—¿Solicitaste un laboratorio a la oficina académica usando mi nombre? —preguntó Mauricio.—Ah sí, así fue —respondió Regina con naturalidad.—¿A quién se lo van a asignar? Para poder contactarlos.Regina sonrió levemente. —A nadie.—¿Lo van a dejar vacío? —aunque Mauricio ya lo sospechaba, no pudo evitar sentir cierta pesadez en su corazón.—Sí, vacío.Sabía que no debería seguir preguntando, que debería simplemente aceptarlo como había hecho incontables veces antes. Sin embargo, la imagen de Lucía cuestionándolo apareció involuntariamente en su mente, y Mauricio preguntó abruptamente: —Si no se va a usar, ¿por qué solicitarlo?Regina arqueó una ceja, aparentemente sorprendida de que su dócil perro hubiera decidido ladrar ese día. Su sonrisa se volvió aún más amable. —Que no lo usemos ahora no significa que no lo necesitemos en el futuro. Los recursos académicos siempre hay que pelearlos, ¿no es algo que ya deberías saber?—¿Qué recursos tiene ese laboratorio? —cuestionó Mauricio.—Por
Mauricio mantenía la mirada baja, ocultando sus verdaderas emociones, pero sus puños se tensaban cada vez más bajo las mangas de su camisa. Después de lo que pareció una eternidad, sus puños se aflojaron como si hubiera perdido toda su fuerza, como si hubiera decidido rendirse y someterse.—Gracias profesora, por preocuparse por mí todos estos años.—Es lo natural, ¿acaso no eres mi estudiante más destacado? Los favoritos siempre deben recibir un trato especial, ¿no crees?Mauricio permaneció en silencio. No era bueno con las palabras, y sus compañeros y profesores lo conocían principalmente por su naturaleza callada y reservada.—Bien, puedes irte. Ocúpate del artículo, aunque no es necesario que lo termines este mes. Organiza tu tiempo como mejor te parezca, pero confío en que no me decepcionarás.Mauricio se dio la vuelta y se marchó. Regina volvió a sentarse y dio un sorbo tranquilo a su té.Yulia se acercó sonriendo. —¡Tía, solo tú sabes cómo mantenerlo tan obediente!...Ya que n
Treinta segundos después, sonó un pitido en el teléfono indicando un mensaje.Talia volvió a la pantalla principal y echó un vistazo. Efectivamente, era la notificación de la transferencia.—Mi niña, ¿te llegó? —preguntó Helio desde el otro lado.—¡Sí, sí, me llegó!No eran doscientos mil, sino trescientos mil. ¡Increíble! Su papi le había enviado cien mil extra.—No escatimes en comida ni en nada, si necesitas más dinero pídeselo a papi, ¿entendido?—¡Sí, papi, entendido!Terminó la llamada y guardó el teléfono. Al voltearse, Carlos y Lucía la miraban fijamente.Talia parpadeó confundida. —Ya llegó el dinero... ¿por qué me miran así?Carlos entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. —Talia, no has sido sincera.—¿Vives en un pueblo?—Sí, en la villa urbana. Está rodeada de zonas comerciales y residencias de lujo, ¡el ambiente es genial y muy animado! —respondió Talia.Carlos suspiró resignado.—¿Tus padres están desempleados y cuidan edificios? —preguntó Lucía.—Ajá, los más de ochenta
—¿Y yo qué hago? —preguntó Talia.—Tú te encargas del dinero.Ese mismo día, Lucía y Carlos transfirieron sesenta mil cada uno a la tarjeta de Talia.Ah~ ¡Qué bien se sentía tener dinero! Talia acariciaba su tarjeta bancaria mientras comía galletas con una sonrisa. Era cierto que su familia era rica, ¡pero aún así le encantaba el dinero! Siempre sucumbía ante el encanto del dinero, igual que su papi, ¡jiji!...Lucía descubrió que el distribuidor nacional del CPRT era una startup llamada "Axiom Technologies".Siguiendo el rastro de esta empresa, encontró que el accionista principal era un tal "Hernán Ortiz". Buscó más empresas vinculadas al nombre "Hernán" y finalmente, en esa compleja red de relaciones, encontró un nombre familiar: Diego.—Hola Lucía, ¿cómo has estado?—Bien, ¿y tú?—Ay, ni me lo menciones. Hace poco me caí y me fracturé la pierna, llevo una semana postrado en el hospital.—¿Tan grave fue? —preguntó Lucía sorprendida.—En realidad no es tan grave, solo necesita reposo
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?—Luci...Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.—Feliz cumpleaños, Diego.Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar l
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.—¿Dónde está la sopa de choclo?—¿Se refiere al caldo reconfortante?—¿Caldo reconfortante?—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...—Pásame la salsa criolla.—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.—Se acabó el otro, solo queda este.—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?—No. María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?
—¿No encuentra lugar para estacionar? Yo salgo a ayudar... —Al notar la expresión sombría de Mateo, Diego se dio cuenta—. Ejem… ¿Lucía no... no ha vuelto todavía? —Ya habían pasado más de tres horas. Él se encogió de hombros.—¿Volver? ¿Crees que terminar es un juego?Dicho esto, pasó junto a su amigo y se sentó en el sofá. Diego se rascó la cabeza, ¿en serio esta vez era de verdad? Pero rápidamente sacudió la cabeza, pensando que estaba exagerando. Podía creer que él fuera capaz de terminar, así como así, pero Lucía... Todas las mujeres del mundo podrían aceptar una ruptura, menos ella. Eso era un hecho reconocido en su círculo.—Mateo, ¿por qué estás solo? —Manuel Castro, disfrutando del drama, cruzó los brazos con una sonrisa burlona—. Tu apuesta de tres horas ya pasó hace un día. —Mateo sonrió de lado.—Una apuesta es una apuesta. ¿Cuál es el castigo? —Manuel arqueó una ceja.—Hoy cambiaremos las reglas, nada de alcohol.—Llama a Lucía y dile con la voz más dulce: Lo siento, me equ
La noche anterior Mateo había bebido demasiado, y en la madrugada Diego insistió en seguir la fiesta. Cuando el chofer lo dejó en su casa, ya estaba amaneciendo. Aunque se desplomó en la cama, con el sueño invadiéndolo, se obligó a ducharse. Ahora Lucía no lo regañaría, ¿verdad? En su confusión, él no pudo evitar pensar en ello. Cuando volvió a abrir los ojos, fue por el dolor. Se levantó de la cama sujetándose el estómago.—¡Me duele el estómago! Lu...El nombre quedó a medias en su boca. frunció el ceño, vaya que ella tenía agallas esta vez, más que la anterior. Bien, veamos cuánto aguanta su terquedad. Pero... ¿Dónde estaban las medicinas? Revolvió la sala buscando en todos los gabinetes posibles, pero no encontró el botiquín de la casa. Llamó a María.—¿Las medicinas para el estómago? Están guardadas en el botiquín, señor. —A Mateo le palpitaban las sienes. Respiró hondo.—¿Dónde está el botiquín?—En el cajón del vestidor, señor. Hay varias cajas. La señorita Mendoza dijo que ust