Insolente

El personal se queda examinan a Mía, mientras yo me cambiaba mi ropa húmeda.

Al regresar a la habitación en la que nos pusieron, la otra madre que estaba cuidando de su hijo pequeño, seguís mirándome con odio y no entendía cuál era su problema, después de todo, no la conocía.

—¿Cómo te llamas?

—Zoe.

—Zoe, la bebé, va a estar bien. Debemos esperar los resultados de los exámenes que se le están tomando y podrás llevártela a casa. ¿Está bien?

—Sí, gracias enfermera...

—Dime Clarisa, búscame si necesitas ayuda.

—Muchas gracias, señora Clarisa.

—Volveré luego.

Asiento con la cabeza en lugar de responderle. La enfermera Clarisa, transmitía seguridad y amor maternal. Se veía que era una mujer dulce y compasiva.

Aparentaba ser joven, pero por la manera en cómo me trataba, parecía que debía tener unos treinta y cinco a cuarenta años.

Después de que todos salieran de la habitación, me acerco a la pequeña a quien he nombrado Mía. Ella dormía tranquilamente, la habían envuelto en mantas térmicas para que su cuerpo se calentara.

Llevo mi mano hasta su rostro y toco su pequeña carita y cuando miro mi mano, estaba humedecida. Me toco el rostro y me fijo en que estaba llorando.

—Es increíble.

Levanto mi mirada y observo a la mujer que estaba a solo unos pasos. Ella me miraba con odio y eso me enfurece.

—¿Cuál es su problema?

—¿Mi problema? No sé de qué hablas niña.

—No ha dejado de mirarme con odio, no nos conocemos y yo no le he hecho nada.

—Pero que muchacha tan insolente.

—¿Insolente?

—¡Sí, insolente!

—La insolente aquí es usted. No ha dejado de mirarme con odio y desaprobación.

—Pues eso te pasa por abrir tus piernas siendo tan joven, arruinarte tu vida. ¡Ese es mi problema! Arderás en el infierno por haber sido una insensata y por dejarte llevar por el deseo carnal.

Después de que dijo esas palabras, comienzo a reírme como si estuviera loca.

—Aquí la que va a arder será otra. Debería dejar de ser una mujer ignorante. ¿Arruinar mi vida? Se equivoca, el tener un hijo a temprana edad no arruinará mi vida. Le demostraré a usted y a todo aquel que piense como usted, que está equivocado. ¡Vieja loca!

La mujer comienza a colocarse roja por la ira y en ese momento ingresa la señora Clarisa tras escuchar mi grito.

—¿Qué sucede aquí?

—Ella es una grosera y una niñita insensata.

—Aquí la grosera e insensata es usted señora. Fue usted quien no ha dejado de ser grosera desde que llegué con Mía. Si tiene problemas con que sea una madre joven, no es mi problema. Tendrá que soportar mi presencia hasta que nos den de alta.

—Tú...

—Por favor, deben calmarse. Estamos en un hospital y hay muchos niños enfermos. Señora, por favor.

—Quiero que nos cambie de habitación, ni mi hijo ni yo nos quedaremos con una pecadora y su bastarda.

Estaba a punto de lanzarme en contra de ella después de que llamará a Mía bastarda, si no fuera porque la señora Clarisa me sujeta, ya estaría esa mujer sufriendo y retorciéndose del dolor.

—Nunca he sido una persona que se retracta de sus palabras. Le demostraré a todos que puedo ser una madre responsable y salir adelante con mis estudios. Juro que algún día nos volveremos a ver y se tragará sus palabras.

—¿Tragarme mis palabras? No me hagas reír niña, jamás serás alguien. ¡Ya arruinaste tu vida!

—¡Señora!

—Enfermera tendrá que cambiarnos de habitación o haré que el señor deje de financiar este hospital.

—Juro que se tragará sus palabras algún día.

—Muchacha cálmate, no tienes idea de quién es ella. Es mejor que te calmes.

Miro a la señora Clarisa, quien me miraba un poco asustada. Lo sentía por ella, puesto a que fue ella quién me ayudó desde el principio y no me ha criticado y juzgado ni una sola vez por ser madre joven.

—No me interesa a qué familia pertenezca esta mujer, juro que se arrepentirá algún día. Señora Clarisa, agradezco su ayuda, pero es mejor que nos cambien de habitación o aquí arderá esta mujer.

—¿Arder? Pero que insolente.

—Ven conmigo, ¡ahora!

La señora Clarisa me entrega a Mía, mientras ella me sujeta de los hombros para sacarme de aquella habitación.

—Lo siento mucho, señora.

—No tienes por qué disculparte, ella...

No pude terminar de hablar, debido a que me cubrió la boca para que no siguiera hablando. La señora Clarisa me saca a rastras de la habitación para llevarme a otra.

Justo en el momento en que salimos, mi cuerpo termina chocando con un joven de cabello rubio y ojos azules. Su aura daba miedo, no suelo ser de las que asusta fácilmente, pues según mi abuela, soy una mujer salvaje. Pero este hombre me daba miedo por alguna razón.

—Lo siento.

Me disculpo y agacho mi mirada inmediatamente. Él no dice nada, simplemente se va cuando escucha que un hombre parecido a él, pero con más edad lo llama.

—Ven.

Sigo a la señora Clarisa hasta la nueva habitación en la que nos van a dejar.

—Aquí estarán mejor. Muchacha debes tener cuidado la próxima vez, la mujer con la que discutiste es la ama de llaves de una de las familias más poderosas de esta ciudad. Tienes suerte si no te encuentran y te lastiman. Al parecer esa familia hacen desaparecer a quien contradiga sus palabras. Mejor cuida tu lengua la próxima vez.

—No me importa a qué familia pertenezca, todos somos seres humanos y no tenía derecho a juzgarme.

—Lo sé, pero debes tener cuidado. ¿De acuerdo?

—Sí, está bien. Gracias señora Clarisa.

—¿Quieres llamar a alguien?

—La verdad... Sí...

—Ten, usa mi teléfono y llama a quien necesites. Estaré afuera vigilando que no sepan a dónde te traje, luego vendré por mi teléfono. No salgas de aquí hasta que yo vuelva.

—De acuerdo, gracias.

Apenas la señora Clarisa sale de la habitación dejándome a solas con Mía. Llamo a mi jefe para excusarme por mi ausencia en mi trabajo de medio tiempo.

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