—No, papá, yo no me quiero casar. ¡No me voy a casar!
—Hijo… Estuviste de acuerdo en la conveniencia de que los padres escojan una pareja adecuada para sus hijos jóvenes— respondió su padre.
—No tenía idea de que estuviéramos hablando de mí, nunca acepté que ese fuera mi deseo, nada más lejos de mi aspiración. Todavía, antes de casarme, hay cosas que quiero hacer, mares que recorrer, montañas que escalar. Aunque te dije que apruebo la doctrina de los matrimonios arreglados, yo prefiero escoger yo mismo a la persona con quien deseo pasar el resto de mi vida, ese es mi derecho ¿no te parece?
Sergei respiraba acelerado por la inesperada discusión con su padre. Siempre se había sometido a la autoridad del patriarca, siempre había evitado llevarle la contraria. Pero esto era algo muy distinto a cualquier imposición que antes le hubiera hecho el viejo Nikolai.
Nikolai Stepanov era el presidente y accionista mayoritario de una corporación internacional con sede en Rusia. Desde esa sede se controlaban más de 150 empresas y corporaciones esparcidas por todo el mundo.
En ese momento, se asomó Milena, la secretaria, y anunció:
—Disculpe, señor Nikolai, le informo que la videoconferencia que ordenó ya está preparada y los directores están todos conectados esperando por usted.
—Gracias Milena— contesta Nikolai, y agrega, dirigiéndose a Sergei:— Quiero dar por terminada esta conversación. Lo que te dije que ibas a hacer, lo vas a hacer, no acepto discusión sobre ese tema. Ahora, por favor, dame un poco de espacio, hablamos después.
Sergei sentía en su interior la imperiosa necesidad de protestar, pero se contuvo por la presencia de Milena. Jamás se había atrevido a desautorizar a su padre frente a un empleado. Se dirigió hacia la puerta y salió de la oficina.
Afuera, en un salón muy grande, lo esperaba Zaira, gerente de imagen de las sucursales locales de la empresa. Ella se levantó cuando lo vio salir y siguió sus pasos acelerados. —¿Todo bien? —preguntó Zaira.—Muy bien. Mejor no podía estar…Sergei no tenía ganas de hablar sobre la pesada carga que su padre pretendía imponerle. Solo quería intentar, por un rato, olvidar todo aquel asunto. En su interior, sabía que no podría negarse, que no podría eludir aquella responsabilidad. Él sabía que cuando su padre emitía “decretos” de ese calibre no había manera de que las cosas resultaran de una forma distinta. Él no quería hablar, pero Zaira decidió presionar:—¿Y cuándo le vas a comentar sobre lo nuestro?—Pronto, mi amor…, cuando llegue el momento apropiado. Por ahora, mi padre está demasiado ocupado con lo de la convención internacional. Ahora te voy a dejar, necesito salir a visitar a un cliente.Sergei se dirigió a la salida, atravesando el salón. Aquello parecía una lujosa galería de arte por la plenitud de obras de pintura, escultura y otros géneros, algunos muy raros, que conformaban una extensa y variada colección, propiedad exclusiva de la familia Stepanov.Entre todos esos objetos de arte había uno que siempre le había cautivado. Era una especie de imagen bidimensional con un poco de relieve tridimensional hecho de fragmentos de cristal con raras gemas semi-transparentes incrustadas. Parecían responder a los más sutiles cambios de luz. Su padre alguna vez le explicó que “El Khríteldorch“, que así se llamaba el raro artículo, era capaz de reflejar el alma de quien lo veía. La fascinación que sentía Sergei por aquel raro objeto se debía a que toda la vida, al pasar frente a él, veía algo distinto, nunca la misma cosa. Mientras caminaba hacia la salida, y en el momento exacto en que pasó frente al Khríteldorch, Sergei tuvo la certeza de ver allí a un hombre colgado en un madero.—Lo que me faltaba…—pensó.Salió del gigantesco edificio de monumental estructura y abordó su automóvil, un hermoso Bugatti Veyron color azul. Aunque él tenía su propia colección de autos, poco acostumbraba manejar. Solía trasladarse en los automóviles de la corporación, siempre guiados por alguno de los choferes. Pero necesitaba desestresarse, tomar aire, sopesar con la cabeza fría las líneas de acción que necesitaba seguir en un futuro cercano, con los inminentes cambios que se avecinaban.Decidió llamar a su amigo Yuri Polyakov, a quien conoció años atrás en la universidad. Con él siempre había podido conversar abiertamente sobre muchos temas, y con frecuencia esas conversaciones le servían como una especie de catarsis para afrontar coyunturas difíciles, batallas importantes y críticos desacuerdos con su padre. —¡Hola, Yuri! ¿dónde estás ahora? te invito unos tragos.—Pues si acaso estaba ocupado, ya no lo estoy, porque tú me llamaste. ¿Dónde quieres que nos encontremos?— respondió su amigo Yuri.
