aquel sentimiento que estaba experimentando. Pero me sentía completa con la pequeña Mía, era como si de verdad fuera mi hija y a quien había comenzado a amar con sinceridad. Salgo con ella en mis brazos, cuando mi abuela y la señora Clarisa la ven vestida, se dejan llevar por su instinto maternal y comienzan a expresar lo bella que se ve. Incluso las vendedoras del almacén se emocionaron al verla. —Hemos escogido varias cosas para Mía, espero que te guste. Observo a la señora Clarisa, quien estaba enseñando varios conjuntos. Al igual que cobija
—Siempre que la alimentes debes sacarle los gases, de esta manera. ¿Lo entiendes?—Lo entiendo perfectamente.—Muy bien, cuando llegue el momento de cambiarle sus pañales, te explicaré como se hace y también de cómo debes bañarla.—De acuerdo, gracias abuela. No sé qué haría sin ti.—Estamos juntas en esto, jamás te dejaría sola.—Lo aprecio mucho, en serio lo aprecio mucho.—No te preocupes mi niña, lograremos sacar adelante a esta bebé. Tú y yo, siempre.—Siempre.Me sentía la mujer más afortunada, aunque no contaba con la presencia de mis padres. Contaba con una mujer maravillosa. Mi abuela siempre me ha apoyado en todas mis decisiones, ella me conoce mejor que cualquier otra persona.Siempre fui de las que personas que es responsable con sus actos. Y todo eso se debe a que ella fue quien me enseñó a tener valores.Cuando llegó el momento de aprender a colocar un pañal, no fue lo que esperaba. Mía había hecho un desastre en su pañal. Mi abuela no dejaba de reírse por mis caras, seg
—Buenos días, ¿quién es la madre?—Buenos días, soy yo.—Llena este formulario primero.—Por supuesto.La señora Clarisa toma a Mía en sus brazos para facilitarme la tarea del formulario. Comienzo a llenar todos los datos que me piden, excepto uno. Al terminar, le regreso el formulario junto con los documentos que pedían para el registro.Estaba empezando a sentirme nerviosa por el hecho de que habíamos falsificado la fecha de nacimiento de Mía. Podríamos ir presas si se enteraban de que era falso y luego me arrebatarían a Mía.El hombre gordo y barbudo, me mira extraño y vuelve a dirigir su mirada a los documentos que tenía en sus manos.Podía sentir mi corazón latir con fuerza y el cómo mis manos sudaban por lo nerviosa que me encontraba.Al ver la mirada de aquel hombre, hacía que me pusiera más nerviosa antes de que él volviera a hablar.—No escribiste el nombre del padre.—Yo... Mi hija no tendrá el apellido de su padre, él no quiere saber nada de ella. Nos ha abandonado, señor.
Decidí estudiar gastronomía, siempre me había apasionado esa carrera y estaba cerca a cumplir ese sueño.Luché duro para conseguir una beca completa, la universidad estaba cerca, así que podía irme a pie todos los días para ahorrar todo lo que más pueda.La señora Clarisa ha estado al tanto de nosotras, nos ha ayudado un tiempo con gastos del hogar. Ha sido fantástico tenerla con nosotras, no solo nos ayudó cuando estábamos en una crisis económica, sino que también nos ha ayudado con el cuidado de Mía.La primera vez que mi bebé se enfermó y tuvo una fuerte fiebre, fue ella quién nos ayudó para que el doctor examinará a Mía y fue la peor experiencia de mi vida. No dormí bien durante el tiempo en que Mía estuvo bajo observación, debido a las altas fiebres que presentaba. Falté a la escuela unos días debido a ello.Cuando uno de mis profesores se enteró de que tenía una hija, se quedó sorprendido. Nunca me vieron con una enorme barriga, ni nada por el estilo, así que era normal que las