—Alcánzame en el Pushkin.—Bien. Nos vemos allá en media hora.Sergei finalizó la llamada y se dirigió a la autopista. Poco acostumbraba manejar, pero no olvidaba sus tiempos de piloto. Tenía ganas de sentir, una vez más, la potencia de la bestia sobre la que cabalgaba. Una vez que el auto enfiló la larguísima recta, apretó el acelerador y sintió, como una explosión, el rápido aumento de velocidad. En pocos segundos, rebasó las cien millas por hora, y decidió bajar la velocidad cuando pasó de las doscientas millas por hora. La recta le pareció corta con semejante despliegue de fuerza, pero el correr de la adrenalina por sus venas lo hizo sentirse muchísimo mejor.Más tarde, estaba junto con Yuri en el bar.—De verdad que me cuesta creer lo que me estás diciendo. ¿Después de tantos años de vivir una vida libertina, sin que nadie pudiera sujetarte, ahora resulta que te vas casar obligado?— preguntaba Yuri para aclararse que había entendido bien lo que su amigo le contaba.—Así como suena. No terminé de hablar bien con mi padre, pero ya tú sabes cómo es él. Esto no tiene marcha atrás. —Increíble. Pero… ¿Ya sabes quién es? ¿sabes con quién te vas a casar?—Sé que no la conozco. Se llama Irini o algo así. El apellido se me olvidó por completo, pero me sonó así como de ascendencia griega. ¿Qué te parece?—Horrible. Peor que no saber quién es la mujer es tener la certeza de que te toca casarte con una griega de nariz cuadrada.
—¿Qué? ¿las griegas tienen la nariz cuadrada?—Las que yo conozco sí— remata Yuri, soltando una carcajada.Ambos se rieron. Sergei sintió que todo su dinero y sus problemas no valían más que un chiste, que la vida es solo un soplo y que aquellos pequeños momentos eran los que realmente hacían divertida la existencia en este mundo de perplejidades. Por algunas buenas horas, sintió la felicidad de la vida sencilla.Siguieron compartiendo al ritmo del vodka y del zakuski, hasta que una desconocida llamó la atención de ambos al enviarle, con el barman, un trago a Sergei…Se miraron el uno al otro y miraron a la chica. Entonces Yuri abrió su boca y dijo:—Hermano mío, esa mujer se ve “muy bien”. Parece que es tu noche de suerte. Por mí, no te detengas, ya compartimos bastante por hoy. Imagínate que es tu despedida de soltero. Vete para allá, saca tu lobo siberiano y asegúrate de atrapar la presa. Hablamos mañana.Yuri se tomó, de un solo trago, lo que quedaba en su vaso, y luego se dirigió hacia la salida. Sergei se quedó mirándolo hasta que lo perdió de vista. Luego se levantó y caminó lentamente hasta donde estaba la chica y saludó:—¡Hola! Gracias por el trago. ¿Puedo sentarme contigo? —Claro que sí. Para eso te envié el trago, para que supieras que quiero conocerte— le contestó la chica.Él se sentó frente a ella, mientras seguía la conversación:—Interesante. ¿Y qué quieres saber de mí? Soy soltero y sin compromisos.—¿De verdad? Un joven bien parecido que usa un Rolex Daytona, viste de Brioni y toma vodka Iordanov ¿no tiene compromisos con ninguna?Sergei sintió que estaba siendo analizado con una agudeza que lo incomodó.—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué debería un hombre decirle a una mujer hermosa que en un bar le invita un trago?Las respuestas de la chica seguían siendo desconcertantes:—No lo sé. Dímelo tú. Pago por ver.—Que tal si nos vamos a un sitio privado donde estemos solos los dos y podamos disfrutar juntos de la vida.La chica frunció el ceño y contestó:—No estoy, para nada, interesada en acostarme contigo, Sergei…—Ah…, ¿pero tú me conoces?—¡Claro que te conozco! Y tú deberías conocerme a mí también. Mi nombre es Irini.Sergei sintió un inesperado sobresalto y preguntó:—¿Irini?... ¿Irini qué?—Irini Papastavros…Sergei quedó impactado al escuchar aquel nombre. No reaccionaba, solo miraba a Irini mientras ella seguía hablando:—Soy Irini Papastavros. Soy tu prometida, tonto…—No puede ser… ¿Y cómo es que vinimos a conocernos aquí por casualidad?—No es casualidad, llevo varios días tratando de contactarte. Parece que yo supe del compromiso antes que tú. Pensé que deberíamos hablar, aunque aún no hemos sido presentados formalmente.—Estoy perfectamente de acuerdo en que deberíamos hablar. No estoy a gusto con la noticia de nuestro matrimonio y me imagino que tú tampoco. — Sergei hizo una pausa, pues se percató de un detalle muy raro en lo que ella acababa de decir, así que cambió el tema:— Espera un momento… Parece que me has estado siguiendo. Hoy me seguiste, eso es obvio. ¿Cómo hiciste para no perderme en la autopista? Allí corrí como un bólido, pocos autos podrían haberme seguido el paso.—Ya yo sabía en qué auto andabas, así que contraté a un piloto que puede ser tanto o más rápido que tú.
—¿De verdad te vas a casar, desgraciado?—explotó Zaira, gerente de imagen.—Calma, mi amor, las cosas no son lo que parecen—responde Sergei, tratando de apaciguar a aquella fiera.—Pues a mí me parece que ya no le vas a hablar a tu papá sobre lo nuestro. ¿Acaso estoy equivocada? ¿O todavía estás esperando “EL MOMENTO APROPIADO”?—Baja la voz, por favor…—Es que ya estoy harta, Sergei, estoy harta de esperar por ti, harta de tus desplantes, de tus excusas, de tus mentiras.—Mi amor, esto no es una mentira. Es un negocio de mi padre, una de esas “alianzas estratégicas”, pero esta vez me tocó a mí secundarlo. Debo simular, al menos por un año, un matrimonio feliz… —¿Sabes qué? No me interesa. No necesitas darme explicaciones y yo no quiero escucharlas. No quisiera tener que volver a oír aquella historia de que “por razones corporativas” no puedes llevarle la contraria a tu padre.Sergei la vio retirarse. Él sabía bien que sí era capaz de llevarle la contraria a su padre, pero lo cierto
El avión descendía para aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Moscú-Sheremétievo. Sergei Stepanovich se sacudía el sueño y empezaba a alistarse para la salida. El chofer de la empresa debería estar ahí esperándolo afuera. Calculaba que aún se iba a tardar diez o quince minutos en llegar al área de salida de los pasajeros.Estando ya afuera, se extrañó de la ausencia del chofer. No se veía por ningún lado la oscura limusina que debería estar ahí esperando. Sacó el móvil y telefoneó a Greta, pidiéndole cuentas por el descontrol en los planes y el incumplimiento en los tiempos. Ya él estaba acostumbrado a formular planes y a que tales planes se cumplieran al pie de la letra. Se cumplían o alguien era despedido, esa era la norma. Greta ofreció enviarle otra limusina.—No, Greta, olvídalo. No quiero otra limusina, voy a tomar un taxi.Se dirigió hacia el área de taxis y en seguida se le acercó un automóvil del servicio y Sergei lo abordó. Otra vez venía contemplando extasiado la mara
Sergei se sorprendió mucho de ver a Irini en aquel lugar, pero se sorprendió más aún al ver que la indumentaria que ella portaba era propia de un médico residente. La miró venir, la miró al cruzar, y miró alejarse. Hubo un momento en que ella pareció mirar hacia donde él estaba, pero no hizo ningún gesto. Eso lo convenció de que ella aún seguía molesta con él.—...Vamos a estar realizando unos exámenes para establecer el verdadero estado de ese riñón, pero ya les estoy adelantando mi opinión sobre el resultado más probable que esas pruebas podrían arrojar. Pienso que, a más tardar, mañana, podremos dar un diagnóstico más certero— así finalizaba el discurso del doctor Semiónov.—¿Y no lo podemos ver en este momento, doctor?— preguntó Tanya.—No. Tiene que entender que su estado es delicado. Él necesita descansar y tener una supervisión médica permanente. Es muy probable que para este momento ya lo estén trasladando a terapia intensiva. Lo que sí pueden hacer los familiares, en virtud
—¿Qué tal si te digo que sí eres compatible, que tu riñón puede ser colocado en el paciente sin ningún tipo de problema?Sergei escucha a Irini y se queda absorto, perplejo. En su cara se nota que la noticia le causa mucha sorpresa.Irini continua:—Eso pensé… Tú cara de espanto lo dice todo. Solo te estoy tomando el pelo, aún no podemos saber si eres compatible o no. Esta prueba es rápida, pero no tanto. Aún hace falta hacerle la misma prueba al paciente para poder establecer elementos coincidentes.Sergei respira aliviado y dice:—Realmente me engañaste. No sabía que eras así. Ya te estoy conociendo.—Ya te dije que no nos conocemos, eso es especialmente cierto considerando que solo hemos hablado por muy pocos días. Pero sí es bueno que tú sepas que eso de donar un órgano, y especialmente un riñón, no es para todo el mundo. Debes tener mucha convicción de que lo quieres hacer. Eso no se puede hacer con miedo o dudas. En la mayoría de los casos, es algo que tú haces por un familiar,
—Tu eres el único rico que conozco que se codea con un plebeyo como yo— comentaba Yuri, mientras almorzaba con Sergei.—Para mí, tú no eres ningún plebeyo. Tú eres más humano y más culto que muchas personas que he visto en la alta sociedad— contesta Sergei. —Comencé a escribir un libro. Es una historia sobre un matrimonio arreglado.—No quiero que escribas sobre mí. —No te preocupes. Tampoco es que voy a escribir que mi protagonista se llama Sergei Stepanovich. Nadie nunca va a asociar mi historia contigo.—¿Y por qué escribes? No creo que te vayas a hacerte rico con eso.—Eso nadie lo sabe. Pero sería justo decir que escribo simplemente porque me gusta— contesta Yuri.—¿Imagino que quieres llegar a ser un Tolstoi?—Más bien, quisiera ser como Fyodor Dostoievski. ¿Sabías tú que Dostoievski escribió su obra “El Jugador'' en 26 días? que llegó a ser un clásico de la literatura mundial.—No lo sabía, pero vi la película. Era un apostador empedernido— aclara Sergei.—Sí, era un apostado
La luz del alba tocaba la punta de la torre de transmisión, en la parte superior del edificio sede de la corporación Stepanov. La claridad se extendía lentamente sobre toda la ciudad, mientras la vida y el movimiento acelerado iban despertando y cobrando fuerza. No había un edificio más alto en toda la región, aquí se encontraban los silenciosos testigos de los primeros destellos de luz matutina que golpeaban la ciudad.Sergei se encontraba frente a un gran ventanal contemplando la maravilla del sol naciente. Había pasado la noche allí, en la empresa. Eso hacía a veces cuando necesitaba meditar o cuando el trabajo requería su presencia constante. Su oficina daba acceso a una recámara con todas las comodidades que un mortal podría necesitar. Estuvo allí sentado, tomándose un café, hasta que casi se hizo la hora de comenzar a llegar los empleados de la torre. Se preparó para el inicio del día, tomó una ducha temprana, se cambió de ropa y se sentó frente a su computadora a revisar los r
Nikolai Stepanov recibió una llamada. No era exactamente de su agrado aquella llamada, lo conectaba con un pasado que él prefería olvidar. Por mucho tiempo, él había sido dueño y señor de aquella gran corporación. Nada lo molestaba, nada lo incomodaba, cualquier cosa que amenazara con alterar su paz y su tranquilidad, él simplemente lo desaparecía. Él era un hombre de acción, de soluciones firmes y radicales. No había espacio para la duda en su doctrina de vida. Desde un compartimiento especial en su escritorio, sacó una pistola Glock 17 y la guardó en su traje. No sabía lo que podía esperar, pero decidió estar preparado.—Ya que estás aquí, te propongo que nos reunamos, prefiero no hablar esto por teléfono. Te veo donde hablamos la última vez.La lujosa oficina mostraba acabados de muy buen gusto, de estilo barroco-francés. De un lado, tenía acceso a un gran salón de conferencias, donde solía reunirse con directivos de la empresa. Del otro lado, tenía un amplio cristal transparente q